El Embajador
Del terrible trastorno a la total transformación
Mateo 8, Marcos 5, Lucas 8
Jaime van Heiningen
Es conocida la historia del endemoniado de Gadara, contada por Mateo, Marcos y Lucas. Es una maravilla como ese hombre, totalmente desahuciado, fuera cambiado por nuestro Señor. Hay toda una serie de milagros en uno. La secuela es menos conocida.
En realidad, no era un hombre, sino dos, y ambos eran “feroces en gran manera”. Así cuenta Mateo. Marcos muy probablemente no estuvo presente y Lucas seguro que no, pero Mateo lo presenció todo. Lucas y Marcos, oyendo después la historia de los testigos presenciales, se fijaron especialmente en el impactante milagro de Cristo en uno de los dos, es decir, en el que figuraba más prominentemente en los reportajes. Por esta razón, en su relato, Marcos y Lucas no llegan a mencionar ni siquiera al otro endemoniado.
Cuando de los alrededores la gente viene a ver el espectáculo, lo encuentran (al más prominente), “sentado, vestido y en su juicio cabal”. Parece imposible, ¡pero, sí, éste es aquel…! Poseído de una legión de demonios, aquel desgraciado andaba desnudo, moraba en los sepulcros, gritaba de día y de noche, se hería a sí mismo, y, si a veces lograban ponerle cualquier cadena o grillo, los hacía pedazos en seguida. Ahora allí está – sentado y, además, vestido y en su juicio cabal – un hombre, antes completamente trastornado, ahora completamente transformado.
¿Dónde están los demonios del trauma, del tormento, de la tiranía, del terror, y del trastorno? ¡Jesús los ha vencido! Ha demostrado una vez más que su amor y poder pueden más que todos los poderes demoníacos. Él es el Mesías – indiscutiblemente -.
Pero los gadarenos, la gente que moraba en esa región costera de Decápolis, no estaban tan seguros de querer abrazar al Mesías de los judíos. No le estaban esperando, y si tenían alguna sangre judía, ni siquiera tomaban muy a pecho los decretos de la ley de Moisés – por lo visto les encantaba la carne de cerdo…
Ahora, nota una cosa curiosa; hay varios ruegos que son dirigidos a Jesús:
1. los demonios le hacen tres ruegos,
2. los paisanos le ruegan,
3. el nuevo discípulo le ruega.
Jesús accede a todos, menos al ruego de su nuevo discípulo. Este, con un vivo deseo, ruega que Jesús le permita embarcarse también para seguir cerca de Él. Pero la respuesta es “No”. A mí, esta respuesta de Jesús, desde que de niño me contaron o leyeron la historia, siempre me ha dado pena. ¡Pobre hombre que fue dejado atrás! Pero es bueno encarar la realidad; a nosotros también el Señor nos da a veces un claro “No”. Nos da pena, no entendemos nada, y hay quien se enfade con el Señor…
Sin embargo, Jesús no le dio a su nuevo discípulo sólo una respuesta negativa, también confirió sobre él nada menos que el cargo de “embajador particular”. Esto es lo que le dijo: “Vete a tu casa, a los tuyos, y cuéntales cuán grandes cosas el Señor ha hecho contigo, y cómo ha tenido misericordia de ti.” Y, maravillosamente, esta verdad también puede aplicarse al caso de cada discípulo moderno de Cristo. Su “no” tiene una razón: el Maestro tiene otro plan para tu vida que es mejor, uno que tú tal vez nunca hubieras escogido. Pero aunque hasta ahora no estés viendo nada, ya te abrirá los ojos. ¡Deja que te hable (cada día), y verás como te los abre!
Jesús y los discípulos se embarcan y vuelven a la orilla occidental del Mar de Galilea. ¿Qué pasaría con el nuevo discípulo gadareno? “Se fue, y comenzó a publicar en Decápolis cuán grandes cosas había hecho Jesús con él; y todos se maravillaban.” Ya es hombre libre y restaurado, ya sus terribles cadenas demoníacas rotas para siempre. Posee ahora un testimonio, ¡y lo tiene que compartir con todos! Es testimonio de una gran liberación y de un gran Libertador. Decididamente comienza la tarea; con sencillez y confianza.
El área de trabajo era amplísima. “Decápolis”, significa “diez ciudades”. En el año 63 antes de Cristo, bajo la tutela de los romanos, se había formado algo parecido a una confederación de diez ciudades que formaban la frontera oriental del imperio y cuya cultura era mayormente griega. La más nórdica de las diez es en la actualidad la capital nacional de Siria – Damasco – mientras que la más sureña es Ammán, la capital de Jordania, llamada en aquel entonces Filadelfia.
Toda la región había estado, ya por mucho tiempo – desde los días de Alejandro Magno – bajo regímenes y culturas de origen griego, que eran paganos e idólatras. Al mismo tiempo, igual como en Samaria, había cierta mezcla con la raza hebrea, es decir con aquellos israelitas que habían quedado cuando los demás eran llevados al exilio por Asiria y Babilonia. La mayor parte de este territorio, entonces, había sido parte integral de Israel en tiempos remotos, pero las cosas habían cambiado.
Tales hechos históricos y geográficos nos indican que, en toda probabilidad, los endemoniados gadarenos no eran judíos. Era una de las razones por las que Jesús no podía llevarse al hombre librado consigo. El tiempo de la plena integración de los gentiles en la obra de Dios no había llegado, y no llegaría hasta los días descritos por Lucas en Hechos 10 y 11. Pero, igual, Jesús, sí, podía utilizar poderosamente al discípulo nuevo, designándole su representante o embajador particular para lugares y circunstancias muy especiales.
De las diez ciudades hay otras dos que destacan: Pella y Gadara. En una época posterior cuando, desde el año 66 hasta el 70, Jerusalén es sitiada por el ejército romano, los cristianos de Judea se acuerdan de las palabras de Jesús. En Lucas 20:20-21 Él había dicho que huyeran a los montes cuando vieran a Jerusalén rodeada de ejércitos. Así, a tiempo, lo pueden hacer, y en Pella encuentran refugio, salvos del hambre de los sitiados, de las terribles luchas internas entre los celotes, y de los masacres cuando por fin los ejércitos del general Tito toman la ciudad.
Gadara, naturalmente, era la ciudad que dio nombre a aquella “región de los gadarenos”, y no distaba mucho de la orilla oriental del Mar de Galilea, donde Jesús y los suyos desembarcaron.
Cuando ellos dejaron la escena de los acontecimientos tan dramáticos, embarcándose de nuevo, Jesús, a su embajador novísimo, le encarga, “vete a tu casa, a los tuyos…” ¿Y dónde estaría su “casa”? Desde luego, no volvió a las tumbas donde había estado morando; volvió a su “casa”. Es muy posible que su casa estuviera en Gadara y que allá se dirigiera el nuevo discípulo.
¿Le habrán reconocido, aquellos “suyos”, fueran mujer, hijos, padres, hermanos…? ¡Qué feliz consternación cuando se encuentran con él y cuando oyen ese testimonio increíble! De hecho, toda la ciudad se alborotaría. Marcos comenta que “¡todos se maravillaban!”
¿Por qué es interesante este comentario de Marcos? Por dos razones:
1. Da a entender el notable contraste con los gadarenos de la costa. Esos, lejos de maravillarse por vidas felizmente rescatadas y transformadas, habían quedado impactados negativamente. Y no es extraño cuando pensamos en la muy sensible pérdida de 2.000 cerdos, que representarían todo lo que hubieran invertido en la ‘cooperativa’. Los pastores habían dado aviso “en la ciudad y en los campos”. Probablemente era esa la ciudad de “Hippos”, otra de las “diez” que estaba muy cerquita de lo acontecido. Con gran temor y temblor venían de los alrededores para conocer de cerca los hechos del siniestro. Y, antes de que ocurran cosas todavía peores, “comenzaron a rogarle que se fuera de sus contornos.”
2. ¿Cómo sabía Marcos que el testimonio del “embajador” flamante fuera recibido en otras partes con gozo y maravilla? Ahí, tal vez, tendremos que especular un poco, pero nos parece que lo más razonable y sencillo debe de ser que, posteriormente, los discípulos tuvieran de nuevo contacto con el con-discípulo, el gadareno salvo. Y si no con él mismo, con algunos de los que habían llegado a la fe salvadora por su testimonio. En tal ocasión, quien haya sido, contaría muchas cosas…
El caso es que Jesús entró en Decápolis en otra ocasión posterior. En Marcos 7:31-37 leemos de la ocasión cuando vino del noroeste, de la región de Tiro y Sidón, que era igualmente “griega” e idólatra. Allí tuvo lugar la liberación de la hijita de la mujer sirofenicia. Volviendo al mar de Galilea, se desvió hasta la tierra de Decápolis. Marcos cuenta de un solo milagro hecho allí, pero Mateo hace referencia a los muchos milagros que durante tres días Jesús hacía en esa región (Mt. 15:29-38). Tanto Marcos, como Mateo, cuentan como todo culminó en una alimentación de 4.000 hombres, “sin contar las mujeres y los niños” (Mr. 8:1-9). Había de la multitud los que habían venido de lejos. Los dos escritores enfatizan que la mucha gente congregada “se maravillaba (en gran manera)” por lo que oía y veía, y “glorificaban al Dios de Israel”. Esta expresión, “Dios de Israel”, no figura más que aquí (Mt. 15:31) y en la profecía de Zacarías, padre de Juan el Bautista (Lc. 1). Nos aclara que para la gente de Decápolis, el Dios de Israel, hasta ese momento, no había sido su Dios; ellos tenían sus propios dioses.
La “gran maravilla” experimentada por la gente nos recuerda de que muchísimos ya se habían “maravillado” antes, cuando el gadareno publicaba por Decápolis “cuan grandes cosas había hecho Jesús con él” (Mr. 5:20). Es como si a los gentiles idólatras no les quedara alternativa; sólo pudieron glorificar al “Dios de Israel”, primero por el testimonio del gadareno, el “Embajador del Rey”; después, y tanto más, porque estaban en la misma presencia del “Rey del Embajador”, es decir, de Jesús.
¿Qué sacamos en conclusión? Que el Rey, entrando en territorio de Decápolis por primera vez, encuentra un rechazo total. Sin embargo, deja allí a su “embajador”, y éste da testimonio de las grandes cosas que hace Jesús… El efecto (por lo menos así nos lo podemos imaginar) es que el camino para el regreso del Rey a Decápolis queda abierto. Ahora, sí, es recibido personalmente: el testimonio del “embajador”, por medio de su vida y su voz, no fue dado en vano, más bien, ha dispuesto los corazones para recibir al mismo Rey. Ya no se maravillan sólo por lo que Jesús hiciera en una vida ajena, y en un día ya pasado, sino que se maravillan por lo que, ahora, Jesús signifique para ellos mismos…
Aplicando la lección: Según Juan 1, Jesús “en el mundo estaba.., pero el mundo no le conoció; a lo suyo vino, pero los suyos no le recibieron”. ¿Trágico? Sí, pero ¿qué dice el siguiente versículo? Declara que también los hay “que le recibieron…”; es decir,hay auténticos creyentes; salvados y librados por su Señor. Y a ellos, es decir, a nosotros, también pueda parecer penoso que el Rey se haya ido; que no quiso llevarnos consigo… ¡Qué hemos quedado atrás! ¿Pero es realmente cosa lamentable?
“Ahora voy al que me envió; y ninguno de vosotros me pregunta: ¿A dónde vas? Antes, porque os he dicho estas cosas, tristeza ha llenado vuestro corazón. Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré. Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De pecado, por cuanto no creen en mí; de justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis más; y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado. Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar. Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir. El me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber. Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso dije que tomará de lo mío, y os lo hará saber” (Jn. 16:5-15).
¿No es un inmenso privilegio que el Rey nos dejara en territorio idólatra y enemigo para que allí mismo seamos sus “embajadores”,para dar testimonio de Él, para que nuestras vidas, radicalmente transformadas por su poder, cambien la actitud de los que nos rodean? ¡Sólo así el Señor, al fin, va a encontrar entrada en esas vidas que hasta ahora le rechazan!
“¡ADELANTE, PUES, CON CRISTO…!”
2ª Coríntios 5:20