DRAMA – ¿Podría Ser de Dios?

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Jaime van Heiningen

¿Hacemos bien o mal si en nuestro ministerio de la Palabra de Dios utilizamos la dramatización?

¿Qué dice la Biblia?

Para aclarar:

Al abordar el tema del “drama”, estamos pensando, no en entretenimientos de teatro, cine o TV, sino solo en lo que son ilustraciones que surgen durante una predicación o enseñanza bíblica, ya sea delante de creyentes o incrédulos, pero que tienen esta peculiaridad de ilustrar no solo con palabras, sino también con alguna actuación.

Para precisar:

Esta actuación del predicador o maestro, con o sin ayudantes, está calculada para “dramatizar” el mensaje de la boca con el claro propósito de impactar en la conciencia, en el corazón, en la mente y en la memoria del oyente/espectador de tal manera, que el mensaje permanezca allá grabado profundamente y para largos años.

La actuación de que hablamos no reemplaza entonces la ‘palabra’. Al contrario, la ilustra, la refuerza y así la subraya de manera singular.

Para puntualizar:

El apóstol Pablo dice: “No somos como muchos, que medran falsificando la Palabra de Dios, sino que con sinceridad, como de parte de Dios, y delante de Dios, hablamos en Cristo.” “Renunciamos a lo oculto y vergonzoso, no andando con astucia, ni adulterando la Palabra de Dios, sino por la manifestación de la verdad recomendándonos a toda conciencia humana delante de Dios.” (2 Cor 2:17; 4:2).

Podría ser que estas palabras y otras parecidas hagan pensar a algunos que “la dramatización” no debe tener lugar en la proclamación apostólica del Evangelio.

Para ser verdaderos ministros de Cristo es necesario que nuestro mensaje tenga un contenido sólidamente bíblico. Además debemos darnos cuenta que son los ‘dones del Espíritu’, no nuestra propia habilidad o elocuencia, los que hacen del mensaje una flecha, que penetra en corazones. También los métodos que empleamos deben modelarse sobre lo que encontramos en la Palabra de Dios. Si allí no encontramos la dramatización, no la debemos emplear.

Así que, surge la pregunta: ¿Qué dice la Biblia al respecto? ¿Hay algo en cuanto a ‘la dramatización’?

La respuesta no puede ser otra que: ¡Muchísimo!

No encontramos una directa enseñanza, pero, sí, un directo ejemplo en mucho de lo que Dios Mismo hace, en lo que sus profetas hacen, en lo que el Salvador hace, en lo que los apóstoles hacen, e incluso, en lo que los ángeles hacen.

Hasta animales están involucrados a través de los múltiples y dramáticos sacrificios, necesarios para expiación, perdón etc. Recordemos solo los dos bueyes en el monte Carmelo, allí están en uno de los relatos más dramáticos de toda la historia (1 Reyes 18:20-40). O ¿qué te parece del drama del ángel con el asno en la historia de Balaam?

Para confirmar:

Hay drama en la creación cuando Dios, dramáticamente, crea a Adán del polvo de la tierra, soplándole el aliento de la vida en su nariz. Aunque hubiera sido cosa bien sencilla crear al hombre y a su esposa con una sola palabra de su boca, Él se complace en hacerlo de forma dramática. En la creación de Eva, primeramente Adán es dormido, luego la costilla le es sacada, después su esposa es formada y, por fin, ella es presentada a Adán. No podría imaginarse nada que sea más dramático.

¿Y el mensaje de la redención? Su drama está ya en Génesis 3, cuando Dios viste a la primera pareja con túnicas de pieles, teniendo que derramarse sangre por primera vez y descartando allí sus hojas de higuera. En el siguiente capítulo vemos que Abel ha comprendido que Dios necesita ver un sacrificio, mientras que Caín sigue con sus ‘hojas de higuera’, por decirlo así.

La historia maravillosa de la redención ES una historia dramática. Si damos un salto grande de las primeras páginas de la Biblia a las últimas, vemos que no hay nada mejor que el libro de Apocalipsis como para confirmar lo dramático de la redención. En la última página de la Biblia está grabado el testimonio de uno que quedó pasmado ante tanto drama del actuar de Dios, confesando: “Y me dijo: ‘Estas palabras son fieles y verdaderas.’ Y el Señor, el Dios de los espíritus de los profetas, ha enviado su ángel, para mostrar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto… Yo Juan soy el que oyó y vio estas cosas…”

Para clasificar:

Entre las primeras y las últimas páginas de la Biblia transcurre tanta historia (son miles de años), y encontramos tanto drama, que en este espacio sería imposible reseñarlo todo. Pero, sí, podemos clasificar.

Alto drama, directamente de la mano de Dios.
Propósito:

Impactar en el universo entero. Ahí está aquello que mencionamos ya, tanto la Creación, como la Consumación de todas las cosas.

Impactar en la población del mundo. El arca de Noé, lentamente construyéndose a través de 120 años, era un testimonio altamente dramático.

Impactar en ciertos individuos. Los patriarcas tuvieron sus encuentros con Yahvé, y sería difícil hallar algún encuentro que no fuera realmente dramático. Desde aquellos tiempos remotos las experiencias de ellos siguen haciendo impacto en nosotros.

Quizás no pudiéramos explicar con mucha contundencia, por qué Dios tuvo que llamar la atención de Moisés a través de una zarza que, dramáticamente, ardiera sin consumirse. El hecho queda que así Dios lo quiso hacer. Estaba Moisés a solas con Dios por unos instantes u horas, pero Dios hizo que el drama quedara grabado para todas las generaciones posteriores.

Otros ejemplos abundan en los libros de Josué y Jueces.

Impactar en el pueblo de Israel, ya sea a través de ciertas instituciones de la ley: la Pascua en Egipto (con el cordero, la sangre en las puertas, el rechazo de la levadura), la circuncisión, las fiestas a celebrar, el tabernáculo y el templo con todo lo que allí había y se hacía (sacrificios, incienso etc.).

Un ejemplo, entre muchos, es encontrado en Levítico 16. Dios instruye al pueblo en cuanto a los dos machos cabríos. Uno es sacrificado, dramatizando la expiación del pecado por la sangre de Cristo. El otro, después de la confesión de los pecados, los cuales le son impuestos sobre la cabeza, desaparece totalmente de la vista cuando es soltado lejos en el desierto, dramatizando el hecho de que, ya que Cristo murió por nuestros pecados, éstos ahora son apartados completamente del creyente, es decir, del que los ha confesado.

Ya sea a través de grandes prodigios: el Mar Rojo partido, el maná, la presencia de Dios en el Monte Sinaí (con humo, relámpagos, las tablas de la ley), agua de la roca, la serpiente de bronce, el Jordán partido, Jericó caído, etc.
Ya sea a través de algún acto aislado, como la mano del rey, que dramáticamente se le seca en atención a lo que transmite el profeta (1 R 13:1-6).

Ya sea a través de sueños y visiones: dados a ciertos profetas, como Jeremías, Ezequiel, Daniel, Amós, Zacarías, entre otros.

Ya sea a través de las circunstancias privadas de algún individuo: el matrimonio desastroso de Oseas, el nacimiento del hijo de Isaías, la muerte de la esposa de Ezequiel, etc.

Ya sea a través de todo un suceso gráfico, como lo que Jeremías ve en casa del alfarero (Jer 18:1-6).

Ya sea a través de la voz del cielo que, una y otra vez, clamaba a ese pueblo, diciendo: “Este es mi Hijo amado…”

Ya sea a través de una actuación directa del Espíritu Santo: una paloma, un viento recio, lenguas de fuego, la comunicación en idiomas no aprendidos, tanto en el día de Pentecostés, como en la conversión de Cornelio con los suyos (cf 1 Co 14:21).

Impactar en los enemigos. Dios se comunicaba a sus enemigos, pero no solo a través de palabras. Allí están los casos de Faraón, Nabucodonosor y otros. Empleaba hechos portentosos. ¿Qué más dramático que aquel mensaje dado a Belsasar en Daniel 5?

Impactar en todos los lectores de la Biblia. El drama del poder y del amor de Dios se despliega en sus páginas ante todo aquel que tiene oídos para oír y ojos para ver.

El dramatismo de las mismas costumbres y expresiones,
en parte adoptado por los creyentes.

Encontramos el rasgarse los vestidos, el sacudirse el polvo de los pies (también entre creyentes neotestamentarios), el aplicarse cilicio y ceniza.

En regiones orientales era, y es, mucho más común expresarse de forma dramática, que en nuestra sociedad occidental. Esto tiene que ver en parte con la costumbre de evitar los términos ‘abstractos’. Por ejemplo, el ‘amor’ no es algo visible o palpable, como tampoco otros muchos conceptos: enojo, pecado, pereza, diligencia, gozo, tristeza, prójimo, etc. El oriental entonces, para que todos capten correctamente el sentido de lo dicho, ya sea en una predicación, o en otro contexto, se asegura de una comunicación en términos ‘concretos’.

Así Jesús Mismo aclara y concretiza, cuando habla del amor de Dios, diciendo que “el amor da, regala…”: “De tal manera amó Dios, que dio…”

Cuando se le pregunta quién es ‘prójimo’, Jesús cuenta la historia del ‘buen samaritano’.

El concepto de ‘salvación’ o ‘perdición’ lo aclara con la explicación de ‘dos caminos’ con ‘dos puertas’.

En cuanto al cariñoso cuidado de Dios hacia los suyos, dice que ‘ni un cabello se pierde sin su voluntad; los tiene todos contados’.

El caso de una vida útil para Dios, o inútil, lo presenta como ‘fruto’ o ‘falta de fruto’.

El sufrimiento del más allá como: ‘lloro y crujir de dientes’.

Y para ser bien concreto en cuanto a la condenación eterna, dice que allá ‘su gusano no muere’.

Para que se entienda bien lo dicho sobre ‘juzgar hipócritamente a los demás’, el Maestro lo dramatiza con lo de ‘la paja y la viga en el ojo’.

Allí también, en Mateo 7, se hace entender perfectamente cuando a ‘los oyentes no apreciativos’ los caracteriza como ‘perros y cerdos’ y la enseñanza como ‘perlas’.

Juan el Bautista menciona nada menos que catorce ‘objetos’ concretos en su ‘sermón’ de 6 versículos (Mt 3:7-12): “víboras, frutos, piedras, hacha, raíz de los árboles, árbol, fuego, agua, calzado, aventador, era, trigo, granero, paja.”

Pablo, para concretizar lo que es ‘sufrir el rechazo de los demás’, dice: “…hemos venido a ser… como la escoria del mundo, el desecho de todos” (1 Cor 4:14).

¡Cuántas veces la Biblia menciona concretamente ‘las lágrimas’ en lugar del ‘sufrir’ más abstracto! El ‘tomar leche’ sirve varias veces para concretizar la “inmadurez”. ¿Qué te parece del siguiente cuadro bastante atrevido para dramatizar la ‘vanidad y frivolidad’? “Como zarcillo de oro en el hocico de un cerdo es la mujer hermosa y apartada de razón” (Pr 11:22). A la pereza se dedican nada menos que cinco versículos seguidos y dramáticos; en términos modernos podríamos decir que ‘proyectan toda una película’ (Pr 24:30-34). La rencillosidad: “Gotera continua en tiempo de lluvia…” (Pr 27:15). La rebeldía persistente: “El hombre que reprendido endurece la cerviz, de repente será quebrantado, y no habrá para él medicina” (Pr 29:1). El pecado: “Toda cabeza está enferma, y todo corazón doliente. Desde la planta del pie hasta la cabeza no hay en el cosa sana, sino herida, hinchazón y podrida llaga; no están curadas, ni vendadas, ni suavizadas con aceite” (Is1:5-6). El valor y la perseverancia: “…te he puesto… como ciudad fortificada, como columna de hierro, y como muro de bronce…” (Jer 1:18).

Fijémonos también en el lenguaje dramático que Dios utiliza cuando se dirige a Jeremías en 2:12-13; 13:17; 18:13-17; 23:9-14 etc.

Será claro que en estos pocos ejemplos, entre muchos más que podrían citarse, se ve claramente lo corriente y cotidiana de la dramatización en tiempos bíblicos. En tierras orientales, como ya dijimos, ésta sigue siendo el modo favorito de comunicación. No estaría mal que aprendamos de ellos, sobre todo para comunicar claramente las cosas grandes y delicadas de Dios…

Los mensajeros del Antiguo Testamento, los profetas y otros, sabían dramatizar.

David escribió más de la mitad de todos los salmos. En muchos de ellos usa un lenguaje altamente dramático. Búscate, por ejemplo, el salmo 18:7-19, donde da testimonio de su poderosa liberación por la mano de Dios.

Ahías se quita la capa nueva que lleva puesta y la desgarra en doce pedazos. Luego, haciendo que Jeroboam participe en la dramatización de la profecía sobre la división del reino, le manda tomar para sí diez pedazos (1 R 11:29-31). Ahías habrá tenido presente también el manto de Samuel en 1 S 15:27-28.

Elías echa su manto sobre Eliseo, indicándole su llamado (1 R 19:19).

Eliseo mata sus bueyes y asa la carne sobre la leña del arado, indicando su compromiso (19:21).

Un profeta se deja herir y se venda, todo para que el rey Acab esté atento y le entienda bien (20:35-43).

Sedequías, falso profeta, se hace unos cuernos de hierro para dramatizar victoria (22:11).

Jeremías corta su cabello y lo arroja, levantando llanto sobre las alturas en señal de castigo (Jer 7:29).
Se compra un cinto de lino; es nuevo y seco, se lo pone, pero luego lo esconde; después, hallándolo de nuevo, encuentra que está todo podrido, inservible, señalando la condición podrida de Israel (13:1-11).

Se compra una vasija de barro y la quiebra delante de los israelitas en señal de lo que les está por venir (19:1-11).
Hace coyundas y yugos y se los pone sobre el cuello, después los envía a cinco reyes. Luego, con un yugo puesto sobre su cuello profetiza delante del rey en Jerusalén en presencia de muchos, indicando lo inevitable del gobierno tirano de Nabucodonosor sobre ellos (27 & 28).

Se compra la heredad de su tío, escribe carta de venta, la sella, la hace certificar con testigos, y la manda poner, junto con la ‘copia abierta’, en una vasija de barro, profetizando del regreso de Israel (32).

Toma con la mano piedras grandes, las cubre de barro, junto al palacio real en Egipto, en profecía de que sobre ellas Nabucodonosor pondrá su trono y pabellón (43:8-13).

Escribe un ‘rollo’ con las profecías de la destrucción de Babilonia y lo entrega a Seraías con la instrucción de que lo lea en Babilonia cuando llega, que luego ore, le ate una piedra y lo eche en medio del Éufrates, diciendo: “Así se hundirá Babilonia, y no se levantará del mal que yo traigo sobre ella” (51:60-64).

Ezequiel, cautivo en Babilonia, se hace una maqueta de Jerusalén y después, durante un total de 430 días, actúa toda una pantomima junto a ella, significando los juicios divinos sobre las casas de Israel y Judá (Ez 4 & 5).

Se toma sus enseres, se hace un agujero en la pared de su casa, y se ‘escapa’ a través de ella, así haciendo ver con detalle lo que procura hacer el Rey Sedequiás en la Jerusalén sitiada (12:1-13).

Come y bebe con temblor, estremecimiento y ansiedad para que los judíos sepan como están los moradores de Jerusalén (12:17-20).

Pone a hervir carne y huesos con agua en una olla herrumbrosa. Después la olla vacía es asentada sobre las brasas, todo para demostrar que Jerusalén es sitiada y ‘limpiada’ (24:1-14).

Al morir de pronto su esposa, Ezequiel no puede practicar ningún tipo de luto. Los israelitas deben saber que ellos, en su maldad, tampoco van a estar tristes, cuando el templo es profanado y sus seres queridos son matados en Jerusalén (24:15-24).

Toma dos palos, escribe sobre ellos y los hace uno en su mano, señalando la futura unificación de las doce tribus, cuando nunca más serán divididos (37:15-28).

Zacarías ve como Dios Mismo, y en la presencia de Satanás, dramatiza la limpieza espiritual de Josué, el sumo sacerdote (3:1-5), mostrándole la limpieza de sus vestiduras. Más tarde el profeta, en presencia de otros, hace coronas de plata y oro y las pone en la cabeza de Josué, mientras habla del Mesías, el Renuevo, que en otro día edificará ‘el templo’ (6:9-15).

Nehemías, en su seria amonestación a los que oprimen a los israelitas, impacta más cuando sacude sus vestidos, diciendo: “Así sacuda Dios de su casa y de su trabajo a todo hombre que no cumpliere esto, y así sea sacudido y vacío” – 5:13.

Jesús es nuestro Supremo Ejemplo, también en cuanto a “ministerio”.

¿Qué debemos aprender de Él en el tema de la dramatización?

Con razón se ha dicho que un ‘sermón’ sin ilustraciones, es como un evangelio sin milagros y sin parábolas, o como una casa sin ventanas, o también como una comida sin bebida. El ministerio del Salvador estaba lleno de ilustraciones de toda clase. Cada milagro verdaderamente ilustraba y dramatizaba algo, y lo mismo todas sus parábolas. Con razón Juan llama a los milagros ‘señales’.

Ya en su nacimiento, los pastores glorificaban a Dios por lo que habían oído y visto (Lc 2:20). Cuando vinieron los mensajeros de Juan el Bautista, Jesús los mandó de vuelta para que le dijeran a Juan lo que habían oído y lo que habían visto (Mt 11:5).

La vida, muerte y resurrección de Jesús ministraba constantemente hacia todos los que le rodeaban, no solo a través de lo que se oía de sus labios, sino a través de lo que se veía en Él. Todas sus acciones y reacciones ilustraban perfectamente lo que su boca decía. Exactamente así quiere que llegue a ser nuestra vida diaria y nuestro ministerio; es decir, inseparables, una la viva ilustración del otro.

Aquí nos ocuparemos, brevemente, con solo unos acontecimientos. Estos muestran un vínculo directo y claro entre lo que el Maestro estaba queriendo decir y el dramatismo que para ello empleaba.

¿Dramatiza Jesús sus palabras?

 

· Llama a un niño y lo pone en medio – Mateo 18:2-14.

· Pide que le den una moneda – 22:19-21.

· Para sanar al leproso opta por algo mucho más dramático que una sola palabra. Inclinándose, posiblemente agachado, toca con la mano al hombre lleno de lepra allí postrado, rostro en tierra. Delante de toda la gente le limpia de su enfermedad – Lucas 5:12-14.

· Dice al hombre de la mano seca que se ponga en medio; después, que extienda la mano, demostrando que ya es sana – 6:6-10.

· Pregunta a Simón: “¿Ves esta mujer?” – 7:36-50.

· Dirige la vista de los oyentes a los lirios alrededor y a los cuervos que sobrevuelan – 12:22-31.

· Pide le den algo para comer, y come delante de los oyentes/espectadores parte de un pez asado y un panal de miel – 24:36-49.

· Mezcla tierra con saliva y, poniendo el lodo en los ojos del ciego, le dice que vaya a lavarse; todo para que entiendan lo que decía sobre la ‘luz del mundo’Juan 9:4-7.

· Levantándose, se quita el manto, se ciñe una toalla, pone agua en un lebrillo, lava los pies de los discípulos y los seca con la toalla – 13:1-15.

· Al atravesar las viñas en camino a Getsemaní declara que Él es la Vid Verdadera, los discípulos los pámpanos – 15:1-8.

· Sopla sobre los discípulos – 20:19-23.

· Descubre sus heridas e invita a Tomás a mirarlas y a tocarlas – 20:26-29.


Después de todo lo dramático del Calvario, de la Resurrección, de la Ascensión y del Pentecostés, ¿se animan los mensajeros del Nuevo Testamento a emplear ilustraciones dramáticas?

Hechos 2 nos cuenta que, en pleno derramamiento del Espíritu Santo, los 120 mensajeros presentes son buena parte de la canalización del drama. De repente hay lenguas repartidas de fuego asentadas sobre cada uno de ellos; también hablan en idiomas desconocidos por ellos.
Pedro después usa todo aquello como fondo de su discurso. Los oyentes recibieron su palabra, pero ¿quién de nosotros va a sugerir que su conversión no tenía mucho que ver también con lo observado en el drama divino?

Los capítulos 3 y 4 relatan el drama de la transformación física y espiritual de un hombre de más de 40 años, y cómo aquello abrió poderosas puertas para dar testimonio.

El capítulo 5 menciona que por la mano de los apóstoles se hacían muchas señales y prodigios en el pueblo. “Y los que creían en el Señor aumentaban más, gran número así de hombres como de mujeres.” Son cosas dramáticas, pero lo que pasó antes no lo era en menor grado: la muerte repentina de Ananías y Safira, que trajo gran temor sobre toda la iglesia, y sobre todos los que oyeron estas cosas. ¿Y el drama posterior del ángel que de noche les abre la puerta de la cárcel a los apóstoles? Ni habría que olvidar lo dramático de la persecución desencadenada. Esa también la utilizó el Señor.

Al final del 6, y seguramente a través del 7, el Señor escoge dar un toque dramático al testimonio de su siervo Esteban. Hace aparecer“su rostro como el rostro de un ángel”.
Hasta sus perseguidores, de forma totalmente natural, usan el drama:
“se taparon los oídos”.

No cabe duda que el “gran llanto” de los hombres piadosos del 8 tuvo su efecto dramático.
De nuevo las señales y grandes milagros están en este capítulo presentes, también el bautismo y la imposición de las manos, actos simbólicos que acompañan la predicación y la enseñanza para que éstas queden mejor comprendidas.
El eunuco captaba perfectamente ese cuadro dramático del “cordero mudo delante del que lo trasquila”, con que se encontraba en su lectura de Isaías 53, solo que no entendía sobre quién se decía esto.

¿Y qué diremos sobre la conversión tan dramática de Saulo en el 9, al cual todavía añade el Señor ese toque del “boyero”? “Dura cosa te es dar coces contra el aguijón.”

En el 10 destaca el “gran lienzo atado de las cuatro puntas, bajada a la tierra, en el cual había de todos los cuadrúpedos terrestres y reptiles y aves del cielo.” Dios no tenía más remedio, por decirlo así, que darle a su amado discípulo una buena sacudida por medio del drama. Él sabía que solo así comprendería Pedro. Al mismo tiempo parecería que al Señor Mismo le tiene que haber deleitado la dramatización de este asunto…

En el capítulo 11 Pedro mismo utiliza la experiencia del lienzo para convencer a los demás en Jerusalén.

Podríamos seguir poniendo el dedo en lo dramático de Dios y sus mensajeros a través del libro de Los Hechos, pero solo mencionaremos dos cosas más. Uno, el ejemplo clásico de Ágabo con el cinto de Pablo en 21:11. Y dos, el hecho que Pablo, al mismo tiempo de usar su boca, ciertamente sabía predicar con las manos (y los pies – 13:51). En esto también era un fiel servidor del Maestro. Dios había dado el ejemplo, como vemos en Rom 10:21, y Pablo lo seguía: Hechos 13:16; 20:34; 21:40 y 26:1.

Saltando por las epístolas, ¿qué del tremendo “desenlace”, llamado “Apocalipsis”, o “Descubrimiento”, ese Gran Drama de los Siglos?

Ya hemos aludido a la última página. Pero es en su segundo versículo (1:2), que nos enteramos que Juan da testimonio, no solo de palabras oídas, sino “de todas las cosas que ha visto. A partir de allí, a través de todo lo largo del libro, encontramos una cadena de acontecimientos tan altamente dramáticos que al escéptico le deben de resultar ciertamente fantásticos. A Juan, mientras tanto, parecería que le faltan las palabras para describir lo que ve. Ya en este primer capítulo el impacto hace que se caiga como muerto.
Dios Mismo escogió impactar a cada creyente que lee (1:3), no solo con palabras, sino con toda esa ‘increíble’ serie de escenas e imágenes. El que lee y se deja ‘impactar’ es declarado “bienaventurado”.

¿Cómo llevar a la práctica algo de esto en el día de hoy?

Es decir, cuando el Señor abre la puerta para hablar del evangelio en público, ¿cómo ilustrar y subrayar el mensaje del Señor con algún gesto, acto o actuación dramática, que ayude marcadamente en su impacto?

He aquí, algunos ejemplos sencillos de la vida moderna, que sirven muy bien para cautivar la atención de cualquier público, incluyendo a aquellos que sean transeúntes en las calles y plazas.

Para sugerir primero:

Cada mensajero debería buscar la manera de hacer algo de prácticas, antes de encarar a todo un grupo de personas. Las siguientes ilustraciones, o ejemplos, se prestan perfectamente para usar en la “obra personal”, así que, la experiencia de ensayar primero con un amigo, con un vecino, con un niño, o en familia, será de gran beneficio. Algunos de los ejemplos pueden necesitar un poco de adaptación en el caso de que el mensajero no tenga ayudante.

La experiencia será de bendición mutua. Es muy posible que Dios utilice más marcadamente el ensayo para ese niño o amigo, que todo lo que se diga y actúe delante del grupo. Pero, de todos modos, el mensajero va a descubrir a través de sus prácticas y ensayos, cuáles sean sus “lagunas”, y cuáles sus partes débiles. Esto le hará más consciente de su necesidad de orar. Así Dios irá preparando tanto al mensajero, como a su mensaje.

El Jabón
En un mensaje para inconversos, y que puede servir igualmente para niños, el predicador quiere dejar claro lo que es la limpieza efectuada por la sangre de Cristo. En una bolsa se ha traído una pastilla de jabón, un frasco de gel de ducha, otro de champú y un tubo de crema de dientes.

Cuando en su mensaje quede bien establecida la “suciedad” (corrupción, culpabilidad, rebeldía) del alma humana, ahí saca de la bolsa uno de estos objetos y lo muestra a los presentes. Pregunta en general a todos, o a alguien en particular, si sabe(n) qué es lo que tiene en la mano y para qué sirve. Espera que de cada cosa se le diga con precisión para qué parte del cuerpo sirve para darle limpieza. Al terminar con todos los objetos mira otra vez dentro de la bolsa y pregunta (puede hacerlo con desesperación): “Bueno, y ¿para mi alma.., para mi alma que está tan sucia…? ¿No hay nada para limpiar mi alma?”

En este punto vuelve la mirada de la bolsa y ve su Biblia abierta. Exclama: “Ah, ¡pero claro, para mi alma no tengo que buscar en ninguna bolsa humana; solo en la Palabra de Dios, en la Biblia! ¡Allí encuentro esa limpieza!” Saca de la Biblia una gran hoja de papel, que tenía preparada a propósito, la desdobla delante de todos y, claramente, se ven las palabras de 1ª Juan 1:7 y 9, pertinentes a la limpieza espiritual.

Por supuesto, el predicador se habrá preparado para explicar cómo es que la sangre de Cristo, y sólo esa sangre, limpia el alma cuando ésta se humilla ante Dios.

La Trampa
Esta vez, para hablar sobre la tentación y lo engañoso del pecado, y que los incrédulos y los creyentes ingenuos, tontamente, ‘abordan’ cosas, que están por atentar contra su vida y libertad, el mensajero se ha traído una trampa para cazar ratones.

Para entender bien lo que es el amor de Dios y la salvación provista en Calvario, debe entenderse primero lo que es, y lo que hace, el pecado.

La trampa se pone en posición sobre una mesa donde todos la pueden ver. Está toda tensada, y completa con un pedacito de ‘queso’ sobre el ‘gatillo’. Este ‘queso’ podría ser un pedazo de plástico, madera, o algo del estilo. Incluso puede haber varios, y cada uno con un nombre escrito encima, como ‘porno’, ‘robo’, ‘engaño’, ‘fraude’, ‘blasfemia’, ‘sexo fuera del matrimonio’, ‘droga’. Si tiene varios, entonces repite el ‘experimento’ las veces que haga falta. Cada vez, cautelosamente, le acerca al ‘queso’ alguna cosita que representa el ratoncito, o, si tiene un pequeño ratón juguete, tanto mejor. Dentro de unos momentos, éste empieza a ‘disfrutar’ del queso, y… a tocar el ‘gatillo’. No tarda la trampa en dar un golpe terrible. El animalito queda aplastado, o malherido, o preso. Son los resultados que siempre acompañan el ‘disfrute’ del pecado.

El Hilo

Se quiere ilustrar el poder de los vicios, que poco a poco ‘cautivan’ al ‘practicante’ de forma insidiosa, es decir, de forma invisible, insospechada, quizás no tan lenta, pero siempre de forma traicionera. Las mismas cosas de “La Trampa” pueden mencionarse aquí, incluyendo también ‘el tabaco’.

Un niño debe colaborar; puede ser un voluntario de unos 12 años. Otro segundo podría manejar el hilo, mientras que el predicador vaya siguiendo su línea de predicación. Lo que él dice es puntuado por cada acción con el hilo.

El niño mantiene los brazos caídos y se le ata alrededor del cuerpo y los brazos, a la altura de la cintura, una vuelta del hilo. Acto seguido se le pide que trate de romperlo, si puede; lo hace sin dificultad. De nuevo se le ata, pero esta vez son dos vueltas. También ahora el niño se libra, pero le cuesta un poco más. Nuevamente se le ata, y con el doble de la vez anterior: cuatro hilos. Se tiene que esforzar bastante para librarse, pero se libra. Queda lo que casi seguro será la última vez: ocho hilos, ya no se libra. Por mucho que se esfuerza, ha quedado preso…

Los vicios, a la larga o a la corta, atrapan hasta al más fuerte. Es decir, hasta que, de todo corazón, el atrapado clame al Libertador.

El Anillo

El mensajero está queriendo demostrar a sus oyentes la absoluta seguridad que tiene el creyente en Cristo. Cuando habla del Buen Pastor en Juan 10, Aquel que no permitirá que de su mano alguien arrebate su oveja rescatada (28-29), saca de su dedo un anillo, o produce otro objeto pequeño, como una moneda, por ejemplo, y lo deposita en su mano abierta. Declara luego que este objeto representa una oveja; una que ya fue rescatada por Cristo. Pertenece a Él y a su rebaño. Antes vagaba extraviada por el mundo, pero fue hallada y salvada por su Salvador.

Explica que hay ladrones y lobos, que quisieran sacar esa oveja de allí, pero el mensajero cierra su mano. Ahora demuestra que ‘la oveja’, allí dentro, está perfectamente segura. Luego coloca la otra mano encima y la cierra también alrededor. Así, dice, Jesús habla tanto de su propia mano, como de la mano de su Padre. La oveja está guardada por ambas manos. NADIE la puede arrebatar de allí…

La Ramita

El mensajero trae consigo, junto a su Biblia, una ramita de árbol, pero verde, no demasiado grande, y la tiene allí delante del auditorio. Al llegar a esa parte de su estudio/mensaje donde necesita ilustrar gráficamente el hecho que el Espíritu Santo no solo quiere doblar la voluntad propia del ser humano, sino efectivamente romperla, allí toma su ramita y empieza a doblarla. La dobla.., la dobla más.., sigue doblándola lentamente, pero la ramita no quiere romperse. Cada vez que la suelta, vuelve a su posición recta. Todos los reunidos están pendientes de lo que ven y oyen; ninguno se duerme; y todos quedan comprendiendo perfectamente que el corazón humano es terriblemente resistente.

Si quiere ilustrar más de la obra del Espíritu (quizás en un segundo estudio), se lleva una ramita seca. En el momento preciso, cuando empieza a doblar, la ramita se rompe en seguida, queriendo expresar que el creyente que acepta y abraza para sí la muerte de Cristo, está siempre listo para dejar que el Espíritu le quebrante en su propia voluntad en todos los asuntos de la vida.

La Silla

El mensajero quiere ilustrar lo que es la sencilla entrega a Cristo, y, como contraste, lo que es la mera ‘profesión’ de aquel que dice creer, pero que nunca se entregó personalmente. Tiene consigo, delante de los congregados, una silla que no pesa demasiado. Cuando expone que la invitación de Cristo es amorosa, pero también urgente, para que los que están cansados del pecado vengan a Él a ‘descansar’ (Mt 11), llama a uno de los congregados. Este es un creyente preparado por el mensajero de antemano.

Ahora el mensajero dice a los oyentes que se imaginen que aquel creyente llamado es un viajero muy cansado, y que está llegando de su largo viaje a la casa de un amigo. El mensajero mismo es ese ‘amigo’.

Actuando entre los dos, el amigo, al ver lo cansado que está el otro, le ofrece una buena silla y le invita a sentarse. Le asegura que la silla es fuerte y que le va a proporcionar el descanso que necesita. Al oír estas palabras de invitación el viajero las agradece y se acerca a la silla, casi se sienta, pero antes la levanta y empieza a inspeccionarla detenidamente por arriba, por abajo, por los lados. Por fin está satisfecho, y se dirige al amigo. Le felicita por tener una silla tan buena, tan fuerte y tan hermosa. Le expresa que tiene plena “fe” en la silla, y que está seguro que le podrá sostener y que le daría un descanso perfecto, pero…, mientras tanto, no se sienta, se queda tranquilamente de pie con todo su cansancio.

Cuando el amigo le urge de nuevo a que se siente, dice: “No, no, muchísimas gracias, su silla está muy bien, pero me quedo mejor de pie. Ya descansaré después ‘cuando tenga oportunidad’…

Ilustra agudamente lo que la mayoría hace. Dicen creer, están seguros del amor de Dios, de su poder etc., pero no se echan en sus brazos, no “se aventuran”, prefieren todavía sus propias “seguridades”, aplazan para ‘otro día’, y nunca llegan a gozarse del perfecto descanso en Cristo.

Las Macetas

Satanás ha logrado que mucho “cristianismo” no sea verdadero, que no sea más que imitación. ¿En qué está la diferencia entre lo auténtico y lo falsificado? Está en que el cristiano auténtico tiene VIDA, el simulador no. Aunque éste manifieste gran religiosidad, lo determinante no es esa religiosidad, sino el hecho de no tener VIDA.

El mensajero sabe, o sospecha, que en su auditorio se encuentren, no solamente cristianos “vivos”, sino también algunos, que son meramente “cristianos-de-nombre”, en otras palabras: no auténticos, más bien “muertos”. Si se trata de una predicación al aire libre, es posible que una mayoría de sus oyentes estén en esa condición.

Su texto bíblico podría ser, por ejemplo: Marcos 7:6B – “Este pueblo de labios me honra, mas su corazón está lejos de mí…” Cuando procede a explicar quién es “cristiano-de-verdad” y quién no lo es, llama la atención a las dos macetas de flores que tiene delante de sí. Las flores de una son muy hermosas – podría tratarse de rosas muy llamativas. Las de la otra no son nada especiales.

Si las macetas no son pesadas, podría levantarlas en alto y preguntar a los oyentes, que si pudieran escoger, ¿cuál escogerían? Todos, o por lo menos la mayoría, indicarían la de las rosas.

Ahora el mensajero puede decir algo en este sentido: “El mismo Dios que conoce cada corazón humano, también conoce cada flor. Él conoce tu corazón perfectamente. Sabe si está allí ya su perdón y la vida eterna, o si tu corazón está todavía perdido para siempre por el pecado, sin la nueva vida que Él da.”

“Ustedes escogieron una hermosa maceta de flores, ¡pero esa no es la que Dios escoge! Esa planta NO es de Él, porque no fue hecha por Él. No es más que una flor artificial. Luce muy bien, pero no tiene NADA de vida, es imitación, es falsa. La otra, la que tenemos aquí, no será tan espectacular, ni tan vistosa, pero tiene algo incomparablemente mejor, TIENE VIDA.”

“Pero si regamos la primera y la abonamos, ¿no cobrará vida? Ustedes saben que eso no le haría nada. ¿Qué entonces? ¿Qué es lo que tiene que pasar? Tiene que pasar lo mismo que en tu corazón. Si en tu corazón no hay más que religiosidad, moralidad, buenas intenciones, tu vida puede ser muy linda, como las rosas, pero si no está la VIDA que Dios da, ¡no hay nada!”

“¿Cómo tener VIDA? La única manera de llegar a tener vida es “nacer”, y Jesús mismo nos habló muy claramente de un nuevo nacimiento. Quien nace “de nuevo”, tiene VIDA nueva. Difícilmente esta rosa de plástico va a nacer de nuevo y cobrar vida, ¿verdad? Pero, ¡gracias a Dios!, el corazón humano puede nacer de nuevo. Es la única manera de llegar a pertenecer a Dios y de ser cristiano auténtico, ya no artificial.”

Luego el mensajero se asegura de que los oyentes entiendan bien cómo la experiencia de “nacer de nuevo” es apropiada (Juan 3).

Las Linternas

El predicador ha visto la necesidad de presentar a Cristo como el único que disipa las tinieblas del corazón del hombre; Aquel que ha dicho: “Yo soy la Luz del Mundo”. También ve la suma importancia de que el Señor pueda ser “La Luz” a través del creyente, es decir, hacia los demás, hacia aquellos que no le conocen todavía. Su palabra era también: “vosotros sois la luz del mundo”.

Lleva consigo al lugar de reunión dos linternas: la primera no lleva pila alguna. La otra, sí, lleva pila dentro, pero tiene un papel por medio, que impide el contacto entre la pila y la linterna, de modo que es imposible que se encienda. Dicho papel tiene varias palabras escritas.

El mensajero, en su bolsillo, lleva la pila que falta y algunos otros accesorios.

Predicando, llega al punto cuando, con tristeza, subraya que tantísimos “cristianos” nunca brillan con la luz del Señor. Sencillamente, no se les nota que sean creyentes auténticos, ni parece importarles que los demás se pierdan eternamente. Es en este punto que saca la primera linterna, la que no lleva pila.

Dice: “Cada cristiano es una ‘linterna’, y ¿para qué sirve una linterna, si no es para alumbrar? Vamos a ver si este cristiano, que tengo aquí en la mano, es un cristiano normal, uno que brilla.”

Delante de todos aprieta el botón, una y otra vez. No hay luz. Aclara que se trata de una persona que siempre va a la iglesia, y que se comporta bien con todo el mundo. Pero ¿por qué no da luz? Le habla cariñosamente, diciendo que, por favor, intente alumbrar. Sin resultado. Levanta la voz, al final le grita. Nada. También trata de complacerla, le da brillo, le pone una cinta muy linda, en fin, le hace de todo.

Por fin el mensajero, rascándose detrás de la oreja, dice: “Bueno, ya que no hemos tenido ningún éxito, vamos a mirarle también por dentro a este cristiano, a ver si algo anda mal por allí.”

Al abrir la linterna, se espanta al ver que está vacía, y exclama, “Ah, ahora entiendo qué es lo que le pasa a este ‘cristiano’. No es más que un ‘cristiano’ de nombre, no tiene a Cristo. Pues, ¿cómo iba a alumbrar? Si no tiene a Cristo, no tiene luz, ni es, siquiera, un cristiano auténtico.”

“Pero, ¿qué les parece?, cuando este hombre recibe a Cristo, ¿será que entonces podrá alumbrar a sus semejantes?” Al contestar los asistentes que sí, saca la pila del bolsillo, explicando de nuevo que representa a Cristo. Enfatiza que así cualquier persona, que se arrepiente del pecado, puede recibir a Cristo por fe y de todo corazón. Mete la pila dentro de la linterna, aprieta el botón, y… esta vez, para alegría de todos, produce un buen chorro de luz.

Aplicación: Es Cristo mismo quien te hace ‘cristiano’, y quien te utiliza para bendición de los demás.

Ahora le toca a la otra linterna, y el mensajero dice: “Aquí tenemos a otro cristiano, vamos a ver si éste es un alumbrador en la oscuridad de este mundo…” Aprieta el botón, pero sin éxito. A éste también le hace varias cosas, pero, al final de todos los esfuerzos, dice: “¿Será que éste también es un mero cristiano de apariencias, como el otro, un “cristiano” que no tiene a Cristo, el Salvador? Vamos a tener que mirarle también por dentro.”

Abre la linterna, y con asombro ve que hay pila, y la saca. Dice: “No entiendo nada. Éste es un auténtico cristiano, porque, mira, tiene a Cristo en su corazón. ¿Pero cómo es que sea cristiano de verdad y, sin embargo, no alumbre para nada? Vamos a investigar un poco más.”

Hurgando en el interior de la linterna, saca por fin aquel papel, y dice: “Tal vez sea ésta la respuesta al misterio…”
Delante de todos abre el papel y lee pausadamente las palabras que tiene escritas: Oración Escasa, Lectura de todo menos la Biblia, Poco Interés en la Voluntad de Dios, Desobediencia, Pornografía, Soberbia, Hipocresía, Etcétera.

“Ay-ay-ay”, dice, “ahora, sí, que entiendo qué es lo que le pasa a este cristiano. Cristo llegó a este corazón, pero se trata de un creyente que nunca le rindió a Él el señorío de su vida. Y ahora, ¡cuánta basura se acumuló! Esto es lo que impedía el contacto interior, ese contacto íntimo entre Cristo y su discípulo, y ¡sin contacto íntimo no hay luz!”
Acto seguido, con el papel en la mano, y con una referencia a Gálatas 5:24, el mensajero anuncia una buena noticia: por fin, dice, el creyente en cuestión se dejó tocar profundamente por el Espíritu Santo. Entregó todo a la Cruz de Cristo, “deseos, pasiones”, todo.

Para hacer hincapié en la eficacia de la Cruz, la que termina con todo lo que es del “YO” en nuestro corazón, puede citarse Lucas 9:23. Luego está la opción de quemar públicamente el papel.

Ahora el mensajero introduce de nuevo la pila en la linterna. Ésta ya alumbra perfectamente: un creyente que estaba desviado, deprimido, impedido, empobrecido, inútil, ya es todo un canal de bendición de su Señor, quien reina ahora en ese corazón, los obstáculos quitados.

El Imán
El mensajero necesita tener delante de sí una mesa o mesita con un imán de buen tamaño, lo más fuerte posible para que atraiga los objetos de hierro. También dos cajitas, una vacía, la otra con unos treinta clavos, tuercas y otros objetos muy pequeños, pero de varios metales: hierro, cobre, zinc, lata y, si es posible, algo de plata y oro. Entre estos objetos de varios metales los de hierro son pocos. Podrían ser diez.

También necesita un cartón, no muy grueso, más o menos de tamaño A3. En casa ha ensayado sus ‘experimentos’ más de una vez, para que en la reunión no se produzcan efectos indeseados. Con un gran número de congregados será más difícil que todos los presentes observen con igual nitidez los detalles de las ‘maniobras’. En tal caso debe tener especial cuidado de describir en viva voz todo lo que esté ocurriendo.

Lo que quiere lograr es que todos capten:
1) que “el Señor conoce a los que son suyos” (2 Tim 2:19), y también a ‘los que no son suyos’; y:
2) que existe una plena seguridad de pertenecer a Cristo y de estar con Él eternamente.

Al principio del mensaje, o estudio, anuncia que más adelante conducirá una “demostración”, la cual dará al mensaje la ilustración necesaria.

Llegado luego a ese punto, enfocará con un primer experimento lo que es ‘el presente’; después con el segundo enfocará ‘el futuro’.

Ahora muestra el imán al público. Puede preguntar si todos saben para que sirve. Luego muestra los clavos y otros objetos metálicos de distintos tamaños. Enfatiza que entre ellos hay viejos y oxidados, hay torcidos, caros, baratos, finos, gordos, y clavos que ya no tienen punta, pero también hay objetos flamantes y lindos para ver. Todos estos están juntos y mezclados en una de las cajitas. Esto nos recuerda que en la tierra también están mezclados todos los hombres, los cristianos entre todos los demás.

Acto seguido, vierte todo sobre el cartón, que mantiene horizontalmente en una mano. Una vez que todos los objetos estén sobre el cartón, acerca el imán por debajo, inclinando el cartón ligeramente hacia el auditorio, pero sin que se puedan caer los objetos. Para más seguridad sería bueno, incluso, que tenga un bordillo que impediría una caída.

Al ir moviendo el imán lentamente debajo, pegado al cartón, unos cuantos de los objetos se mueven con el imán, pero no todos. El mensajero que describe todo a viva voz, explica que si el imán simboliza a Cristo; los objetos de hierro, es decir, los que tienen la misma naturaleza del imán, son atraídos por él, y se mueven con él por todas partes. Esto ilustra, pues, el tiempo presente: los que son de Cristo, son los que se dejan ‘mover’ por Él, andan siempre con Él, son los que recibieron su misma vida. En cambio, de las demás personas (los objetos de otro metal) ninguna es movida por el imán en lo más mínimo. Están todas ‘tranquilas’, ajenas de la vida y la salvación de Cristo.

Para el otro experimento, aquel que ilustra el tiempo futuro, el mensajero explica que dentro de no mucho tiempo el Señor Jesús vuelve del cielo y, a medio camino, antes de llegar a la tierra (según 1 Cor 15 y 1 Tes 4), atrae a sí mismo a todos los que son suyos.

El imán ahora es sostenido lo más alto posible en el aire, por encima del cartón sobre el que están esparcidos los objetos. Lentamente el imán se acerca al cartón, y, cuando todavía está a cierta distancia, los objetos de hierro de pronto vuelan por el aire y se adhieren al imán (por esto el imán debe ser bastante fuerte, para que, efectivamente, vuelen los objetos de hierro).

Terminando ya el acto, quita todos los objetos de hierro y los pone en la otra caja. Los que no se movieron por el imán, los devuelve a la caja donde estaban antes, incluso los que sean de metales preciosos, explicando que los que estaban juntos aquí, estarán eternamente separados allá, ¡unos con Cristo, otros lejos de Él! Todo depende del “metal”, es decir, si tienen la misma naturaleza de Cristo y son seguidores de Él. En este caso, y sólo en este caso, estarán con Él. Si son de otro “metal”, aunque sean de “oro”, NUNCA estarán con Cristo; para siempre estarán perdidos.

Ser de Cristo significa que Él te guarda, te guía y te utiliza en el tiempo presente, pero también significa que, luego, en aquel momento futuro, te lleva consigo cuando arrebata a todos los que son suyos…
Para concluir se pueden elaborar más el significado y la suma importancia de pertenecer a Cristo.

La Bolsa y el Sobre

Esta ilustración se hará muy bien sobre el salmo 106:13-15, que recuenta y combina, brevemente, la historia de los israelitas en el desierto, cuando, en dos ocasiones distintas, llegaron a ‘hartarse’ de carne. Era la carne de muchos millares de codornices. Agotados por su larguísimo viaje migratorio sobre el mar, desde el sur de Europa hasta Egipto, estos pájaros caían alrededor del pueblo de Israel. En esa segunda ocasión, en Números 11, cuando lamentan que no tienen más que maná para comer, y nada de pescado, ni de pepinos, su murmuración y su lloriqueo llegan a provocar a Dios de tal manera que les envía “mortandad”. La “Versión Moderna” lo dice más claramente: “Él les dio lo que pidieron, mas envió flaqueza en sus almas.” En otras palabras, había ‘cuerpos gordos’ y ‘almas flacas’, lo cual puede describir muy bien la situación del cristianismo actual.

El mensajero pone delante de su auditorio dos cosas: Una bolsa grande, al parecer muy pesada, y un sobrecito cerrado. Explica que la bolsa está llena de monedas (ya sean centavos de dólar, céntimos de euro u otros). Si contiene 10.000 centavos, el monto es de cien dólares, una fortuna para algunas personas. El mensajero ha llenado la bolsa de papeles o ropas o cualquier cosa, con tal que parezca abultada y pesada. Y en sus ademanes da la viva impresión de que la bolsa sea pesadísima.

En cuanto al sobre cerrado, lee lo que tiene escrito encima: “¡Los propósitos y las promesas de Dios!” Lo deja cerrado por lo pronto.

Acto seguido dice que los presentes, supuestamente todos muy pobres y con muchas necesidades, deben escoger entre la bolsa y el sobre. Uno de los asistentes representará a todos. Y éste de ningún modo podrá llevarse las dos cosas.
Se espera que el ‘representante’ escoja la bolsa. Para esto el mensajero puede haberle instruido de antemano. Cuando la bolsa ha sido escogida, el mensajero le da ‘felicidades’.

Ahora le toca al misterioso sobrecito que no ha sido escogido, el de los “propósitos y promesas”. El mensajero procede a abrirlo, y saca de él un “cheque”. Lo lee en voz alta: “Un millón de dólares para aquel que espere en los propósitos de Dios para su vida”.

El mensajero destaca la enorme diferencia entre los cien dólares en centavos y el millón de dólares en propósitos y promesas de Dios para su vida. Es la diferencia entre una bolsa que pesa mucho y un sobre que no pesa nada. Lo más “lógico” y lo más “obvio” es escoger la bolsa pesada, y con prontitud. Pero aquel que así escoge, pierde. En cambio aquel que pone a Dios primero y, sencillamente, espera en sus propósitos y promesas, ¡siempre gana!

¿Es pecado escoger la bolsa de monedas y llevarla a casa? No, no es pecado, como tampoco es pecado el comer carne en el desierto. ¿Que el joven mismo escoja con quien se vaya a casar, o viceversa? Tampoco es pecado. ¿El mirar buenos programas culturales de televisión, cada día muchas horas? Tampoco es pecado. ¿Y el estar muy aficionado al deporte, o a las palomas, o a la pesca, por mencionar algunos entretenimientos? Son todas cosas legítimas, no son pecado. Pero, hay un ‘pero’…

El problema de los israelitas no era su deseo de comer carne, más bien estaba en que dejaron de lado los propósitos y las promesas de Dios para ellos. Así sus deseos no podían ser más que “deseos desordenados”, que trajeron muerte. ¡Ahí estaba el pecado!

Todas las ‘buenas’ cosas, que persigas en la vida, no son más que “carne en el desierto”, o “centavos en la bolsa”, si no están sometidas a Dios. Mejor rehusar cualquiera de esas cosas y entregarlas conscientemente en las manos de Dios. ÉL escoge mejor. Él sabe si realmente conviene esto o aquello, y cuándo…

Escoger el “sobre”, que no parece tener peso, el sobre de los propósitos y promesas de Dios para la vida de uno, es escoger bien. Es obedecer la palabra de Jesús en Lucas 9:23. Allí Jesús explica la única manera “normal” de seguirle a Él.

¿Alguien se ha convertido en auténtico discípulo suyo? Entonces, desde ahora, día tras día, diga “no” a sí mismo, y “sí” a su cruz. No hay otra manera. Sólo así se evita que los “deseos desordenados” dominen y causen “flaqueza del alma”.

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Muchos ejemplos más podrían darse, pero estos diez deben ser suficientes, ya que dan una buena idea de las posibilidades que se abren. ¡Son incontables! Ahora el mismo lector, con mucha oración, cavile sobre las maneras en que él mismo pueda subrayar dramáticamente lo que Dios quiere expresar, algo que impacte el corazón de creyentes y no-creyentes. El Señor mismo adiestrará fielmente al discípulo deseoso. Lo hace en la medida en que, de su parte, el discípulo esté
pendiente del Gran Maestro.

Eclesiastés 11:6:

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