Jaime van Heiningen
El tema de la mujer en el Nuevo Testamento, de la que es creyente en la congregación cristiana, y el tema de su ministerio, son fascinantes. Suelen suscitar algunas controversias, pero quien examine bien al fondo las cuestiones, queda plenamente satisfecho.
Pasajes para Pensar
La controversia estriba en el concepto, abrazado por no pocos hermanos, de que a la mujer no se le debe permitir ni la predicación, ni la enseñanza, con la excepción de que los oyentes sean niños o mujeres. ¿La base bíblica? Dos pasajes del apóstol Pablo: 1ª Corintios 14:33-35 y 1ª Timoteo 2:9-15:
“Como en todas las iglesias de los santos, vuestras mujeres callen en las congregaciones; porque no les es permitido hablar, sino que estén sujetas, como también la ley lo dice. Y si quieren aprender algo, pregunten en casa a sus maridos; porque es indecoroso que una mujer hable en la congregación.”
“Que las mujeres se atavíen de ropa decorosa, con pudor y modestia; no con peinado ostentoso, ni oro, ni perlas, ni vestidos costosos, sino con buenas obras, como corresponde a mujeres que profesan piedad. La mujer aprenda en silencio, con toda sujeción. Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio. Porque Adán fue formado primero, después Eva; y Adán no fue engañado, sino que la mujer, siendo engañada, incurrió en transgresión. Pero se salvará engendrando hijos, si permaneciere en fe, amor y santificación, con modestia.”
Primera Observación
La palabra para “mujer” en el Nuevo Testamento es exactamente la misma que se utiliza para “esposa”. Esto hace que dependemos del contexto para poder traducir correctamente. El griego no es como el español, que tiene una palabra para mujer, otra para esposa; una para varón, otra para marido. En griego un hombre diría: “ella es mi mujer”. Una mujer diría: “él es mi varón”; mientras que en español se diría más bien: “ella es mi esposa”; “él es mi marido”.
Esto se ilustra por la conversación de Jesús con la samaritana en Juan 4, donde, literalmente, tenemos estas palabras del Maestro y de la mujer: “Ve, llama a tu varón, y ven acá. Respondió la mujer y dijo: No tengo varón. Jesús le dijo: Bien has dicho: No tengo varón; porque cinco varones has tenido, y el que ahora tienes no es tu varón; esto has dicho con verdad.” Los traductores españoles, como en otros casos, vieron mejor evitar la palabra “varón” y poner “marido”, en cada caso.
Ese mismo discernimiento nos hace falta para entender correctamente dichos pasajes de 1ª Corintios 14 y 1ª Timoteo 2. No podemos evitar la conclusión de que en los dos lugares Pablo exhorta sobre situaciones matrimoniales, es decir, problemas de marido y esposa, que pueden afectar a los demás en la congregación. Con esta clave sus palabras empiezan a cobrar sentido; y tanto más cuando también la siguiente observación es tenida en cuenta.
Segunda Observación
Cuando Pablo menciona la ley como ejemplo, la que estipula que la mujer (esposa) esté sujeta (y por lo tanto callada) (1ª Co. 14:34), ¿a qué parte de la “ley”, concretamente, se está refiriendo?
Repetidamente vemos en el NT que los cinco libros de Moisés son designados “la ley”. Esto entonces incluye Génesis y, más particularmente, el capítulo 3, donde encontramos la caída del hombre y las consecuencias de ella. Fijémonos bien en que en ambos pasajes (1ª Co. 14 y 1ª Ti. 2), ¡Pablo se refiere a este mismo capítulo, es decir, a Génesis 3!
¿Qué nos muestra el capítulo? Cuando Dios le prohibió a Adán comer del árbol del conocimiento del bien y del mal (cap. 2), ¿dónde estaba Eva? En ninguna parte. Ella no había sido creada aún. Era Adán quien, después, le transmitió el mandamiento… De todos modos, cuando ella pecó, lo hizo conscientemente. En esto, naturalmente, pecó contra Dios, pero además se insubordinó en su relación de sumisión al marido. En lugar de obedecer al marido, le desobedeció, y más aún, hizo que él le obedeciera a ella. Los papeles se habían invertido.
La maldición le vino a Adán, ¿por qué? “Por cuanto obedeciste a la voz de tu mujer (tu esposa)…”
A esto se refiere Pablo cuando escribe a Timoteo: “La esposa aprenda en silencio, con toda sujeción. Porque no permito a la esposa enseñar, ni ejercer dominio sobre el marido, sino estar en silencio.” Así, el resto del pasaje aclara con su debido énfasis que la relación matrimonial se basa en ese fundamento del primer matrimonio en Génesis.
¿Absoluto o Condicional?
Todo esto nos da a entender que en 1ª Corintios 14, cuando Pablo habla de “callar” en la congregación, como lo hace – y no solamente en el 34, sino también en el 28 y 30 – no habla de un “callar” absoluto. Si fuera absoluto, entonces las hermanas no podrían ni orar en voz alta, ni cantar…
Con frecuencia, en una discusión matrimonial, es la esposa la que insiste en tener “la última palabra”. ‘Bueno’, le dice la Biblia, ‘aunque tengas más razón que él, es mejor que te calles’ (compara 1ª P. 3:1-2). Pero ese “callar” no es absoluto. Continuamente, todos los días, ella conversa, planea, ríe y llora con el marido; y, si él es creyente, también oran juntos.
Las hermanas en Cristo son siervas de Dios y de un valor incalculable (cf. S. 68:11). Recordemos que, al resucitar de los muertos, Jesús aparece primero a una mujer, María Magdalena. Para ello interrumpe su subida triunfal al Padre (Jn. 20). El mensaje de la resurrección del Mesías es entregado primeramente, no a un Pedro o a otro apóstol, sino a una mujer… Ella corre con el mensaje para transmitirlo según lo que el mismo Maestro le ordenó…
¿Cómo, entonces, vamos a cerrar nosotros la boca a las hermanas, las mensajeras del Señor, las que forman casi siempre la mayoría de una congregación? ¿No crea esto una gran contradicción con lo que Pablo dice al respecto en 1ª Corintios 14, cuando afirma que “todos” pueden profetizar “uno por uno”?
Condiciones para Compartir
El Señor Jesús, en Juan 5:30, decía, “No puedo yo hacer nada por mí mismo; según oigo, así juzgo”. Así el creyente, con oídos y corazón abiertos, oye del cielo (¡siempre de la mano de la Biblia!), y, si aquello es para edificación de otros, tiene libertad para compartirlo. Sin haber oído y recibido algo del Señor, nada tiene para compartir y, en ese caso, se calle mejor…
En otras palabras, ministrar la Palabra de Dios en plena congregación debe hacerse siempre en verdadera dependencia del Señor, de su guía y capacitación y según lo que Él haya ministrado a uno. El siervo, o la sierva, no puede lanzarse a servir sin que haya recibido las instrucciones pertinentes (S. 123:1-2).
Como en el campo militar, donde el soldado sólo puede manejar las armas si cumple las condiciones, así la plena participación en el conflicto espiritual obedece a ciertas condiciones. Tanto varones como mujeres, al manejar la Palabra de Dios – la espada del Espíritu – necesitan estar plenamente pendientes de las órdenes de su Capitán (2ª Ti. 2:4).
Para ese ministerio público de que estamos hablando, las condiciones básicas son cinco:
1) Ser auténticamente convertido;
2) Tener buen testimonio de vida y matrimonio;
3) Ser meditador y estudioso de la Palabra de Dios;
4) Ser consciente de que el estudio, mensaje, testimonio, o reflexión por dar, haya venido del Señor;
5) Saber comunicar con “palabra bien comprensible” (1ª Co. 14:9).
Luego hay pormenores importantes. He aquí, algunos que son aplicables más especialmente a la hermana:
a) Debe ser conocida como hermana sujeta, o a su padre si es que vive en su casa (sobre todo si él es creyente), o a su marido si está casada.
b) Su indumentaria no debe manifestar un espíritu de emancipación mal concebida (1ª Co. 11).
c) Su apariencia, aunque bien cuidada y atractiva, no debe proyectar un ‘show’. La mensajera no quiere ‘exponerse’ a sí misma, y teme ser causa de distracción del mensaje divino que trae. Juan el Bautista es un buen ejemplo para hermanos y hermanas de todos los tiempos: “Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe” (Jn. 3:30). Si la Palabra exige modestia y pudor, como lo hace de todas las que son hermanas en Cristo, entonces la ‘mujer de Dios’ abrazará estas cualidades sin cuestionar, aparte de que tenga, o no tenga, algún ministerio público.
Contrariedades en Corinto
¿Qué actividad femenina en una congregación puede tildarse de ‘indecorosa’, según la palabra de Pablo? Esta situación en Corinto parecería haber surgido al estar hombres y mujeres separados físicamente. Así se hacía en la sinagoga y siempre ha sido la costumbre en varias partes del mundo. Nuevas creyentes, sentadas con las demás en su propia sección, pudieran ser propensas a levantar la voz en plena congregación para dirigirse al marido sentado en la otra sección, lo cual, obviamente, sería ‘indecoroso’ y también vergonzante para el marido. Dice Pablo que “si quieren aprender algo, que pregunten en casa a sus maridos”, es decir, no en el transcurso de la reunión.
Por Romanos 16:23 sabemos que las reuniones de Corinto eran caseras, celebradas en casa de Gayo, como tal vez en alguna otra también. Es fácil de imaginar, siendo el ambiente casero, que surjan tales problemas de un cierto desorden. Además habría que tener en cuenta que una mayoría de los asistentes provenía del paganismo.
Pablo no dice que la mujer (soltera o casada) no pueda predicar y enseñar. Al contrario, en el cap. 11 se ve la perfecta normalidad de un ministerio de las hermanas en plena congregación (orar y profetizar). Pero en Corinto esto traía otro problema. En ese mismo capítulo Pablo se ve obligado a insistir en que las hermanas se cuiden mucho de no dar falsas impresiones, es decir, impresiones de no estar sujetas al marido. En un ministerio público esto era tanto más apremiante… (ver análisis más abajo).
Bases Bíblicas
Entre los cinco ministerios básicos de Efesios 4 no es mencionada la mujer de forma específica, pero esto no quiere decir que no pueda predicar o enseñar. El pasaje entero insiste en que CADA creyente, cada miembro del Cuerpo de Cristo, es responsable de ejercer los dones que tiene del Señor para mutua edificación, siempre que todo se haga “decentemente y en orden”.
La Biblia menciona a siete mujeres que eran profetisas al estilo del Antiguo Testamento (aunque para dos de ellas no se use el término de profetisa). Eran María (hermana de Moisés), Débora, Ana (madre de Samuel), la esposa de Isaías, Hulda, María (Lc. 1) y Ana (Lc. 2).
Luego está el profetizar de forma neotestamentaria, el que tuvo sus comienzos en el día de Pentecostés. En ese día los 120, entre los cuales había hermanas, son usados para “hablar las maravillas de Dios”. Después Pedro, citando a Joel, explica el fenómeno.
Aprendemos que en la nueva dispensación que ahí comenzó, ya no había, ni hay, una ‘casta’ exclusiva de sacerdotes, hijos de Aarón, sino que el Espíritu fue derramado “sobre toda carne”. Es una referencia al hecho que ahora todos los redimidos son sacerdotes-en-Cristo. En cuanto a los profetas, ya no hay profetas aislados como antes (Ágabo siendo la excepción-que-confirma-la-regla), ahora todos profetizan, es decir, transmiten la Palabra de Dios. A través de Joel-Pedro-Lucas, Dios enfatiza que, a partir de este día, ni sexo, ni edad, ni estado social pueden ya ser obstáculo para ministrar su Palabra de parte de Él: “Y en los postreros días, dice Dios, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne, y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán… Y de cierto sobre mis siervos y sobre mis siervas en aquellos días derramaré de mi Espíritu, y profetizarán” (Hch. 2:17-18).
Este pasaje nos da la inauguración de la era neotestamentaria, la de la Iglesia de los redimidos de Cristo; por lo tanto es fundamental. A la luz de él resulta incomprensible que tantos buenos hermanos sigan negándole a la hermana la libertad de transmitir en la congregación lo que el Señor le haya conferido.
¿Cabeza Cubierta?
Aparte de los pasajes que tratan del pudor, la modestia y la decencia en cuanto a las hermanas en Cristo (1ª Ti. 2; 1ª P. 3), hay también un pasaje en que el apóstol busca subsanar ciertos malentendidos sobre aquella etiqueta que estaba de rigor en la cultura del Imperio Romano. Nos referimos a la ‘etiqueta’ de que la mujer siempre se cubra la cabeza en lugares públicos. Hasta el día de hoy es esa la etiqueta que domina en países musulmanes, y en menor grado en países hindúes y budistas.
El pasaje a que nos referimos es 1ª Corintios 11:1-16, mencionado ya arriba. Cuando Pablo se refiere a la necesidad de la cabeza cubierta ¿a qué cosa encubridora se está refiriendo? Sólo en el versículo 15 lo menciona por su nombre de ‘velo’. Es una clave importante. El velo, en su expresión original, sirve no sólo para cubrir la cabeza arriba y atrás, sino que sirve sobre todo para cubrir el rostro, o parte del rostro. Es lo que en 2ª Corintios 3 vemos que hace Moisés.
La palabra griega que Pablo utiliza para el velo de las mujeres, es “peribolaion”. “bolaion” indica “tirar, echar” – de ahí viene nuestra palabra de “bola” – mientras que “peri” (como en nuestras palabras de “periferia”, perímetro, “peritonitis”, etc.) significa “alrededor”. En otras palabras, Pablo está hablando sobre un paño o lienzo que la mujer ‘echa alrededor’ de su cabeza, y que sirve para cubrirse efectivamente el rostro, si no en su totalidad, en la mayor parte. La palabra que Pablo utiliza podría traducirse correctamente “envoltorio”.
Etiqueta Elemental
Cuando leemos la Biblia, siempre es de gran importancia tener en cuenta la cultura de las tierras y tiempos de referencia. Resultan confusiones previsibles cuando no discernamos que la etiqueta para ciertas personas en cierta época pasada, no es necesariamente etiqueta para ser observada hoy por nosotros. La etiqueta exigía, p.e., que a los huéspedes se les lavaran los pies (Lc. 7:44; Jn. 13:12-14). Jesús manda a los discípulos que así hagan entre ellos. ¿Pero significa esto que en el día de hoy también nos lavemos literalmente los pies? Hoy ya no es ni etiqueta, ni costumbre…
De la misma manera, en países occidentales, la etiqueta ya no demanda que la mujer se cubra el rostro en lugares públicos. Pero en Corinto, en aquel tiempo, una mujer que dejaba de cubrirse el rostro, esa mujer algo daba a entender… Comunicaba que no estaba sujeta a ninguna autoridad en su vida personal. Dice el apóstol: “la mujer debe tener señal de autoridad sobre su cabeza”. Está hablando de la mujer casada cristiana, cuando se movía en público, lo cual incluía su participación en reuniones cristianas. Tener el velo puesto significaba 1) que estaba casada; 2) que reconocía la autoridad de su marido, y 3) que, por lo tanto, no estaba ‘disponible’ para ningún otro hombre.
Feliz Familia
Una comparación con la nación moderna de Irán podría ayudarnos a entender. Allí es la misma religión la que exige que todas las mujeres vayan cubiertas de pies a cabeza. En Irán hay muchas reuniones cristianas caseras; suelen ser clandestinas. Aunque no dispongamos de suficientes datos sobre sus maneras de conducirse en sus reuniones, podemos hacer uso de nuestra imaginación. Fijémonos en una congregación que acostumbre reunirse en una casa de familia; digamos que sean unos veinte o treinta creyentes. Ellos experimentan que ya no son meros vecinos, o amigos, o primos, no, todos ellos son ahora ‘hermanos’ en Cristo, es decir, son de la misma familia espiritual entrañable, y entre ellos reina el amor de Cristo. Son conscientes de lo que dice Gálatas 3: “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”. Entienden el nuevo estatus de la mujer redimida, es decir, dentro de la iglesia del Señor. Entienden que, aunque la ‘sociedad’ todavía la vea sujeta al hombre en general, en Cristo ya no está más sujeta al ‘hombre’, o a ‘los hombres’, sino tan solo a su propio marido. Fue verdaderamente emancipada en Cristo, pero la sociedad y la religión y la etiqueta no entienden de eso, y, aunque ella no quiera, tendrá que seguir conformándose con lo que la sociedad imponga.
¿Vale el Velo?
Los hermanos se reúnen en ambiente casero de familia. Entre las demás mujeres está la madre de la familia, la que vive en la casa. Ella nunca tiene el velo puesto cuando se encuentra en su hogar, rodeada de marido e hijos. Pero ahora entran en su casa hermanos de fuera, vienen para reunirse con los que viven allí… ¿Qué hace ella? ¿Sigue sin velo en su propia casa? ¿O ahora se pone el velo?
¡Qué fácil sería que ella y otras hermanas empiecen a sentir que ese velo sea, en realidad, un estorbo, una limitación injusta y molesta, que impide algo de esa plena naturalidad de estar en familia! Se dan cuenta que es una cosa impuesta por hombres, no por Dios. Cuando van por la calle, o cuando están comprando en el mercado, jamás sentirían una tentación de quitarse el velo, ¿pero estando recogidas en la reunión casera con los queridos hermanos en Cristo?
En Corinto el resultado de tales cavilaciones era que las hermanas, o tal vez sólo algunas, se quitaban el velo, y cuando alguna contribuía con una lectura o enseñanza, u oraba, era capaz de hacerlo a cara descubierta. Podría llamarse esto un primer paso en la ‘emancipación de la mujer’, pero esto sería malentender y mal enfocar el asunto.
Todos los creyentes hemos sido emancipados en Cristo, pero esa maravillosa realidad no es reconocida por la sociedad, sea pagana, secular o musulmana. Pablo se daba cuenta de los riesgos para el testimonio que estaba suscitando la congregación de Corinto al no darle ya mucha importancia al velo en sus reuniones. Lo que les explica es que en la sociedad la mujer que se quitaba el velo era de mala reputación. Ella afrentaba su cabeza, es decir, a su marido (11:3, 5; Ef. 5:22-24). Además, a tal mujer se le cortaba también el mismo cabello, dejándola calva, lo que parece haber sido el castigo. De ahí la alusión de Pablo a que entonces la hermana que se congregue con el velo quitado, que se rape también la cabeza.
‘Ángeles’ Ávidos
Pero “los ángeles”, ¿qué tienen que ver con todo esto? Pablo dice: “Por lo cual la mujer debe tener señal de autoridad sobre su cabeza, por causa de los ángeles”. Parece cosa misteriosa, pero no lo es. La palabra “ángeles” es palabra griega, que, cuando se traduce al español, queda en “mensajeros”. Los traductores de la Biblia, aunque no todos, pensando en ángeles celestiales, lo dejaron sin traducir. Se equivocaron. Pasó lo mismo que en Apocalipsis 1-3, donde continuamente se mencionan a los “ángeles de las iglesias”. Se trataba sencillamente de los mensajeros que, de las siete congregaciones en la costa de Asia Menor, venían visitando al apóstol Juan en Patmos. Así en 1ª Corintios 11 también se trataba de hermanos fieles de carne-y-sangre. Eran hermanos con un ministerio muy valioso; circulaban entre las congregaciones como maestros de la palabra, regando lo que había sido plantado por otros (1ª Co. 3; 3ª Juan).
¿Pero si de repente tales mensajeros son confrontados en Corinto por unas cuantas caras descubiertas de mujer, las que, a todas luces, estén repudiando la autoridad de sus maridos…? En la calle tal cosa sería rarísima, así que, en la congregación, el choque para el ‘mensajero’ ¡sería grande y muy desagradable! Podría además llevar a otras consecuencias peores. En otras palabras, Pablo les comenta a los hermanos (no sólo a los ancianos) que deben tener presentes estas realidades. ¡Qué tengan en cuenta ese impacto no deseado sobre queridos hermanos de fuera; qué asuman la tremenda importancia del testimonio de Cristo y su señoría en la vida, en la familia y en la congregación! El testimonio merece ser cuidado mucho más que una anhelada ‘emancipación-de-la-mujer’.
“El Señor daba palabra; había grande multitud de LAS que llevaban buenas nuevas”(S. 68:11).