Un testimonio:
“Unos dos años después de comenzar la vida cristiana, yo estaba intentando muy seriamente de hacer todas esas cosas que los predicadores decían que un cristiano hace. Pero no me estaban saliendo para nada, y, aunque yo sabía que Dios me había perdonado, me encontraba bien frustrado y miserable. Pero, entonces, alguien me dio un librito, escrito por David Tryon, llamado La Vid y los Pámpanos, y dentro de pocas horas estaba libre del stress de antes, y nuevamente confiando en Dios para hacer su obra en mí y a través de mí.”
Roberto Brow.
LA VID Y LOS PÁMPANOS
Por David Tryon
Hay muchos cristianos afanosos de vivir la vida cristiana, que nunca han descubierto donde haya de encontrarse la fuerza que la hace posible. Muchos creyentes sinceros, jóvenes y viejos, continuamente se desaniman porque encuentran tan inadecuados sus propios recursos para afrontar las demandas de la vida verdaderamente cristiana; son legiones los que ardientemente desean una vida más plena, mas profunda que la que ahora experimentan. Lo que necesitan saber, tanto en la práctica como en la teoría, es que todos los recursos de la vida cristiana están en Cristo, y sólo en Él y que Él vive en ellos por el Espíritu Santo. Tal vez no haya mejor ni más sencilla ilustración de estas verdades que la parábola del Señor Jesucristo en el Evangelio de Juan, capítulo 15, la de la vid y los pámpanos (o sarmientos). Miremos juntos algunas de las grandes lecciones que nos enseña esta parábola y oremos que el Señor utilice estos mensajes para traer gran bendición a la vida de cada uno de nosotros.
I.
UN SARMIENTO INÚTIL
“Yo soy la vid” – dijo el Señor Jesús, “vosotros los pámpanos” (v. 5). Todo cristiano verdadero está “en Cristo,” un sarmiento en la vid, unido al Señor, partícipe de su naturaleza.
“Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará… El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, y los echan en el fuego, y arden”(1-2, 6).
La primera lección que aprendemos de esta parábola es que un sarmiento es inútil si no lleva fruto.
Debemos tener cuidado al tratar de estudiar la enseñanza de una parábola como ésta, de no dar desmedida trascendencia a los detalles. Hay quienes enseñan que estas palabras demuestran que es posible que un hombre esté ora “en Cristo,” ora fuera de Él; se salva y luego se pierde; tiene vida eterna y más tarde la pierde. Esto no puede ser; hay claras manifestaciones en las Escrituras que nos prueban lo contrario. Hemos de tener en cuenta que no hay parábola terrenal que pueda expresar ampliamente todos los aspectos de la verdad eterna. Con todo, estas palabras del Señor Jesús son muy, muy graves.
Quizás entenderemos más claramente la verdad que ellas contienen si las comparamos con ciertas palabras del apóstol Pablo que nos enseñan verdades similares: “La obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará; pues por el fuego será revelada; y la obra de cada uno cual sea, el fuego la probará. Si permaneciere la obra de alguno que sobreedificó, recibirá recompensa. Si la obra de alguno se quemare, él sufrirá pérdida; si bien él mismo será salvo, aunque así como por fuego” (1 Corintios 3:13-15).
El apóstol escribe aquí acerca del servicio cristiano y lo compara con un edificio. Enseña que puede suceder que un siervo de Cristo construya sobre el único verdadero fundamento, pero que omita poner en su edificio materiales capaces de resistir la prueba de fuego, con el resultado de que un día el trabajo de toda su vida será quemado, demostrando que su existencia ha sido completamente inútil y su trabajo del todo en vano. Esto es lo que el Señor Jesucristo nos está enseñando en la parábola; un sarmiento que no rinde fruto es un sarmiento inútil; la suya es una existencia malgastada – solo sirve para ser echado al fuego.
¡De cuánta gravedad es esta situación! ¡Qué cosa terrible, que trágico ser un cristiano que no está llevando fruto! ¡Cuán desgraciada la vida del cristiano descuidado, del cristiano tibio, del cristiano pecador, ocioso, mundano, del cristiano que no ora!
¡Cuánto, y cuán seriamente, debería preocuparnos el saber si somos sarmientos fructíferos o sarmientos infructíferos, inútiles!
¿Cuál de ellos eres tú?
Estas palabras sin duda serán leídas por muchos cristianos sin fruto. ¿Eres tú uno de ellos? ¿Sabes, al leer estas palabras, que tu vida cristiana ha sido infructuosa? No es necesario explicarte lo que significa la palabra “infructuosa;” tú bien sabes que no estás cumpliendo el propósito para el cual Dios te salvó, del mismo modo que un sarmiento que no lleva fruto no cumple el propósito para el cual está en la vid. Probablemente juzgues tu condición por ciertas indicaciones en tu vida: algún pecado que tenga dominio sobre ti, fracaso en el testimonio, falta de oración, aversión a la lectura bíblica, carencia de poder en el servicio cristiano, o debilidad por las cosas mundanas. Quizás esto no se deba a falta de cuidado o a indiferencia. Habrás hecho grandes esfuerzos por ser un cristiano fructuoso: por testificar, por orar, por vencer el pecado. Sin embargo, has fracasado: sabes que no ha habido resultados. Por otra parte, tal vez no hayas permitido que el deseo de llevar fruto te moleste mucho. Razonas: “Soy cristiano, mis pecados son perdonados, voy al cielo. Esto es lo más importante.” No has pensado que estas otras cosas puedan tener mayor importancia. Tu vida es infructuosa porque no te has preocupado mayormente si rindes fruto o no. Pero, ya sea a pesar de tu mucha preocupación y de tus grandes esfuerzos y anhelos, o tal vez a causa de tu descuido e indiferencia, debes reconocer que tu vida es, en este sentido, un fracaso.
La tragedia de una vida sin fruto.
Antes de proseguir con el estudio de esta parábola, lee nuevamente aquellas palabras del Señor Jesús acerca del sarmiento sin fruto, y en su presencia piensa por un momento en la tragedia de una vidatal.
¡Cuán trágica es a los ojos de Dios! ¡Qué desilusión y dolor para el labrador es un sarmiento que no produce fruto, que no cumple su propósito! Para el Gran Labrador tu estéril vida cristiana ha de causar una constante frustración de los maravillosos propósitos de gracia que tuvo al colocarte en Cristo.
¡Qué tragedia es una vida así en lo que a otros concierne! Hay almas cansadas, agotadas, sedientas, amargadas en este árido mundo; almas con las queentras en contacto todos los días. Es el propósito de Dios que el fruto que tú llevas sirva para refrescar, fortalecer y endulzar estas vidas. Y porque eres un sarmiento infructífero, estas almas necesitadas han pasado a tu lado sin recibir bendición ni refrigerio. ¡0h, qué tragedia! Poco has comprendido del daño que causaste; el amor, el gozo y la paz que fueron negados a otros porque tú no has rendido fruto.
¡Cuán trágica es una vida así desde tu propio punto de vista! Es una vida malgastada. El sarmiento está en la vid para un solo fin: llevar fruto. Al no cumplir este cometido, su existencia es malgastada. En lo que atañe a su utilidad, lo mismo sería que no existiese. Carece de todo valor. Tu vida infructuosa está desperdiciada, es inútil. Ante el trono de juicio de Cristo sufrirás pérdida. Todo el producto de aquellos años perdidos será quemado.
¡Qué misterio terrible y solemne encierran aquellas palabras del apóstol: “…si bien él mismo será salvo, aunque así como por fuego”!
Esta, pues, es la primera lección que hemos de aprender de esta parábola: que si la nuestra es una vida infructuosa, está trágicamente malgastada; es inútil para Dios y para los hombres, y una pérdida irreparable para nosotros mismos. ¡0h, pidamos a Dios que nos enseñe como podemos rendir fruto para su satisfacción y gloria, para la bendición de otros y para la salvación plena de nuestras propias almas!
II.
“EL PÁMPANO NO PUEDE…”
Llegamos ahora a una segunda lección de suma importancia.
“Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí.., porque separados de mí nada podéis hacer”(4-5).
De modo que aprendemos que un sarmiento no puede rendir fruto por esfuerzo propio alguno. Apartado de la vid el sarmiento nada puede hacer. Resulta tan evidente este hecho que estamos propensos a pasarlo por alto, perdiendo así el significado del alcance de esta parte de la parábola. Pensemos un momento: vemos aquí un sarmiento cortado de la vid, tirado en el suelo. ¡Cuán absolutamente impotente para producir fruto! Si fuera posible que un sarmiento tuviese sentimientos e inteligencia, bien podría ser que reconociera su inutilidad y el peligro que corre de ser echado al fuego. Tal vez ansiaría profundamente una vida de fruto. Haría quizás grandes resoluciones de hacer todo lo que estuviere a su alcance para producir fruto. Con todo, sería completamente impotente para satisfacer en modo alguno estosanhelos, o llevar a cabo sus resoluciones. Este sarmiento cortado es un cuadro de la más completa impotencia.
“Como el pámpano no puede… así tampoco vosotros.”
Detente aquí un momento, dejando que penetre en tu corazón esta realidad, que eres tan impotente como aquel sarmiento cortado de la vid para producir el fruto que Dios requiere de tu vida. Podrías estar profundamente convencido de la inutilidad o esterilidad de tu vida cristiana; podrías tener grandes anhelos por ver mejorada esta condición y quizás hayas hecho planes y hayas procurado y resuelto que tu vida en adelante será diferente. Pero no puedes hacer nada. Por más que te conmuevas y a pesar de todo tu esfuerzo, decisión y fuerza de voluntad, no puedes lograr que tu vida sea como Dios quiere que sea. “Como el pámpano no puede.., así tampoco tú…”
Impotencia total
Entendamos bien la enseñanza del Señor Jesús. Muchos cristianos que creen haberse compenetrado de esta verdad no han vislumbrado siquiera su gran alcance. Inconscientemente la restringen con sus propias ideas preconcebidas de las posibilidades existentes en la naturaleza humana. No nos enseña el Señor Jesús que, a causa de nuestra flaqueza natural, necesitamos ayuda para elevarnos a un nivel de vida que solos no alcanzaríamos; que por nuestra propia bondad, fuerza y denuedo podremos lograr un cierto nivel, aunque sin alcanzar las normas óptimas de Dios; que si hiciéramos un gran esfuerzo sería de mucha ayuda, pero que debido a nuestras limitaciones naturales, ese esfuerzo necesita ser reforzado por su poder; que otro mejor, más fuerte, más valiente que nosotros podría realizar más que nosotros. De ninguna manera es ésta la enseñanza que recibimos de este pasaje. La declaración del Señor Jesús va muchísimo más allá.
Volvamos a la parábola y preguntémonos: ¿Qué esfuerzo puede aportar el sarmiento por sí solo para producir fruto? ¿Puede una rama participar en la producción del fruto? ¿Es concebible que, si encontráramos un sarmiento lo suficientemente hábil y fuerte, podría producir fruto por sí sólo? Las respuestas son evidentes. El sarmiento no posee en sí mismo ni la más remota posibilidad creadora. El mejor sarmiento es tan impotente como el peor; el más fuerte tan incapaz como el más débil; el más hermoso como el de aspecto más vil. El sarmiento, sea cual fuera su condición natural, no puede…
“Así tampoco vosotros.., nada podéis hacer.” No se trata de que seas fuerte o débil; bueno o malo; valiente o cobarde; inteligente o necio. Cualquiera que fuera tu condición natural, eres del todo incapaz de comenzar a vivir la vida que Dios exige. Cualesquiera que fueran tus dones, éxitos, virtudes o experiencias, no te son de más utilidad para llevar fruto que la belleza natural al sarmiento. En ti (es decir, en tu carne) no mora el bien, ni la más débil chispa de aquella vida propia es capaz de producir fruto.
Es enorme la cantidad de cristianos que nunca llegan a descubrir esto. Pasan sus vidas tratando de negarlo. Reconocen que sus vidas dejan de desear pero abrigan la esperanza que un esfuerzo mayor, apoyado por el poder del Espíritu Santo les arreglará las cosas. De manera que piden su ayuda, y prueban de nuevo.
Una vida de altibajos
¿Cuál es el resultado? El resultado es lo que se suele llamar una experiencia cristiana de altibajos. Cuando les parece que avanzan en la vida cristiana; cuando ven indicios de que Dios les está bendiciendo en su servicio; cuando reciben alguna contestación definida e inequívoca a sus oraciones; cuando vencen alguna tentación; cuando descubren dentro de sí algún pensamiento de santidad, alguna virtud, algún deseo por las cosas de Dios — entonces están “arriba.” Por otra parte, cuando están concientes de fracaso y falta de progreso; cuando no ven bendición en su labor; cuando la oración aparentemente no es contestada; cuando les sobreviene el pecado; cuando llegan a tener un vistazo del estado corrompido y pecaminoso de sus corazones naturales – están “abajo.” Están “arriba” cuando parecen estar produciendo fruto, y “abajo” al no ver fruto; siempre en pugna con la admisión de la verdad que “como el pámpano no puede..,” tampoco pueden ellos. Nada saben del reposo que queda para el pueblo de Dios y al cual sólo podemos entrar cesando de nuestras obras (Hebreos 4:9-10). Las suyas son vidas de constante esfuerzo por producir fruto para la gloria de Dios, para probar a sí mismos y a Dios, que el sarmiento puede, después de todo, ayudarse un poco a sí mismo.
Hay muchos cristianos sinceros que han vivido en esta forma durante años, quedando más y más desilusionados de su experiencia cristiana. Muchos cristianos jóvenes, habiendo comenzado bien, paulatinamente han ido retrocediendo, comprobando a costa de amargas experiencias cuan totalmente impotentes son para alcanzar las normas divinas. ¿Eres tú así?
Reconoces la ausencia del fruto en tu vida, pero no es porque no te importe. Estás enormemente preocupado porque tu vida produzca fruto; te has esforzado al máximo por ser lo mejor para Dios y has fracasado.
“Es inútil” – te dices – “no puedo ser un cristiano ferviente.” ¿Dices así? ¿Te das cuenta de lo que estás admitiendo? ¡Estás reconociendo justamente lo que Dios quiere que reconozcas! El Señor Jesús dijo “como el pámpano no puede.., así tampoco vosotros” y no lo has creído; de modo que Él te ha permitido descubrirlo por la experiencia. Y ahora, por fin, declaras, “es inútil… no puedo…” Al fin reconoces lo que Él te ha estado diciendo todo este tiempo. Has llegado al lugar donde Él puede empezar a obrar en ti.
Cristiano atribulado, últimamente has dicho con frecuencia, casi con desesperación, “no puedo.” Es verdad que no puedes, pero, si solamente acertaras a darte cuenta, verías que ésta no es una razón para desesperar; más bien debiera ser motivo de gozosa expectativa el que tus días estériles sean cosa del pasado, por cuanto Dios está por revelarte lo que Él quiere hacer por medio de aquel que “no puede” y que así lo confiesa. Tú no puedes. Reconoce ampliamente tu condición de absoluta impotencia. No tengas miedo de abandonar toda esperanza de poder aportar la más mínima contribución a la producción de fruto.
Da la espalda a tu ego y rehusa de ahora en adelante, esperar de ti mismo alguna excelencia, y presta atención mientras Él te habla de la VIDA que a través del sarmiento hará lo que nunca podría hacer el sarmiento por su propio esfuerzo.
“Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto.” “Permaneced en mí, y yo en vosotros.”
Hemos pensado en la tragedia del sarmiento infructífero y visto cuan imposible es que un sarmiento produzca fruto por esfuerzo propio. Ahora la vid y los sarmientos nos han de enseñar otra lección – una lección que sólo están en condición de aprender aquellos que en algún grado hayan hecho suya la enseñanza anterior.
Si Dios espera de mí que mi vida cristiana rinda fruto y si yo no puedo producirlo por mi propio esfuerzo, ¿cómo, pues, puede Él proponer que se produzca aquel fruto? Tenemos la solución en esta parábola. El fruto se produce por la vida de la vidque fluye a través del sarmiento. El plan divino es que el fruto, en mi vida, sea producido por la Vida del Señor Jesucristo viviendo en mí. Dijo el apóstol Pablo, “…ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” (Gálatas 2:20). “Ya no yo,” no por ninguna fuerza o virtud mía propia, como así tampoco hay en el sarmiento vida alguna como consecuencia de esfuerzo de su parte, – “mas vive Cristo en mí” – su vida obra en mí las cosas que agradan a Dios, justamente como la vida de la vid obra en el sarmiento para producir fruto.
Es este el plan de Dios para cada cristiano: que el Señor Jesús, morando en nosotros por el Espíritu Santo, obre toda cosa agradable a Dios y que llevemos fruto para gloria suya. Cuando llegues a entender esto, comprenderás también el más asombroso secreto que guarda la vida que Dios desea que vivas. El
Espíritu Santo mora en todo creyente y su propósito es hacer todo el trabajo que Dios requiera; todo lo que sea necesario para dar el fruto que Él desea ver.
Solamente aquellos que hayan aprendido la lección que nos presenta el sarmiento en su completa impotencia, podrán apreciar plenamente esta maravillosa verdad. Sólo de acuerdo a la medida en que en tu espíritu sea esto una certeza – el que eres totalmente impotente para comenzar siquiera a vivir una vida que sea agradable a Dios – comprenderás el significado de lo otro: que Dios te ha dado el Espíritu Santo para hacerlo TODO. Su plan no es que el Espíritu Santo te ayude a ser más fructuoso. Ni siquiera es que el Espíritu Santo obre y que tú le ayudes en lo que puedas. El sarmiento no puede de ninguna manera ayudar a la vid. No. Es Cristo quien tiene que hacerlo TODO en ti, así como es la vid que tiene que hacerlo TODO en el sarmiento.
¿Qué es lo que puedes hacer?
Permíteme hacer hincapié en lo que se acaba de decir, pues se trata de una verdad que somos muy lentos en aprender. ¿Cuánto contribuye la vida misma de la vid a la producción del fruto? – Todo. ¿Cuánta ayuda le presta el sarmiento? – Ninguna. ¿Cuánto tiene que hacer la vida del Espíritu Santo en ti? – Todo. ¿Cuánta ayuda te corresponde prestarle a Él? – Ninguna. Así como Cristo en su muerte y resurrección lo hizo todo para tu justificación y tú no tuviste que hacer nada, sino tan solamente aceptar los beneficios de una obra consumada hace ya siglos, del mismo modo Cristo en ti debe obrar todo para tu santificación, y a ti no te toca hacer nada, sino sencillamente acogerte a los beneficios de la obra que Él completará en ti tan seguramente como la comenzó (Filipenses 1:6).
“Pero” – preguntas – “¿no hay nada que tenga yo que hacer?” No, nada. “Ah, pero esto va demasiado lejos; no podemos llevar las cosas hasta ese extremo. Algo debo hacer: ¿acaso… no es mi deber leer la Biblia y orar; no debo yo testificar por Cristo; rendirle todo a Él; no debo yo hacer buenas obras cuando se me presente la oportunidad?
¿Sabes a qué te pareces? Eres parecido a un sarmiento que dice: “Es inútil que me digas que no tengo que hacer nada para llevar fruto; esto es demasiado poco. Sin duda algo me toca hacer – ¿acaso no tengo que producir fruto?” Yo le diría a ese sarmiento: “Sí, naturalmente, tienes que producir fruto; pero jamás lo producirás procurando e intentando. No es por el fruto que necesitas preocuparte, sino por la vida. Una vez conseguida la vida, el fruto no tardará en aparecer.”
Y así te contesto a ti. Sí, está claro que debes leer tu Biblia y orar y testificar y hacer buenas obras; está claro que debes entregarte enteramente a Cristo; pero… ¿es que no ves? – estascosas son todas parte del fruto. No puedes hacerlas tratando y probando; lo único que logras así, es imitarlas; serías como un sarmiento que se adorna a sí mismo, es decir, que cuidadosamente se ata unos frutos artificiales, ignorando que el verdadero fruto, forzosamente, es el resultado de la vida dentro de la vid. Dejemos a un lado el fruto por el momento. Sin Él no puedes hacer nada, y en este “nada” se incluyen la oración, el testimonio y la consagración. Todo fruto tiene que ser la consecuencia de la vida de Cristo en ti. Preocúpate por tener la vida; si la posees, el fruto no tardará en aparecer.
Su perfecta obra
Dejemos, pues, el fruto por el momento. Olvida por un instante la necesidad de leer la Biblia, de orar, de testificar y lo demás y concentra tus pensamientos en la Vida donde tienen que tener su origen todas esas cosas. Esta Vida es Cristo en ti. Él mora en ti por el Espíritu Santo; Él espera con verdadero anhelo para llevar a cabo en ti su obra perfecta. Pero no puede hacerlo mientras estés tratando de hacerlo tú en vez de Él. ¿Será esto lo que anda mal en tu vida cristiana: que has pretendido hacer tú lo que sólo puede hacer Él? Te has dedicado a la lectura de la Biblia y tratado de comprender su significado. Has logrado retener bastante de las Escrituras en la mente y tal vez puedas dar de ellas hasta muy lindos sermones, pero en realidad la Palabra no tiene vida para ti. Has intentado orar, pero la oración ha resultado una carga y poco sabes de la verdadera comunión con Dios. Has testificado, pero lo hiciste con poco poder. Has tratado de entregarte por entero a Dios, pero cada vez te caben menos dudas que tu corazón pecaminoso no desea su voluntad. Estás tratando tú de hacer el trabajo de Él; allí está el error. Te haces responsable de una obra que le corresponde a Él. Es suya la tarea de hacer que la Palabra de Dios viva para ti, de abrir los ojos de tu entendimiento para que mires las maravillas de su ley. De Él es la tarea de dar testimonio en conjunto con tu espíritu de que eres hijo de Dios, hasta que la oración se convierta en la comunión gozosa de un hijo con un Padre de infinito amor. Es Él quien te dará poder para servirle, llenándote de sí y perfeccionando su poder en tu debilidad, de modo que a medida que te valgas de su fuerza, tu testimonio obrará cosas dignas de su poder.
Es de Él la tarea de obtener de ti esa completa sumisión y entrega, revelar con el resplandor de su presencia las cosas que no le agradan, y llenarte de su amor hasta que reconozcas que, de veras, es mejor que Él lo disponga todo en tu vida. Todo esto es su trabajo; tú no lo puedes hacer por Él. No puedes tampoco prepararle el camino; debes abandonar tus vanos esfuerzos y fijar la mirada en Él. Él está en ti, la plena provisión de Dios para todas tus necesidades. Está esperando hacer su trabajo si tú se lo permites. Él obrará segura y maravillosamente, si tan sólo abandonas tus débiles intentos y te abandonas a Él. Perfeccionará la obra que tú no puedes siquiera empezar. ¿Confiarás en Él, diciéndole que no estorbarás más su labor en tu alma, y le pedirás que complete en ti la obra comenzada?
IV.
“PERMANECED EN MÍ”
Llegamos ahora a un punto crítico en nuestros estudios de la parábola de la vid. Hemos visto cuan necesario es que llevemos fruto para la gloria de Dios y que no podemos producirlo por ningún esfuerzo propio; hemos visto también, que en el plan de Dios, el fruto ha de producirse por la Vida de Cristo en nosotros. En este punto se nos ocurre preguntar: ¿Cómo ha de convertirse todo esto en realidad en mi vida? ¿Cómo puedo trocar una vida infructuosa y fracasada en esa vida a través de la cual Cristo, por medio del Espíritu Santo, obra en mí? ¿Cómo han de juntarse mi nulidad e insignificancia con su plenitud? Esta maravillosa perspectiva de tener al Espíritu Santo obrando en mí, haciendo que Cristo sea una realidad, haciendo de la Biblia un libro nuevo y viviente, haciendo fructífero el servicio, y gozosa la oración – ¿cómo ha de convertirse esta maravillosa perspectiva en una experiencia personal? ¿Qué debo hacer para que todo esto sea una realidad en mi vida?
Un paso muy sencillo
Antes de considerar la contestación que el Señor Jesús da a estas preguntas y a otras similares, permíteme subrayar una cosa. El paso que media entre una vida de ansiar, luchar y vacilar, de fracasar y desmayar, y una vida de plenitud, poder y satisfacción, es un paso muy, muy sencillo. Quisiera recalcar este punto; es de mucha importancia. ¿Aceptarás y creerás esto antes de que sigamos adelante?
Toda la bendición en que hemos pensado la puedes empezar a gozar con solo dar un paso muy sencillo.
Satanás tratará de hacerte pensar que es complicado; te dirá toda suerte de cosas que debieras ser y hacer. No le hagas caso. No te preocupes por ahora por las cosas que deberías ser y hacer. Como ya hemos visto, ellas son el fruto. “Pero temo que como la serpiente con su astucia engañó a Eva, vuestros sentidos sean de alguna manera extraviados de la sincera fidelidad a Cristo,” literalmente: “la sencillez referente a Cristo” (2 Cor. 11:3). El camino a esta vida de plenitud es, de veras, muy sencillo.
Oye ahora las palabras del Señor Jesús; “Permaneced en mí, y yo en vosotros..; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto” (Juan 15:4-5).
Allí está, pues, la sencilla lección que nos toca aprender ahora. Podríamos expresarla en esta forma: todo lo que tiene que hacer el sarmiento es quedar enla vid; así la vida de la vid quedará obrando en él.
“Permaneced en mí, y yo en vosotros.” “Permaneced…” – esta palabra no demanda explicación alguna. El sarmiento está en la vid y basta que quede allí para que haya vida en él.
Cuando recibiste al Señor Jesús, Dios te perdonó los pecados y te colocó en Cristo. Para que su vida fluya a través de ti, sólo debes permanecer donde fuiste colocado.
“Está bien” – dices – “¿pero qué quiere decir esto, en realidad?”
Permíteme contestar con otra pregunta. “¿Qué hiciste para que te fueran perdonados los pecados y para que fueras colocado en Cristo? Piensa en eldía de tu conversión; oíste que el Señor Jesús había muerto para que tú fueras perdonado, y no hiciste más que confiar en Él para que te salvara, porque Él había muerto. Muy simple, ¿no es verdad? El perdón estaba provisto ya; se hizo tuyo cuando lo tomaste y te lo apropiaste. Esa acción de tomar y apropiar se llama Fe. Fue entonces que Dios te colocó en Él. De modo que todo lo que tú hiciste para ser colocado en Cristo fue simplemente confiar en Él.
Cómo “permanecer” en Él
Ahora bien, ¿cómo vas a quedar, a “permanecer” en Él? Exactamente de la misma manera como fuiste puesto en Él. Escucha mientras te dice que eres un sarmiento en Él, la Vid Verdadera, y luego simplemente confía en que su vida fluya a través de ti.
Muchos son los que cometen el error de pensar que alcanzaron a ser puestos en Cristo, como sarmientos, mediante la fe, pero que a continuación el fruto lo deben producir por sus propios esfuerzos. Pues no es así; se permanece en Cristo, y se lleva fruto, de la misma sencilla manera como se llega a ser puesto en Él, es decir, por la fe.
La fe es oír la Palabra de Dios y actuar de acuerdo a ella. Así es como uno permanece en Cristo. Oyes su palabra que te dice que eres un sarmiento, y confiando en ella, dices: “Señor, si soy un sarmiento, y si estoy en ti, te doy las gracias. Te agradezco el hecho de que en este preciso instante yo estoy en ti y que tu vida fluye a través de mí. Dejaré, pues, de estar ansioso, procurando y luchando para ser un cristiano, más bien viviré mi vida diaria contando con que tú vivas a través de mi.”
Ocupando el lugar que es tuyo
De modo que se trata, simplemente, de ocupar un lugar que ya es tuyo. Hay muchos cristianos que no quieren ocupar la tan glorioso posición que es suya en Cristo, por lo que pierden toda la bendición de ella. El casoes parecido al de aquel hombre que, dueño de una vasta mansión y gran fortuna, vino a ser obsesionado por la idea de que era pobre. Se encerró en un altillo para pasar todo el día anhelando ser rico. Cambió sus vestidos por harapos y su bien servida mesa por un plato frugal; se sentaba en el suelo porque creía no poder darse el lujo de poseer una silla, en tanto que con sus manos tejía canastos con cuyo comercio pensaba asegurarse el sustento. El día entero torturaba su cerebro pensando como tendría quehacer para conseguir el dinero suficiente paracomprar una lujosa morada, y figurándose como juntar los medios de hacer fortuna. Allí estaba, viviendo en un pequeño y mísero cuarto, comiendo como un mendigo y cubierto con aquellos harapos, haciendo de su existencia la de un limosnero. ¿Por qué? Simplemente, porque, teniendo una posición, no la ocupaba.
Pero hubiera sido muy fácil para él cambiar su modo de vivir. Primeramente habría sido necesario que le fueran abiertos los ojos para que viera que realmente estaba viviendo en una gran mansión y que él era su dueño. Una vez que se hubiera dado cuenta de esto, le sería sumamente sencillo modificar por completo sus hábitos de vida. Solo tendría que valerse del conocimiento que ya poseía y, para comenzar, no necesitaría siquiera abandonar el cuarto ni cambiar sus andrajosas ropas. Allí, en ese mismo instante, sentado en el suelo de aquel altillo y en toda su aparente pobreza, podría dar el paso que le haría franquear las puertas de una nueva vida. Sólo le restaría decir: “Ahora entiendo. Poseo todo aquello que ansiaba tener. Es mío todo lo que con tanto afán deseaba. De ahora en adelante voy a vivir gozando su posesión y dejaré para siempre de ser necio.”
Satanás ha logrado engañar a muchos cristianos con el fantasma de la pobreza y con la creencia de que en condición de menesterosos deben trabajar y afanarse para comprar las bendiciones que por cierto ya son suyas en Cristo. Tal vez te haya engañado a ti de esta manera y recién ahora empiezas a ver que todo lo que necesitas lo tienes en Cristo. Esta es la realidad. No hay en ti necesidad alguna que no pueda ser plenamente satisfecha en Él. No puedes nombrar necesidad que Él no pueda suplir. Todo lo que te haga falta lo tienes – ahora mismo – en Él. Y tú estás en Él. Solamente tienes que ocupar el lugar que es tuyo ya.
Hazlo ahora
¿Lo harás ahora mismo, antes de dejar este escrito? No esperes hasta que te sientas diferente; no tienen nada que ver los sentimientos. No esperes hasta que entiendas más; ya entiendes lo suficiente como para poder obedecer su mandamiento.
Dice: “Permaneced en mí.” Estás en Él. Pues, toma esa posición por medio de un deliberado acto de fe.
Ora desde lo profundo de tu corazón alguna sencilla oración como ésta – si así prefieres, puedes emplear las mismas palabras: “Señor Jesús, te doy las gracias que estoy en ti y que tu vida está en mí, de manera que tengo todo lo necesario para toda mi vida cristiana. Ahora, Señor, vengo a permanecer en ti, y desde este momento saldré a la vida diaria contando contigo que tú vivas tu vida a través de mí.”
Luego confía en que Él hará su obra, así como el sarmiento cuenta con la vid. Cualesquiera sean tus sentimientos después, ten confianza en Él; por mucho que sea aquello que no alcances a comprender todavía, cuenta con Él. No esperes sentirte diferente. No eres diferente- eres aún un sarmiento de la Vid, tan inútil en ti mismo como siempre lo fuiste. Pero ahora has ocupado tu lugar en Él y Él hará su obra.
Si no has conocido antes lo que significa permanecer en Él, da ese sencillo paso de fe – ahora mismo.
V.
LA LECTURA DE LA BIBLIA Y LA ORACIÓN
Esta parábola contiene muchas lecciones más para nuestra enseñanza, pero para finalizar podemos tocar solamente un punto importante más: el lugar que tienen la Palabra de Dios y la oración en esta vida de estar o permanecer, “en Cristo.” Creo que cuando veamos lo que nos dice el Señor Jesús acerca de esto, comprenderemos que es esencial que el cristiano que está en Cristo dedique diariamente tiempo a la oración y a la lectura y estudio de la Palabra de Dios.
“…todo aquel (pámpano) que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto. Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado”(2-3).
“Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho. En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto..; yo os elegí a vosotros… para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, Él os lo dé”(7-8, 16).
Se podría resumir la enseñanza de estos versículos como sigue:
El cristiano que rinde fruto necesita de continuo ser limpiado por la Palabra para poder llevar más fruto.
Una vida que lleva fruto y que continuamente se limpia, para poder así dar más fruto, es una vida que sabe orar y que ora.
Limpieza por la Palabra
Cuando el sarmiento está en la vid y rinde fruto, el labrador lo limpia, es decir, lo poda. No sé todo lo que hace el viñador para esto; puede ser que se valga de un cuchillo para quitar todo crecimiento que impida que el fruto sea el mejor posible. El Señor Jesús nos dice como Dios limpia a aquellos que permanecen en Él. Lo hace “por la Palabra” (vs. 3). Esto significa que una parte indispensable de la vida fructuosa es el oír (o el leer) la Palabra para que seamos purificados, y para que así llevemos más fruto.
Así como fue necesario que oyeras la Palabra de Dios y que la obedecieras para recibir de Él el perdón de tus pecados y ser colocado en Cristo; y como te fue necesario oír su Palabra y obedecerla para entrar a esta vida de permanencia en Cristo, así también necesitas continuar atento a ella para que el “fruto” se convierta en “más fruto,” para que la vida de Cristo tenga siempre creciente dominio en ti. Fue “por la Palabra” que primero creíste en Cristo, pues no podrías haber creído en aquel de quien no habías oído (Romanos 10:14). Fue “por la Palabra” que llegaste a estar en Cristo, ocupando por sencilla fe el lugar que es tuyo en Él, pues “la fe es por el oír; y el oír por la palabra de Dios” (Rom. 10:17). “Por la Palabra” también Dios limpiará tu vida para que la Vida en ti abunde más y más, y se multiplique el fruto continuamente.
De modo que, así como sin la Palabra nunca hubieras venido a Cristo, y sin ella nunca hubieras alcanzado a estar en Él, tampoco podrás jamás sondear las gloriosas posibilidades de aquella vida maravillosa de Cristo dentro de ti, si no es “por la Palabra.” La lectura de la Palabra de Dios es de vital importancia para tu progreso en esta vida de permanecer en Cristo. Si Satanás puede limitar el fruto de tu vida manteniéndote alejado de la Palabra de Dios, tenlo por seguro que así lo hará. Muchos cristianos que acudieron con gozo cuando oyeron el llamado de Cristo para venir a estar en Él, han ido perdiendo aquella alegría por no haberse dado cuenta de la necesidad de la Palabra de Dios en la vida cristiana. Es “por la Palabra” que Dios, el Gran Labrador, limpiará tu vida “para que lleve más fruto.
Cómo te limpiará
Trataré de darte una idea de cómo resultará esto en tu experiencia. A medida que lees la Palabra de Dios, Él te indicará las cosas que son necesarias para que la vida de Cristo tenga creciente dominio en ti y para que resulte más fruto. No lo hará todo de una vez, sino poco a poco; es un proceso continuo. El labrador vigila el sarmiento continuamente, limpiándolo. Así también el Gran Labrador vela sobre ti todo el tiempo y te llevará a un conocimiento más y más profundo de lo que significa ser un sarmiento en la vid, siempre enseñándote nuevas lecciones y limpiándote para que puedas llevar más fruto. Mientras lees, te irá revelando más de las riquezas que son tuyas en Cristo y responderás creyendo su Palabra y confiando en que Cristo es para ti todo lo que Dios declara de Él.
Te hará ver, a veces, pecados e impedimentos, cosas que debieran ser expuestas a su luz y, luego de ser confesadas, abandonadas; y responderás confesando y dejando el pecado, apropiándote de su promesa de limpieza (Proverbios 28:13; 1 Juan 1:9). Te indicará los deberes descuidados, fracasos de una y otra índole, cosas que Él desea que hagas; y obedecerás sus mandamientos, no confiando en tus propios esfuerzos, sino mirando de nuevo cada vez al Señor Jesús, confiando en que Él, por su Espíritu Santo produzca “así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Fil. 2:13). En una manera semejante a ésta tu vida será continuamente limpiada “por la Palabra.”
Al leer y obedecer así, la Palabra de Dios llegará a ser parte de tu misma vida. Las palabras del Señor Jesús estarán en ti (v. 7), y uno de los resultados será que orarás y obtendrás contestación a tus oraciones. Igual como la lectura de la Palabra, la oración tiene todo que ver con el fruto. Así como Satanás procurará restringir el fruto en tu vida tratando de alejarte de la Palabra, también lo hará intentando de impedirte la oración.
De manera que llegamos a esta conclusión: que una parte esencial de la vida del cristiano que permanece en Cristo es el tiempo dedicado a la oración y a la lectura bíblica. Esta realidad no puede recalcarse nunca demasiado. Debes guardar aquellos intervalos de quietud a solas con Dios y su Palabra: son indispensables.
La importancia del “Tiempo Devocional”
¿Guardas estos momentos de quietud con regularidad? Tal vez te cuentas entre aquellos que objetan: “He probado tantas veces, pero no puedo seguir. Parece no ser de mucha utilidad y rara vez encuentro gozo al hacerlo. A menudo me he sentido inclinado a abandonar y cuando cedo a esta tentación parecería que sigo igual que antes.” Tal actitud se debe a que no has aprendido aún lo que significa permanecer en Cristo. Eres un sarmiento tratando de llevar fruto por sí mismo; no comprendes que es el Señor Jesús quien tiene que hacer todo en ti. Si estás queriendo llevar fruto por ti mismo, y tienes un ‘tiempo devocional’ (porque crees que ésta es una de las cosas necesarias para tal fin), entonces has de encontrar, por cierto, mucha dificultad. Bien puede ser que, prescindiendo de estos ratos a solas con el Señor, no percibas diferencia alguna en los resultados. Un sarmiento que, separado de la vid, tratara de producir frutos por sus propios esfuerzos, resultaría igualmente infructífero, aunque fuera podado por el labrador.
Pero las cosas ya han cambiado para ti. Ahora comprendes que eres sólo un sarmiento y que el Señor Jesús obra por medio de ti; estás confiado en que Él producirá el fruto. Él, pues, te hará comprender la importancia de aquellos momentos de quietud en la presencia suya. No son una carga que has de llevar, ni tampoco un deber, sino un tiempo maravilloso en que Él te acompaña. Designa una hora todos los días para encontrarte con Él y ve a gozar de esos ratos con este pensamiento: “Vengo a encontrarme con Dios, quien anhela estar conmigo. Él está dispuesto a enseñarme y a limpiarme por su Palabra.” Arrodíllate ante Él. Dale las gracias primeramente – por su amor al entregar a Cristo para que muriera por ti, por dignarse a encontrarse contigo y a enseñarte. Ofrécele las gracias por su Espíritu que mora en tu corazón, y ruégale que te enseñe de su Palabra por su Espíritu. Luego lee con cuidado, meditando y aguardando su bendición. No te preocupes si al principio no pareces obtener mucho provecho de la lectura; es de Él la responsabilidad de enseñarte y el hará que entiendas todo lo que sea su voluntad. Confía en Él para que haga su obra, aun cuando parezca lograrse poco. Es Él quien sabe mejor como efectuar su obra de “limpieza,” y al acercarte a Él para que te limpie, ten la seguridad que lo hará.
Luego ora, confiando en que su Espíritu te instruirá en cómo orar. Torna lo que has leído en alabanza y oración. Trae a Él tus tentaciones, dificultades, alegrías, tu trabajo, tus deportes, amigos y todo cuanto te concierna, y déjalo en sus manos. Cada día ocupa de nuevo tu lugar en Cristo, un sarmiento en la vid, dándole las gracias que su poderosa vida de resurrección está en ti y que todo lo que necesitas, lo tienes ya.
¿Tendrás esta cita con Él cada día? Así podrá el Gran Labrador llevar a cabo su obra de limpieza, el “fruto” se convertirá en “más fruto,” y comenzarás a sondear las posibilidades-sin-fin de la vida maravillosa de oración de la cual hablaba el Señor cuando dijo: “Pedid todo lo que queréis, y os será hecho” (v. 7).
Gál. 5:22-23