por Alberto y Patricia Fabrizio
Palabras de Advertencia
El propósito principal de este librito es transmitirles a los padres algo de nuestras luchas en el aprendizaje de obedecer las instrucciones de un Padre Celestial amante, que encontramos en las Escrituras. Por lo tanto, es un mensaje compartido a través de nuestra experiencia, más que la presentación de un método o técnica para la crianza de los hijos. Para eso se necesitaría mucho más que estas pocas palabras.
En nuestra experiencia, siempre hemos sentido el apoyo de nuestro amante Padre, aun cuando nos resistíamos a obedecer. Nosotros también quisimos darles a nuestros hijos la misma confianza, cuando comenzamos a entrenarlos. Cualquiera que fuere la lección que aprendíamos, nunca intentamos ser fuertes frente a nuestros hijos con el objeto de manipularlos y controlar sus vidas. La vara, o el método de cualquier disciplina, nunca debería ser el motivo por el cual se apliquen órdenes arbitrarias para beneficio personal. Tampoco el hogar tendría que convertirse en un lugar autoritario, frío o militante.
El hogar debe ser el lugar donde el niño siempre pueda encontrar apoyo incondicional, amor y perdón; un refugio donde su corazón, mente y expectativas hallen plena satisfacción; un lugar de gratos recuerdos, del cual su alma pueda conservar buenas memorias y gratitud por el amante y sabio cuidado de sus padres.
Alberto Fabrizio
“Porque yo sé que (Abraham) mandará a sus hijos y a su casa después de sí, que guarden el camino del Señor, haciendo justicia y juicio, para que haga venir el Señor sobre Abraham lo que ha hablado acerca de él” – Génesis 18:19;
“…te bendeciré… y serás bendición” – Gén. 12:2.
Referencias Bíblicas:
Génesis 18:19; Salmos 32:8-9; Proverbios 22:6; 1 Samuel 1:27; 2:12; 23-24; 29; 3:13; Pr. 22:15; 13:24; 23:13-14; 29:15, 17; 19:18; Hebreos 12:6-7; Pr. 20:30; S. 119:75; 71; 67; Lamentaciones 3:27; Oseas 6:1;Deuteronomio 5:29; Heb. 12:10; Colosenses 3:21;2 Sam. 22:31; S. 119:45; Heb. 12:11.
“Mi esposo y yo queremos compartir las experiencias y las lecciones espirituales de cómo Dios nos ha estado guiando amorosamente en la educación de nuestros hijos” –
Patricia Fabrizio.
Hace poco, orando en casa, nuestro hijito de cuatro años dijo: “Señor, ayúdame a mirarte a los ojos y a hacer lo que tú dices.” ¡Qué forma más sencilla de expresar la idea del Salmo 32, versículos 8 y 9! “Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar; sobre ti fijaré mis ojos. No seáis como el caballo, o como el mulo, sin entendimiento, que han de ser sujetados con cabestro y freno.” Así quisiéramos responder nosotros como padres a Dios; no como el mulo, carente de entendimiento, que ha de ser llevado de un lado para otro, sino con un corazón sumiso que ya resolvió obedecer, y sólo espera ser guiado por el ojo de su Señor. En oración pedimos esta calidad de obediencia para nosotros y para nuestros hijos.
Toda victoria que Dios nos ha dado en nuestra experiencia surgió cuando, agotados nuestros recursos, reconocimos nuestra derrota personal. Sólo entonces tomó Él las riendas para realizar su obra en nosotros. Es con nuestros hijos, más que nada, que nos vemos obligados a depender totalmente del Señor.
En Proverbios 22:6 Dios promete: “Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de el.” La palabra “instruye” en este pasaje debería traducirse “entrena” o “educa”, porque en el original implica mucho más que la mera enseñanza del niño. Muchos de nosotros enseñamos el camino correcto a nuestros hijos, pero no los educamos para seguir ese camino.
Al niño se le puede educar a obedecer voluntariamente a sus padres y a confiar en ellos. El diccionario da la siguiente definición: Educar es “desarrollar el vigor físico y la inteligencia; dirigir la voluntad.” Esto es lo que Dios quiere que hagamos con nuestros hijos.
TODOS LOS PADRES EDUCAN A SUS HIJOS
Consciente o inconscientemente, todos nosotros estamos educando a nuestros hijos.
Cuando le pedimos a nuestro hijo que haga algo, y no lo hace, le estamos educando a esperar hasta oír la orden dos veces antes de obedecer, o hasta que levantemos la voz, o hasta que le amenacemos. Le podemos educar a obedecer inmediatamente después de pedirle algo una sola vez y en un tono de voz normal.
La clave está en la educación.
El niño a quien sólo se le ha enseñado “el camino a seguir”, puede oír otras enseñanzas y apartarse del camino. Pero, la promesa al padre que educa a su hijo es: “CUANDO FUERE VIEJO NO SE APARTARÁ DE EL.”
Veamos dos ejemplos en la Biblia. Uno, el de un niño que fue educado en el camino que debía seguir, y otro, el de dos hermanos a quienes sólo se les enseñó el camino a seguir pero no se les educó.
En 1 Samuel 1:11, Ana pidió al Señor un hijo. Su oración era: “Señor, dame un hijo y te lo dedicaré.” Ella no dijo: “Señor, si tú me das un hijo, haré todo lo que pueda para enseñarle que te sirva, y si el quiere, si no se opone, lo llevaré al tabernáculo para que te sirva.” No dudó, ni por un instante, de que Samuel haría lo que ella decidiera. 1 Samuel 1:27-28 dice: “Por este niño oraba, y el Señor me dio lo que le pedí. Yo, pues, lo dedico también al Señor; todos los días que viva será del Señor. Y (Samuel) adoró allí al Señor.” Samuel fue al tabernáculo y sirvió y ayudaba de buena gana al sacerdote, Elí. En 1 Samuel 3, es evidente que Samuel fue educado para obedecer; cuando era jovencito, se levantó tres veces de su cama para correr hacia Elí y preguntarle que deseaba. Además sirvió al Señor durante toda su vida. En contraste tenemos a los dos hijos del sacerdote Elí. 1 Samuel 2:12 dice: “los hijos deElí eran hombres impíos, y no tenían conocimiento del Señor.” La Biblia nos dice que los hijos de Elí eran desobedientes e inmorales. Elí sabía lo que sus hijos estaban haciendo y sin duda les había enseñado a hacer el bien. En 1 Samuel 2:23-24 Elí les reprende: “Y Elí les dijo, ¿por qué hacéis cosas semejantes? Porque yo oigo de todo este pueblo vuestros malos procederes. No, hijos míos, porque no es buena fama la que yo oigo, pues hacéis pecar al pueblo del Señor.” Pero reprender no es educar.
Elí descuidó la educación de sus hijos, “ellos no oyeron la voz de su padre.” Y el Señor quitó el privilegio de ser sacerdotes a las generaciones subsiguientes de Elí. En 1 Samuel 3:13 dice: “Y le mostraré que yo juzgaré a su casa para siempre, por la iniquidad que él sabe; porque sus hijos han blasfemado a Dios, y él no los ha estorbado.” Elí “honró más a sus hijos que al Señor“ (1 Sam. 2:29).
Elí amaba al Señor, era honesto y sincero, desempeñaba correctamente su puesto sacerdotal, pero no educó a sus hijos a obedecer.
(La lucha conmigo misma para hacerlo como Dios quiere)
¿Pero cómo podemos educar? ¿Cómo podemos educar a nuestros hijos para que nos obedezcan? Dios nos ha dado la respuesta en su Palabra. Proverbios 22:15 dice: “La necedad está ligada en el corazón del muchacho; mas la vara de la corrección la alejará de él”
(Pero, Señor, seguramente tú no quieres decir que use una vara, un palo, con mi hijo.
Me pregunto, ¿que debo ser un policía con una vara para mantenerlo en orden? Le amo demasiado para querer hacerle daño.) “El que detiene el castigo, a su hijo aborrece; mas el que lo ama, desde temprano lo corrige”(Pr.13:24).
(Pero sigo discutiendo con el Señor: Hay otras formas de disciplina. Las palabras pueden ser varas… un reproche, un regaño.) “No rehúses corregir al muchacho; porque si lo castigas (corriges) con vara, no morirá. Lo castigarás (corregirás) con vara, y librarás su alma del Seol” (Pr. 23:13-14).
(Pero yo quiero dejar que él crezca libre, sin inhibiciones.) “La vara y la corrección dan sabiduría; mas el muchacho consentido avergonzará a su madre” (Pr. 29:15).
(Otra vez me trato de justificar: Estas pequeñas desobediencias todavía no son muy serias. Él es tan pequeño. Voy a esperar hasta que sea más grandecito, y entonces, comprenderá más y podré hacerle entrar en razón.) “Castiga (corrige) a tu hijo en tanto que hay esperanza; y no se apresure tu alma para destruirlo” (Pr. 19:18).
(Pero tengo miedo de que si lo disciplino, sólo será más rebelde.) “Corrige a tu hijo, y te dará descanso, y dará alegría a tu alma” (Pr. 29:17).
Me he tenido que preguntar a mí misma: ¿Creo lo que el Señor dice en estos versículos?
Que si yo amo a mis hijos y quiero obedecer a Dios en cuanto a ellos, ¿tengo que tomar una varita y pegarles físicamente cuando desobedecen? (En las Escrituras la palabra hebrea para vara quiere decir palo, rama o ramita de un árbol). Creo sinceramente que eso es lo que Él quiere decir. También creo que si yo, con fe, obedezco a su Palabra, Él cumplirá cada promesa que ha hecho en cuanto a la educación de mi hijo. Es por eso que mi obediencia a Dios, al educar a mi hijo, requiere que cada vez que le pida hacer cualquier cosa, debo insistir que obedezca. Si no me obedece inmediatamente al pedírselo, en un tono de voz normal, entonces tengo que tomar la varita y corregirlo (el amor exige esto); lo suficiente para que duela y así no va a querer que se repita.
Un amor egoísta desea un camino fácil. Yo podría ser egoísta en mis sentimientos hacia mi hijo y evitarme el dolor de verlo sufrir ahora, para luego enviarlo al mundo sin preparación para el sufrimiento natural que la vida le impondrá. Pero un amor que da de sí mismo comprende que la obediencia cuesta y duele. Dios muestra su amor hacia sus hijos cuando los educa a través del sufrimiento. “Porque el Señor a quien ama disciplina y azota a todo el que recibe por hijo. Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos” (Heb. 12:6-7). Y luego el lenguaje es aun más duro cuando dice que si Dios no nos disciplina, somos “bastardos, y no hijos.”
El dolor que la varita produce en el cuerpo evita el dolor que más tarde sufriría el carácter debido a una vida controlada por el egoísmo.
“Los azotes que hieren son medicina para el malo, y el castigo purifica el corazón”(Pr. 20:30). “Conozco, oh Señor, que tus juicios son justos, y que conforme a tu fidelidad me afligiste”(Salmo 119:75).
“Bueno me es haber sido humillado (afligido), para que aprenda tus estatutos”(S. 119:71). “Antes que fuera yo humillado (afligido), descarriado andaba; mas ahora guardo tu palabra” (S. 119:67)
El niño al que nunca se le educó a temprana edad a someter su voluntad a la de otra persona, necesitará sufrir “disciplina” más tarde, para poder llegar a la madurez cristiana. En su gracia, Dios disciplinará a esa persona, pero después de tantos años de dejarse llevar por su propia voluntad y sus caprichos, habrá mucho más dolor y sufrimiento. “Bueno le es al hombre llevar el yugo desde su juventud” (Lam. 3:27).
Usar la varita con mi hijo no es muy agradable, pero inmediatamente después de corregirlo lo puedo tomar en mis brazos, besarlo y decirle que le amo mucho pero que él debe obedecerme. El Señor nos trata a nosotros de esta manera, ¿no es cierto? Quién de nosotros no se acuerda de alguna ocasión en que hemos sido disciplinados severamente por nuestro Dios y luego hemos oído su dulce voz diciéndonos: “He hecho esto contigo porque te amo.” “Venid y volvamos al Señor; porque él arrebató, y nos curará; hirió y nos vendará” (Oseas 6:1).
UNA VARITA DE AMOR NOS LIBERA DE LA HOSTILIDAD
Esta es la bendición de la varita. Una vez usada, una vez que hemos corregido al niño, nos podemos olvidar completamente de lo ocurrido y se puede restaurar la relación entre el padre y el niño. Por el contrario cuando sólo reprochamos y regañamos continuamente, nos vemos obligados a mantener una hostilidad hacia el niño ya que éste no ha sido corregido. La hostilidad también se prolongará si en lugar de usar la vara le privamos de algo bueno a, por ejemplo, no jugar con sus amigos, no cenar, etc. Nuestra responsabilidad es darle lo que es bueno, y privarle de lo que es malo. Por lo tanto, privarlo de una cosa buena sólo crea resentimiento y prolonga la hostilidad. La varita debe verse como corrección y no como castigo. Así el niño la identifica como algo para su propio bien.
Cuando la varita se usa con regularidad para la menor desobediencia, nunca se relaciona con enojo, desagrado o rechazo, porque el padre o la madre han corregido inmediatamente, sin enojarse. La corrección siempre debe ser la misma, ya que lo que se corrige es el acto de desobediencia y no el tipo de desobediencia o los resultados de la desobediencia. Siendo varita de corrección, da esperanza. Una varita de venganza y juicio no da esperanza.
Los niños pronto se dan cuenta de que la varita está saturada de nuestro amor y la aceptan como una varita de educación y no de castigo. A manera de ilustración… Una mañana, mientras que yo estaba muy ocupada preparando el desayuno, le dije a una de mis hijas que se pusiera los zapatos.
Estoy segura de que ella tenía la intención de obedecer pero se puso a jugar y se olvidó. Entonces le dije que se echara sobre el pequeño taburete, porque había desobedecido, y le tendría que corregir. Estaba muy ocupada en la cocina y no fui en seguida como debería haberlo hecho. Pero cuando fui, la encontré acostada boca abajo, cantando y esperando tranquilamente la corrección. Ella aceptaba la varita como el resultado inevitable de su desobediencia. Todos nuestros hijos aceptan la varita dulcemente, porque se dan cuenta de que es para educarlos porque los amamos. Y luego, qué libertad sentimos para mostrarles nuestro gran cariño.
Un comentario que oímos muy a menudo es: “Cada niño es diferente, por lo tanto, hay que tratarlo en forma diferente.” Estamos de acuerdo en que cada niño es diferente. Con nuestros cuatro hijos tenemos tal variedad de personalidades y de temperamentos como en cualquier otra familia, pero todos tienen una cosa en común. Todos nacieron con una naturaleza centrada en sí mismos. Cada uno de ellos ha necesitado de la varita para educarlo a someter su voluntad a nuestra autoridad de amor. Y en ninguna parte de las Escrituras modifica el Señor su mandamiento de acuerdo con la personalidad.
Permítanme compartir dos experiencias personales con relación a esto:
El más pequeño de nuestros hijos tiene un genio muy fuerte. Lo demostró mucho antes de que pudiera hablar. Cuando nos oponíamos a lo que él quería hacer, diciéndole, “no”, él no desobedecía directamente, sino que se tiraba al suelo y se ponía a gritar y patalear. Al principio yo lo levantaba en mis brazos y le decía, “no, no”, y trataba de callarlo. Sin embargo, me di cuenta de que, aunque solucionaba el problema de momento, no lo estaba educando a vivir más allá de sus emociones egoístas.
La próxima vez que fue contrariado por un “no” y se tiró al suelo, cuando estaba en lo mejor de su rabieta, le di con la varita en el trasero. Luego me senté en una silla con él en mis brazos, lo hice callar y lo acaricié. Esto hizo que, cuando nos oponíamos a él, comenzaba a tirarse al suelo y a gritar, pero dándose cuenta de pronto de lo que hacía, se contenía. Cuando yo llegaba con la varita ya se había levantado y andaba haciéndose el ocupado como si nada hubiera sucedido. De cualquier manera recibía la varita porque tenía que aprender a aceptar mi voluntad inmediatamente. Y eso es lo que ha aprendido a hacer.
¿Anula este tipo de educación su personalidad? No. Sólo anula esa voluntad propia que está completamente centrada en sí misma. Esto es lo que requiere fe. Creo que a medida que yo obedezca al Señor en esto, Él enseñará a nuestro hijo a someter su voluntad ante una autoridad que le ama; y a la vez, a desarrollar su personalidad al máximo. De hecho, es precisamente el espíritu disciplinado el que puede florecer al máximo gracias a que no es fácilmente zarandeado por las circunstancias. Es el árbol podado que florece y da fruto.
En cambio, nuestro hijo mayor es todo lo contrario. Es demasiado sensible y emocional. Él ha sido así desde que era un bebé. Se ponía a llorar por cualquier motivo. Las lágrimas rodaban por sus mejillas en cualquier situación nueva, fuera triste o alegre. Cuando era pequeño, a menudo lloraba cuando le pedíamos hacer algo que no quería hacer. No le corregíamos, dando como excusa que era demasiado sensible.
Las cosas empeoraron en lugar de mejorar, ya que cuando no quería obedecer se refugiaba en el llanto, y a medida que pasaba el tiempo, mostraba más y más inseguridad. No creo que hacía esto conscientemente, pero nosotros, en cierto sentido, lo estábamos educando a refugiarse en sus emociones. Pensábamos que usar la varita sólo aumentaría el problema.
El Señor comenzó a convencernos de que no estábamos obedeciendo su Palabra ni confiando en Él para el resultado final. Por fin una noche, cuando nuestro hijo tenía 5 años, durante el devocional familiar, su papá le pidió hacer algo que no quería hacer, con el resultado de siempre: lágrimas. Tratamos de consolarlo y convencerlo pero esto sólo produjo más lágrimas. Así que, esa noche se fue a la cama sin haber obedecido.
Al conversar sobre la situación nos dimos cuenta de que éramos nosotros, los padres, los que habíamos desobedecido; teníamos que comenzar a obedecer inmediatamente por el bien de nuestro hijo. Así que, su papá fue a sacarlo de la cama, lo sentó en sus rodillas y le explicó que no habíamos sido obedientes al Señor, quien quería que nuestro hijo nos obedeciera siempre. Su padre le explicó que tenía que corregirle. Le pegó con la varita, y después de abrazarlo y consolarlo, esperó que hiciera lo que le había pedido al principio y lo llevó nuevamente a la cama. Sabemos que esa noche nuestro hijo se durmió con una seguridad más profunda del amor de su papá. Empezó a notar nuestra obediencia al Señor cuando asumimos la responsabilidad de corregir su desobediencia y eso le dio paz y descanso en el corazón. Todos nosotros podemos descansar en la misma seguridad de que Dios es fiel en corregirnos y hacernos limpios. “…Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad”(1 Juan 1:9).
Eso fue el comienzo de un gran cambio en nuestras vidas y en la de nuestro hijo. Después de esto el Señor nos dio la gracia de no dejarnos impresionar por su llanto, y de usar la varita cuando no nos obedecía. Nuestro hijo obtuvo más estabilidad y seguridad y comenzó a aprender a vivir en un nivel que no era sólo emocional. Su temperamento es el mismo, es tan sensible como antes, pero está aprendiendo a reconocer que los hechos son más importantes que sus emociones. Antes, él evaluaba todo en base a sus sentimientos. La sensibilidad unida con un buen juicio es cosa excelente. Cuando él aprendió a no ser controlado por sus emociones, se interesó mucho más en otras personas y estuvo menos preocupado por sí mismo. Con frecuencia he pensado, dada su tendencia a ser tan sensible, cuán inseguro habría sido hoy si nosotros hubiésemos continuado en nuestra falta de fe, complaciendo sus lágrimas. Ahora esa sensibilidad que posee es un don creador y toda la familia ha sido beneficiada por él.
Los acontecimientos de esa noche trajeron otro cambio decisivo en nuestro hijo. Comenzó a abrir su corazón al Señor de una manera diferente. Fue como si hubiera estado tratando de guardar para sí esa parte de su corazón y, cuando descubrió que debía entregarla al Señor, se vio libre. Sus oraciones se volvieron mucho más reales y sinceras. Se volvió mucho más activo e interesado durante las devociones familiares, y desde entonces no hemos notado en él otra cosa que ardor y amor al Señor.
DIOS NOS ESTÁ EDUCANDO A NOSOTROS
¿No debería nuestra relación con los hijos reflejar la relación de nuestro Padre Celestial con nosotros? Él es nuestro Señor y nosotros, a esta altura de nuestras vidas, somos los señores (amos) de nuestros hijos. Lo cual necesariamente me responsabiliza para actuar en forma consecuente con el amor hacia mis hijos, como lo hace conmigo mi Padre Celestial. Dios me está educando a mí como hijo, a la vez que yo educo a los míos. Su educación me hace sensible a lo que realmente es para el biende mi hijo. La tiranía no tiene lugar en la educación. Cuando mi Padre Celestial me corrige es un acto para mi propio bien y no una reacción de enojo o rechazo. “¡Quién diera que tuviesen tal corazón, que me temiesen y guardasen todos los días todos mis mandamientos, para que a ellos y a sus hijos les fuese bien para siempre!” (Deut. 5:29). “Y aquéllos (padres terrenales), ciertamente por pocos días nos disciplinaban como a ellos les parecía, pero éste para lo que nos es provechoso, para que participemos de su santidad” (Heb. 12:10).
Para ilustrar esto, supongamos que mi hijo me ha faltado el respeto (a mí o a su hermano, tal vez). Mi reacción natural sería sentirme ofendido y contestarle de igual forma, regañándole y reprendiéndole. Pero mi amor hacia él y mi obediencia a Dios me obligan a tomar la varita y corregirlo con calma. Después sentarlo en mis rodillas y enseñarle que debe hablar siempre con amor. Esto es un acto de amor para el bien del niño.
Y en otro caso, mi hijo, ansiosamente, quiere algo que no le conviene. Complacerlo sería más fácil para mí. Pero para el bien de mi hijo tengo que tomar el tiempo y hacer el esfuerzo para mostrarle como aceptar su desilusión con una actitud positiva, confiando en el amor de sus padres y en que la decisión tomada por ellos es lo mejor para él. De esta manera él también aprenderá a confiar que la voluntad de Dios es lo mejor para él. Si nosotros somos constantes al educar al niño, al someter su voluntad a la nuestra, creemos (y lo hemos visto) que el niño transferirá esa misma sumisión hacia Dios a medida que va creciendo. Pero si toma nuestra palabra sin seriedad, también tomará sin seriedad la palabra de Dios.
El uso irregular de la varita es castigo y no educación. Es muy importante que uno sea consecuente y parejo. ¿Qué puede ser más desconcertante para una criatura el que no sepa nunca qué esperar de nosotros? Es nuestra actitud la que exaspera y desilusiona a nuestros hijos. Un día nos podemos sentir fuertes o duros y les decimos que “no”, pero al día siguiente estamos preocupados por algo, o nos sentimos indiferentes y, para evitarnos el inconveniente, les permitimos unas pequeñas desobediencias. Cuando obramos de esa manera con la varita, ésta representa castigo en vez de educación. Estamos usando fuerza bruta para someter al niño a nuestros variados estados de ánimo. Esta clase de abuso refuerza más una resistencia a la autoridad. De esta manera los “exasperamos”, se vuelven decepcionados y rebeldes. “Padres, no exasperéis a vuestros hijos, para que no se desalienten“ (Col.3:21). Nosotros, como padres, tenemos que actuar siempre conforme a lo que decimos, y no hacer algo diferente a lo que habíamos dicho o prometido.
Pero esto requiere diligencia. Por eso no lo podemos hacer confiando sólo en nuestras fuerzas o en la fuerza de algún motivo aparte de la obediencia al Señor Jesucristo. Por ejemplo, el motivo de tener hijos que se porten bien no nos va a ayudar. Un día puedo estar lleno de iniciativa y libre de distracción. Le digo a mi hijo – “Ven aquí.” Si él no obedece es fácil en esa ocasión dejar lo que estoy haciendo y hacer lo que es necesario para corregirlo. Pero al día siguiente, quizás estoy tranquilamente sentada dándole el pecho a mi bebé y nuevamente le digo a mi hijo – “Ven aquí, por favor.” Si me desobedece, el motivo de tener hijos que se porten bien no será suficiente esta vez. Sería más fácil repetir la orden con un tono más áspero. Pero entonces estaría educando a mi hijo a pensar que lo que dije la primera vez no era en serio. No, necesito la gracia de Dios para poder decir: “Señor, tú me has dicho que eduque a mis hijos. Si me quedo sentada te voy a desobedecer. ¡Ayúdame a obedecerte, educando a mi hijo a obedecerme!” Entonces Él me da la gracia necesaria para levantarme de la silla, poner el bebé en su cuna, tomar la varita, usarla con mi hijo calmadamente, y después tomarlo en mis brazos y consolarlo. “Mas el que lo ama, desde temprano lo corrige.” Sólo Cristo nos puede dar la diligencia que necesitamos. La carne no puede producir tal obra de fe.
Muchas personas dicen: “Le he pegado con la varita pero esto sólo ha complicado las cosas. No da resultado.” No dará resultado cuando comencemos diciendo: “Voy a probar ese método.” Educar a nuestros hijos en amor con la varita es un mandamiento de Dios. Es un acto de fe obedecer su voluntad y asirnos de su promesa, fortalecidos por su propia vida dentro de nosotros. La fe no se dará por vencida, ya que está basada en Cristo y la Palabra de Dios.., no en nosotros mismos o en algún principio ‘eficaz’.
Cuando nuestra primera hija era pequeña, comenzó a mostrar su voluntad egoísta, y era muy difícil empezar a educarla con la varita. No teníamos idea de cuales serían los resultados. Pero Dios nos mostró claramente que nosotros teníamos que confiar en Él y obedecerle.
Muchos cristianos con buenas intenciones (algunos de ellos líderes) trataron de hacernos cambiar de idea, diciéndonos que el uso de la palabra “vara” en las Escrituras era solo en sentido figurado. Decían que había otras formas de disciplina.., “las palabras pueden ser varas”… (¿Qué puede ser más cruel que castigar a una criatura con palabras?) Ellos proponían que debiéramos razonar con ella. Nos decían que si usáramos la varita nuestra hija podría crecer con gran cantidad de “problemas psicológicos.”
Pero Dios nos dio la gracia para actuar con fe, confiando en que su Palabra es verdad. Nuestra hija pronto será una adolescente y podemos decir: “En cuanto a Dios, perfecto essu camino, y acrisolada la palabra del Señor. Escudo es a todos los que en él esperan” (2 Sam. 22:31). Ella nos es una bendición constante y un placer en cada sentido. Muchos de los llamados problemas de la adolescencia fueron resueltos cuando ella tenía diez u once años. Es extrovertida e interesada en los demás. Pero lo más importante de todo es que ama a Cristo y su Palabra y su crecimiento espiritual es tan evidente como el físico. Su propia relación básica con nosotros queda establecida. Todavía la estamos educando y en ese sentido nada ha cambiado.
Aunque sólo de vez en cuando sea necesaria la varita, sigue siendo un instrumento de amor para educarla y la acepta de igual manera como lo hacia a los dos años.
Por supuesto que llegará el día en que debemos dejar a un lado la varita y entonces sólo Dios continuará educándola con su vara de amor. Pero… ese día todavía no ha llegado. Especialmente durante estos años emocionales de cambios tan importantes en su adolescencia la varita es un instrumento bendito de educación que nos libera de cualquier tipo de hostilidad hacia ella, o de ella hacia nosotros. Y, con su corazón tan sensible al Señor vienen un arrepentimiento inmediato y una confesión sincera. Además, nuestro Señor nos está guiando, tanto a ella, como a nosotros – sus padres, a entendernos mutuamente y a aceptar las decisiones que debemos tomar juntos.
Al entrenar a nuestros hijos a obedecer, podemos construir sus vidas sin tropezar con antagonismos. Podemos ayudar a cada uno de los niños a crecer en el conocimiento de Dios, y toda la familia disfruta de un hogar lleno de amor, alegría y humor sin inhibición, reconociendo con gozo toda la obra de Dios en nuestras vidas de día en día.
Nuestro hijo, como persona, es de un valor inestimable para Dios, y nosotros podemos ayudarle a descubrir y desarrollar sus talentos y dones, al igual que ayudarle a reconocer que Dios tiene un plan especial para su vida. Hay una libertad maravillosa en nuestra relación al crecer juntos en el sentido espiritual. Podemos vivir honesta y abiertamente delante de los hijos, no como seres infalibles, pero siendo ejemplos de la dependencia de Dios. “Y andaré en libertad porque busqué tus mandamientos” (S. 119:45).
ENTRENÁNDOLOS PARA LA GUÍA DIRECTA DE DIOS
Lo emocionante de oír hablar a Dios a través de Su Palabra, puede descubrirse a una edad muy temprana. El tiempo devocional en familia, que pasamos alrededor de la mesa después del desayuno, cuando papá lee de la Biblia, y cuando la comentamos entre todos, es una fuente de crecimiento y fortaleza para cada uno. Pero a medida que nuestros hijos crecen, se hace cada vez más importante que ellos reciban su guía y ayuda directamente de Dios. Por lo tanto, necesitan un tiempo especial para ser entrenados a alimentarse solos de la Palabra de Dios. Cada uno, individualmente, está aprendiendo a estudiar la Palabra durante su propio tiempo devocional.
¡Qué bendiciones hemos recibido como padres al designar papá un tiempo, temprano por la mañana – dos veces por semana, con nuestro hijo mayor, antes de la hora del trabajo y del colegio, conversando sobre los pasajes de la Escritura que cada uno ha estado estudiando! Con la plena atención de su padre, nuestro hijo puede hablar con franqueza y confianza de todo lo que hay en su corazón. Puede presentar sus preguntas y, con la ayuda de su papá, las considera a la luz de las Escrituras. La mayor de nuestras hijas y yo recibimos la misma bendición cuando dedicamos un tiempo por la mañana para hablar sobre nuestros estudios bíblicos y acerca de esas muchas experiencias nuevas que se le presentan a una jovencita al irse transformando en una mujer.
Estos días que pasamos juntos con nuestros hijos son días de descubrimientos maravillosos y emocionantes para todos. El proceso de la educación a menudo es doloroso y difícil y requiere una determinación constante, ¡pero la recompensa es grande! “Es verdad que ningunadisciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sidoejercitados” (Heb. 12:11).
En ciertas ocasiones nos hemos sentido totalmente desilusionados y derrotados en relación a nuestros hijos, a tal grado que hasta perdimos las esperanzas, pensando que era demasiado tarde y que no había forma de recuperar las oportunidades que habíamos desaprovechado.
Una vez tuvimos una experiencia descorazonadora cuando nuestra hija más pequeña tenía apenas tres años de edad. Nosotros no estábamos obedeciendo a Dios en cuanto a su educación. Fue algo complicado y no sé como explicarlo, sólo que estábamos confiando en nosotros mismos y en nuestro propio razonamiento. En varias ocasiones, razonábamos la situación y decidimos que no había necesidad de usar la varita. La disciplinábamos sólo para mantener el orden pero no la estábamos educando a obedecer. La dejábamos controlarnos sutilmente con su actitud de una voluntad insumisa. Teníamos una larga lista de disculpas de porqué no obedecíamos al Señor en esto, pero el Señor, en Su gracia, no nos permitía tener paz. El nos mantenía “bajo convicción” hasta que nos sentíamos desesperados.
Yo siempre le decía al Señor: “No puedo, no puedo hacerlo.” Y Él me contestaba, “Yo sé que tú no puedes. Por supuesto que no; y nunca podrás.” Pero aunque decía “no puedo” continuaba luchando e intentando. Finalmente pasé una noche llorando y diciéndole al Señor que yo ya no podía más y si Él quería que mis hijos fueran educados, lo tendría que hacer Él mismo.
A la mañana siguiente, después de no haber podido dormir en toda la noche, al enfrentar la primera desobediencia, tomé la varita en mi mano y dije, “Bien, Señor, tú lo tienes que hacer.” Y Él lo hizo. Debido a que había acostumbrado a mi hija a no obedecer mi voz, tuve que empezar desde el principio para que aprendiera a escucharme. Hablé sólo una vez, y después utilicé la varita. Cada vez que la tomaba en mis brazos para consolarla, le repetía estas palabras, “Escucha mi voz, y obedéceme.”
A mediodía, después de muchas correcciones similares, ella se sentó a comer, inclinó su cabecita y dio gracias al Señor por la comida. Antes, a menudo ella había orado, “Señor, enséñame a obedecer,” pero ese día dijo, “Padre Celestial, gracias porque voy a obedecer.” Puso énfasis en las palabras, “voy a” como si estuviera diciendo, “Gracias Señor, porque mamá por fin te está obedeciendo a ti al hacer que yo le obedezca a ella. Estoy contenta porque no me está dejando hacer mi propia voluntad y salir con mis caprichos.”
Durante los días siguientes hubo una maravillosa transformación. Su rostro brillaba, se interesó en los demás, y comenzó a vivir fuera de sí misma. Ha llegado a ser una bendición incomparable para su papá, su mamá, y sus hermanos.
Nuestro Señor Jesucristo ha puesto su propia vida en mí para poder llevar a cabo su mandamiento. Yo no puedo hacer aquello, pero Cristo en mí sí puede. Él me ha dicho lo que quiere que haga con mis hijos. Me ha dicho cómo quiere que lo haga y luego, en su gracia infinita, Él ha entrado a mi vida y ha dicho, “Ahora, yo lo haré a través tuyo.”
Dios nos encuentra allí donde estemos. Si estos principios son nuevos para usted, y ya tiene hijos que no ha educado según la Palabra de Dios, sepa que Dios en su gracia, puede ayudarle a recobrar lo perdido. No es demasiado tarde. Con su fortaleza, usted puede hoy mismo comenzar a obedecerle en lo que hasta ahora le ha mostrado. Sus hijos pronto aprenderán que, precisamente porque usted les ama, los está educando a obedecer. Al dar ese paso de fe, usted verá que Dios hará su obra en usted y… en ellos.
Cuando le pedí a mi esposa que escribiera este testimonio, yo creía estar unido a ella en su dedicación de enseñar a nuestros hijos en obediencia al Señor. Sin embargo, yo no había querido enfrentar las luchas de llegar a ser obediente como un padre. Estaba orgulloso del desarrollo de mis hijos sin querer pagar el precio correspondiente, es decir, el precio de tener que enfrentarme a la voluntad de ellos.
Por mucho tiempo, la obediencia de mi esposa fue un sustituto de mi propia obediencia y continuamente resistí dar las órdenes claras y consideradas que nuestros hijos necesitaban, especialmente si yo pensaba que eso iba a ir en contra de la voluntad de ellos. Yo sabía que, al confrontarlos con mis órdenes, me obligaría a someter mi voluntad a Dios. Solamente usé la vara en casos muy selectos y en casos de desobediencia. Mi esposa notaba eso y trataba de hacérmelo ver; pero siempre conseguí excusarme y salir del paso. Mi espíritu dividido frustraba gran parte del entrenamiento de mi esposa.
Al esquivar mis responsabilidades, perdí los beneficios de recibir la enseñanza y la corrección de Dios. Dios da esos beneficios en la lucha espiritual para obedecer, cuando se busca corregir y enseñar a los hijos. También perdí la oportunidad de darles a nuestros hijos la confianza y la fe que ellos necesitaban depositar en su padre, para que yo fuera para ellos un ‘modelo’ de la paternidad de Dios.
Pero Dios es un Padre soberano. El me ha enfrentado con luchas difíciles, y castigos duros, haciéndome ver la necesidad de juzgarme a mí mismo, y a volver mi atención de mis propios intereses. Me enseñó a redirigir mi trabajo y el uso de mi tiempo para considerar cuales son los mandamientos que Dios me está dando para que yo se les dé a mis hijos, y a la vez estar yo mismo bajo esos mandamientos.
Así que, cada vez que yo dirijo y castigo a mis hijos, es como una especie de confesión propia y de compromiso, es decir, con el hecho de que Dios, siendo soberano, tiene todo el derecho de mandarme a mí a que yo obedezca, todo para el bien de mis hijos (y, a través de ellos, para sus hijos también).
Estoy compartiendo esto para prevenir a cada padre que lea nuestro testimonio. Es algo terrible usar la vara si lo que mandamos a nuestros hijos no sea verdaderamente santo y justo. Es algo igualmente terrible que juzguemos a nuestros hijos sin que nos juzguemos a nosotros mismos, pues ellos son hijos, no sólo nuestros, sino de Dios, y todos, indistintamente, estamos sometidos a la justicia del Padre Celestial.
Copyright ©1969, edición revisada ©1981.
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La versión original en inglés, “Under Loving Command”,
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