¿Cómo Anda tu Adoración?

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Por  Jaime van Heiningen

Una respuesta verídica se basa en lo siguiente:
Mi adoración de Dios es una de dos – o es como la de Caín, o es como la de Abel.
La de Caín nunca ‘anda’, aunque para su funcionamiento Caín ponga todo el empeño y el esmero y el sacrificio del mundo.
Causa: ¡No se somete a Dios!
La de Abel siempre anda, aunque los “abeles” de este mundo, concientes de su profunda necesidad, nunca dejan el aprendizaje espiritual.
Causa: ¡Hay una sumisión a Dios que es auténtica!

La adoración de Caín era rechazada; la de Abel era aceptada. En este sobrio relato de Génesis 4 tenemos toda nuestra enseñanza sobre el tema. No podemos dudar de que Adán y Eva hubieran enseñado a sus chicos las lecciones que ellos mismos habían aprendido de forma tan dolorosa. Tampoco tenemos por qué dudar de que Adán y Eva se arrepintieran profundamente de su pecado en primer lugar, confiando en la redención provista por Dios. El hecho de que Él les vistiera con pieles de animal les tiene que haber llegado muy hondamente. Para cubrirles a ellos, la sangre de otro ser viviente tuvo que ser derramada – la primera muerte física de todas. Dios les estaba dando un cuadro de la gran Redención efectuada por la sangre del Cordero, la que se derramaría en Calvario. Además había sido en presencia de ellos que Dios le anunciara a Satanás ¡que su cabeza sería aplastada por la “simiente” de esa mujer!

Pero ni en esta, ni en ninguna otra ocasión, ha tenido la conversión de los padres el efecto “automático” de la conversión de los hijos. Adán y Eva tenían grandes esperanzas en su primogénito. Tal vez estaban cifradas más en el chico que en el Salvador del chico. De todos modos sus esperanzas vinieron abajo – Caín, hecho todo un hombre, no necesitaba ningún sacrificio sangriento. Adorar a Dios, bien, ¡pero tal como a él le pareciera!

“Caín y su culto” – ¡cómo expresan lo que a través de los milenios ha sido el culto-del-hombre, el culto del Alma! Es la ofrenda a Dios de todo lo que sea considerado “lo mejor” – sea en el nivel de emociones y sentimientos, de sabiduría y cultura, de aptitudes y habilidades, de sentidos y sensibilidades, o de devoción y dedicación. Se trata del nivel del “YO”, el nivel del “nosotros” – nosotros podemos, nosotros tenemos, nosotros sabemos,  nosotros ofrendamos, etc. Ese “culto” es tan viejo como Caín y tan moderno como la típica iglesia del siglo 21. Fíjate en esta parte de un anuncio del Internet:

“Ministerio de Adoración y Arte. En la Iglesia Cristiana de O… ¡la música y el arte se enfocan en una sola cosa! ¡Todo tiene que ver con Él! Nos desvivimos por ofrecerle a Dios lo mejor nuestro y todo lo que hacemos es para Él y tiene que ver con Él… Drama también puede tener un rol importante en reforzar la experiencia de la adoración. Siempre estamos buscando a los que tengan habilidades teatrales y un deseo de usar su talento para que lleguen a formar parte de nuestro equipo de drama… Al presente estamos utilizando a técnicos de la media y del vídeo, junto a expertos de audio, en cada uno de nuestros cultos de adoración.”

Es útil recordar que un descendiente directo de Caín, todavía en el mismo capítulo de Génesis 4, Jubal, el padre de la música, era también el “padre” de mucho de lo que en el día de hoy es considerado “indispensable” para adorar a Dios de manera correcta. Es verdad que tanto la música, como las habilidades para producirla, son dádivas maravillosas de Dios al hombre. Pero tan pronto como la música, o cualquier otra “cosa”, sea estimada apta para ser ofrecida a Dios en adoración, o como parte de adoración, estamos  echando mano de nuestro “becerro de oro”.

El oro de que estaba hecho ese becerro era una dádiva maravillosa de Dios, los talentos increíbles que supieron moldear el becerro en medio del desierto, también habían sido dados por Dios. Pero ni una cosa, ni otra, pudo ser sustituto o suplemento para la verdadera adoración de Yahvé. Ese becerro de oro, tan admirable, tuvo que ser pulverizado antes de que se pudiera pensar en una vuelta a la adoración verdadera.

El culto de Caín es rechazado por Dios – completamente. Caín se dio cuenta y no le gustó la idea para nada. La percepción aguda de Caín forma un vivo contraste con la nuestra. Tantos siglos de tradiciones eclesiásticas han empañado nuestro poder perceptivo de lo que Dios esté realmente buscando – ni percibimos ya lo que sencillamente no puede ofrecerse a Él. Y seguimos, tan campantes…

Pero Dios no ha cambiado, todavía rechaza los productos del Hombre – los productos de esas manos y de ese alma. Están manchados por el pecado y carcomidos – son los “trapos de inmundicia” de nuestros propios logros (Is. 64:6). “El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos humanas, ni es honrado por manos de hombres…” (Hch. 17:24-25). No es de maravillar que Pablo, en Filipenses 3, sin contemplaciones consigne todo lo primoroso de su vida pasada a la basura. Eran las cosas que siempre había estado ofreciendo a Dios.

Lo que Jesús decía de Israel, ¿no lo diría de una gran parte del cristianismo? “Este pueblo de labios me honra, mas su corazón está lejos de mí. Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas mandamientos de hombres” (Mr. 7:6-7).

Saulo de Tarso, tan religioso, tan lleno de su “culto”, por fin, en el camino a Damasco, se deja derribar. Por primera vez llega a adorar de verdad, rechazando toda la maraña de Caín. Por primera vez se ve a sí mismo tal como es – ve al Cordero que fue inmolado por él. Por fe Saulo adora como Abel.

Otro Saulo anterior, el rey Saúl, también profesó cambiar, pero quedó en la “profesión”. En dos ocasiones David, el perseguido, le reclamaba, diciendo en efecto: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” Parecía que el rey Saúl volviera en sí, pero no, seguía sus andanzas igual como antes. Ahora, en el camino a Damasco es el Hijo de David el que clama al hijo de Saúl. Y este Saulo no sólo vuelve en sí, también llega al final de sí mismo – su “YO” es derrumbado. ¡Eso, y sólo eso, constituye la base para una adoración aceptable!

Y decía a todos: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame (Lc. 9:23).

La conversación que Jesús tiene con la mujer samaritana, trata del tema de la adoración – de la que es aceptable para Dios. Concretamente, entre tantas maneras de adorar, dos son mencionadas, la israelita, basada en lo que sabían los judíos del Antiguo Testamento, y la samaritana que no tenía tal fundamento. Luego Jesús aclara que esos dos cultos, en buena parte “físicos”, serían sustituidos por un solo culto válido – válido para Dios y para todos sus verdaderos adoradores. Jesús, el Enviado del Padre, anuncia que, a partir de una “hora” próxima, se efectuaría ese tremendo cambio. Ya no valdría ninguna adoración física. La única válida, desde ahora, sería la espiritual:

“Mujer, créeme, que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos; porque la salvación viene de los judíos. Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren” (Juan 4).

Cuando Pablo escribe a los filipenses (cap. 3) sobre su nueva vida, pero contra el fondo de la vieja, lo hace caracterizándola por lo que es la “adoración”. No precisamente sobre la vieja adoración-según-el-alma, la adoración carnal y física. Al contrario, la vida del creyente se caracteriza por la adoración espiritual: “Nosotros… los que en espíritu servimos (o adoramos) a Dios y nos gloriamos en Cristo Jesús, no teniendo confianza en la carne”.
No hacía falta hacerles memoria a sus queridos amigos de Filipos de las horribles circunstancias del calabozo-de-más-adentro adonde había sido echado con Silas. ¿Cómo iban a olvidarlo si el mismo carcelero, el que se convirtió y se bautizó aquella noche con toda su familia, estaba allí entre ellos (Hch. 16)? Sobre todo se acordarían como, en medio de tales circunstancias – las más desesperantes imaginables – una sencilla y gozosa adoración puede todavía ofrecerse a Dios. Esa adoración debía de ‘resonar’ aún en muchos oídos en Filipos.

Aquel que ahora les escribe sobre la adoración que es “espiritual”, no carnal, ¡les escribe desde otra cárcel..! Esta vez se trata de una cárcel romana. De nuevo es la adoración-estilo-Abel la que sube a Dios victoriosa, aunque cercada por todas partes por la adoración-estilo-Caín de la capital del mundo. “Por la fe Abel ofreció a Dios más excelente sacrificio que Caín, por lo cual alcanzó testimonio de que era justo, dando Dios testimonio de sus ofrendas; y muerto, aún habla por ella” (Hb. 11:4).

En cuanto a Pablo, o cualquier otro creyente, no puede contemplarse otra cosa. La voz del cielo lo dijo todo: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” (Mt. 3:17). Cualquier adoración o culto que sea algo menos que entrega total a ÉL, no es adoración cristiana. No puede complacer a Dios, aunque acondicionada con lindos presentes y grandes sacrificios – ¡es rechazada! “El sacrificio de los impíos es abominación al Señor; mas la oración de los rectos es su gozo” (Pr. 15:8).

Josué en su día estaba rodeado de debilidad, indiferencia e indecisión, pero su voz sonó alta y clara – ¡qué para nosotros también sea nada menos que un llamado de clarín!

“¡Yo y mi casa serviremos al Señor!” (Jos. 24:15).

¿Pero qué realmente es el contenido de la adoración, de la adoración espiritual, es decir, ahora en este tiempo presente, en este mundo actual? ¿No sigue siendo, sencillamente, lo que el Salvador enseñara a sus discípulos – el buscar primeramente el Reino de Dios? ¡La adoración verdadera no es más que una sumisión verdadera a aquel Rey! En otras palabras, aunque nuestra boca quede en silencio, lo que Dios está esperando de lo más profundo de nuestro ser es esto: “Santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad” (Mt. 6:9-10, 33). ¡Un compromiso total!

Respecto a aquel día futuro, Juan, en el capítulo de la adoración celestial, en Apocalipsis 5, ve un Trono y en medio ve “un Cordero como inmolado”. Luego describe la adoración rendida por los incontables millones de corazones que rodean aquel Trono. No hay nada artificial, nada deficiente, nada indigno, nada disonante. Y todo está en completa armonía con el corazón de Dios:

“¡Digno eres.., porque fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación; y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes..!”

Mientras que así se describe aquel día futuro, para hoy la invitación sigue en pie:

“Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt. 18:20).

¿Estuviste hoy en la presencia del Rey? ¿Ya le adoraste en espíritu y en verdad?