Jaime van H.
“Bienaventurado el que lee, y los que oyen las palabras de esta profecía,
y guardan las cosas en ella escritas; porque el tiempo está cerca” (Ap. 1:3).
Quien abre el libro de Apocalipsis, en seguida se encuentra con referencias a “las iglesias”. Después de casi 2.000 años es fácil que nuestras nociones de lo que son “las iglesias” hayan cambiado bastante con referencia a ese concepto original. Más abajo tendremos ocasión para entrar en algún detalle; ahora, de entrada, hace falta mencionar tres cosas al respecto:
Primero, la palabra “iglesia” es una transliteración de la palabra griega “ekklesia”, que sencillamente significa “congregación” (Mt. 18:17-20).
Segundo, las congregaciones del Nuevo Testamento no tenían edificios especiales para reunirse. Durante los primeros siglos sus reuniones eran exclusivamente caseras. Ni el Cristo resucitado, ni los apóstoles, habían enseñado o practicado otra cosa. Una vez destruido el templo de Jerusalén en AD 70, todos tuvieron que conformarse con la total ausencia de “santuario” en la obra de Cristo (Jn. 4:20-24). Ninguna congregación vio esa ausencia como “anormal”, o como cosa impropia que debiera subsanarse.
Tercero, una congregación como la de Sardis, Pérgamo, o cualquier otra, no consistía necesariamente de un solo grupo que se reuniera en un solo lugar. Sobre todo en las grandes ciudades, donde muchos se habían convertido, existían unos cuantos grupos. Un grupo pudiera estar en el proceso de formarse, o, ya formado, pudiera ser congregación auténtica con ancianos y diáconos. En una gran ciudad como Éfeso, la iglesia consistía en realidad de un número de congregaciones en distintas calles y barrios. Sólo en ocasiones especiales se congregaban todos los creyentes de la ciudad en un solo lugar (1ª Co. 14:23). Romanos 16 da testimonio de la diversidad de congregaciones caseras en una gran ciudad. Así Apocalipsis 2 menciona un número de congregaciones en Tiatira: “…y todas las iglesias sabrán que yo soy el que escudriña la mente y el corazón; y os daré a cada uno según vuestras obras. Pero a vosotros y a los demás que están en Tiatira, a cuantos no tienen esa doctrina…, yo os digo: No os impondré otra carga…”
Tres Capítulos – Dos Polos
Meditando estos días en la Palabra, particularmente en las cartas del Señor en Apocalipsis 2 y 3, me ha llamado mucho la atención que el Señor se dirigiera directamente a aquellas siete congregaciones de Asia Menor, es decir, sin ningún tipo de intermediario, ni jerarquía, ni misión, ni pastor. Nadie. Pero – puede objetar alguien – el Señor se dirige a las congregaciones a través de sus respectivos “ángeles”… Tiene razón; este es un punto que merece ser tocado más abajo.
El Señor dice conocer íntimamente el estado de “salud” y de ánimo de las siete congregaciones, ¡y lo demuestra! Nada hay escondido ante Aquel que “tiene ojos como llama de fuego”. Incluso menciona a dos personas de entre las siete por nombre, Ántipas y Jezabel. Difícil es concebir una disparidad más grande entre dos cristianos: el uno “mi testigo fiel que fue muerto”, la otra “se dice profetisa, enseña y seduce a mis siervos a fornicar”. Entre estos dos polos se mueve todo lo que el Señor les dice a los suyos. Y el apóstol Juan recibe la orden: ¡Escribe!
Un Poco de Historia.
En el primer capítulo de Apocalipsis encontramos al apóstol Juan exiliado en la pequeña isla de Patmos, una isla entre muchísimas, situadas en el Mar Egea, fuera de la costa de Turquía occidental, esa parte que históricamente se suele llamar Asia Menor. Juan había vivido y trabajado allí durante unos cuantos años en plena colaboración con las siete congregaciones y con otras más. Todas ellas habían tenido su origen en la obra hecha por Pablo y compañeros, alrededor de cuarenta años atrás. Ahora el muy anciano apóstol es condenado al exilio por las autoridades que actúan bajo el emperador Domiciano, perseguidor de los cristianos. Pero, cuando éste es asesinado en el año 98, le sucede Nerva, con lo que la persecución se calma por un tiempo y Juan puede volver a su domicilio.
En la soledad de su exilio, durante todo un año, Juan tiene tarea. Su Señor le muestra lo que será el futuro, y a él le toca escribirlo todo. Será – dice – “La Revelación de Jesucristo”, o quizás mejor: “El Descubrimiento de Jesucristo”. Juan conocía íntimamente al Señor Jesús, sin embargo, los aspectos de su Señor que ahora descubre le dejan pasmado. Según su propia descripción en el primer capítulo, cae como muerto cuando ve a Cristo en su gloria. Pero el Señor le toca y le levanta, y de nuevo le dice: “¡Escribe!”
¿Siete Ángeles?
En los primeros tres capítulos, Juan, al escribir lo que le decía su Señor, menciona repetidamente a “los ángeles de las siete iglesias”, ocho veces en conjunto. Sin embargo, en 1:1 y 3:5, hay referencia a “los ángeles de Dios”; y a partir del capítulo 5 la palabra “ángel”, o “ángeles”, ocurre 65 veces más. ¿Será que las 75 referencias a “los ángeles” tratan todas de los mismos seres? ¿O debe aplicarse cierta clasificación?
Es importante darnos cuenta en primer lugar que la palabra “ángel” no es traducción del griego, es una transliteración de “ángelos”; ésta es la palabra griega.Pero cuando se traduce, ¿qué es lo que tenemos? La traducción del griego al español da “mensajero”. Como regla general está bien que en nuestras biblias se emplee “ángel” o “ángeles” y entendemos que se trata de seres espirituales, celestiales. Pero una regla puede tener excepciones. Quien lee los capítulos 5-22 va a notar en seguida que incluso entre esos seres espirituales hay tremendas diferencias… Hay ángeles de Dios y hay ángeles del diablo. ¿Pero qué pensar de esos “ángeles de las siete iglesias”? ¿Son “ángeles de custodia”, o algo similar? La verdad es que, las ocho veces que se mencionan, ellos son la gran excepción. No se trata aquí de ángeles espirituales, sino de “mensajeros” de carne y sangre, es decir, ángeles humanos.
Pero Apocalipsis no es el único libro del NT con esa excepción, los mismos traductores en otros pasajes, a saber, en Mt. 11:10; Mr. 1:2; Lc. 7:24, 27; 9:52 y Stg. 2:25, confrontados con la palabra griega “ángelos”, la tradujeron correctamente en “mensajero(s)”. En cada uno de estos seis pasajes es obvio que se trata de mensajeros humanos, no celestiales. Por la misma razón, en Apocalipsis 1-3, cuando se trata ocho veces de “ángelos” de iglesia, no hay por que poner “ángel”. Necesita traducción a la palabra española de “mensajero”. El Señor no le está dirigiendo a Juan a que escriba cartas a ángeles en el cielo…
Las Circunstancias.
El muy anciano apóstol estaba, al parecer, solo en la isla de Patmos, y es lógico que sus amados hermanos en las congregaciones de la región costera no fueran a quedar con los brazos cruzados. Más bien debían de llegar a un arreglo, entre ellos, para cruzar el mar por turno, y con cierta regularidad, para visitar al apóstol en su soledad, proveyéndole de alimentos, ropas, noticias y, sobre todo, de compañerismo en Cristo, ayudándole en cualquier cosa práctica y quedándose para ello unos cuantos días. Cada hermano que llegara de la congregación de Éfeso, Esmirna, Pérgamo, etc., posiblemente siendo acompañado de uno o dos más, era exactamente eso, el mensajero de Éfeso, etc. Con cierta probabilidad se tratara de un hermano responsable, quizás anciano-sobreveedor, pero que viajaba en condición de “mensajero” de su congregación particular hacia el apóstol en Patmos. Luego, a la hora de zarpar de Patmos para cruzar de vuelta los 50 Km. que separan la isla de la costa de Asia Menor, el tal hermano llegaba a ser doblemente “mensajero”. Ahora, en forma de carta (una de esas siete), llevaba el precioso mensaje de Cristo, para entregarlo allá en su congregación.
Antecedentes.
Hay, por lo menos, dos referencias a este tipo de “mensajería” que se dan del ministerio de Pablo, y que son muy interesantes. Su primera carta a los corintios fue escrita en Éfeso, gran puerto de mar en la costa oriental del Mar Egeo, donde estuvo un total de tres años. Por otra parte, Corinto, ciudad de los destinatarios de la epístola, se encuentra en Grecia, a la misma altura de Éfeso, pero en el lado occidental del Mar Egeo, siendo también un puerto de importancia. En 1:10-12, Pablo hace referencia a unas noticias, no tan halagüeñas, que le habían llegado de la joven congregación allá. Cuenta que “los de Cloé” se las habían comunicado. Por lo visto, dos o más de esa familia habían cruzado el mar. Eran “mensajeros” de la congregación de Corinto.
Pero cuando llegamos al final de la misma epístola, vemos que la comunicación con Corinto no se limitaba a la “mensajería” de los de Cloé. Dice el apóstol: “Me regocijo con la venida de Estéfanas, de Fortunato y de Acaico, pues ellos han suplido vuestra ausencia. Porque confortaron mi espíritu y el vuestro; reconoced, pues, a tales personas.” Toda una delegación de tres hermanos corintios hizo exactamente lo que cuarenta años más tarde harían los mensajeros de “las siete congregaciones” con Juan en Patmos. Terminada su primera epístola a los corintios, Pablo la entrega a los tres hermanos para que de nuevo crucen el mar y sirvan de mensajeros, ahora llevando esa epístola del apóstol para los hermanos en Corinto.
Cinco Años Más Tarde.
El apóstol está preso en Roma, pero le es permitido recibir visitas. Uno de los visitantes viene de muy lejos; es Epafrodito de Filipos y ha venido con mensaje de los hermanos filipenses y con donativo sustancial para la obra. Al agradecérselo, Pablo comenta: “En gran manera me gocé en el Señor de que ya al fin habéis revivido vuestro cuidado de mí; de lo cual también estabais solícitos, pero os faltaba la oportunidad… bien hicisteis en participar conmigo en mi tribulación” (Fil. 4).
Este caso de Epafrodito ha de disolver cualquier duda que nos haya quedado sobre los siete “mensajeros” de las siete congregaciones de Apocalipsis 1-3. Después de su enfermedad y convalecencia, Pablo escribe que Epafrodito está por emprender el viaje de regreso: “Tuve por necesario enviaros a Epafrodito, mi hermano y colaborador y compañero de milicia, vuestro mensajero, y ministrador de mis necesidades; porque él tenía gran deseo de veros a todos vosotros, y gravemente se angustió porque habíais oído que había enfermado… Así que le envío con mayor solicitud, para que al verle de nuevo, os gocéis, y yo esté con menos tristeza… por la obra de Cristo estuvo próximo a la muerte, exponiendo su vida para suplir lo que faltaba en vuestro servicio por mí” (Fil. 2). Y Epafrodito llega a ser mensajero/portador de la epístola a los filipenses.
Un Mapa de Orientación
La Voz y La Visión.
En Apocalipsis 1 Juan oye una voz que le habla. “Y me volví para ver la voz que hablaba conmigo; y vuelto, vi siete candeleros de oro, y en medio de los siete candeleros, a uno semejante al Hijo del Hombre, vestido de una ropa que llegaba hasta los pies, y ceñido por el pecho con un cinto de oro.” Después Juan describe al que ve; es el mismo Señor resucitado. Le ve entre los siete candeleros, vestido a la manera del Sumo Sacerdote y atendiendo a las siete lámparas de aceite, montadas en los siete candeleros.
En el Tabernáculo y en el Templo, uno de los muebles clave siempre había sido un candelabro de siete brazos, todo de oro. ¡Sus lámparas iluminaban el Lugar Santo y jamás debían apagarse! Los sacerdotes en su servicio diario eran responsables de este cuidado (Lev. 24:1-4). En el tiempo del apóstol Juan en Patmos, sin embargo, habían desaparecido tanto el templo como sus tesoros. El general Tito con su ejército romano, en el año AD 70, había dejado el templo destruido, llevándose sus tesoros a Roma como trofeo, inclusive el candelabro de oro.
Siete Candeleros.
Estos rasgos históricos forman el fondo de lo que encontramos en Apocalipsis 1 y es importante conocerlos. Juan, el único superviviente de los Doce, exiliado por órdenes de Roma, ve una vez más que la obra de Cristo y su reino no son de este mundo – no dependen de Roma, ni son detenidos por Roma – al contrario: siguen adelante en el poder de Cristo. No pueden ser estorbados por las políticas y los ejércitos de la tierra. Juan ve que, en lugar de un candelabro de siete brazos, hay ahora siete candeleros, sueltos pero juntos. También ve que son cuidados directa y eficazmente por Cristo. No están confinados a un edificio; alumbran en el mundo entero y a través de la historia. Luego, en el último versículo, hay una aclaración del misterio.
Los siete candeleros simbolizan en primer lugar las siete congregaciones de Asia Menor. Pero el hecho de que sean siete, y que los candeleros sean de oro, indica que en conjunto simbolizan toda la obra del Señor en la tierra, tanto la de entonces como la de hoy. No sólo los creyentes de Asia Menor están incluidos; al ser siete, se entiende que, en realidad, se trata de su obra universal. Allí, donde se reúnen en su nombre los redimidos de Cristo, los que pertenecen a su Iglesia Universal, allí brilla la luz de un candelero de oro. ¿Y por qué de oro? Porque el oro simboliza la naturaleza divina, la que ha recibido el creyente. Nadie que no tenga esa nueva naturaleza de “oro”, pertenece a Él o a su obra, por muy “cristiano” que parezca.
Los hay que organizan sus propios “candeleros”, tal vez muy hermosos y atractivos, pero si no están hechos de “oro” espiritual, y si no están entre “los siete”, no son atendidos por el único Sumo Sacerdote, por Aquel que cuida de los siete. No sirven para brillar con la Luz del Mundo. Isaías 50:11 nos da una buena idea de tales intentos y de su trágico fin.
El Versículo 20.
No se mencionan primero los candeleros, más bien, en primer lugar destacan “las siete estrellas en mi diestra”. Aprendemos que las siete estrellas simbolizan a “los mensajeros de las siete congregaciones”. La diestra del Cristo resucitado es la mano de su autoridad, de su administración y acción. Si los siete candeleros alumbran de manera horizontal, las estrellas alumbran de manera vertical. Su luz viene de arriba, del cielo, y es administrada directamente por la diestra de Cristo. De nuevo el hecho de que sean siete indica la perfección de la obra de Cristo. No falta ningún mensajero, están todos. ¿Dónde entonces brillan los mensajeros del Señor? ¡Cuánto más negra la noche de este mundo, más brillante la luz de las estrellas! Así los “mensajeros” de Cristo brillan por doquier; son incontables como las estrellas. ¿No dijo Cristo a todos los suyos: “recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hch. 1:8)? Los mensajeros del Señor brillan en las congregaciones, y a través de ellas. “Que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo; asidos de la palabra de vida…” (Fil. 2:15-16). Brillan con la luz del cielo y hasta lo último de la tierra. Naturalmente, esa luz del cielo tiene todo que ver con el mismo Señor. Él es quien la administra a través de hombres y mujeres en la tierra. Están en su diestra como “estrellas”. “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres” (Mt. 5:16).
Concretando Algo Más.
Y esas “estrellas” – “ángeles de las congregaciones” – ¿no podrían ser en realidad los “pastores” de las iglesias?
Para afirmar tal cosa, como muchos hacen, es necesario realizar gimnasias mentales complicadas, ya que el concepto está en la tradición, no en la Biblia. El sencillo concepto bíblico es que cada congregación tiene tantos mensajeros – siervos del Señor de la Iglesia – como integrantes tiene. Por ejemplo, en Hechos 2 y 1ª Corintios 14, aprendemos que los mensajeros (siervos) – llamados también “profetas” en dichos capítulos – son llanamente todos los miembros del Cuerpo de Cristo. Cuando alguien se convierte a Cristo, no sólo se convierte en discípulo, se convierte asimismo en mensajero. En dichos capítulos no queda duda, cada uno de los suyos, habiendo recibido a su Espíritu Santo, es hecho portavoz del cielo. Con su diestra el Señor le cuida, le maneja, le guía, le capacita y le utiliza. Para más confirmación del hecho explícito de “cada uno” deben estudiarse Romanos 12, 1ª Corintios 12, Efesios 4 y 1ª Pedro 4.
Cuidado con la Pastoritis
En este caso, ¿cómo se debe entender Apocalipsis 2:1, 8, 12, 18, etc. – “Escribe al ángel de la iglesia en…” – porque la palabra “ángel” está en singular, como si fuera “Escribe al pastor”? Al perder de vista la situación existente, es inevitable que alguna confusión resulte. Ese “ángel”, es decir “mensajero”, venía recorriendo tierra y mar para llegar al apóstol Juan con mensaje de su congregación (en Éfeso, etc.). Pero siendo además “mensajero de Cristo”, traía – como “estrella” – luz del cielo para Juan. ¡Cuánto habrá significado para el anciano apóstol la llegada y la estancia de tal mensajero! Luego, al zarpar de allí, el ser designado “mensajero de Cristo” cobraba todavía más actualidad: ¿no llevaba una carta de Cristo para ser entregada a los suyos? Y así, en sentido real, CADA creyente es su mensajero, porque cada uno lleva la Palabra de Cristo. ¿Quién se atreve a restringir esta maravillosa realidad a una élite de “(reverendos) pastores”? En 2ª Corintios 3 es notable que Pablo, a pesar de las anomalías en esa congregación, llega a decir: “siendo manifiesto que sois carta de Cristo…, escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne del corazón.”
Ninguna epístola del NT va dirigida a ningún pastor; cosa que en tiempos modernos es inconcebible. Las siete cartas que el mismo Buen Pastor envía a sus congregaciones de Asia Menor no son excepción; no van dirigidas a “pastor” alguno. En el NT, sí, hay unas cartas personales, es decir, que no van destinadas a congregaciones. Son cartas de Pablo y de Juan. Pablo escribe a su amigo personal, Filemón, tal vez uno de los ancianos en Colosas, pero Filemón no era “pastor” en el sentido moderno. Así pasa con la carta de Juan a Gayo. Es curioso que en ella Juan dé una descripción muy negativa de un tal Diótrefes a quien se ve como “prototipo” del pastor moderno. Las otras tres las escribe Pablo a Timoteo y Tito, no porque fueran “pastores” de iglesias locales, sino porque eran colegas en la obra misionera. El “oficio de pastor”, indispensable en el día de hoy, brillaba por ausencia entre las congregaciones neotestamentarias.
Preguntas y Respuestas.
Volvemos a la visión de Juan. Si él ve al Hijo del Hombre andando entre los siete candeleros, no cabe duda que el Espíritu Santo quiere ahora dar el mismo enfoque a nuestra visión, es decir, quiere que captemos su significado e importancia. Para esto vienen bien algunas preguntas. ¿Qué es lo que estaría haciendo el Sacerdote cuando “anda en medio de los siete candeleros de oro” (Ap. 2:1)? O, en otras palabras, ¿qué es lo que el Señor de la Iglesia está siempre haciendo en sus congregaciones, entre ellas, y a través de ellas, en todo el mundo? ¿Cuál es su intención e interés? ¿Cómo logra sus propósitos?
No podemos menos que asumir que el Sacerdote, visto por Juan andando en medio de los candeleros – cada cual con su lámpara de aceite – esté ocupado en tres cosas:
1) Cuida la provisión del aceite, la que nunca debe faltar. El aceite, fuente de luz, es símbolo del Espíritu Santo. Desde el día de Pentecostés, el Espíritu ha estado plenamente disponible en toda su Iglesia. En otras palabras, de parte de Dios, jamás ha faltado el “aceite”, para que haya luz. Es por esto que Cristo necesita congregaciones – sus candeleros de oro – que, en medio de este oscuro mundo, ardan con su aceite y brillen con su luz. Para las provisto la “plenitud del Espíritu” (Ef. 5:1-20).
2) Controla el estado del pábilo (la mecha). De Jesús está escrito que “el pábilo que humea no apagará” (Mt. 12:20). El Sacerdote sabe que es inevitable que después de cierto tiempo el pábilo de una lámpara empiece a humear, así que, siempre observa atentamente. Sabe que el “humo” es síntoma de una creciente dureza del pábilo, la que impide el flujo del aceite. Por esto, antes de que sea tarde, atiende al pábilo. Si no hiciera nada, se apagaría sola. El humo sirve como alarma, no para ya apagar, sino para avivar. La intervención es urgente, y necesita delicadeza y habilidad. ¿Qué es lo que hace el Sacerdote?
3) Corta del pábilo las durezas. Al estar ardiendo continuamente, el lino de que está hecho el pábilo, y que chupa el aceite hacia arriba, este material se pone negro y se endurece. Si no hay intervención, el pábilo terminará tan duro que no permite más el paso del aceite y en consecuencia se apaga. Por esto el interés del Sacerdote es intervenir a tiempo. Para ello tiene un instrumento, parecido a tijeras, y con él corta y quita las durezas del pábilo. Esto hace que, inmediatamente, el aceite puede pasar de nuevo y sin estorbo, y el pábilo (ahora despabilado) vuelve a arder libremente; ¡la llama de luz se ha avivado!
¡Así Exactamente!
¡Qué importante que captemos la estrecha relación entre Aquel que anda-en-medio-de-los-siete-candeleros y sus cartas a las siete congregaciones! ¿Qué es lo que hace a través de sus cartas? Es precisamente el efectuar aquellas tres cosas que le hemos visto haciendo entre los candeleros. Del 1:20 aprendemos que los siete candeleros son las siete congregaciones. De modo que, su obra entre los candeleros es su obra entre las congregaciones, la de cuidar, controlar y cortar. No olvidemos que los siete candeleros y las siete congregaciones representan toda la obra del Señor. En cualquier lugar donde haya creyentes reunidos alrededor de Él, es decir, alrededor de Cristo, el Sacerdote – sean sólo dos o tres, o sean más – allí se encuentra un candelero con luz. Pero, como el Señor advierte a los efesios, ¡esa luz puede apagarse y el candelero puede ser removido (Ap. 2:5)!
Veamos las responsabilidades del Sumo Sacerdote, las que ejerce entre las siete congregaciones de Apocalipsis 2 & 3:
Él cuida la provisión del “aceite” espiritual, y garantiza que nunca faltará.
Por esto, en cada caso, el primer versículo de cada carta menciona algún aspecto de provisión perfecta para su necesidad, perplejidad o debilidad. Espera de los suyos que se fijen en Él. Sólo así habrá abundancia de “aceite” con que alumbrar en este mundo:
a) “El que tiene las siete estrellas en su diestra, el que anda en medio de los siete candeleros de oro.”
b) “El primero y el postrero, el que estuvo muerto y vivió.
c) “El que tiene la espada aguda de dos filos.”
d) “El Hijo de Dios, el que tiene ojos como llama de fuego, y pies semejantes al bronce bruñido.”
e) “El que tiene los siete espíritus de Dios, y las siete estrellas.”
f) “El Santo, el Verdadero, el que tiene la llave de David, el que abre y ninguno cierra, y cierra y ninguno abre.”
g) “El Amén, el testigo fiel y verdadero, el principio de la creación de Dios.”
Él controla el estado espiritual de cada congregación. En seguida, y sin falta, sabe cuando – en alguna parte – salga “humo”: la señal para intervenir. ¡La luz está menguando!
En Apocalipsis 2 y 3 el sacerdote encuentra que en cinco de las siete congregaciones la situación es precaria. En otras palabras, en un 71% del total las “durezas” están creciendo de manera alarmante.
A cada una dice: “Yo conozco tus obras…”. Entre esas obras encuentra lo que es positivo, así que, la luz no se ha apagado del todo. Pero añade algo más:
a) a tres dice: “Pero tengo contra ti…”
b) a dos dice: “Recuerda, por tanto…”, o “Acuérdate, pues…”
c) a cinco dice: “Arrepiéntete…”
d) a una dice: “Por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca…”
e) a una dice: “Yo reprendo y castigo a todos los que amo…”
La “dureza de corazón” entristece al Señor (Mr. 3:5), pero su perspectiva es la victoria, un auténtico avivamiento personal, de cada creyente: “Al que venciere, le daré…”. Obviamente, Él quiere intervenir, ¿pero qué le impide que intervenga ya?
Él corta decididamente la “dureza” que ha venido creciendo y que ya está estorbando. No es por nada que se presente a los de Pérgamo como aquel “que tiene la espada aguda de dos filos”. La cuestión es ¿cómo y cuándo? Si hacemos una comparación con su parábola de la-vid-y-los-pámpanos (Jn. 15), entenderemos que la misma ley se aplica, es decir, la ley de la poda. El “labrador”, de continuo, corta todo brote inútil que aparezca en la vid, con el fin de que toda la savia vaya dirigida a los racimos de uva. Para esto – dice Jesús – sirve su Palabra en la vida del discípulo. “Todo aquel que lleva fruto, lo limpiará (podará), para que lleve más fruto. Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado.” También menciona la necesidad de “permanecer en su Palabra”.
Tal como poda las ramas de la vid por su Palabra, así por su Palabra también corta las durezas del pábilo que humea. Pero ¿cómo se hace efectiva su Palabra en vidas y congregaciones? Para esto necesita dos cosas en combinación. Son imprescindibles: Oído abierto y Obediencia genuina. Los planes y la voluntad de Dios para vidas y congregaciones son grandes y son maravillosas, ¡pero sin oído y obediencia no efectúan nada!
Es por esto que su Palabra a las siete congregaciones no deja de aconsejar y mandar. Es así que interviene, a través del oído y la obediencia de su pueblo, en las durezas que amenazan. En otras palabras, la congregación es responsable. Él mismo no hace lo que los suyos deben hacer…
a) “¡Haz las primeras cosas!”
b) “¡No temas en nada lo que vas a padecer…! ¡Sé fiel hasta la muerte…!”
c) “Lo que tenéis, retenedlo hasta que yo venga.”
d) “¡Sé vigilante!”
e) “Afirma las… cosas que están para morir.”
f) “Guarda lo que has recibido.”
g) “Retén lo que tienes.”
h) “Compra de mí oro refinado… y vestiduras blancas”
i) “Unge tus ojos con colirio, para que veas”
j) “Sé celoso…”
k) “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo.”
l) “¡El que tiene oído, oiga…!” – repetido para cada creyente de cada congregación.
Quien oye y obedece, vence. ¡Cuantas más durezas se corten, más brilla la luz del candelero!
Cuando no encuentra esa conformidad necesaria de parte de la congregación, ¿qué es lo que ha de pasar? Cristo, el Sacerdote, tendrá que repetir lo que dijo de su pueblo Israel: “Los dejé, por tanto, a la dureza de su corazón; caminaron en sus propios consejos. ¡Oh, si me hubiera oído mi pueblo, si en mis caminos hubiera andado Israel!” (S. 81:12-13). La dureza hace que la llama se apaga… Luego, sin luz, el candelero es removido. Aunque en tal congregación hubiera sido grande el testimonio de Cristo, de su amor, de su poder, de su gracia, ahora reinan el silencio y las tinieblas… “Así que, si la luz que en ti hay es tinieblas, ¿cuántas no serán las mismas tinieblas?” (Mt. 6:23). ¡Es lo que pasó finalmente en cada una de las siete congregaciones de Asia Menor…!
Sus Advertencias.
El Señor de la iglesia indica que su paciencia no es infinita. Si no se le oye, ni se le obedece, actuará de otra forma:
“Vendré pronto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubieres arrepentido.”
“Vendré a ti pronto, y pelearé contra ellos con la espada de mi boca.”
“Os daré a cada uno según vuestras obras.”
“Vendré sobre ti como ladrón, y no sabrás a qué hora vendré sobre ti.”
“He aquí, yo vengo pronto.”
Es conocedor perfecto de las intrigas y las estrategias del “príncipe del mundo”, y las señala para estimular y formar el discernimiento de los creyentes. Seis veces nombra al adversario, en cuatro cartas. Hace referencia al “diablo”, pero también usa estos términos: “la sinagoga de Satanás” (en dos cartas), “el trono de Satanás” (o “donde mora Satanás”), y “las profundidades de Satanás”. Luego, mostrando como Satanás opera, menciona a tres personajes, que, a su vez, son ejemplos y símbolos de los tres principales enemigos del cristiano: La Carne, El Mundo y El Diablo:
a) Nicolás. Según se cree, era aquel que es nombrado entre los diáconos de Hechos 6, y quien en una ocasión dijera algo discutible sobre “la carne”, lo cual dio pie a un grupo sectario a justificar sus prácticas carnales, y a llamarse “nicolaítas”. El Señor aborrece las obras de esta secta.
b) Balaam. Era profeta del AT, pero codicioso del oro del rey moabita Balac. Por sus consejos a Balac, hizo que Israel cayese groseramente en idolatría y fornicación. El Señor tiene en contra del creyente el retener esas enseñanzas y prácticas.
c) Jezabel. Era profetisa auto-definida en Tiatira, la ciudad de Lidia (Hch. 16), pero al contrario de Lidia, su conversión resultaba controvertible. Muy posiblemente, antes de su “conversión”, fuera prostituta del templo pagano, para después recaer en sus prácticas “profundas”, arrastrando a ciertos creyentes consigo. El Señor anuncia juicio para todos los que toleran las cosas de ella y no se arrepienten.
Los “Pseudos”.
Jesús advierte también acerca de las pretensiones de unos cuantos judeo-cristianos que “evangelizaban” a su modo. En tres de las siete cartas hace alusión a ellos. Llamados “judaizantes”, insistían en la ley de Moisés y que los gentiles – para completar su salvación al haber creído – debían ser circuncidados. Pablo también había advertido contra ellos, sobre todo en su carta a los gálatas. Cuando comenzó esta carcoma a perjudicar la obra de Cristo, y cuando se entendió su gravedad, fue convocada una asamblea especial en Jerusalén. Allí se trató la cuestión de los gentiles que se convertían (Hch. 15): ¿debían circuncidarse? El Espíritu Santo guió admirablemente para que todos los concurrentes abracen de nuevo el hecho fundamental que la salvación es por la sola gracia y por la sola fe. No cabe añadidura alguna.
Pero a pesar del rechazo de sus doctrinas y prácticas, los judaizantes seguían. Jesús los califica de “pseudos”. Buscaban la manera de atrapar a los recién convertidos para hacer de ellos “verdaderos judíos-prosélitos”, reuniéndolos aparte. A esas reuniones separadas, de judíos con prosélitos circuncidados, las llamaban “sinagogas”, y a los líderes del movimiento los consideraban “apóstoles”. Pero el Señor los llama mentirosos, blasfemos y “sinagoga de Satanás”. Es decir: pseudo-judíos con pseudo-apóstoles y pseudo-sinagogas. Sin embargo, Jesús promete algo inesperado: “He aquí, yo haré que vengan y se postren a tus pies, y reconozcan que yo te he amado” (3:9).
¿Quién es Soberano?
En medio de este mundo turbulento y engañoso, el Señor no deja de obrar maravillosa y misteriosamente. Sus congregaciones transmiten su luz; los mensajeros en su diestra también. Él hace que la luz del amor de Cristo, que brilla en sus candeleros, atraiga hasta a los “sectarios”. Reseñamos aquí varios de los elementos que su gracia soberana ordena:
Los filadelfos, reconociendo su “poca fuerza”, ¿qué iban a hacer, sino volcarse sobre su Señor? El resultado era una relación de amor con Él, y tal relación íntima siempre da su fruto de amor, ¡hasta dentro de los recintos de la “sinagoga de Satanás”! Unos cuantos de aquellos sectarios – dice Jesús – habrían de reconocer: “que yo te he amado”. ¡Jesús es quien “abre y ninguno cierra”!
¿Puede decirse que era la luz del pábilo, la que penetrara semejante recinto exclusivista? Más correcto sería decir que era la luz del aceite. Pero al mismo tiempo, no deja de maravillar el hecho que, sin pábilo, el aceite no habría hecho nada. Así es que todo está en el Espíritu Santo, pero Él, sin poder disponer del creyente y de la congregación, ¿qué va a hacer? Invariablemente, quiere utilizar al creyente; es decir, Él ya habita en el creyente, pero quiere habilitarle también… Las durezas de pábilo deben ser sometidas y cortadas. Entonces – habilitado – todo es posible. Ya alumbra el amor de Cristo a través del creyente, y a través de la congregación.
Hay otra promesa para los filadelfos de “poca fuerza”, y es igualmente asombrosa: “Al que venciere, yo lo haré columna en el templo de mi Dios, y nunca más saldrá de allí”.
La Perspectiva
En sus siete cartas el Señor nos muestra su amor, nos anima, nos estimula, nos exhorta, nos enseña y nos reprende. También nos amenaza. ¡Cuántas cosas aprendemos! Las más sorprendentes están incluidas en su carta a la congregación de Laodicea.
El cuadro presentado es muy deprimente. La congregación se distingue por soberbia, vanidad y jactancia. En su tibieza, no hay ni frescor en el calor del día, ni calor en el frío de la noche. Su verdadera condición, aunque no reconocida por ella, es, en las palabras de Jesús, “desventurada, miserable, pobre, ciega y desnuda”. Ya había dicho a la congregación de Esmirna que, en su gran pobreza, era muy RICA. Ahora a la de Laodicea dice que, en su gran riqueza, es muy POBRE. Llega a prometerle, “¡te vomitaré de mi boca!
Pero hay otra promesa para aquel que se arrepiente y se humilla de verdad, es decir, quien se reconoce pobre y menesteroso. La encontramos en el salmo 113: “Él levanta del polvo al pobre, y al menesteroso alza del muladar, para hacerlos sentar con los príncipes, con los príncipes de su pueblo”. ¿No es justamente la perspectiva que el Señor abre a los laodicenses, y a cada creyente, aunque su triste realidad espiritual no sea más que la de “un muladar”? “Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono.” ¡Qué increíble puerta de oportunidad! Pero antes de que ésta puerta se abra, hay otra puerta que debe abrirse…
El Dueño del universo – “el principio de la creación de Dios” – está delante de una puerta cerrada. Pacientemente espera que se le abra… ¿A qué espera? ¿Por qué no la abre Él? El caso es que necesita las mismas dos cosas de siempre: ¡que se le oiga y que se le obedezca! Dice: “Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo.” Si se oye su voz y se abre la puerta, el Convidado entra, pero, a partir de ahí, quiere ser el Anfitrión: “cenaré con él y él conmigo”.
Todo tiene que ver con esa viva relación de amor, la que quedó en el olvido, la que quedó como pábilo endureciéndose. Es una ley espiritual: “No hay reproducción, si no hay reducción.” Gracias a Dios, cuando el pábilo es reducido (recortado), la relación en el amor de Cristo es reproducida, y la luz brilla… Algo más se abre también: ¡es aquella viva perspectiva del Trono la que se abre. Por segunda vez suena el “conmigo”. ¡El creyente que vence se ha de sentar “conmigo en mi trono”!