Escollos que Hacen Naufragar las Iglesias – Y Cómo Quitarlos

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Autor: Jesús González image005
(Últimos dos apartados: Jaime van Heiningen)

Los que llevamos años en el evangelio hemos visto con tristeza congregaciones rotas en pedazos – muchas veces por problemas pequeños que, como la bola de nieve que rueda montaña abajo, han ido creciendo hasta dimensiones gigantescas. Estos problemas entre hermanos tienen, en las palabras del Señor de la Iglesia, una manera y un camino para solucionarse, con tal que se lleven a la práctica por fe.

La realidad es que en la medida en que hacemos como el Señor dice, obramos con sabiduría de Dios. Si tomamos otros “atajos”, actuamos con “sabiduría de los hombres” y esto trae el peligro de provocar un desastre, a corto o largo plazo.

CÓMO SE DEBEN ARREGLAR LOS PROBLEMAS CON EL HERMANO

          “Por tanto, si tu hermano peca contra ti, vé y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano. Más si no te oyere toma aun contigo a uno o dos, para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra. Si no los oyere a ellos, dilo a la iglesia; y si no oyere a la iglesia, tenle por gentil y publicano.” (Mateo 18:15-17)

Este principio, de cómo arreglar las relaciones rotas con el hermano, está claramente establecido por Cristo en el lugar mencionado. Es básico para la buena armonía y convivencia en el ámbito de la congregación. Sin embargo, ¡qué fácil resulta el conocimiento de la teoría del texto, sin que se perciba su funcionamiento en la práctica!

En muchos casos se toman fórmulas diferentes, amaneradas por el hombre, y con la buena intención de arreglar los problemas. Luego sucede que la cosa se complica y hay dolores añadidos – cosa inevitable cuando los principios establecidos por “la sabiduría de Dios” son dejados de lado, y la sabiduría de los hombres prevalece. “Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”  (Juan 8:31).

Cristo es la Cabeza de su Cuerpo, la Iglesia – Colosenses 1:18: “Y él es la cabeza del cuerpo que es la iglesia, él que es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que en todo tenga la preeminencia”. Él es quien la compró a gran precio y quien verdaderamente la ama; y es responsable de edificarla – Mateo 16:18: “… y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella”.

Por tanto los miembros de su Cuerpo debemos reconocer su voluntad y sabiduría y someternos a Él sobre la base de este principio, a fin de que sea un Cuerpo bien concertado y “unido”, no fraccionado, ni dividido. Efesios 4:16: “de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor.”

El Señor vino para llamar a su Iglesia y para unirla en sí mismo, en un mundo roto y dividido por Satanás; por tanto no debemos hacer las cosas del Señor “a nuestra manera”, buscando fórmulas y remedios caseros. Pues, no vamos a mejorar la sabiduría del Señor. Y, lo que es más, al preferir “nuestra manera”, o la de nuestra “denominación”, estamos desafiando la soberanía de la Cabeza del Cuerpo…

CONSIDERACIONES ACERCA DEL PRIMER PASO 

          Si a tenor de lo ya comentado tenemos problemas con el hermano, porque él nos ha ofendido, trabajar para reconciliarnos con él ¡es seguir el ejemplo del Señor! El Impecable nos buscó a nosotros pecadores para reconciliarnos con Dios…

image007          Jesús no especifica ninguna ofensa en particular, pero bien podría tratarse de alguna de estas cosas (incluso de más de una): insulto, calumnia, mal trato, engaño, estafa, falta de respeto a esposa o hija, propuestas deshonestas, etc.

Siendo tú el ofendido, Dios manda que vayas al ofensor, si bien debería venir él. Pero repito, el deseo del Señor es arreglar el conflicto, por eso debemos obedecer e ir en busca del hermano. El texto dice: “Si tu hermano peca contra ti, vé y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano”. Como vemos, el deseo del Señor es “ganar al hermano” y muchas veces los problemas se arreglan ya con este primer paso. Además, habremos obedecido al Señor y sin darle tiempo a que el problema se endurezca. Habremos manifestado amor – que es lo que el Señor quiere para que su Iglesia viva.

Cuando la relación entre dos hermanos queda rota por el pecado, la obra de Dios sufre, se resiente y queda limitada. El Cuerpo experimenta mutilación – con su dolor correspondiente. Es como una astilla que se nos mete en la mano – es un objeto extraño que mientras no se saque, produce infección y enfermedad. ¿Verdad que todo el cuerpo sufre aunque la astilla sólo esté en la mano? Por ende, si esto sucede entre los hermanos, ¿cómo puede existir la armonía, el buen ambiente y, en suma, la vida de Iglesia? Y, por no aplicar el mandamiento del Señor, no tardará la congregación entera en estar implicada y sin experimentar ya la relación de amor entre unos y otros y con el Señor.

Podemos recordar aquí las palabras del salmo 133: “¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía! … Porque allí envía el Señor bendición, y vida eterna.” Si entre los hermanos no hay armonía, ¿puede haber bendición y vida eterna? No, sino más bien muerte y desolación. Por eso el Señor quiere un Cuerpo que funcione, “bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro” (Ef. 4:16). Pues, si el pecado queda consentido, la comunión queda interrumpida – aun con el Señor. El pasaje de Mateo 18:15-20 no está de adorno ni de “relleno”.

El Señor quiere que arreglemos los problemas que surgen en la convivencia de unos con otros, y la manera correcta es hablar directamente con el causante del daño. Muchos problemas se arreglarían si fuéramos con el espíritu de Gálatas 6:1-2: “Hermanos, si alguno fuera sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado. Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo”.

Es lamentable, pero ¿a qué reacción nos lleva tan fácilmente nuestra inclinación y nuestra costumbre? ¿No es a formar nuestro corrillo donde comentar los “pecados del otro”, en lugar de cumplir la Palabra del Señor? Lógicamente esto no arregla nada; al contrario envenena el ambiente de la congregación, rompe la comunión espiritual y lleva a los hermanos a vivir en hipocresía.
Tal vez seamos capaces de “sufrir el agravio” (1ª Co. 6:7), o de “poner la otra mejilla” (Mt. 5:39), pero si el daño no se cura por dentro, y esa “necesidad de contárselo a alguien” nos vence, ¡seremos nosotros culpables de causar agravio! ¡Vayamos con el agravio al Señor, y al causante – hablemos con él! Así nos lo dice el Señor.

Y ¿qué si viene a ti un hermano a contarte lo que otro le ha hecho? Si eres espiritual, anímale a que vaya al causante y lo arregle como el Señor indica. Aprovecha la ocasión para orar con él por el hermano ofensor – fervorosamente. No te complazcas en historias y chismes. Luego, vaya o no vaya, olvídalo para siempre.

DANDO EL SEGUNDO PASO 

          Ahora bien, si tu hermano no te oyere, es decir, no te quiere hacer caso, el segundo paso es: Toma contigo a uno o dos, para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra (18:16). El asunto puede parecer laborioso y preferiríamos desistir; luego, dejamos de mirarle a la cara y empezamos a esquivarle. En otras palabras, ¡le tenemos por gentil y publicano antes de tiempo! Pero reconozcamos que así nada llega a sanarse – hemos dejado el camino que el Señor indica. Sus caminos son caminos de Vida, ¿Lo vemos? ¿Somos capaces de andar por ellos?

El texto nos dice que tomemos a “uno o dos” para que hagan de testigos. No son policías para someter o arrestar al otro; van acompañando al ofendido que quiere arreglar el asunto. Ellos escuchan más que hablan, tal vez su presencia haga ver las cosas más claras al ofensor.

Con todo, ellos también tienen una parte – una vez que han escuchado los intentos de arreglo, y el ofensor persevera en su postura negativa, los testigos deben hablarle, tratando de hacerle recapacitar, recordándole del amor del Señor, del valor de su obra, de la comunión entre los hermanos… El texto dice: “Si no les oyere a ellos…”

Una vez dado este segundo paso de obediencia, si el ofensor persevera en su postura negativa, damos el tercer paso.

DANDO EL TERCER PASO 

                    El 18:17 dice: “Si no les oyere a ellos, dilo a la iglesia…”

Cuando el Señor dice: dilo a la iglesia“, se sobrentiende que es el conjunto de todos los creyentes presentes de la congregación (hermanos y hermanas en comunión), no una pequeña parte. Y digo “presentes” porque en su totalidad quizás sea difícil, ya que puede haber hermanos enfermos, de viaje o en otras ocupaciones. Si hay hermanos que son jóvenes en el Señor, con el discernimiento todavía poco desarrollado, al estar presentes van a aprender mucho del ejemplo y de la enseñanza de los más maduros y responsables.

Es importante seguir el procedimiento hasta el final, aunque tal vez alguien diga: “Este pesado, la lata que da – no va a parar hasta molestarnos a todos”. No hacemos bien si nos quedamos a la mitad del camino – la salud espiritual y el testimonio de la congregación están en juego; merecen ser atendidos.

Pero entendamos que hay un orden en la iglesia que se debe respetar. Por ejemplo, está el asunto de convocar a la congregación. A estas alturas los ancianos (si los hay) deben estar ya bien enterados del proceso, y ellos, siendo en primer plano responsables de ese buen orden en la congregación, toman la iniciativa de reunir a los hermanos.

Son ellos los que tienen que manifestar el asunto a la congregación – la que es convocada para orar. Esta reunión de oración es presidida por uno de los ancianos.

El ofensor ha sido invitado también y puede que esté presente. En este caso, de parte de todos, el anciano que preside se dirige a él con la amonestación de reconocer el mal y de volver al camino del Señor. Aún existe la posibilidad de que se arrepienta y se reconcilie con el ofendido, antes, o después, de que la congregación se ponga a orar.

DANDO EL CUARTO PASO 

          Al faltar la reconciliación, la congregación en oración, dirigida por el Espíritu Santo, expresará unánimemente su acuerdo con la dirección de la Cabeza, que es Cristo – de Aquel que está “en medio”, gobernando en la congregación – es decir, la decisión de que sea separado de comunión.

Si el ofensor no está presente, pero tampoco ha manifestado un rechazo de la invitación a asistir, ni consta una repulsa de lo que le diga la congregación, los ancianos, después de la oración, designan a dos o tres hermanos (incluyendo a uno o dos ancianos) que, en representación de la congregación, y cuanto antes, le visiten al hermano. De nuevo buscan su arrepentimiento y restauración.

Pero si no oyere a la iglesia, ¡tenle por gentil y publicano!“. Es imprescindible que, en representación de la congregación, los ancianos ahora le comuniquen al hermano ofensor lo que significa el ser tenido por gentil y publicano“. Significa su separación de comunión: no participa más en la mesa del Señor; ni en la oración de la congregación; ni en cualquier ministerio. Por otra parte, también le indican que la congregación continuará en oración por él, esperando del Señor su restauración a la comunión.

Concretamente, ¿por qué pecado es separado el hermano? Desde luego, no es por esa ofensa original, más bien hay un cúmulo de cosas. Puede resumirse en su rechazo de la voluntad de Dios, revelada en la Palabra, y en su desprecio del amor de Dios y de los hermanos. Viene a la memoria la “obstinación” de Saúl, la que causó su deposición como rey: “Porque como pecado de adivinación es la rebelión, y como ídolos e idolatría la obstinación. Por cuanto tú desechaste la palabra del Señor, él también te ha desechado para que no seas rey” (1º Sam. 15:23).

Entre distintas congregaciones pudiera haber ligeras variaciones en resolver el problema, pero lo verdaderamente importante es que la congregación, con mucha oración, obedezca humildemente lo indicado por la Cabeza de la Iglesia, responsabilizándose.

Si el hermano persiste en su actitud y ha quedado fuera de comunión por la aplicación de la Palabra del Señor, no por esto la congregación le cierre la puerta. La puerta queda abierta para facilitar una posible restauración (2ª Tes. 3:15). Tal vez el hermano así reprendido y separado, no tarde en volver arrepentido, como sucedió con el hermano que en 1ª Corintios 5 tuvo que ser “entregado a Satanás”. En tal caso habremos ganado al hermano (2ª Co. 2:5-11).

ACTITUD DE LOS ANCIANOS (PASTORES) ANTE ESTE TIPO DE PROBLEMAS 

          Los hermanos deben cuidarse de no involucrar (prematuramente) a los ancianos (pastores) en estos problemas, ni ellos se deben implicar, cuando (todavía) no hay necesidad. Muchos hermanos (especialmente cuando no tienen una relación íntima con el Señor) esperan que los ancianos les “arreglen todo”.

Lo que los ancianos bíblicos buscan es, precisamente, un continuo crecimiento hacia la madurez y la responsabilidad de cada hermano y hermana. Cuando ellos mismos se carguen de responsabilidades que no son para ellos, sino para todos, ese crecimiento de los hermanos se ve impedido. Es notable en Mateo 18 que el Señor no diga que el creyente vaya a los ancianos para que ellos le resuelvan el problema de una vez.

Así su ministerio es salvaguardado, evitando las cargas excesivas. Sí, pueden orar, cooperar y servir de apoyo. Cuando los hermanos acuden a un anciano, pidiendo que les resuelva el problema que tienen con otro hermano, el anciano debe orientarles en este sentido – que los hermanos mismos son responsables de actuar por la gracia del Señor, conforme a lo dicho por el Señor.

Conviene que los ancianos eviten las telarañas en que pudieran quedar presos. Cuando son libres de responsabilidades ajenas, y no se ven envueltos en tales conflictos, tendrán la libertad de darse plenamente a las tareas de guiar y apacentar el rebaño (Prov. 27:23). “Sujetaos a ellos; porque ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta; para que lo hagan con alegría, y no quejándose, porque esto no os es provechoso” (Hb. 13:17).

Pero, como hemos visto, si el causante del problema se niega a reconocer su culpa, aun ante los testigos, entonces, a partir de ahí, los ancianos estarán plenamente involucrados.

Y ¿qué si no hay (todavía) ancianos en la congregación? Es importante darnos buena cuenta que cada creyente es responsable para mirar por el bien de sus hermanos. Precisamente esa responsabilidad que caracteriza a los ancianos, la de “velar”, es también la responsabilidad de cada hermano y hermana: Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados; no sea que haya algún fornicario, o profano, como Esaú, que por una sola comida vendió su primogenitura” (Hb. 12:15-16).

También una congregación muy joven, todavía sin ancianos, como aquella de Antioquía, puede ya experimentar toda la suficiente gracia de Dios (Hch. 11:23).

“ATAR Y DESATAR” 

          Puede que quede una pregunta acerca del “atar y desatar”, mencionados por Jesús en ese mismo contexto: “De cierto os digo que todo lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, será desatado en el cielo” (Mt. 18:18). Obviamente, Jesús está comparando la separación de comunión con un “atar” del creyente. Éste perdió su libertad de participar en las actividades de la congregación. Por otro lado, cuando se arrepiente, vuelve y es restaurado, ahí la congregación le “desata“. Es un lenguaje sencillo y claro, que no presenta mayor dificultad. ¿Pero cómo entender esa implicación del “cielo”? ¿Tenemos que entender que el “cielo” haga caso de lo que nosotros hagamos en la tierra para, luego, seguir nuestro “ejemplo” y hacer lo mismo? Intuitivamente comprendemos que no podría ser así.

La realidad es precisamente lo contrario. He aquí la explicación:
Las expresiones griegas, traducidas al español así: “será atado en el cielo” y “será desatado en el cielo”, son “quebraderos de cabeza” para el traductor, porque, de veras, son algo complicadas. Pero, en resumidas cuentas, lo que hacen los verbos griegos, en la forma aquí utilizada por el Señor, es combinar el futuro con el pasado. Con un ligero paráfrasis llegamos a este significado: “De cierto os digo que todo lo que atéis en la tierra, será aquello que quedó atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, será aquello que quedó desatado en el cielo”.

Inmediatamente captamos lo que quiso decir (y lo que dijo) el Señor. Los discípulos están pendientes del cielo para toda su actividad espiritual en la tierra. Este hecho se desprende también, enfáticamente, de los versículos 19 y 20: “Otra vez os digo, que si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca de cualquiera cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.”

Debemos comparar, además, el testimonio que Jesús da sobre su propio andar y obrar en la tierra: “De cierto, de cierto os digo: No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente” (Jn. 5:19).

En otras palabras, la congregación que conoce una auténtica dependencia del cielo, no puede separar de comunión a nadie por “cualquier causa”, sólo lo puede, y lo debe, hacer por algo que en el cielo es considerado grave, algo que conduzca a que Dios Mismo le “ate” en el cielo. Este creyente ha perdido su libertad y comunión y gozo en el andar con Dios (para no decir nada de su testimonio y prestigio), no por un revés o una depresión o algo del estilo, sino porque ofendió gravemente al Señor. Dios Mismo se resiste a andar con él, le tiene “atado”, y está pendiente de un verdadero arrepentimiento.

Cuando la congregación percibe en la oración que así están las cosas respecto a un hermano, no puede hacer menos que “atarle” también. Una vez “atado”, pueden pasar las semanas, los meses o los años, pero si llega el momento del gran cambio de actitud, la congregación debe estar preparada. Los hermanos percibirán – en su dependencia del cielo, y a través del contacto cuidadoso que han mantenido con el hermano – que Dios obró un auténtico arrepentimiento, que Dios le desató… Una vez que se esté convencido de esto, la congregación no puede quedar atrás. Ella también le desata, es decir, le vuelve a recibir en plena comunión con mucho gozo.

GIGANTES Y PIEDRAS

          El acto de tenerle por gentil y publicano“, mandado en Mateo 18 por el mismo Señor, encabeza una lista de cinco image009mandatos inequívocos de separación“, dados en el Nuevo Testamento. Cada “mandato”, en lenguaje sencillo y conciso, prescribe la “medida” necesaria para neutralizar o quitar los “escollos”. Para que el lector pueda estudiar los distintos pasajes, reproducimos aquí la lista de referencias, juntamente con los respectivos “escollos” que las artimañas de Satanás provocan:

Mateo 18:15-20
>             Rechazo de la reconciliación con un hermano, la que se convierte en rechazo del Señor.
Romanos 16:17-18 >         “Causar divisiones y tropiezos en contra de la doctrina”.
1ª Cor. 5:1-5; 11-13 >       Pecado grosero y crimen.
2ª Tes. 3:6-15 >                   Un andar desordenado (como el de no querer trabajar), que se vuelve desobediencia ante las directivas apostólicas.
Tito 3:10-11 >                     Causar divisiones por herejía – doctrina sectaria.

          Los Cinco Mandatos pueden compararse con las cinco piedras lisas que David se escogió del arroyo para ir al encuentro de Goliat, el gigante – aquel que desafiaba a Dios y daba pánico al ejército de Israel (1º Samuel 17). Confiando en Dios, David sabía que con cinco piedras Dios daría la solución perfecta. Estaba totalmente dispuesto para dar la cara y usar cada una de las cinco piedras. No obstante, con una sola piedra, con la primera, el “problema gigante” ya feneció – de una vez. Sobraron las otras cuatro.

En las congregaciones cristianas, los “gigantes” que desafían a Dios son cada vez más atrevidos. Logran confusión, división y devastación – ¡y el ejército cristiano queda a la merced de los “filisteos”! La mayoría de las veces el hecho de que existan siquiera los cinco mandatos, claros y contundentes, se ignora sencillamente…

Pero cuando hay un profundo conocimiento de lo que hay disponible de “piedras lisas” en el “arroyo” de las Escrituras, y cuando hay una plena confianza en el Dios de las Escrituras, se debe y se puede afrontar al “gigante del pecado” que tiene la audacia de introducirse. Su intención es la de causar estragos, pero, lógicamente, se asoma, no como “gigante ofensivo”, sino como “enano inocente” – sabe disfrazarse de “ángel de luz” (2ª Co. 11:14). Tanto Jesús Mismo (en los evangelios y Apocalipsis), como los que escriben las epístolas: Pablo (también en Hechos), Santiago, Pedro, Juan y Judas, advierten, seria y constantemente, contra los “falsos maestros, que introducirán encubiertamente herejías destructoras…” (2ª P. 2:1; Jd. 4).

¡Qué importante que nos dejemos adiestrar por el Verdadero Maestro – diariamente y en su Palabra, a solas y con otros discípulos! Porque entonces aprendemos discernimiento y valentía, y nuestra tibieza, torpeza y temor se desvanecen. Es la única manera para experimentar que somos “más que vencedores por medio de Aquel que nos amó” (Ro. 8:37).  Sólo así veremos a Dios actuando. “Bendito sea el Señor, mi roca, quien adiestra mis manos para la batalla, y mis dedos para la guerra…” (S. 144:1).

En muchísimos casos, al actuar en obediencia y con prontitud, la “primera piedra de la honda” basta. Es decir, el primero de los cinco mandatos (el de Mateo 18), puesto en práctica por una fe sencilla, puede que termine de una vez con lo que hubiera llegado a ser toda una serie de problemas. Así ocurrió con la primera piedra de David, las cuatro restantes sobraron… ¡El gigante cayó y los filisteos huyeron!

No obstante, es de gran importancia que sepamos discernir entre una ofensa y otra. No siempre empiezan los problemas con una ofensa del tipo de Mateo 18. La paciencia es elemental, pero hay ocasiones cuando no se debe actuar “pacientemente” dando ciertos “pasos”, antes de separar a un hermano. Cuando se trata de una grave ofensa, flagrante y consumada, la separación debe ser inmediata, ¡incluso si el ofensor alega estar ya arrepentido! Pablo reprende a la congregación de Corinto (no a los ancianos, sino a la congregación) por su seria negligencia en tratar, con urgencia y eficacia, el caso de fornicación/incesto que se había producido entre ellos – Goliat estaba a sus anchas (1ª Co. 5). ¡El apóstol instruye que, sin demora, el culpable sea “entregado a Satanás”!

Queda una pregunta más: Suponemos que, luego, el hermano esté plenamente restaurado a la comunión – ¿Qué si, habiendo pasado un período, empieza a expresar un deseo de volver a tomar algún ministerio público, o de ser tenido en cuenta para diácono o anciano? ¿Sería un deseo correcto? ¿Sería tal ministerio conveniente para el testimonio de la congregación? ¿Qué orientaciones nos da la Palabra?

Para una respuesta bíblica, amplia y sosegada, sugerimos que el lector vaya al siguiente librito electrónico:

“¿Recuperable?”
accesible y listo para bajar desde este mismo menú:
www.ntmu.net/espamenu.htm
¡Encontrarás, además, otros muchos materiales de vital importancia!

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(Jd. 3)