¿Debe el Cristiano Guardar el Sábado?

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Donaldo Harris 

Con cierta frecuencia se oye esta pregunta y el cristiano verdadero que conoce su Biblia debe poder contestarla en el espíritu de
1ª Tesalonicenses 5:21, 2ª Timoteo 2:15 y 1ª Pedro 3:15.

“Examinadlo todo; retened lo bueno.”
“Como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad.”
“Estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros.”

En cualquier estudio concienzudo es sumamente importante definir las palabras claves o términos más importantes, porque si no hay acuerdo sobre su significado (si el que escribe y el que lee las entiende e interpreta en forma distinta o aun contraria) entonces resulta en vano la investigación.

Índice:
1. ¿QUE SIGNIFICA LA VOZ “SÁBADO”?
2. ¿QUÉ SE DEBE ENTENDER POR “GUARDAR”?
3. ¿CUÁNDO Y A QUIÉNES FUE DADA LA LEY DE GUARDAR EL SÉPTIMO DÍA?
4. ¿QUÉ NOS ENSEÑA EL SÉPTIMO DÍA DE LA CREACIÓN?
5. ¿GUARDARON LOS PATRIARCAS EL SÉPTIMO DÍA?
6. ¿POR QUÉ NO HUBO LEY DEL SÁBADO HASTA QUE EXISTIERA UNA NACIÓN REDIMIDA?
7. ¿GUARDÓ EL SEÑOR JESÚS EL SÁBADO?
8. ¿GUARDÓ EL APÓSTOL PABLO EL SÁBADO?
9. ¿QUÉ DICE EL NUEVO TESTAMENTO SOBRE EL PRIMER DÍA DE LA SEMANA?
10. ¿QUÉ RELACIÓN HAY ENTRE EL CRISTIANO Y LA LEY?
11. ¿APARECEN LOS DIEZ MANDAMIENTOS EN LAS EPÍSTOLAS DEL NUEVO TESTAMENTO?
12. CONCLUSIONES

Apéndice:
¿QUÉ DEL DOMINGO?
RAZONES
UN PRÓXIMO “DÍA DEL SEÑOR”
EL DOMINGO EN LA PRÁCTICA

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La palabra “sábado” viene de la voz hebrea “shabbath” en el Antiguo Testamento y de la voz griega “sabbaton” en el Nuevo Testamento. Shabbath y sabbaton significan cesar de trabajar, un intermedio, reposar después de un período de actividad, dejar de obrar. “Sábado” en español, “sabbath” en inglés, “sabbat” en francés, y “sabbatum” en latín no son una traducción de shabbath y sabbaton, sino la transliteración, o sea la representación de las letras o el sonido de una lengua por las letras y el sonido de otra. Todas las autoridades bíblicas están de acuerdo sobre lo anterior (y tenemos que reconocer que los responsables de la versión Reina-Valera de las Escrituras de 1960, y posteriores, tuvieron – y tienen – razón en poner “día de reposo”, o “día de descanso” en vez de “día de sábado” o “sábado”).

Es muy importante notar que en la Biblia Dios mandó guardar no solamente el sábado (reposo) del séptimo día, sino también otros sábados. Leemos en Levítico capítulo 23:

“Y habló el SEÑOR a Moisés, diciendo: ‘Habla a los hijos de Israel y diles: En el mes séptimo, al primero del mes tendréis día de reposo (sábado), una conmemoración al son de trompetas, y una santa convocación. Ningún trabajo de siervos haréis; y ofreceréis ofrenda encendida al SEÑOR’” (23-25).

Observamos, pues; que la fiesta de las trompetas fue un “sábado”, celebrado el primero del mes séptimo.

“También habló el SEÑOR a Moisés, diciendo: ‘A los diez días de este mes séptimo será el día de expiación; tendréis santa convocación, y afligiréis vuestras almas, y ofreceréis ofrenda encendida al SEÑOR… Día de reposo (sábado) será a vosotros, y afligiréis vuestras almas, comenzando a los nueve días del mes en la tarde; de tarde a tarde guardaréis vuestro reposo (sábado)’” (26-27, 32).

Luego, el día de las expiaciones fue también un “sábado”, celebrado el 10 del mes séptimo:

“Y habló el SEÑOR a Moisés, diciendo: ‘Habla a los hijos de Israel y diles: A los quince días de este mes séptimo será la fiesta solemne de los tabernáculos al SEÑOR por siete días. Pero a los quince días del mes séptimo, cuando hayáis recogido el fruto de la tierra, haréis fiesta al SEÑOR por siete días; el primer día será de reposo, y el octavo día será también día de reposo’”(33-34, 39).

La fiesta de los tabernáculos (o cabañas), y la presentación de los primeros frutos de la cosecha, se llamó también un “sábado”, celebrado el quince del mismo mes.

¿Cómo se explica que los días 1, 10, 15, y 23 del mismo mes se llamen sábados? ¿Y que el primer día será sábado, igualmente como el octavo día?

En Éxodo 31:13 Dios habló diciendo: “En verdad vosotros guardaréis mis días de reposo (sábados)” – en plural – de manera que si uno va a guardar el sábado según la Biblia, no se limita al séptimo día de la semana. Además, en Levítico 25:1-7 vemos que aun la tierra tenía su sábado (reposo) cada siete años. “Pero el séptimo año la tierra tendrá descanso, reposo (sábado) para el SEÑOR; no sembrarás tu tierra, ni podarás tu viña. Lo que de suyo naciere en tu tierra segada, no lo segarás, y las uvas de tu viñedo no vendimiarás; año de reposo (sábado) será para la tierra.”

Lo importante entonces no era el DIA, sino el REPOSO. En el Antiguo Testamento encontramos la palabra “sábado” 75 veces; en unas 35 ocasiones se refiere a los sábados ceremoniales de días especiales de fiesta u ofrenda, y en las otras cuarenta se refiere al sábado del séptimo día.

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La Biblia enseña claramente la forma en que debía ser guardado el sábado del séptimo día. Al leer las siguientes citas: Éxodo 16:23-30; 20:8-11; 31:12-17; 35:1-3; Levítico 23:28-32; 26:33-35; Números 15:32-36; y Jeremías 17:21-27, podemos enumerar algunos requisitos:

a) Se celebraba desde el viernes a las seis de la tarde hasta el sábado a las seis de la tarde.
b) Durante estas 24 horas los israelitas tenían que permanecer encerrados en sus casas. Era un día de reposo absoluto: “Mirad que el SEÑOR os dio el día de reposo, y por eso en el sexto día os da pan para dos días. Estése, pues, cada uno en su lugar, y nadie salga de él en el séptimo día”. No era día de reuniones o fiestas.
c) No podían hacer trabajo alguno, ni tampoco hacer trabajar a sus bestias, ni a ninguna persona que se encontraba hospedada con ellos. Se prohibía encender fuego.
d) El profanar el sábado del séptimo día traía consigo un castigo muy duro.
Para el individuo: leemos de un hombre que fue apedreado y matado por recoger leña en día sábado.
Para la nación: el cautiverio y exilio fueron resultados directos de su desobediencia a esta ley (Lev. 26:34-35; Ez. 22:8, 26, 31).
Aceptar el día, porque Dios lo exige, significa aceptar todas sus exigencias, no sólo lo que guste.

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La primera vez que se menciona en la Biblia la palabra “sábado” es en Éxodo, capítulo 16, cuando, después de su murmuración, fue dado al pueblo de Israel el maná. Moisés les dijo: “Esto es lo que ha dicho el SEÑOR: ‘Mañana es el santo día de reposo, el reposo consagrado al SEÑOR; lo que habéis de cocer, cocedlo hoy, y lo que habéis de cocinar, cocinadlo; y todo lo que os sobrare, guardadlo para mañana’. Y ellos lo guardaron hasta la mañana, según lo que Moisés había mandado, y no se agusanó, ni hedió. Y dijo Moisés: ‘Comedlo hoy, porque hoy es día de reposo para el SEÑOR; hoy no hallaréis en el campo. Seis días lo recogeréis; mas el séptimo día es día de reposo; en él no se hallará’. Y aconteció que algunos del pueblo salieron en el séptimo día a recoger, y no hallaron. Y el SEÑOR dijo a Moisés: ‘¿Hasta cuándo no querréis guardar mis mandamientos y mis leyes? Mirad que el SEÑOR os dio el día de reposo, y por eso en el sexto día os da pan para dos días. Estése, pues, cada uno en su lugar, y nadie salga de él en el séptimo día’. Así el pueblo reposó el séptimo día” (23-30).

Cuando Dios bajó al monte de Sinaí para hablar con Moisés, fue incluida la ley del sábado del séptimo día en los diez mandamientos: “Y habló Dios todos estas palabras, diciendo: ‘Yo soy el SEÑOR tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre… Acuérdate del día de reposo para santificarlo. Seis días trabajarás, y harás toda tu obra; mas el séptimo día es reposo para el SEÑOR tu Dios; no hagas en él obra alguna, tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu criada, ni tu bestia, ni tu extranjero que está dentro de tus puertas. Porque en seis días hizo el SEÑOR los cielos y la tierra, el mar, y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el séptimo día; por tanto, el SEÑOR bendijo el día de reposo y lo santificó’” (Ex. 20:1-2, 8-11).

Que la ley del sábado del séptimo día tuvo su principio en Éxodo 16 y 20, y que fue exclusivamente para el pueblo de Israel, incorporada en los diez mandamientos, es obvio al ver otros pasajes bíblicos, a saber: “Y sobre el monte de Sinaí descendiste, y hablaste con ellos desde el cielo, y les diste juicios rectos, leyes verdaderas, y estatutos y mandamientos buenos, y les ordenaste el día de reposo santo para ti, y por mano de Moisés tu siervo les prescribiste mandamientos, estatutos y la ley” (Neh. 9:13-14).

“Los saqué de la tierra de Egipto, y los traje al desierto, y les di mis estatutos, y les hice conocer mis decretos, por los cuales el hombre que los cumpliere vivirá. Y les di también mis días de reposo, para que fuesen por señal entre mí y ellos, para que supiesen que yo soy el SEÑOR que los santifico” (Ez. 20:10-12).

          “Habló además el SEÑOR a Moisés, diciendo: ‘Tú hablarás a los hijos de Israel, diciendo: En verdad vosotros guardaréis mis días de reposo; porque es señal entre mí y vosotros por vuestras generaciones, para que sepáis que yo soy el SEÑOR que os santifico. Así que guardaréis el día de reposo, porque santo es a vosotros; el que lo profanare, de cierto morirá; porque cualquiera que hiciere obra alguna en él, aquella persona será cortada de en medio de su pueblo. Seis días se trabajará, mas el día séptimo es día de reposo consagrado al SEÑOR; cualquiera que trabaje en el día de reposo, ciertamente morirá.’ Guardarán, pues, el día de reposo los hijos de Israel, celebrándolo por sus generaciones por pacto perpetuo. Señal es para siempre entre mí y los hijos de Israel; porque en seis días hizo el SEÑOR los cielos y la tierra, y en el séptimo día cesó y reposó” (Ex. 31:12-17).

El sábado, pues, es una señal y un pacto perpetuo entre Dios e Israel. Nunca fue dado a los gentiles, ni mucho menos a la iglesia. El no comprender las tres divisiones que hace Dios de la humanidad: 1. judíos, 2. gentiles, y 3. la iglesia de Dios (1ª Co. 10:32), da lugar a mucha confusión.

Durante todo el período de Moisés a Cristo, la ley del sábado estaba en vigor. En medio de la dispensación de la ley, Oseas profetizó: “Haré cesar todo su gozo, sus fiestas, sus nuevas lunas y sus días de reposo (sábados), y todas sus festividades” (Os. 2:11). Toda profecía bíblica tiene su cumplimiento. ¿A qué tiempo se refiere Oseas? Se refiere a cuando Israel rechazó a Cristo y Dios dejó a Israel como nación, como su pueblo, por un tiempo. “Y dijo Dios: ‘Ponle por nombre Lo-ammi, porque vosotros no sois mi pueblo, ni yo seré vuestro Dios’” (Os. 1:9). Este misterio se explica mejor en Romanos capítulos 9 a 11, y Hechos 15:13-18. Sin embargo, según la Biblia, habrá una restauración de Israel como el pueblo de Dios, después del “arrebatamiento” de la Iglesia. Durante la “gran tribulación” el sábado volverá a ser prominente (Mt. 24:20), y los profetas hacen hincapié en que en el milenio se guardará el sábado (Is. 66:23; Ez. 46:1).
El sábado es un pacto perpetuo, sí, ¡pero con Israel!

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La primera vez que se menciona el reposo, se enuncia también el reposo como principio; un principio que se desarrolla ordenadamente a través de toda la Biblia. (En el capítulo 6 se explica este tema ampliamente).

Comenzando con su propia obra de creación, Dios indicó que la séptima parte de todo tiempo fuese santificada, o separada, para reposar. Más tarde, Él dio a Israel la ley, incluyendo el sábado del séptimo día, y el sábado del séptimo año para la tierra. Leemos en Génesis 2:2-3: “Y acabó Dios en el día séptimo la obra que hizo; y reposó el día séptimo de toda la obra que hizo. Y bendijo Dios al día séptimo, y lo santificó, porque en él reposó de toda la obra que había hecho en la creación.”
¿Acaso se sintió Dios fatigado? ¡Tal pensamiento sería ridículo! No, no fue descanso por fatiga, sino un reposo de satisfacción, un intermedio para contemplar la perfección de su obra, y esto nos da la pauta para poder comprender la voluntad de Dios revelada a través de la Biblia al dar a los hombres un sábado, un reposo. Es una figura del reposo en Cristo, la sombra de lo por venir (Col. 2:17). Indudablemente, es uno de los detalles que el Señor Jesús enfocaría, cuando, camino a Emaús, declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían (Lc. 24:27). Al hablar del reposo de la creación, la Biblia no dice que el hombre lo aprovechó. Al contrario, el hombre se rebeló contra Dios y entró el pecado con todo su desasosiego.

 

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Desde Adán hasta Moisés pasan miles de años de la historia humana sin que se mencione jamás en la Biblia sábado alguno. Ni Adán, ni Abel, ni Set, ni Enoc, ni Noé, ni Abraham, ni Isaac, ni Jacob, ni José o los demás hijos de Jacob, ni ningún otro personaje de aquella época jamás guardó el sábado. Aunque Dios mismo reposó en el séptimo día, no mandó a ninguno hacerlo hasta que dio la ley a Israel a través de Moisés. Es más, en el libro de Job leemos de la vida religiosa y las experiencias del tiempo de los patriarcas, incluyendo sus diversas responsabilidades delante de Dios, sin embargo, no se hacen referencia ni alusión alguna a la obligación de guardar el sábado. Considerando la importancia que más tarde tuvo el sábado para el pueblo de Israel, tal omisión sería inexplicable si el sábado tuviera aplicación a los patriarcas. Es posible que ellos, sí, descansaran un día en cada siete por necesidad física, pero no existía ninguna ley bíblica al respecto.

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La ley del sábado se estableció después de que Israel tomó la forma de nación redimida. El silencio sobre el sábado desde Adán hasta Moisés, aparentemente, presenta una seria dificultad. Sin embargo, visto como una “sombra de lo por venir”, este silencio deja de ser una dificultad y se convierte en la clave del asunto.

Dios tiene un solo camino para restaurarnos a la comunión con Él, y concedernos el reposo. Este camino es Cristo (Jn. 14:6; Hb. 4). Así como el sacrificio de Cristo nos da el derecho de entrar en el reposo de Dios, de la misma manera el pueblo de Israel tuvo un sacrificio, la del cordero cuya sangre fue derramada, para que recibiera su sábado, su reposo (Éx. 12-16). Era a UN PUEBLO REDIMIDO que vino el mandamiento: “Acuérdate del día de reposo para santificarlo” (Ex. 20:8). Se expresa aun más claramente en Deuteronomio 5:15: “Acuérdate que fuiste siervo en tierra de Egipto, y que el SEÑOR tu Dios te sacó de allá con mano fuerte y brazo extendido; por lo cual el SEÑOR tu Dios te ha mandado que guardes el día de reposo.”

El cordero había sido inmolado, su sangre puesta en los dos postes y en el dintel de las casas israelitas en Egipto (Éx. 12), luego el SEÑOR sacó con gran poder a su pueblo redimido (Éx. 14), ellos cantaron el cántico de los redimidos (Éx. 15), para luego entrar en experiencias básicas de una nueva vida y del poder y de la gracia de Dios (Éx. 15:22-27). Entonces, el SEÑOR les dio el maná, figura de Cristo, el dador y sustentador de la vida (Éx. 16).

“Porque el pan de Dios es aquel que descendió del cielo y da vida al mundo… Vuestros padres comieron el maná en el desierto, y murieron. Este es el pan que desciende del cielo, para que el que de él come, no muera. Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo” (Jn. 6:33, 49-51).

Entonces, y solamente entonces, repetimos, por primera vez en la Biblia, fue instituido el sábado (Éx. 16), tipo del reposo que sigue a la redención y se basa en ella. ¡Dios no pidió que guardaran el sábado para que fuesen redimidos, sino porque ya eran redimidos! Por eso, fue instituido como señal entre Dios y su pueblo (Dt. 5:15; Ez. 20:10-12).

Entran en el verdadero reposo de Dios solamente los que descansan en el sacrificio de Cristo, el Cordero de Dios, y tienen redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia (Ef. 1:7). ¿Queremos tener paz con Dios y reposo para el alma? Escuchemos estas palabras alentadoras: “Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado. Bienaventurado el hombre a quien el SEÑOR no culpa de iniquidad, y en cuyo espíritu no hay engaño” (Sal. 32:1-2). Así escribió el rey David. El apóstol Pablo afirma: “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Ro. 5:1).

Jamás puede uno entrar por las obras en el reposo de Dios: “Porque el que ha entrado en su reposo, también ha reposado de sus obras, como Dios de las suyas” (Hb. 4:10). Este es el principio de Génesis 2:1-2 visto a través de toda la Biblia. El reposo de Dios lo tiene aquel que confía en la obra redentora de Cristo y renuncia a todas sus propias obras. Nuestras mejores obras, si las presentamos como méritos para obtener la salvación de nuestras almas, son declaradas por Dios como obras muertas (Hb. 9:14) y trapo de inmundicia (Is. 64:6). La salvación de nuestras almas es por la gracia y no por las obras (Ef. 2:8-9) y el sábado dado a Israel subraya también este punto como sombra, o tipo, del reposo en Cristo.

En Números 15:32-36 leemos de un hombre que fue apedreado por recoger leña en el día del sábado. Éxodo 31:15 dice que cualquiera que hiciere obra el día del sábado, morirá ciertamente. En Jeremías 17:21-22, 27 leemos: “Así ha dicho Jehová: ‘Guardaos por vuestra vida de llevar carga en el día de reposo, y de meterla por las puertas de Jerusalén. Ni saquéis carga de vuestras casas en el día de reposo, ni hagáis trabajo alguno, sino santificad el día de reposo, como mandé a vuestros padres… Pero si no me oyereis para santificar el día de reposo, y para no traer carga ni meterla por las puertas de Jerusalén en día de reposo, yo haré descender fuego en sus puertas, y consumirá los palacios de Jerusalén, y no se apagará.’”

¿Por qué tanto énfasis en la prohibición de hacer trabajo alguno en el día de sábado, al punto de fijar la muerte como pena por la desobediencia? El Espíritu Santo de Dios en su inmutable enseñanza a través de la Biblia nos está diciendo que la paga para el que confía en las obras de la ley es la maldición, siendo una ofensa a Dios, y que su reposo no se liga a las obras. ¡Por las obras de la ley nadie se justificará delante de Dios! Todo esto se confirma en Gálatas 2:16, 21 y 3:10. El reposo de Dios para Israel (Éx. 16) fue concedido por gracia (Éx. 19:4) aun antes de establecerse la ley (Éx. 20). Hoy en día las personas que muestran en sus vidas paz con Dios y reposo del alma, son personas salvadas por gracia quienes han abandonado el “mérito” de sus propias obras y reposan en el sacrificio perfecto de Cristo.

Aun hay otra enseñanza típica en el sábado dado a Israel. Se puede decir que la sangre de Cristo basta para el perdón de nuestros pecados (Ef. 1:17); sin embargo, necesitamos algo más. Precisamos de fortaleza para poder vivir una vida nueva y la tenemos en Cristo crucificado, resucitado y ensalzado a la diestra de Dios (Ro. 5:10). ¡Con cuánta claridad vemos todo esto en la institución del sábado! Primero fue degollado el cordero para la redención del pueblo; luego empieza la marcha con Dios a través del desierto. En seguida, les es dado el maná, vida de arriba, para que luego experimenten el sábado, figura del reposo divino.

Este es el orden divino: (1) Redención, (2) Nueva Vida, (3) Reposo: todo por gracia sin obras. Llegando al Nuevo Testamento y después de haberse consumado la obra redentora del Señor Jesucristo, hallamos palabras muy importantes en Hebreos capítulo cuatro. La lectura cuidadosa, o aún casual de este capitulo, establece claramente que tal principio del reposo espiritual, instituido por Dios mismo en Génesis 2 y revelado a Israel de Éxodo 16 en adelante, era y aun es lo que Dios quiere para su pueblo. Sin embargo, Israel nunca lo llegó a disfrutar. Ni Josué ni David pudieron introducirlos a este reposo (Hb. 4:6-8), prefigurado por el reposo de Dios después de la creación (4:3-4). No obstante, “queda un reposo (sabbaton en griego) para el pueblo de Dios” (4:9) basado en la obra terminada de Cristo. Y “el que ha entrado en su reposo, también ha reposado de sus obras, como Dios de las suyas” (4:10). El ejemplo perfecto de este reposo es Dios mismo y cuando el hombre confía en Él y la provisión perfecta de salvación por la obra redentora de Cristo, participa del reposo verdadero.

Para no extendernos demasiado, no vamos a considerar todas las citas bíblicas referentes al sábado, pero si lo hiciéramos, encontraríamos dos cosas fundamentales, a saber:

(1) Dios dio el sábado del séptimo día SOLAMENTE a Israel. Nunca fue dado a los gentiles, ni mucho menos a la iglesia.
(2) Todas las referencias al sábado expresan alguna sombra o figura del reposo perfecto en Cristo, “porque el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree” (Ro. 10:4).

Diagrama de lo que es el “tiempo”: entre la Creación y la Consumación de todas las cosas. Vea el apéndice.

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 “Oh amados, no ignoréis esto: que para con el Señor un día es como mil años, y mil años como un día” (2ª P. 3:8).

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Por supuesto que ¡sí! Nació bajo la ley (Gál. 4:4) y como Mesías, reconoció la obligación del sábado sobre la nación de Israel. “Vino a Nazaret, donde se había criado; y en el día de reposo entró en la sinagoga, conforme a su costumbre, y se levantó a leer… y les enseñaba en los días de reposo” (Lc. 4:16, 31). Así dio el Señor viva expresión al hecho de que Dios hizo del día del reposo un medio de bendición: “El día de reposo fue hecho por causa del hombre, y no el hombre por causa del día de reposo” (Mr. 2:27). Mientras Dios trataba con los judíos como pueblo suyo, Cristo reconoció sus obligaciones a TODA la ley. Es más, Él es el único que ha guardado cabalmente toda la ley de Dios. Sólo Él pudo afirmar con verdad: “El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y tu ley está en medio de mi corazón” (Sal. 40:8).

Los fariseos y escribas habían convertido el día sábado en una pesadilla de 1.512 reglamentos, trivialidades, prohibiciones, y ritos basados en tradiciones que nada tenían que ver con el verdadero espíritu del día. Trataron de comprimir en un día, el séptimo, toda su religión de obras y méritos propios, sin importarles su conducta el resto de la semana. Esto es lo que ocasionó la reprensión tan severa del Señor sobre ellos (Mt. 23). Cristo rechazó abiertamente el legalismo judaico con respecto al sábado.

Es maravilloso observar cómo el Señor Jesús dio a entender que el sábado, como sombra, halló su cumplimiento en Él. En el evangelio de Mateo, Cristo es presentado como el Mesías Rey, pero en el capítulo 11 es rechazado definitivamente por el pueblo de Israel. El apóstol Juan afirma lo mismo: “A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron” (Jn. 1:11). “Entonces comenzó a reconvenir a las ciudades en las cuales había hecho muchos de sus milagros, porque no se habían arrepentido” (Mt. 11:20). Este es un punto decisivo. En seguida (Mt. 11:28), Él se presenta como el sábado verdadero, el reposo de Dios, diciendo: “Venid a mi TODOS los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar”. De allí en adelante el Señor hace una serie de milagros en el día de sábado (ver Mt. 12:1-14; Mr. 2:23-28; 3:1-6; Lc. 6:1-11; 13:10-17; 14:1-6; Jn. 5:1-18; 7:22-23; 9:1-38) y afirma: “El Hijo del Hombre es Señor del día de reposo” (Mt. 12:8; Mr. 2:28; Lc. 6:5), aunque la inmensa mayoría de los líderes se enfurecía contra él por “profanar” el sábado.

Es notable ver que desde el tiempo en que el Señor Jesús fue rechazado por el pueblo de Israel, empiezan estos conflictos con ellos sobre el sábado. Sin embargo, de esto obtenemos una gran enseñanza. Por ejemplo, el enfermo de Betesda, en Juan 5, yacía incapacitado por el mismo número de años (38) que Israel había errado en el desierto (Dt. 2:14-16). Más de 1.900 sábados habían pasado en la vida de este pobre paralítico sin que le hubieran servido de nada. De repente, pasa por allí el Señor del sábado y le dice: “¡Levántate!” Pero no sólo eso, sino: “Toma tu lecho y anda. Y al instante aquel hombre fue sanado, y tomó su lecho, y anduvo. Y era día de reposo aquel día” (Jn. 5:8-9). El mismo Señor que dijo en Jeremías 17:21, “Guardaos… de llevar carga en el día de reposo”, ahora dice, “Toma tu lecho y anda”. Todos los sábados en Israel eran solamente la sombra de lo que había de venir. La realidad se encarna en Cristo. Y se ve con meridiana claridad como el guardar-el-sábado-según-la-ley fue suspendido una vez que Cristo, el Mesías, fue rechazado por Israel.

Algunos afirman que porque el Señor Jesús asistía a la sinagoga en día de sábado, ahora los cristianos tienen que seguir su ejemplo y guardar el sábado. Es cierto que el Señor guardó toda la ley; inclusive, comió la pascua antes de ser crucificado, la última vez que fue celebrada legítimamente dicha fiesta. En seguida instituyó la Cena del Señor para la iglesia. ¿Acaso hay cristianos verdaderos que sigan el ejemplo del Señor y celebren hoy la pascua? ¡Por supuesto que no! Celebramos la Cena del Señor. Después de su resurrección y durante los cuarenta días en que aparecía a sus discípulos, hablándoles del reino de Dios, ¿guardó el Señor Jesús el sábado del séptimo día? ¡Evidentemente no lo hizo! Se reunía con los suyos el primer día de la semana (Jn. 20:19, 26).

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Antes de su conversión, cuando era fariseo y buen judío religioso, por supuesto que sí. En seguida algunos afirmarán que Pablo siempre guardaba el sábado del séptimo día ya que el libro de los Hechos relata varias veces que razonaba con los judíos y predicaba a Cristo en las sinagogas en día de sábado. Claro está que entró en la sinagoga el día de sábado; sin embargo, en ninguno de los casos estaba visitando una iglesia de creyentes, sino una sinagoga de judíos inconversos. Pablo no partió el pan con ellos, ni tenía comunión con ellos alrededor de la persona de Cristo, porque no creían en Él. Se juntaba con los judíos en la sinagoga el día de sábado por la sencilla razón de que ese era el lugar ideal para alcanzar al mayor número de ellos con la predicación del evangelio. La táctica era de entrar en la sinagoga los sábados y predicar el fin de la ley como base para justificación delante de Dios. Un ejemplo tenemos en Hechos 13:39: “Y que de todo aquello de que por la ley de Moisés no pudisteis ser justificados, en él es justificado todo aquel que cree”. Al predicar el fin de la ley, predicaba también la salvación por gracia. Esa táctica fue la mejor manera de tener contacto con el mayor número de judíos y cumplir así con la primera parte de la comisión del Señor: “Al judío primeramente…” (Ro. 1:16).

También esto explica lo dicho por Pablo mismo: “Por lo cual, siendo libre de todos, me he hecho siervo de todos para ganar a mayor número. Me he hecho a los judíos como judío, para ganar a los judíos; a los que están sujetos a la ley (aunque yo no esté sujeto a la ley) como sujeto a la ley, para ganar a los que están sujetos a la ley” (1ª Co. 9:19-20). Con claridad cristalina se ve como Pablo, constreñido por el amor de Dios, hacía todo lo posible por ganar a sus compatriotas para Cristo, aun juntándose con ellos en la sinagoga el día de sábado. Sin embargo, asistió con un solo propósito: predicar a Cristo. Los judíos que creían se separaban de la sinagoga y de su reunión de sábado para juntarse con los cristianos:

“Llegaron a Tesalónica, donde había una sinagoga de los judíos. Y Pablo, como acostumbraba, fue a ellos, y por tres días de reposo discutió con ellos, declarando y exponiendo por medio de las Escrituras, que era necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos; y que Jesús, a quien yo os anuncio, decía él, es el Cristo. Y algunos de ellos creyeron, y se juntaron con Pablo y con Silas…” (Hch. 17: 1-4). Esto no podría ser más claro.

Cuando Pablo quería juntarse en comunión con los cristianos, lo hacía en el día primero de la semana: “El primer día de la semana, reunidos los discípulos para partir el pan, Pablo les enseñaba, habiendo de salir al día siguiente…” (Hch. 20:7). En el versículo anterior leemos que Pablo y sus compañeros de viaje esperaron toda una semana allí en Troas con el fin de estar con los hermanos el día primero de la semana y celebrar la Cena del Señor. Pablo también aprovechó la ocasión para predicar. Con la urgencia que tenían de llegar a Jerusalén, ¿por qué no aprovecharon el día de sábado para su reunión y predicación? La respuesta es obvia: la iglesia neotestamentaria celebraba el día primero y no el séptimo.

Los escritos de los líderes de la iglesia durante los primeros siglos de su existencia apoyan que ella observaba el primer día de la semana: Bernabé (100), Ignacio (107), Justino Mártir (145-150) e Ireneo (155-202). Justino Mártir, concretamente, escribió así en una apología: “Todos tenemos esa reunión en domingo, ya que es el primer día, en que Dios, transformando las tinieblas y la materia, hizo el universo; y Jesucristo, nuestro Salvador, resucitó de los muertos en el mismo día. Porque le crucificaron en el día antes del sábado, y en el día después del sábado apareció a sus apóstoles y discípulos y les enseñó estas cosas…”

El edicto de Laodicea (del 4º siglo) no cambió, del séptimo al primero, el día dedicado a la adoración como a veces se alega. Ese edicto aprobó oficialmente lo que ya era la práctica establecida de la iglesia primitiva.

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Después de la resurrección de Cristo no existe evidencia alguna en el Nuevo Testamento de que un cristiano haya guardado el sábado según la ley. Es posible, aun probable, que algunos judíos que creyeron, guardaran el sábado, siendo aún celosos de la ley, pero es importante notar que el Espíritu Santo no permitió que tal falta de entendimiento de la gracia fuese registrada en las Sagradas Escrituras para confusión nuestra.

Después de la resurrección de Cristo ¡no hay ni una sola mención, y mucho menos un mandamiento, acerca de la necesidad de guardar el sábado: ni a cristianos, ni a gentiles, ni siquiera a judíos! Al contrario, hay advertencias EN CONTRA de guardar el sábado para los cristianos (Gál. 4:9-11; Col. 2:14-17). Después de su resurrección, Cristo no se reunió con sus discípulos el día de sábado (aunque antes sí lo hizo), sino que se reunió con ellos el día primero de la semana y esto se menciona dos veces (Jn. 20:19, 26).

El día primero de la semana tiene un significado especial para la iglesia, el pueblo de Dios en esta época de gracia, porque:
a) Fue en ese día cuando Cristo resucitó de entre los muertos; “Habiendo, pues, resucitado Jesús por la mañana, el primer día de la semana, apareció primeramente a María Magdalena…” (Mr. 16:9).
b) Cristo apareció a los suyos con las nuevas gloriosas de su resurrección el día primero de la semana (Lc. 24).
c) Cristo se reunió con sus discípulos en ese día (Jn. 20:19, 26).
d) El día de Pentecostés, cuando descendió el Espíritu Santo a morar en la iglesia, que es el cuerpo de Cristo, fue el día primero de la semana (Lev. 23:15-16; Hch. 2:1).
e) La iglesia neotestamentaria celebraba la Cena del Señor en ese día (Hch. 20:7).
f) Las ofrendas se relacionaban con el día primero de la semana (1ª Co. 16:2).

Por eso se le llama el “día del Señor” (o “domingo”) y la iglesia de los primeros siglos voluntariamente lo observaba. Notemos bien que no hay mandamiento alguno en el Nuevo Testamento acerca de que el cristiano guarde el día primero de la semana, y esto es completamente lógico porque no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia (Ro. 6:14). Los cristianos no GUARDAMOS el primer día para ganar mérito, ni tampoco lo CUMPLIMOS por temor a un castigo, sino que lo CELEBRAMOS en espíritu de devoción hacia Aquel que nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros. El séptimo día, “shabbath”, conmemoró el reposo en la vieja creación; el primer día conmemora el reposo en la nueva creación efectuada por la obra de Cristo. No queremos ocuparnos en guardar un día, sino en agradar a una Persona. “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2ª Co. 5:17).

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Realmente, el significado básico, la médula de la pregunta: “¿Debe el cristiano guardar el sábado?“ está encerrado en esta otra: “Está el cristiano bajo la ley en alguna forma?” y la Biblia habla con suma claridad sobre esta cuestión: “Porque todos los que dependen de las obras de la ley están bajo maldición, pues escrito está: ‘Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas.’ Y que por la ley ninguno se justifica para con Dios, es evidente, porque: ‘El justo por la fe vivirá’” (Gál. 3:10-11).

Con este solo texto basta; sin embargo, las Epístolas a los Romanos y a los Gálatas están repletas de enseñanza para confirmar esta verdad: “No estáis bajo la ley, sino bajo la gracia” (Ro. 6:14). Además aclaran el verdadero propósito de Dios en dar la ley por Moisés.

Pero preguntarán algunos: “Entonces, ¿puede el cristiano hacer lo que le plazca, ya que no tiene ley?” ¡Mil veces, no! Pablo cita el mismo argumento en Romanos 6:15: “¿Qué, pues? ¿Pecaremos, porque no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia? En ninguna manera.” Lo contesta ampliamente en los capítulos 6, 7 y 8 de Romanos. Dice Pablo: “Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?” (Ro. 6:2) y en un resumen de este principio agrega: “Porque lo que era imposible (observemos bien, que no dice “difícil”, sino “imposible”) para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne; para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu” (Ro. 8:3-4).

El procurar cumplir la ley como Israel lo hacía, es andar conforme a la carne. Pero ahora la nueva vida en Cristo manifiesta la justicia de la ley por el poder del Espíritu Santo. Además, los cristianos no están sin ley. Están dominados por la ley de Cristo (Gál. 6:2), que es la del amor (Jn. 13:34; 15:12; 1ª Jn. 2:7-11; 3:11; 2ª Jn. 5).

Pero dirán algunos: “Hay que distinguir entre la ley moral (los diez mandamientos) y la ley ceremonial; y la instrucción para guardar el sábado del séptimo día es parte de los diez mandamientos que nunca pierden su valor”. Sin embargo, observemos cómo Pablo insistió en que la ley es una (Gál. 3:10, 13). En aquellos días algunos insistían en la necesidad de circuncidarse para ser salvos, y Pablo advirtió: Y otra vez vuelvo a protestar a todo hombre que se circuncidare, que está obligado a hacer toda la ley (Gál. 5: 3). La circuncisión no formaba parte de los diez mandamientos y no obstante, la persona que quisiera justificarse delante de Dios por este rito, tenía que cumplir con toda la ley o verse condenada.

Y si algunos insisten en la necesidad de guardar el sábado, entonces están obligados a cumplir toda la ley, porque la ley es una. En Nehemías capítulo 8 se le llama “la ley de Moisés” y “la ley de Dios” en forma intercambiable y ésta incluía por lo menos la fiesta de los tabernáculos. En Lucas 2:22-24 el mismo estatuto (parte de la ley ceremonial) es identificado como “la ley de Moisés” y “la ley del Señor”, y ésta fue la ley de la purificación de la mujer después de haber dado a luz un niño. De manera que no podemos hacer distinción entre la ley de Moisés y la ley de Dios.

En 2ª Corintios 3:3-11 notamos un gran contraste entre el primer pacto y el nuevo pacto. El primero se basó en letras grabadas en piedra (una referencia clarísima a los diez mandamientos). A este Pablo lo llama “ministerio de muerte” y “ministerio de condenación”, y dice que “perece”. Pero el nuevo pacto “no es de la letra, sino del espíritu; porque la letra mata, mas el espíritu vivifica” (v. 6).

“La ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno” (Ro. 7:12), pero “si por la ley fuese la justicia, entonces por demás murió Cristo” (Gál. 2:21).

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Es sumamente interesante notar que los diez mandamientos, como expresión de la justicia de Dios son reconfirmados a la iglesia, con la única excepción del cuarto, acerca del sábado, y en este caso, la iglesia es instruida a NO guardarlo. Esto se debe a que los principios morales que Dios da a los hombres permanecen inmutables por todas las épocas porque tratan de aquello que intrínsecamente se relaciona al bien y al mal. En cambio, el guardar un día no está en la misma esfera. No es un deber moral, sino legal.
Comparemos los Diez Mandamientos de Éxodo 20 con la enseñanza de las epístolas del Nuevo Testamento:

1) ANTIGUO TESTAMENTO:
“No tendrás dioses ajenos delante de mí” (v. 3).
NUEVO TESTAMENTO:
“Tú crees que Dios es uno; bien haces” (Stg. 2:19).
“Sabemos que el ídolo nada es en el mundo, y que no hay más que un Dios” (1ª Co. 8:4).

2) AT: “No te harás imagen, ni ninguna semejanza de cosa que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás…” (vs. 4-6).
NT: “Hijitos, guardaos de los ídolos” (1ª Jn. 5:21).
“No erréis; …ni los idólatras, …heredarán el reino de Dios” (1ª Co. 6: 9-10).
“Por tanto, amados míos, huid de la idolatría” (1ª Co. 10:14).
“Porque sabéis esto, que ningún… idólatra tiene herencia en el reino de Cristo y de Dios” (Ef. 5:5).

3) AT: “No tomarás el nombre del SEÑOR tu Dios en vano…” (v. 7).
NT: “No erréis; …ni los maldicientes, …heredarán el reino de Dios” (1ª Co. 6:9-10).
“Pero ahora dejad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas de vuestra boca” (Col. 3:8).
“Pero sobre todo, hermanos míos, no juréis, ni por el cielo, ni por la tierra, ni por ningún otro juramento; sino que vuestro sí sea sí, y vuestro no sea no, para que no caigáis en condenación” (Stg. 5:12).

4) AT: “Acuérdate del día del reposo, para santificarlo” (v. 8).
NT: NADA (véase la nota abajo).

5) AT: “Honra a tu padre y a tu madre…” (v. 12).
NT: “Honra a tu padre y a tu madre…” (Ef. 6:1-3).
“Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, porque esto agrada al Señor”  (Col. 3:20).

6) AT: “No matarás” (v. 13).
NT: “Así que, ninguno de vosotros padezca como homicida…” (1ª P. 4:15).
“Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida; y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él” (1ª Jn. 3:15).

7) AT: “No cometerás adulterio” (v. 14).
NT: “No erréis; ni los fornicarios, …ni los adúlteros, …heredarán el reino de Dios” (1ª Co. 6:9-10).
“A los fornicarios y a los adúlteros los juzgará Dios” (Hb. 13:4).

8) AT: “No hurtarás” (v. 15).
NT: “No erréis; …ni los ladrones, …ni los estafadores, heredarán el reino de Dios” (1ª Co. 6:9-10).
“El que hurtaba, no hurte más, sino trabaje…” (Ef. 4:28).

9) AT: “No hablarás contra tu prójimo falso testimonio” (v. 16).
NT: “No mintáis los unos a los otros…” (Col. 3:9).
“No calumniadoras…” (Tito 2:3).

      10) AT: “No codiciarás…” (v. 17).
NT: “No erréis; …ni los avaros, …heredarán el reino de Dios” (1ª Co. 6:9-10).
“No codicioso…” (1ª Ti. 3:3).
“Los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas…” (1ª Ti. 6:9)
“Pero… avaricia, ni aun se nombre entre vosotros, como conviene a santos…” (Ef. 5:3).

NOTA: Y del cuarto mandamiento, de la necesidad de guardar el sábado del séptimo día, ¿qué dice el Nuevo Testamento a la iglesia?          “Mas ahora, conociendo a Dios, o más bien, siendo conocidos por Dios, ¿cómo es que os volvéis de nuevo a los débiles y pobres rudimentos, a los cuales os queréis volver a esclavizar? Guardáis los días, los meses, los tiempos y los años. Me temo de vosotros, que haya trabajado en vano con vosotros” (Gál. 4:9-11).

“Los días, los meses, los tiempos y los años” se refieren claramente al sistema judaico del cual el sábado fue lo más importante. El apóstol todo lo describe como “los débiles y pobres rudimentos”. Algunos gálatas estaban por circuncidarse (5:2), cayendo así más profundamente en el legalismo, dentro del cual ya habían dado el primer paso al guardar el sábado (4:10).

Existe una advertencia aún más clara y fuerte, hallada en la epístola de Pablo a los colosenses, capítulo 2, versículos 16 y 17: “Por tanto, nadie os juzgue en comida o en bebida, o en cuanto a días de fiesta, luna nueva o días de reposo, todo lo cual es sombra de lo que ha de venir; pero el cuerpo es de Cristo”.

¡Guardar el sábado fue solamente la sombra de lo por venir! “Porque el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree” (Ro. 10:4), y el cristiano ha sido librado del yugo de la ley, como dice en el mismo contexto de Colosenses 2: “anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz…” (v. 14). Entonces, ¿hemos de volver a los débiles y pobres rudimentos, a la sombra de lo por venir; hemos de colocarnos bajo la ley? El hacer la pregunta es prácticamente contestarla: ¡Por supuesto que no!

No queremos darle a ningún día el énfasis que le corresponde a la relación vital que tenemos con nuestro Salvador todos los días: “Uno hace diferencia entre día y día; otro juzga iguales todos los días. Cada uno esté plenamente convencido en su propia mente. El que hace caso del día, lo hace para el Señor; y el que no hace caso del día, para el Señor no lo hace” (Ro. 14:5-6).

Pero dirán algunos: “¡El guardar el sábado es pacto perpetuo!“ Por supuesto que sí: ¡para Israel! (Ex. 31:16-17), y EXCLUSIVAMENTE con el pueblo de Israel en cada dispensación, o época, en que Dios lo trate como su pueblo.

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  El cristiano NO debe guardar el séptimo día, porque:
1) Ya goza del principio del sábado (reposo) en Cristo (Hb. 4:3, 9-10).
2) El guardar el séptimo día fue un pacto hecho exclusivamente con Israel (Ex. 31:16-17).
3) Es hacer caso omiso de la diferencia que Dios hace entre los judíos, los gentiles, y la iglesia de Dios (1ª Co. 10:32).
4) El cristiano no está bajo la ley, sino bajo la gracia (Ro. 6:14).
5) El cristiano no pertenece al pueblo de Israel (Gál. 3:28).
6) Si guarda el séptimo día, está forzosamente obligado a guardar todos los sábados y toda la ley (Ex. 31:13; Lev. 23:23-39; Gál. 3:10; Stg. 2:10).
7) Nadie puede guardar el sábado en la forma descrita en el Antiguo Testamento, por la debilidad de la carne (Ro. 8:3).
8) Es agregar obras a la gracia; cosa que no cuadra con la salvación de Dios (Ef. 2:8-9).
9) Es “otro evangelio diferente” sobre el cual dice Dios: “Sea anatema” (Gál. 1:8-9).
10) Está claramente prohibido para la iglesia (Gál. 4:9-11; Col. 2:14-17).

¿QUE SIGNIFICA TODO ESTO PARA MÍ?

El sábado fue la señal que Dios dio a su pueblo Israel, pero no es la señal que da a su pueblo redimido en la actualidad. Su señal hoy es la paz interior, el verdadero sábado de reposo en Cristo. “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (Jn. 14:27). La incertidumbre e inseguridad, en lo que respecta a la salvación, son señal de que éstas se buscan por las obras de la ley o por la virtud de méritos propios. Muchos son los que tropiezan en este error. Afirman que creen lo que la Biblia enseña acerca de la persona y obra del Señor Jesucristo pero, no obstante, siguen con incertidumbre acerca de su salvación. ¿A qué se debe? Es que nunca se han entregado, por un acto de fe personal, a Cristo Jesús, confiando en su poder como Salvador y aceptando su soberanía como Señor.

¿Tengo yo esta paz?

“Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.” “Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones, a la que asimismo fuisteis llamados en un solo cuerpo; y sed agradecidos” (Fil. 4:7; Col. 3:15).

Si no estoy seguro de tenerla, ¿qué debo hacer?

El Señor Jesucristo dice: “De cierto, de cierto, os digo: ‘El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida’”. “Venid a mi todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga” (Jn. 5:24; Mt. 11:28-30).

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 Jaime van Heiningen

image034 “Domingo” es el nombre dado al primer día de la semana (a pesar de que muchos calendarios tengan relegado el domingo al último lugar). Viene del latín, el idioma oficial del Imperio Romano, y significa “Día del Señor”. De ahí que los idiomas latinos (español, portugués, francés, italiano, rumano etc.) usen “Domingo” hasta el día de hoy. Los demás idiomas suelen usar “Día del Sol” (“Sunday”, “Sonntag” etc.), el cual es su viejo nombre pagano.

Lógicamente, los cristianos dejaron la idolatría de adorar al dios Sol. Con naturalidad, optaron por seguir, por lo menos entre ellos mismos; la costumbre de los judíos de contar el tiempo en semanas de siete días, en lugar de semanas de ocho, lo cual se hacía en el Imperio Romano. Seguir a los judíos implicaba, además, que para ellos el sábado fuera el último día de la semana, pero, a diferencia de ellos, los cristianos no celebraban ese séptimo día, celebraban el primero, al cual llamaron “Día del Señor” (“Domingo”). No pretendieron imponer este arreglo de semana y de “domingo” al Imperio para uso oficial. Pero, aun así, la semana de ocho días caía en desuso cada vez más, y, después de unos tres siglos, cuando un primer emperador, Constantino, se convertía al cristianismo, ahí el mismo imperio empezó a “cristianizar” muchas cosas y costumbres; la semana de siete días se hizo oficial, y el “domingo” la encabezaba.

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Concretamente, ¿cuáles razones pudieran tener los cristianos del primer siglo para darle al primer día de la semana un nombre nuevo, el de “Domingo”, o “Día del Señor”?

Por una parte, ellos se acordaron del gran día en que su Señor Jesucristo había resucitado. Habiendo vencido a Satanás en la cruz del Calvario, Cristo, luego, ¡venció también a la muerte cuando, a los tres días, resucitó! Esto ocurrió en el primer día de la semana. Más tarde, en el mismo día todavía, Jesús se reunió con los suyos (Juan 20). Ellos entendían que era un ejemplo para seguir.
Por otra parte los cristianos se acordarían de la profecía del Salmo 118, citada cinco veces en el Nuevo Testamento. Este salmo mesiánico, profetizando que Israel rechazaría a su propio Mesías, deja muy claro, al mismo tiempo, que el rechazo total se vuelve victoria total. Es decir, ¡la muerte se vuelve resurrección! El salmo dice:

“La piedra que desecharon los edificadores ha venido a ser cabeza del ángulo. De parte del SEÑOR es esto, y es cosa maravillosa a nuestros ojos. Este es el día que hizo el SEÑOR; ¡nos gozaremos y alegraremos en él!”
Nótese que, cuando habla de la victoria total del Mesías, ¡dice que Él vino a ser “cabeza del ángulo”! Luego, de algo tan increíble y maravilloso, el salmo dice que “es el día que hizo el SEÑOR”. Dios había hecho el mundo en seis días y descansó en el séptimo, pero ahora ¡el Señor vuelve a hacer un día! Dejando atrás lo que era la vieja creación, amanece un nuevo “Día”. Es la “nueva creación” hecha a través de su cruz y su resurrección. Este nuevo “día que hizo el Señor”, notablemente, coincide con el “primer día de la semana”, así que, no era más que natural que los creyentes empezaran a llamarlo así: “el día del Señor”.

La “maravilla” de que habla el salmo, inundó sus corazones, cuando Él, varias veces, se presentaba vivo en ese día de su resurrección. El mismo salmo vuelve al tema y menciona el gran gozo y la alegría de ese día tan especial. Ya que Jesús les había instado a que siguieran reuniéndose siempre en su Nombre, aunque no hubiera más que dos o tres presentes (Mt. 18), ellos, siguiendo su ejemplo, así lo hicieron en el día primero de la semana. Para ellos, igual como para nosotros, seguía (y sigue) siendo “el día de su resurrección”; el día en que Él mismo, presentándose vivo entre todos los suyos, les bendecía, les exhortaba y les enseñaba.

Los testimonios de los primeros siglos mencionan que los judíos y gentiles convertidos a Cristo tenían la costumbre de reunirse en el “Día del Señor”, en “domingo”. Justino Mártir, por ejemplo, sobre el año 150, escribió así en una apología: “Todos tenemos esa reunión en domingo, ya que es el primer día en que Dios, transformando las tinieblas y la materia, hizo el universo; y Jesucristo, nuestro Salvador, resucitó de los muertos en el mismo día. Porque le crucificaron en el día antes del sábado, y en el día después del sábado apareció a sus apóstoles y discípulos y les enseñó estas cosas…”

Pero mucho antes ya, a fines del primer siglo, el mismo apóstol Juan, muy anciano y exiliado en la isla de Patmos, hace notar que “estaba en el Espíritu en el día del Señor” (Ap. 1), y que en ese día empezó a recibir del Señor todo el maravilloso contenido del libro de Apocalipsis que tenemos en la Biblia.

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Juan se habría acostumbrado, con los demás creyentes, a llamar así al primer día de la semana; pero es interesante que, con las excepciones del Salmo 118 y de Apocalipsis 1, la Biblia (casi) siempre usa el término de “Día del Señor” para referirse a aquel futuro día cuando Cristo vuelve a la tierra para juzgar y reinar. En otras palabras, primero se llama “Día del Señor” aquel día en que Cristo vuelve victorioso de la muerte, porque Él señorea sobre la muerte. Pero, luego, el día en que Cristo vuelve a la tierra del cielo ¡también se llama “Día del Señor”! ¿Por qué? Porque Él señorea sobre el mundo entero. Aquel futuro “Día del Señor” implica justo juicio para toda la humanidad; por esto la perspectiva infunde pánico y terror. En Apocalipsis 6 se describe el escenario en todo su drama:

“Y el cielo se desvaneció como un pergamino que se enrolla; y todo monte y toda isla se removió de su lugar. Y los reyes de la tierra, y los grandes, los ricos, los capitanes, los poderosos, y todo siervo y todo libre, se escondieron en las cuevas y entre las peñas de los montes; y decían a los montes y a las peñas: ‘Caed sobre nosotros, y escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero; porque el gran día de su ira ha llegado; ¿y quién podrá sostenerse en pie?’”

El creyente en Cristo no tiene ese temor. ¿Por qué no? Él, descansando en Cristo, mira atrás y ve aquel “Día del Señor” en que Cristo resucitó victorioso. Ve que todo el juicio fue ya llevado por Él, ¡de modo que si pertenece a Cristo, ha quedado libre! ¡Ya no queda nada pendiente! Decía Jesús: “Ciertamente les aseguro que el que oye mi palabra y cree al que me envió, tiene vida eterna y no será juzgado, sino que ha pasado de la muerte a la vida” (Juan 5:24-NVI).

Si para el inconverso el término “día del Señor” implica juicio justo, que es aterrador e ineludible, para el verdadero creyente, que descansa en Cristo, significa salvación de juicio y de condenación. Significa el ser “arrebatado”, en un “abrir y cerrar de ojos”, cuando Cristo primero recoge a todos los que son suyos (1ª Co. 15:51-54; 1ª Tes. 4:13-18).

Cristo Mismo, por amor de nosotros, actuó como el “pararrayos” que absorbió todos los terribles relámpagos de la ira de Dios sobre el pecado en sí mismo. Así el creyente normal, ¿qué es lo que va a hacer cada primer día de semana, cada “domingo”? De todo su corazón, celebra de nuevo a su Señor y todo lo que Él logró, y lo hace con gozo y alegría.

Pablo describe en 1ª Corintios 10 y 11 lo que la iglesia del Señor hace en el día del Señor y alrededor de la mesa del Señor. Dice: “Así, pues, todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga” (11:23-32). En otras palabras, el creyente mira atrás hacia ese punto donde comenzó su largo peregrinaje de 2.000 años, y celebra con gozo y alegría la victoria ganada allá. Pero también mira adelante al punto donde “Él venga”, sabiendo que esto puede ser ‘hoy o mañana’. Desde un “Día del Señor” la iglesia del Señor marcha hacia otro “Día del Señor”, recordando semanalmente a su Señor en cada “día del Señor” y celebrándole de todo corazón.

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 ¡Cristo sale victorioso del sepulcro, reuniéndose con los suyos!
¿Cuándo?
¡En “el primer día de la semana”!

A las siete semanas el Espíritu Santo desciende del cielo
sobre los suyos reunidos; ¡nace la “iglesia del Señor”!

¿Cuándo?
¡En “el primer día de la semana”!

 En Hechos 20, el apóstol Pablo llama al conjunto de todos los redimidos:
la iglesia del Señor”.
¿Qué significaba en la práctica para “la iglesia” el “primer día de la semana”?
O sea: ¿Qué hizo “la iglesia del Señor” con el “día del Señor”, es decir, con el “domingo”?
Hay tres capítulos que nos orientan, primero en cuanto al mismo Espíritu Santo,
luego en cuanto a los creyentes y las congregaciones. Son Hechos 2 y 20 y 1ª Corintios 16:

 1) Aquel, cuyo templo es la “iglesia del Señor”, el Espíritu Santo,
viene a formarla y llenarla en domingo (Pentecostés).
2) La neonata “iglesia del Señor”, en ese mismo día de Pentecostés,
tiene su primera reunión, es decir, la tiene en domingo.
3) Su primera predicación (la de Pedro) es emitida en domingo.
4) Sus primeras conversiones (a Cristo) se producen en domingo.
5) Sus primeros bautismos (cristianos) se realizan en domingo.
6) Las congregaciones se reúnen para “partir el pan” en domingo.
7) Los creyentes apartan sus ofrendas para la obra del Señor en domingo.

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