Apéndice II ¿Por Qué No Volver a la Fuente?

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Apéndice II ¿Por Qué No Volver a la Fuente?

inside16No hay nada como la fuente de un río. Sale agua limpia y cristalina. Muy diferente es lo que uno encuentra al alejarse unos kilómetros de la fuente. El agua todavía está, pero muy mezclada con otras sustancias, y no conviene beber allí. En las páginas anteriores nos hemos venido asomando a la ribera de un inmenso río, el del cristianismo. Fue en el día de Pentecostés (Hechos 2) que se abrieron poderosamente sus fuentes – el Espíritu Santo fue derramado. El recorrido del río tiene de largo casi veinte siglos ya.

El Espíritu no volvió más al cielo. Quedó en la Iglesia de Cristo, obrando siempre en ella a través de la Santa Palabra de Dios. Pero la mezcla habitual de río es innegable. No le tomó esta mezcla por sorpresa al Señor. En Mateo 13, por ejemplo, en cuatro de sus parábolas, vemos como estaba perfectamente prevista por el Señor Jesús.

Hemos quedado admirados de tantas cosas arrastradas por la corriente en cada punto de la ribera, donde nos asomamos, la última visita siendo la que hicimos al Concilio Vaticano II, ya en la segunda mitad del siglo XX.

Gracias a Dios, no todo ha sido negativo. Encontramos a hombres y mujeres que “le han vencido (a Satanás) por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte” (Apocalipsis 12:11). Pero de todos ellos lo característico era que estaban ‘viviendo’ de la ‘fuente’, pendientes de ella. Alejados de la fuente en cuanto a tiempo transcurrido, pero en la realidad espiritual ‘cerca’.

Aunque mucho de lo que hemos visto desde la ribera nos pueda dejar perplejos y avergonzados (Jeremías 2:12-13), hay en el día de hoy también hombres y mujeres que saben bien lo que es acercarse diariamente a la fuente. Su secreto está en Lucas 9:23: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame.” Esta maravillosa realidad, que podemos agradecer a Dios, no debe cegarnos al triste hecho de que de tales hermanos no hay muchos. También debe señalarse otra realidad: vivir pendiente de la fuente en nivel personal es una cosa, hacer lo mismo en nivel congregacional es otra bien distinta. En la teoría ¿quién no cree que una iglesia hoy pueda ser “neotestamentaria”? Pero en la práctica ¿dónde la buscamos? Acostumbrados a la estructura y marcha de nuestra denominación y tradición y costumbres, sean evangélicas u otra cosa, ¿no nos resignamos a que todo eso esté en medio de la corriente, con su mezcla y todo?

Hemos perdido mucho al no buscar activamente la vida congregacional alrededor de “La Fuente”. En el poco espacio que nos queda, miraremos muy brevemente tres de las cosas perdidas – las que son de incalculable importancia:

1) La sencillez en Cristo;

2) El sacerdocio universal, y

3) El sentido de unanimidad.

1) La sencillez se estaba perdiendo en Corinto. Ese era el temor de Pablo en 2 Corintios 11:2-4. Los corintios se estaban extraviando de la “sincera-fidelidad-a-Cristo”. Este ingrediente clave de una congregación neotestamentaria lo encontramos ya en lo que el Señor Jesús revela sobre la iglesia local en Mateo 18. Él toca algunos asuntos de gran importancia en la vida de la congregación. Menciona procedimientos para disciplina y separación, destaca lo imprescindible de una autoridad espiritual y la oración viva, pero todo aquello, según el Arquitecto y Constructor, solo cobra sentido y poder, cuando se tiene en cuenta una cosa más: la de “congregarse en su Nombre” (aunque sea solo entre dos o tres). Es allí que EL está presente, en medio, y donde se manifiesta y bendice. No hay cosa más sencilla, pero ¿se practica? No sin pronto introducir todo tipo de “accesorios”, y la sencillez, anhelada por Cristo, vuela por la ventana…

Cuando la sencillez no es más que piadosa teoría, el grupo se margina de los propósitos del Señor. Cuando la atención de los creyentes es atraída a cualquier otra cosa o persona, y no se fija más en su Señor, es decir, en una auténtica entrega directa, las bendiciones percibidas son cada vez menos. Nada puede llenar el vacío creado. Ni un sentido de ‘deber’, o de ‘compañerismo’, o de ‘tradición’, o de ‘lealtad’, o de ‘enseñanza bíblica’, o de ‘actividad evangélica’, por muy importantes que sean estas cualidades.

Aparte de los pasajes ya mencionados, hay otros como Mateo 20:25-28; 23:8-12; Juan 4:23-24; Hechos 2:42; 4:23-24; Romanos 12; 16:5, 23; 1 Corintios 3:3-8; 16:19; Colosenses 4:15; Santiago 2:1-5 y Apocalipsis 2:1-5; 3:17. Recomendamos que se estudien cuidadosamente.

Cualquier grupo de creyentes (mínimo dos o tres) que por fe atreve a distanciarse de todo lo que distrae del mismo Señor Jesucristo, es decir, de todo aquello que complica la sencillez espiritual (ya sean programas fijos, liturgias, lugar de reunión más o menos suntuoso, títulos, púlpito y bancos, vestimentas, velas, “alabanza” quizás artificial, o cualquier otra cosa), tal vez suscite problemas con otros creyentes, quizás con las autoridades, pero prosperará. Esta es la promesa del primer salmo, el salmo de la sencillez…

2) El sacerdocio universal es otro asunto que suena muy bien en muchas bocas cristianas, pero en la práctica sigue siendo el gran desconocido. Aparte de los ‘anabaptistas’, los reformadores copiaron (¡del sistema jerárquico car!) lo que mejor e imprescindible les pareciera, cada uno según su estilo. Y nosotros, a estas alturas, estamos ya tan acostumbrados a la idea del hombre “ordenado”, el “profesional”, el “clérigo”, el “reverendo”, el que encabece todo, el que haga el “ministerio”, el que dé el aconsejamiento, el que organice las actividades, el que también recibe el ‘estipendio’, que ni preguntamos por la ‘fuente’. Simplemente bebemos del río…

No se suele cuestionar la Palabra que fue profetizada por Joel, expuesta por la boca de Pedro y descrita por la pluma de Lucas, en el día de Pentecostés (Hechos 2). Pero ¿qué es lo que realmente dice Dios allí con tan tremendo énfasis? Lo que dice es que, si hasta ese día Él había tenido a sus órdenes un cuerpo de profetas y otro cuerpo de sacerdotes, ambos muy limitados, ¡esto ahora se terminaba! A partir de este día todo eso cambiaba radicalmente.

Escuchemos de nuevo lo que Dios nos dice a través de aquella trinidad de Joel-Pedro-Lucas en los versículos 17-18. Lo dice para los “postreros días”, los que empezaron en Pentecostés, y que no han terminado todavía. “Derramaré de mi Espíritu sobre toda carne, y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; vuestros jóvenes verán visiones, y vuestros ancianos soñarán sueños; y de cierto sobre mis siervos y sobre mis siervas en aquellos días derramaré de mi Espíritu, y profetizarán.”

La mejor definición de “profetizar” es la de “transmitir la Palabra de Dios”, ni más ni menos (Jeremías 23:22; 1 Corintios 14:3, 31). Todavía el Mismo Espíritu está sobre “toda carne” de todo el pueblo de Dios, y ministra a través de todos ellos, ‘transmite’ la Palabra de Dios. Cuando en Romanos 12 Pablo describe todo el ministerio espiritual de una iglesia local, no se está dirigiendo a “los ancianos”, se dirige a todos los miembros del Cuerpo de Cristo en Roma. En el otro gran pasaje fundamental sobre el ministerio de la congregación, Efesios 4:7-16, Pablo cuidadosamente comienza y termina con “cada…” En el 7: “cada uno…”, en el 16: “cada miembro…”

Otros pasajes relevantes son: Malaquías 3:16; Juan 12:24-26; 1 Corintios 12:7, 12-31; 14:26, 31; Hebreos 10:19-25; 1 Pedro 2:4-5, 9-10; 4:10-11; 3 Juan 9-10; Apocalipsis 1:6. ¿Por qué no acercarnos a la fuente “…con corazón sincero, en plena certidumbre de fe…” (Hebreos 10:22)?

3) La unanimidad en sí no tiene significado espiritual, pero en las manos del Espíritu Santo, cuando la da a un grupo (grupito) de creyentes, que están orando y buscando su voluntad, se vuelve poderoso principio, imprescindible para andar juntos en el camino y en la obra del Señor.

Lo habitual y popular en una congregación evangélica suele ser la “democracia”, un sistema de votos para cualquier decisión – la mayoría gana. ¿Pero quién garantiza que sea la ‘mayoría’ la que esté acertando la voluntad del Señor y no la minoría? Este sistema se ha copiado, no de Roma, por cierto, pero sí del mundo. No viene de la Palabra, más bien de la ‘sabiduría’ del hombre… En Hechos 27:9-12, y siguientes, encontramos el desastre de una decisión mayoritaria, respaldada incluso por consejo experto. ¿Es ese realmente el sistema que queremos seguir ciegamente en nuestras congregaciones?

¿Por qué no volver a la fuente, tal como brota en pasajes como los siguientes? Salmo 32:8-9; 133; Amós 3:3; Mateo 18:19-20; Hechos 6:5-6; 15:22, 25; Romanos 12:16; 15:5-6; 1 Corintios 1:10; 3:3-4; 2 Corintios 13:11; Filipenses 1:27; 2:1-5; 4:2; Santiago 3:13-18; 1 Pedro 3:8.

La congregación que aspira a ser “neotestamentaria” aprenderá a tomar todas sus decisiones con la unanimidad que es forjada por el Espíritu Santo, cuando se humilla delante de su Señor en profunda sumisión.