¿Recuperable?

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Jaime van Heiningen

          “Tengo una pregunta…”

Una hermana en Cristo nos hace llegar una pregunta de gran importancia. Obviamente necesita una orientación bíblica, que sea clara y concreta. Para responder ampliamente, le tradujimos el librito-e de:  http://www.ntmu.net/lost.htm     El resultado lo tienes delante. Para ella, y para otros en su iglesia, Dios ha querido utilizarlo para mucha ayuda y bendición. Para ti podrá llevar un fruto similar…

            Tengo una pregunta:

En mi iglesia están abriendo los ojos a la necesidad de poner ancianos y no tener sólo un pastor. Hay un hombre en la iglesia quien quiere ser anciano. Pero él, cuando ya conocía al Señor, fornicó. Su novia quedó embarazada y por cinco meses estuvieron mintiendo a la iglesia.
En mi país es tradición que las mujeres que son vírgenes se casen de blanco. Pues ellos se casaron en la iglesia y no dijeron nada de lo que estaba pasando. Se casó ella de blanco. Luego se fueron por un tiempo a otra ciudad y regresaron cuando la niña ya estaba grande. Nunca confesaron lo que hicieron. Regresaron a la iglesia como si nada. Y hoy él quiere ser anciano.
Yo me siento ofendida porque yo fui su dama de honor en la boda, sin saber lo que estaba pasando. Y así muchos participaron en su pecado.
Otro hombre que quiere ser anciano – él hace dos años adulteró, casi se divorciaba de su esposa. No fue como que cayó en una ocasión, sino que fueron muchas las veces que tuvo relaciones con la otra mujer. Ahora él también quiere ser anciano. Se escudan en que Dios perdona y borra.
¿Es verdad que después de alejarse de tal pecado y de pedir perdón a Dios, ya pueden ser líderes?                    

El Nuevo Testamento – ¡testamento del amor de Dios en Cristo!

Este testamento del amor de Dios nos abre las fuentes de su perdón inmerecido, de su salvación y de su vida eterna. ¡Qué seguridad y qué gozo nos vienen a través de sus páginas!

Pero al mismo tiempo no nos oculta que este ser humano puede mostrarse sumamente ingrato. La cruda realidad es que, aunque salvo y con experiencia de servirle a su Señor, el creyente puede volverse indiferente, rebelde, presuntuoso, obstinado y desobediente. ¿Por qué le pasaría esto a un hijo de Dios?

Le pasa cuando no escucha atentamente y no acata lo que su amante Señor le está indicando en su Palabra – cuando no está pendiente de la “gracia de Dios”. Entonces, como dice el apóstol Pablo, es fácil que el creyente joven, por ejemplo, “envaneciéndose caiga en la condenación del diablo”. Si no tiene cuidado de su testimonio en el mundo, caerá “en descrédito y en lazo del diablo” (1ª Ti. 3:6-7). Cuando prolifera el error por todas partes, es posible hacer caso omiso de la advertencia de Pedro: “Así que vosotros, oh amados, sabiéndolo de antemano, guardaos, no sea que arrastrados por el error de los inicuos, caigáis de vuestra firmeza” (2ª Pe. 3:17). En vez de andar engreído, “el que piensa estar firme, mire que no caiga” (1ª Co. 10:12).

El creyente puede pecar contra su Dios y Salvador y de tal manera, que, aunque no pierda la misma salvación, sí, pierde su comunión con Dios y con sus hermanos, pierde el gozo de su salvación, pierde su ministerio y pierde su testimonio en el mundo. Además pierde la corona que le estaba esperando (Ap. 3:11). ¡Cuánta pérdida! ¡Es elevado el precio de todo lo que sea rebeldía y desobediencia!

image003Pero cuando el creyente se humilla y se arrepiente de todo corazón, ¿no recupera lo perdido? ¿Qué enseña el Nuevo Testamento al respecto?

En cuanto a tiempo perdido y oportunidades desperdiciadas, hasta un niño entiende que ¡no las va a recuperar jamás! Lo que, sí, recupera de parte del Señor en su misericordia, es la comunión con Él y con sus hermanos. Con la comunión restablecida, el corazón del creyente podrá de nuevo rebosar del gozo de su salvación (S. 51:12).

Pero ¿y el ministerio público que antes ejercía? ¿Puede volver a tomarlo? Y, si antes no tuviera un ministerio así, ¿puede ahora aspirar a servir en tal capacidad? ¿Le está abierto alguno de estos ministerios: anciano, diácono, obrero a tiempo completo, presidir reuniones, etc.?

De estas cuestiones tan importantes nos ocuparemos en este artículo.

Al fondo, en “Pregunta con Respuesta”, hay una breve consideración de los “casos” de David y Pedro. ¡No te la pierdas!

La ley de la vasija

En la vida hay cosas que, una vez perdidas, no se recuperan jamás. Cuando, hace unos años, me di cuenta que había perdido todo mi sentido de olfato, supe que nunca más (en esta vida) volvería a oler nada. Pudiera lamentarlo, pero, quiera o no, tendré que manejarme sin ese sentido – ya para siempre…

Cuando un joven (una joven) es impaciente para experimentar los goces del “sexo”, su “virginidad” podrá ser cosa del pasado antes de que se dé cuenta. Pasan varios años – llega el momento de la unión definitiva con aquel ser maravilloso con quien quiere estar para el resto de su vida, y ¡qué no daría para poder ofrecerle el precioso don de la virginidad! Pero nada.., se derrochó y no se recupera más.

Se trata de una ley – puede llamarse “la ley de la vasija echada a perder”. Es lo que Jeremías veía en la casa del alfarero: “la vasija de barro que él hacía se echó a perder en su mano…” Pero Jeremías vio algo más – no es el fin de la historia. Vio que el alfarero “volvió y la hizo otra vasija, según le pareció mejor hacerla” (Jer. 18:4). Lo que Dios le está enseñando a Jeremías, es que ¡Dios sigue fiel! – también cuando su amado pueblo es completamente infiel. Su fidelidad y misericordia podrán hacer de tal pueblo o de tal individuo algo precioso y útil todavía.

Nuevo principio, pero…

Lo que el alfarero estaba queriendo formar con sus dedos hábiles, quedó en nada – se echó a perder y ya no sirve. Pero cuando hay image004sincero arrepentimiento, el Gran Alfarero empieza algo nuevo – algo que todavía será hermoso. Aquel matrimonio nuevo, que tiene que iniciarse sin virginidad, empieza con una tremenda desventaja en el terreno de las emociones. Pero aun así, puede llegar a ser un matrimonio admirable.

Es en este punto, sin embargo, que tenemos que tener muy clara una cosa – es decir, otra ley. Quizás no quepa tan fácilmente en nuestra cabeza obstinada, pero la realidad es que ¡la vasija secundaria nunca será como iba a ser la original!
¿Quién triunfa?

Ser creyente significa, por definición, haber recibido y experimentado la gracia de Dios en poder transformador. Pero ¿qué ocurre cuando el creyente, a caso hecho, suelta esa gracia, la resiste y, al final, la rechaza? Lo que ocurre es que la “vasija” tan exquisita, la que los dedos de Dios estaban moldeando, se rompe… De repente parece que Calvario, la Resurrección, Pentecostés, todo aquello ha carecido de sentido – no ha podido con esta vida. La gran redención tan esperanzadora, al final ha sido impotente… Satanás ha tenido la última palabra…

Así parece y, efectivamente, ahí el Alfarero podría dejar el asunto y tirar los pedazos al montón de escombros. Pero ¡eso no es lo que hace! ¡Su gracia triunfa – siempre! La obra de sus manos sigue. De lo que se echó a perder, sus dedos hacen otra vasija nueva – “estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Fil. 1:6).

Fracaso
Hay una versión moderna de esa “ley de la vasija echada a perder”, la que nos vuelve a ilustrar lo serio de la pérdida. Nos viene esta ilustración por medio del mismo lenguaje que utilizamos. Cuando en un taller de vidrios y cristal de Italia la obra de arte, que el artesano estaba formando, se echaba a perder, no tenía más remedio que echar ese material a un receptáculo, y lo hacía con la exclamación de “¡fiasco!”. Es la palabra italiana para “botella”.

Ese vidrio se malogró, pero será reciclado, todavía será algo valioso, será botella. Lo mismo pasa en el idioma español si se tiene en cuenta que la palabra “fracaso” proviene de “frasco”, es decir, “botella”. Aunque fracasara la intención del artesano, dentro del mismo ‘fracaso’ está todavía la ‘botella’.

La cocina de Satanás

Sin embargo, el slogan del mundo que dice: “peca ahora, paga después”, también tiene razón. “La paga del pecado es muerte” – “vasijas rotas”, “vidas rotas”. El pecado interviene en la obra delicadísima de los dedos de Dios – interrumpe con desdén y violencia lo que su amor está formando.

Satanás no es un “cualquiera” – tiene sus estrategias muy claras y muy refinadas. Con gran éxito se ha especializado en servir ciertos pecados a estilo de “chef de cocina”. La “fornicación” parecería ser su plato favorito. Hay varios ‘manjares’ en este plato que, elaborados por sus expertos, resultan irresistibles – entre ellos el incesto, el homosexualismo, el adulterio, la prostitución. Cada uno de ellos es nombrado por Pablo cuando, en 1ª Corintios 5 y 6, suena la alarma entre los creyentes. Para un corintio en Cristo ya era tarde – había caído con el ‘encanto’ del incesto…

Platos y platos

También tiene Satanás un enorme éxito con otro plato: el “afán de enriquecerse”: “Teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto. Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición; porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores (1ª Ti. 6:8-10).

En su menú está asimismo la falsa doctrina. Un creyente es fascinado por algo que suena muy bien y muy espiritual, pero que se desvía de la Palabra de Dios, más bien la deshonra. Se le amonesta a que deje eso y vuelva a la enseñanza bíblica, pero no hace caso. Al contrario, empieza a indoctrinar a otros, los que, a su vez, se desvían. Este era el caso de Himeneo y Alejandro, y posiblemente Fileto, que en Éfeso habían sido compañeros de Pablo.

Sí a la brújula – no al naufragio

Para nuestro “viaje a ultramar” tenemos una “brújula fiel” – es la Escritura. El enseñador cristiano que no hace pleno caso de la ‘brújula’, está en inminente peligro de “naufragio” y de hundir a todos los que se embarcaron con él. Pablo le advierte a Timoteo que él corría el mismo riesgo, y le cita el triste ejemplo de esos antiguos colaboradores. Los obreros de Dios necesitan, en todo tiempo, mantener “la fe y buena conciencia, desechando la cual naufragaron en cuanto a la fe algunos, de los cuales son Himeneo y Alejandro, a quienes entregué a Satanás para que aprendan a no blasfemar” (1ª Ti. 1:19-20). Esta particular enseñanza que difundían era blasfema y “carcomía como gangrena”, según 2ª Timoteo 2:16-18, y “conducía más y más a la impiedad” y “trastornaba la fe de algunos”.

Pero Pablo era conciente del poder y de la sabiduría de la gracia de Dios – la gracia que siempre triunfa. Así que, estaba confiado en que los dedos divinos ya estuvieran trabajando en aquel triste trío de Éfeso para hacer “nuevas vasijas”, ¿o diríamos mejor: “nuevos barcos”? Los había entregado a Satanás, pero ¿con qué propósito? El de aprender a no blasfemar”. ¡Qué triunfo de verdad, cuando en su obra de gracia, Dios utilice hasta a Satanás para enseñar, para moldear una vida! Es Dios quien tiene la última palabra.

Restauración, sí, ¿pero hasta dónde?

El creyente de 1ª Corintios 5 también aprendió su durísima lección. Cuando le consta a Pablo que la lección ha calado profundamente, insta a la congregación a que le vuelvan a recibir en plena comunión. Eran ellos los que en primer lugar le tenían que “entregar a Satanás” (1ª Co. 5:5) – separándole completamente de la comunión. Ahora de nuevo son ellos los que tienen que “confirmar el amor para con él” (2ª Co. 2:5-11) – recibiéndole en plena comunión.

Es lógico que entre los creyentes surjan preguntas e inquietudes acerca de estas cuestiones. Lo que, sí, suele entenderse bien es que Dios en su amor da restauración al hermano o a la hermana, cuando hay arrepentimiento sincero. Pero lo que en muchos casos queda nebuloso es el alcance de su restauración. ¿Puede el hermano que había sido anciano volver a este ministerio? O si nunca era anciano (o diácono), ¿puede ahora aspirar a tal ministerio? ¿Ya sea en su congregación original, o en otra distinta?

Llegó una carta

“Fulano, un creyente en ésta, fue separado de comunión hace unos quince años, dos años después de su conversión. Siguió separado por cinco años. Además, durante este período abandonó a su esposa por dos meses, juntándose con otra mujer. Luego se dio cuenta de su error y volvió con su esposa. Hoy día vive correctamente con su esposa y dos hijos y mantiene un pequeño comercio. Esto no es en la ciudad donde fue separado de comunión. Están ahora felizmente integrados con otros hermanos que se congregan cerca de su casa actual.

Pero esta congregación es nueva y no hay todavía ancianos. Los que enseñan, predican y presiden en las reuniones siempre son elegidos en la oración semanal. Ahora lo que pasa, es que el hermano en cuestión se ha estado preguntando en público por qué él no es elegido nunca para presidir la Mesa del Señor. También se pregunta por qué no pudiera ser uno de los ancianos, una vez que llegue el tiempo de elegirlos. ¿Qué le decimos?”

Enamorados locamente

Para tener una idea todavía más amplia, consideremos el siguiente ‘caso’. Un hermano casado se enamora de su colega, que es soltera, creyente también, incluso de la misma congregación. Él “se ha dado cuenta” que ya no quiere a su esposa y ella es hambrienta de un verdadero cariño de alguien. Ni él ni ella han venido fortaleciéndose con los “alimentos sólidos” de la Palabra de Dios, sólo se han acostumbrado a la “leche de rudimentos” (Hb. 5:11-14). Esa dieta se amplió con la ‘comida-basura’ de novelas y películas casi diarias de la pequeña pantalla. Ahora tienen delante un “manjar” (de amor extramatrimonial), ¿y qué harán? Si hubieran estado pendientes de la gracia de Dios, ya hace tiempo que habrían “cortado por lo sano”. En lugar de eso empiezan una relación y él se muda al apartamento de ella…

¿Qué hace ahora una congregación normal? Cuando los hermanos se enteran, se reúnen de urgencia y se humillan delante de Dios con mucha oración y lágrimas. Luego, unánimemente, y para efectos inmediatos, separan a la pareja de la comunión. Cuesta mucho, pero se hace…

Entregar a Satanás – con amor de Dios

Desde hace poco ambos dejaron de asistir, lo cual puede provocar este comentario de algún hermano: “Bueno, ya que se han ‘auto-separado’, ¿qué vamos a separar ahora nosotros?” Pero Hebreos 12:5-8 nos enseña que hace falta una actuación clara, una disciplina de amor, bien definida: “El Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo. Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos; porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina? Pero si se os deja sin disciplina, de la cual todos han sido participantes, entonces sois bastardos, y no hijos.” En este caso la disciplina obra por separar “oficialmente”. Al hermano que tiene ciertas reservas se le explica bien la cosa, y así, motivada por amor, y unánimemente, la congregación actúa.

Si la pareja optó por seguir en pos de Satanás, habrá que “entregarlos” al que han escogido por amo – la Palabra manda que así se haga (1 Co. 5:5). No dejan de ser ‘hermanos en Cristo’, por lo cual Pablo, al tratar en otro capítulo de la separación, aclara: “Mas no lo tengáis por enemigo, sino amonestadle como a hermano” (2ª Tes. 3:15). Dios Mismo amonestaba a los israelitas infieles, y lo hizo de esta manera: “Porque el Señor ha atestiguado entre ti y la mujer de tu juventud, contra la cual has sido desleal, siendo ella tu compañera, y la mujer de tu pacto… Guardaos, pues, en vuestro espíritu, y no seáis desleales para con la mujer de vuestra juventud. Porque el Señor… ha dicho que él aborrece el repudio…” (Mal. 2:14-16). Llegará el día deseado, aunque tarde, cuando por la gracia de Dios, esta pareja se dé cuenta de su terrible error.

Atar y desatar

La congregación, deseosa de su restauración, ha estado orando por eso. Cuando se produce un auténtico arrepentimiento, los hermanos van a darse cuenta, y, sin prisas, van a considerar la restauración a la comunión. Una vez más es un caso de “atar” primero, pero luego de “desatar”, como lo dice el Señor Jesús en Mateo 18.

El Señor en este capítulo enseña acerca de la “separación” de un hermano. Para todos los involucrados en un ‘caso’ de este tipo, el asunto no parece merecer una separación. Efectivamente, empieza como algo que se puede arreglar sin separación. Sin embargo, termina con una separación inevitable. Lo que provoca la separación al final no es la sencilla ofensa de un hermano a otro, sino el rechazo abierto y reiterado de la reconciliación.

Jesús manda que al ofensor se le tenga “por gentil y publicano”. Era el lenguaje que se entendía perfectamente. Ni gentiles ni publicanos (que eran judíos) podían participar en lo que fueran rituales y ofrendas, etc. en el templo. Así el creyente cristiano, separado de comunión, no puede participar de ninguna actividad de la congregación. Sólo su profundo quebrantamiento, obrado por el Espíritu Santo, hace que de nuevo pueda empezar a participar.

Retorno.., pero ¿ahora qué?
a) La pareja en cuestión, mientras tanto ya con un niño nacido de su relación, ha sido transformada en su profunda humillación, pero surge una pregunta. Si ahora han dejado de andar por los caminos de Satanás, ¿pueden seguir juntos? ¿Deben casarse ante la ley?
b) Si la respuesta es afirmativa, ¿deben estar congregándose en ese mismo grupo donde también se reúne la esposa original del hermano, y sus hijos?
c) ¿Puede el hermano, después de un tiempo prudente, volver a tomar ministerio público?

Son preguntas por demás interesantes, pero en realidad las primeras dos caen fuera del campo de este artículo. No obstante, recomendamos este librito-e: “Divorcio y Recasamiento” de Jorge Peters, donde la primera pregunta es tratada a la luz de la Palabra. Se encuentra en: http://www.ntmu.net/divorcio.htm

En cuanto a la segunda pregunta, sólo diremos que, por razones de prudencia y respeto, sería importante que la pareja (con los ancianos) espere en Dios, con mucha oración, para saber como hacer. Posiblemente surja la posibilidad de otra congregación, donde pudieran integrarse mejor. El pecado deja heridas profundas y feas y, aunque hayan sido tratadas y el pecado abandonado, las cicatrices quedan, afectando también las vidas de otros.

Prevenir mejor que curar

Y ¿qué de la tercera complicación? ¿Puede el hermano, ahora restaurado y en plena comunión, tomar ministerio público? Es decir, ¿un ministerio que, sobre todo a los ojos del mundo, pueda implicar cierta autoridad?

En muchas iglesias de distinta ‘tradición’, empezando por la católica, esta cuestión no reviste importancia. En la católica, por ejemplo, salvo ciertas excepciones, cuando el cura sale mujeriego o pederasta, y es denunciado en una parroquia, seguirá luego como párroco en otra, y luego en otra y otra, aunque sea denunciado repetidas veces. Otro ejemplo muy a la vista está en la pantalla de la televisión, cuando ciertos televangelistas, habiendo caído estrepitosamente, vuelvan a su ministerio tan tranquilamente.

Cuando se ignora la abundante enseñanza al respecto de la “separación” y de la “restauración”, dada por el Nuevo Testamento a partir de Mateo 18, ¿es extraño qué exista gran confusión a la hora de tratar de posibles ministerios públicos después de la restauración? La congregación que pase por alto todas las claras instrucciones, tendrá el tema bien espinoso. Nos referimos al tema de los ‘hermanos-marcados-por-las-cicatrices-del-pecado-que-reclaman-ministerio-público’.

Irreprensibles

El librito-e “Divorcio y Recasamiento”, mencionado ya, considera brevemente las posibilidades de ministerio que pudieran estar abiertos a un hermano restaurado después de una separación. Un concepto principal a tener en cuenta es el mencionado por Pablo cuando instruye a sus colaboradores Timoteo y Tito sobre la constitución de ancianos y diáconos en las congregaciones locales. Es el concepto de la “irreprensibilidad” del creyente en su andar diario – el vocablo ‘irreprensible’ equivale ‘intachable’. Dice: “Palabra fiel: Si alguno anhela obispado, buena obra desea. Pero es necesario que el obispo (sobreveedor) sea irreprensible… También es necesario que tenga buen testimonio de los de afuera” (1ª Ti. 3:1-2, 7).

Eclesiastés 10:1 ilustra de manera interesante lo que es la pérdida de la ‘irreprensibilidad’: “Las moscas muertas hacen heder y dar mal olor al perfume del perfumista; así una pequeña locura, al que es estimado como sabio y honorable”. El primer salmo nos da un excelente resumen del andar característico del varón irreprensible: “Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos, ni estuvo en camino de pecadores, ni en silla de escarnecedores se ha sentado”. ¡Ni anda en el día de hoy, ni “anduvo” en día de ayer..! Y ¿cómo se mantiene esa irreprensibilidad y cómo lleva fruto? Sigue el salmo: “Sino que en la ley del Señor está su delicia, y en su ley medita de día y de noche. Será como árbol plantado junto a corrientes de aguas,que da su fruto en su tiempo, y su hoja no cae; y todo lo que hace, prosperará.”

Dios quiere ‘jactarse’ de ti
Mientras que en 1ª Timoteo 3:2, 7, 10 y Tito 1:6-7 Pablo menciona la irreprensibilidad específicamente en conexión con ancianos y diáconos, otros tantos pasajes nos la presentan como la norma para cada creyente (1ª Co. 1:8; Fil. 1:10; 2:14-16; Col. 1:22; 1ª Tes. 3:13; 5:23; 1ª Ti. 5:7; 2ª Pe. 3:14 y Jud. 24-25). Dios tiene con el creyente – contigo y conmigo – una cita. En el Día de Cristo Él espera encontrarse con su redimido en estado irreprensible…

Perder la irreprensibilidad no es perder la salvación. El chico y la chica, que quieren experimentar y “hacer el amor”, no pierden por esto la vida, ni su ‘sexualidad’, ni la posibilidad de matrimonio o de tener hijos – lo que pierden es su ‘virginidad’. Y el creyente, al perder la irreprensibilidad, no pierde la vida eterna, pierde su “virginidad espiritual”, la que no es recuperable.

Era esa “virginidad” o “integridad” la que el Señor tanto apreciaba en Job – tanto que se “jactaba” a Satanás sobre su siervo Job. Dios no le estaba diciendo a Satanás que Job era sin pecado, pero, sí, que era “temeroso de Dios y apartado del mal, y que todavía retiene su integridad” (2:3). Así que, ¿cuál era el gran empeño de Satanás? Lograr el quebranto de la “virginidad” de Job – y era la esposa la que se prestó para pincharle a que blasfeme a Dios (2:9). Así Satanás quebrantaría el testimonio que Dios daba de él. ¿No es ese su empeño con el redimido por la sangre de Cristo?

Primogenitura

Hay otro personaje del Antiguo Testamento, Esaú – traído ante nosotros por el escritor a los hebreos. Es ilustración del que “deja de alcanzar la gracia de Dios”. El creyente, salvado por la gracia de Dios, necesita esta gracia constantemente para su andar diario. Si por descuido “deja de alcanzarla”, está en inminente peligro. Por esto, dice el apóstol, debemos “mirar bien” el uno por el otro, porque donde se deja de alcanzar la gracia de Dios, empiezan a “brotar” cosas feas y amargas, hay “estorbos” y “contaminación” y, fácilmente, se producen “fornicación y profanidad”.

Esaú es la ilustración de todo esto. Era su ‘profanidad’, la que rebajó lo más elevado de su vida. Por un solo plato de sopa instantánea vende lo más precioso que tiene – la incomparable bendición de la primogenitura (Hb. 12:15-17). Arrepentido y procurándola con lágrimas, no la recuperó nunca más.

Levitas con cicatrices

El “sacerdocio universal en Cristo” es una realidad maravillosa para cada creyente – una auténtica bendición de primogenitura. Incluye muchos dones y ministerios espirituales. No obstante, si esa bendición la hemos desperdiciado por una gratificación instantánea, o no tan instantánea, ¿vamos luego a ejercer cualquiera de los ministerios igual, como si nada? Los levitas de Ezequiel 44:10-14, por su iniquidad, fueron privados para siempre de servir como sacerdotes – tenían que llevar su vergüenza para el resto de sus vidas. Sólo se les permitía tareas que nada tenían que ver con autoridad.

Las cicatrices, las vergüenzas y las pésimas reputaciones en el mundo, adquiridas como creyentes, seguirán para siempre… Después de tal descuido, tal desprecio de la gracia de Dios, tal infidelidad, habiendo perdido el testimonio de la ‘irreprensibilidad’, no queda abierto ningún ministerio que de alguna manera implique autoridad – el de estar delante de una congregación, y de representarla.

Por la maravillosa gracia de Dios mucho es recuperado de lo que se había perdido, ¡pero la disciplina de Dios no permite la recuperación de todo!

La otra vasija

Al mismo tiempo, y en contraste con los levitas del tiempo de Ezequiel, el creyente neotestamentario, que es restaurado, sí, seguirá sacerdote – en Cristo. Su Señor-Alfarero le está formando de nuevo, como otra vasija. Esta vasija (este ministerio sacerdotal en Cristo) no es como el original – no es como él y otros hubieran deseado. ¡Pero sea agradecida y alabada la inmensa fidelidad del Señor! – todavía es ‘vasija’, todavía su Señor le ha de utilizar.

Hablando de ‘vasija’ o ‘vaso’ – ¿no dice el Señor que “cualquiera que dé a uno de estos pequeñitos un vaso de agua fría solamente, por cuanto es discípulo, de cierto os digo que no perderá su recompensa” (Mt. 10:42)? Para el hermano y la hermana, antes tristemente separados, pero ya gozosamente restaurados, queda todavía un enorme campo de ministerio en el que van a ser de gran bendición y refrigerio, tanto a creyentes como a los que (todavía) no lo son, tanto a grandes como a ‘pequeñitos’. En Cristo son sacerdotes – podrán pasar el “vaso de agua viva” a muchísimos sedientos. Y “¡no perderán su recompensa!”

Pregunta con Respuesta

Pregunta

Gracias por tu artículo sobre la pérdida de la ‘primogenitura’. Sin embargo, no me resulta claro que esto signifique que un creyente que ha vuelto al Señor en arrepentimiento no pudiera ser usado nunca más en ministerios públicos que impliquen autoridad. En otras palabras, que nunca podría ser ‘anciano’ o ‘diácono’.

Estoy pensando en la negación dolorosa de Jesús por Pedro. Después de su profundo arrepentimiento y su restauración, Pedro fue usado, indudablemente, y de manera notable, como apóstol.

Y ¿qué de David y su adulterio? Después de su auténtico arrepentimiento continuó como rey de Israel.

Respuesta

Gracias por tus observaciones sobre la restauración. Estamos en completo acuerdo referente al hecho de que Dios, en su misericordia, restaure completamente a la comunión, cuando hay este retorno a Él en humildad.

Tristemente, la rebelión de parte de un creyente puede ocurrir más de una vez. Nuestro Señor enseñó que los discípulos habían de perdonar 70×7 veces. Esto muestra adecuadamente que la completa e inclusiva (re)aceptación de parte de Dios, debe ser reflejada por la (re)aceptación de la congregación.

Sin embargo, debemos seguir el hilo del pensamiento. Un hermano es perdonado, restaurado, (re)aceptado ¡hasta un total de 490 veces, es decir, siempre! Ahora, ¿hasta cuántas veces puede también volver al mismo ministerio público y autoritativo que ejerciera antes, o, si no, aspirar a uno u otro? ¿490 veces? ¿Cuatrocientas veces? ¿Doscientas? ¿Cien? ¿Veinte? Todo lo que ahí imaginemos, es nada más que eso – ¡pura imaginación! La congregación que permita tal cosa, digamos cinco veces, se hace el ‘hazmerreír’ del mundo. Pero una sola vez bastaría para que perdamos para siempre el respeto de los que queremos ganar para Cristo.

La rebelión contra el Señor desprestigia y desacredita – de tal manera que, una vez restaurado, el hermano no puede volver a tales ministerios nunca.

La negación de Pedro, a pesar de lo que pueda parecer en la superficie, no entra realmente en esta categoría. Primero, ocurrió antes de que naciera la congregación de los redimidos en el día de Pentecostés. Segundo, Pedro habló sus palabras de negación bajo el efecto del terror y del pánico del momento (y sin el beneficio del Espíritu Santo morando en su corazón) – no había ‘premeditación’ de nada. Tercero, se arrepintió inmediatamente al encontrarse sus ojos con los del Señor.

El mismo Señor Jesús le restaura a la manera descrita por Pablo: Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre…” (Gál. 6:1). Pedro fue sorprendido en su grave falta por el Señor, y, de buena gana, permitió que el Señor le restaure. En esa conversación tierna de Juan 21 somete, por segunda vez, sus “pies sucios”, para que el Señor se los “lave”.

El problema de que estamos tratando está en que alguien sea “sorprendido en alguna falta” y no admita la mano extendida para levantarle. Pedro, con ansia, la admitió y en el día de Pentecostés vemos que el factor del miedo ha sido vencido. Lejos de negar a su Señor, le proclama abiertamente, sean las consecuencias las que sean.

Tampoco debemos olvidar que Pedro no se portó peor que los demás discípulos. Él y Juan parecen haber tenido más valor que todos los demás. Su deseo sincero era de estar cerca de su Señor. Luego, a la hora de la verdad, su valor humano no aguantó y se hizo añicos. En Lucas 22:31-32 vemos que estas experiencias del zarandeo de Satanás eran necesarias a los discípulos-en-formación. Sólo así iban a entender que en su propio poder y en su propia sabiduría no iban a servir al Señor nunca.

En cuanto a David, difícilmente podamos tomar el reinado suyo y los de sus sucesores como precedentes de los ministerios neotestamentarios. En la mayoría de los casos era sencillamente el hijo mayor el que sucedía a su padre como rey, fuera digno o totalmente indigno.

Para los ministerios de anciano y diácono el requisito inequívoco, mencionado una y otra vez, es la irreprensibilidad. ¿Qué otra cosa pueda entenderse ahí que no sea un testimonio consistente de fidelidad y de dependencia de la gracia de Dios, formado a través del tiempo? No hay manera de incluir en ella al hermano que ha perdido su testimonio y que ha sido, o que debería haber sido, separado de comunión, una o más veces, por dar la espalda al Señor e irse con el mundo.

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Salmo 90:16