7. EL REQUISITO PARA LA PLENITUD: LIMPIEZA

rios2

7. EL REQUISITO PARA LA PLENITUD:
LIMPIEZA

EL SER lleno del Espíritu demanda, como condición previa, limpieza. Dos mandamientos dados a los cristianos revelan este hecho claramente.

Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención” (Ef 4:30).

Contristar (o: entristecer) es una palabra afectiva. No podéis contristar a una persona que no os ame. Podréis lastimarla u ofenderla, pero no podéis contristarla. El Espíritu Santo es una persona amante, tierna, sensible. Contristarle significa que estamos causando dolor a alguien que nos ama. ¿Cómo podemos saber qué cosas son las que le contristan? Por los nombres que el mismo Espíritu Santo lleva, nombres que indican su naturaleza.

Es el Espíritu de verdad(Juan 14:17), y, por lo tanto, todo lo que sea falso, engañoso, hipócrita, le entristece. En una reunión invité, a los que se sintieran impulsados a ello, para que dieran testimonio. Una mujer confesó una mentira que había estado sobre su conciencia durante doce años. Había codiciado una falda como la de una amiga suya. No queriendo su madre darle el dinero para comprarla, le robó a su madre una joya, la vendió, se compró la falda y después dijo una mentira a su madre.

¿Hay alguna mentira en tu vida? Si es así, no esperes ser llenado con el Espíritu de verdad hasta que tu corazón no sea limpiado.

Es el Espíritu de fe(2 Cor 4:13), de modo que la duda, la incredulidad, la desconfianza, la congoja, la ansiedad le entristecen. ¿Dudas de su palabra? ¿Hay en ti incredulidad acerca de las verdades fundamentales de la salvación? ¿Te acongojas por la suerte de tu negocio, por tus hijos, por tu salud? Si lo haces así, estás entristeciendo al Espíritu de fe y no puede llenarte.

Es el Espíritu de gracia (Heb 10:29), y, por consiguiente, todo lo que sea duro, amargo, desconsiderado, ingrato, malicioso, resentido, le entristece. ¿Hay alguien a quien no quieres perdonar o a quien no quieres dirigir la palabra? ¿Hay alguien con quien has reñido? ¿Hay amargura en tu corazón para con Dios? ¿Pasas los días murmurando contra las circunstancias de tu vida? No pidas entonces ser llenado del Espíritu, a no ser que quieras ser limpiado.

Es un Espíritu de santidad(Rom 1:4), y, por lo tanto, todo lo que sea inmundo, contaminado o degradante, le entristece. ¿Abrigas pensamientos inmundos? ¿Miras revistas inmundas? ¿Tienes en tu casa otro material que sugiere pensamientos impuros? ¿Escuchas chistes obscenos? Si lo haces, estás entristeciendo al Espíritu Santo.

Es el Espíritu de sabiduría (Ef 1:17), así que la ignorancia, la presunción, la arrogancia y la necedad, le entristecen. El Espíritu Santo está dispuesto a enseñarnos y a revelarnos las cosas profundas de la Palabra. Nuestra ignorancia de la Biblia, el orgullo de nuestro propio conocimiento y capacidad y nuestras necedades, le entristecen.

Es el Espíritu de poder, amor y dominio propio (2 Tim 1:7), y, por consiguiente, nuestra debilidad, esterilidad, desorden y falta de disciplina, le entristecen. Hay miles de personas a tu alrededor que aún no están salvas y que no conocen el evangelio. Tal vez algunas de ellas en tu familia. ¿Por qué no puede Cristo conquistarlas? Porque los canales por donde su poder había de fluir están atascados por el pecado. ¿Estás amargado porque te han injuriado y está envenenada tu vida por el odio? ¿Das paso constantemente a tus apetitos corporales, a tus deseos carnales y a tus flaquezas de temperamento? Todo esto entristece al Espíritu Santo.

Es el espíritu de vida (Rom 8:2), y todo lo que tiene sabor de indiferencia, tibieza, pesadez e insensibilidad le entristece. ¿Pasas días enteros sin abrir la Biblia? ¿Prefieres los lugares de diversión a las reuniones con tus hermanos? Esto entristece a este admirable Espíritu de vida.

Es el Espíritu de gloria(1 Ped 4:14), de modo que todo lo que es mundano, carnal o terreno le entristece. ¿Tienes tú una mente carnal? ¿Amas al mundo? ¿Está puesto tu corazón en las cosas de la tierra? Todo esto entristece al Espíritu Santo.

El mora en nosotros a fin de capacitarnos para que “crezcamos en todo en aquel”, y para llevarnos diariamente a ser “hechos conformes a la imagen de Cristo”. Por tanto, todo lo que pone impedimentos a la realización de su propósito, le entristece. Permitir a sabiendas que continúe en vuestra vida alguna cosa que sea contraria a lo que el mismo Espíritu Santo es, significa necesariamente que amáis el pecado más que a Él. Tal infidelidad le entristece.

La espiritualidad depende de una relación armoniosa con el Espíritu Santo. Abrigar un pecado conocido significa vivir con un Espíritu entristecido. Para ser llenos hace falta ser limpiados. “Dios no pide vasos de oro, ni busca vasos de plata, pero exige vasos limpios.”

No apaguéis al Espíritu” (1 Tes 5:19).

Entristecemos al Espíritu cuando decimos “Sí” a las invitaciones con que Satanás nos atrae al pecado. Apagamos al Espíritu cuando decimos “No” a Dios, quien nos llama amorosamente a la santificación y al servicio.

Llevar al creyente a una plena conformidad con la voluntad de Dios es la tarea más difícil del Espíritu Santo. La voluntad propia, latente en cada uno de nosotros, está en rebelión declarada contra Dios. El único remedio para ello es elegir deliberadamente hacer la voluntad de Dios en todas las cosas, en todo tiempo y a toda costa. Es tener el corazón firmemente decidido a hacer de la voluntad de Dios la regla de la vida diaria y a no permitir excepción a esta regla.

Entristecer o apagar al Espíritu es pecado. El Espíritu mora en nosotros para purificarnos y limpiarnos. En una habitación oscura puede haber mucho polvo que no se nota, pero si se abren puertas y ventanas y entra la luz del sol, aun el polvo más ligero se descubre. El Espíritu Santo saca a la luz el pecado que hay en nuestras vidas, y cuanto más completamente nos llene, más completo será el descubrimiento y conocimiento del pecado. Cuanto más se acerca Dios a nosotros, más sensibles nos hacemos al pecado. Algunas cosas que hace un año, o tal vez sólo hace un mes, no hubierais llamado pecados ahora las reconocéis como tales.

Los medios para la limpieza

Tanto para el pecador como para el santo, nada basta para limpiar del pecado, sino la sangre de Jesús.

La sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7).

El cristiano está en constante contacto con el pecado y la forma gramatical de nuestro texto al usar el tiempo presente, indica que nunca alcanza una condición tal que no necesite de la sangre purificadora de Cristo.

El método de la purificación

El Espíritu Santo entristecido nos dirá qué es lo que le entristece, nos señalará aquellas palabras de 1 Juan 1:9, y entonces comienza nuestra parte. Dios pide de nosotros solamente una cosa: una confesión franca y completa nacida de un verdadero arrepentimiento de corazón.

confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9).

Dios no aceptará ninguna otra cosa en vez de la confesión y descubrirá al punto cualquier falsificación. ¿Has pensado alguna vez que Dios aceptaría de ti una mayor cantidad de dinero, una más intensa actividad en su servicio o una oración más larga, en lugar de una confesión del pecado? ¿O estás engañándote a ti mismo con el pensamiento de que el entristecerte por el sufrimiento con que tu pecado ha sido castigado, que esto valga para Dios? ¿O que el reconocer (a la fuerza) alguna ofensa que has inferido, pero sin verdadero dolor de corazón por el pecado mismo, que eso es confesar el pecado?

A veces, lo que parece confesión de nuestro pecado es una confesión del pecado del prójimo y una justificación de nuestra conducta. A menudo una confesión es solamente parcial. Se menciona algún pecado visible y el pecado que está a la raíz queda inconfeso.

En una pequeña reunión de mujeres cristianas di una oportunidad a las reunidas para que confesaran sus pecados. Una diaconisa tomó pronto la palabra, evidentemente para dar ejemplo a otras. Confesó que era perezosa. Yo sabía que no era éste el pecado radical que requería confesión, porque se podía ver que la había hecho con placer. Pedí a Dios aquella noche que Él la convenciera de hipocresía y la impulsara a hacer una verdadera confesión. Al día siguiente, con un corazón contrito, confesó que odiaba a la esposa del pastor y no le había dirigido la palabra en ocho años.

Algunos pecados deben ser confesados solamente a Dios, porque contra Él sólo hemos pecado (Sal 51:4). Otros pecados deben ser confesados a las personas contra quienes hemos pecado (Stg 5:16); y hay casos en que hace falta una confesión pública de pecado porque la compañía entera del pueblo de Dios ha sido perjudicada (Jos 7:19-25).

La medida de la limpieza

La limpieza ha de ser de toda inmundicia de carne y de espíritu. Dios exige que nos separemos de todo lo que contamina.

Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios”(2 Cor 7:1).

Dios pide una limpieza que alcance desde el deseo más íntimo hasta la acción más visible; que vaya desde el corazón hasta lo exterior de nuestra vida. Él nos pide que adoptemos el concepto que Él tiene del pecado. Según este concepto suyo la mirada codiciosa al sexo opuesto es pecado tan real y verdadero como el mismo adulterio. Él ve un homicida en aquél que alberga en su corazón el odio, tan real y verdaderamente como en aquél que empuña un cuchillo ensangrentado.

¿Os parecéis a los antiguos fariseos, semejantes a sepulcros blanqueados, hermosos por fuera, pero llenos de corrupción en su interior? Dios nos manda que limpiemos el interior y el exterior. ¿Hay algún pecado arraigado en nuestra vida que ha estado en ella por años? Las raíces se multiplican y se extienden. Hay, pues, un rastro de pecado que marca el sendero de vuestra vida desde entonces. Debéis recorrerlo hasta su origen, pidiendo a Dios os limpie de todo pecado.

El cómo Dios retira de sus hijos el poder de su presencia hasta que el pecado se quita, lo vemos revelado de una manera muy marcada en su proceder con los hijos de Israel por causa del pecado de Acán. Dios les había mandado que cuando conquistaran la ciudad de Jericó, ninguno tomara para sí parte de los despojos. Pero Acán codició oro, plata y un manto babilónico, los tomó y los escondió en su tienda. Ningún ojo, sino el de Dios, vio lo que había hecho.

Inmediatamente después Israel sufrió una vergonzosa derrota en Hai. Josué, postrándose en oración, se quejó a Dios de que hubiera permitido tal humillación para los israelitas ante sus enemigos. Pero Dios mandó a Josué que dejara sus plegarias. Le dijo que no gozarían de su presencia y de su poder en medio de ellos en tanto que el “anatema” continuase allí. El hombre que había codiciado, robado y mentido había de ser descubierto y tenía que confesar el pecado.

¿Hay algún Acán en vuestra iglesia que impide la manifestación del poder divino? ¿Eres tú el hombre? ¿Has estado orando fervientemente por la plenitud del Espíritu, y por otra parte permitiéndote al mismo tiempo algún pecado conocido, la desobediencia voluntaria a algún mandamiento divino o la resistencia deliberada a la voluntad claramente revelada de Dios? Si es así, Dios te está diciendo:

Levántate; ¿por qué te postras así sobre tu rostro? Israel ha pecado, y aun han quebrantado mi pacto que yo les mandé; y también han tomado del anatema, y hasta han hurtado, han mentido, y aun lo han guardado entre sus enseres. Por esto los hijos de Israel no podrán hacer frente a sus enemigos, sino que delante de sus enemigos volverán la espalda, por cuanto han venido a ser anatema; ni estaré más con vosotros, si no destruyereis el anatema de en medio de vosotros” (Jos 7:10-13).

Mientras viváis con el Espíritu entristecido o apagado no podréis ser llenados. Para ser llenado hace falta ser limpiado antes.