Entusiasta pero Equivocado

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Testimonio de Arturo M. Casci,
ex-miembro de la “Iglesia Local” (Living Stream)

Nuestro Señor dijo, “Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8). Este versículo aún resuena en mi mente cuando pienso en lo que experimenté hace más de 10 años.

Todo comenzó cuando mi amigo, Jeff, compartió el evangelio conmigo. A pesar de crecer en una familia que asistía a la iglesia, yo rechacé el cristianismo a los 18 años de edad. Cuando Jeff me habló del perdón de pecados, le dije, “esfúmate”. Pero unas semanas después asistí a un estudio bíblico y el Espíritu Santo puso fe en mi corazón. Me arrepentí y creí en el Evangelio; luego de vivir por 21 años, comenzó mi nueva vida.

El movimiento de “Jesus People” (Gente de Jesús) estaba en su apogeo y yo disfrutaba del ambiente informal de sentarse en el suelo, cantar y estudiar la Biblia. Concurrí a varias iglesias pero las sentí muertas; como que hubieran abandonado a Jesús. Como tantos otros de mi edad, yo era rebelde y desconfiaba de cualquier organización dirigida por adultos bien establecidos de clase media. Ardiente por Jesús, no podía entender por qué otros no lo estaban. Esta predisposición, combinada con mi falta de fundamento bíblico, me hizo vulnerable ante cualquier falsa doctrina.

Una tarde pasé a visitar a un amigo cristiano, y me encontré allí con otros amigos de él. Se trataba de unos jóvenes “ardientes por Cristo” (una expresión que se solía usar). Eran evangelistas itinerantes, pertenecientes a una organización llamada “Los Niños de Dios” (ahora se les conoce como “La Familia”). No creían que un cristiano debía tener un empleo regular, sino por el contrario, debía renunciar a su trabajo, su hogar, familia y pertenencias, y salir a predicar en las calles.

Cuando menos lo pensé, ya había renunciado a mi trabajo y me encontraba listo para salir a predicar con estos jóvenes evangelistas por las calles de Dallas, Texas, uno de sus puestos de misiones. Afortunadamente, unos queridos amigos cristianos me hicieron desistir del viaje; previniendo, de esta manera, que fuera absorbido por una secta (al menos por el momento). Pero mi corazón seguía lleno de un ferviente deseo de servir a Cristo, y ahora me encontraba sin empleo…

Randy, otro amigo, me invitó para viajar con él a Akron, Ohio, EE.UU., para unirme a otra organización entusiasta. Una vez más preparé valijas y me fui. Nadie me detuvo esta vez. Nunca olvidaré mi primer encuentro con este grupo. En su reunión cantaban, gritaban a voz viva versículos de la Escritura, danzaban, y uno a uno daban su testimonio sobre lo que Cristo significaba para ellos. Había personas jóvenes y mayores, de raza blanca, de color y orientales.

De inmediato me uní a ellos cantando y gritando. Mentalmente conservaba algunas dudas, pero en lo emocional fui seducido. El amor, la unidad, y el nivel de servicio me sobrecogieron. “He aquí, gente que en realidad ama a Jesús y no teme demostrarlo”, pensé para mí.

Luego de la reunión de esa noche, Randy me presentó a muchos de ellos. En seguida me dieron la bienvenida y mostraron gran interés en mí. Solicité quedarme por una o dos semanas como período de prueba y me alojaron en una amplia casa junto con unos diez miembros. Me dijeron que podía permanecer allí hasta que decidiera ingresar o no al grupo.

Nadie me forzó a unirme, no hubo necesidad; puede decirse que yo estaba “maduro para ser cosechado”.

La organización es conocida con el nombre oficial de Living Stream Ministry, pero, popularmente, más como “Iglesia Local” o “Recobro”. Donde el grupo se encontrara, por ejemplo, en la ciudad de Chicago, se llamaría con ese nombre: “La Iglesia de Chicago”. Toman el nombre de la localidad donde están.

La organización era dirigida por un anciano de origen chino, Witness Lee. Lee trajo el movimiento a América a principios de los años sesenta. Él había sido compañero de ministerio de Watchman Nee, quien comenzó el movimiento en China. Lee huyó de China cuando los comunistas tomaron el poder, mientras que Nee quedó atrás y murió luego de casi 20 años de prisión.

En los primeros decenios, el movimiento se mantuvo dentro del fundamentalismo tradicional. Creían que la Biblia era la Palabra de Dios, que la sangre de Cristo pagó por los pecados del mundo, y que sólo por fe en Cristo hay salvación. Sin embargo, al poco tiempo de estar en América, Lee cambió algunas de sus enseñanzas. Lee proclamó que, en su travesía del Océano Pacífico, había arrojado por la borda sus doctrinas; había encontrado un nuevo camino.

El fundamento de las doctrinas de Lee es su concepto de la Trinidad. Lee enseñaba el “modalismo”, la idea de un Dios que se revela en tres modos o escenarios diferentes. Una de las analogías de Lee es que, anterior a Cristo, Dios era como el “trigo crudo”. En la encarnación, el trigo se convirtió en “harina”. Finalmente, cuando Cristo retornó al cielo, la “harina” se transformó en una “barra de pan”, o el Espíritu Santo. Esto es contrario a las confesiones bíblicas de la fe. Un buen ejemplo es el “credo de Atanasio”, que resume y enseña lo que hallamos en la Palabra de Dios; que Dios es de una sustancia pero en tres personas. La enseñanza de Lee tuerce esa unidad y la distinción de las tres personas de la Deidad.

La doctrina de Lee sobre la persona de Cristo también contradice al cristianismo histórico. Lee enseña que en la encarnación, la divinidad y la humanidad de Jesús se mezclaron. La definición histórica de Calcedonia declara que las dos naturalezas de Cristo formaron una persona pero continúan siendo distintas, sin mezclarse. Lee convierte la naturaleza divina en algo inferior a Dios pero superior al hombre… Lee forma una nueva criatura, el Dios-hombre.

Por lo tanto, para “ser salvo”, Lee enseñaba que el propósito de Dios para el hombre es que éste “se mezcle con Dios” en la forma en que Cristo se mezcló con Dios. Para lograr esto, la persona debe “invocar” o pronunciar el nombre “Jesús” literalmente. Si la persona vocaliza el nombre “Jesús”, se convierte en creyente y puede comenzar el proceso de “mezclarse con Dios”.

Lee enseñaba una simple “técnica” por la cual uno puede “mezclarse con Dios”. Es el “invocar al Señor” y, además, la práctica de la “oración-lectura”. “Invocar al Señor” consiste en corear rítmicamente su nombre: Oh, Jesús”, una y otra vez, ya sea en grupo o en privado.

El uso de la mente no se aconseja, uno debe bloquear los pensamientos. Yo hacía esto por lapsos de 15 minutos o más. La “oración-lectura” consiste en leer la Escritura en voz alta, repitiendo el mismo verso pero con diferente énfasis cada vez. Esto puede hacerse en grupo o en privado. Se insta al participante a no pensar durante este proceso.

Lee le llamaba a esto “ejercitar el espíritu” o “comer y beber al Señor”. Como Lee enseñaba que uno se transforma en lo que come, “comer a Cristo” es mezclarse con Dios. La meta es eliminar el propio estilo de vida y ser transformado en la nueva criatura Dios-hombre.

Lee enseñaba que todo esto es necesario si alguien quiere ir al cielo. Sin embargo, Lee creía que ir al cielo no era salvación total. Él afirmaba que unos pocos selectos o un “remanente”, y sólo ellos, recibirán algo más. Aquellos que se han mezclado totalmente con Dios serán los “vencedores”, y serán los únicos arrebatados cuando Cristo vuelve. Después los “vencedores” disfrutarán por mil años con Jesús en la tierra, mientras que aquellos creyentes, que no se mezclaron con Dios, permanecerán en la tumba hasta el final del milenio. Lee reclamaba que es altamente improbable que alguien pueda convertirse en “vencedor” fuera de su organización. Por consiguiente, es bueno saber que si tú quieres experimentar la total salvación de Dios, es la organización de Lee la que puede facilitarte el único método e indicarte el único camino.

Otra enseñanza central en el sistema de Lee es la sujeción y la autoridad. Los miembros deben obedecer sin cuestionamientos las enseñanzas y directivas de Lee. Se me enseñó que aun recibiendo directivas contrarias a la Palabra de Dios, tenía que obedecer. Dios honraría mi sujeción a los líderes.

Lee llama “cristianismo satánico” a las iglesias que no están bajo su égida, y asegura a sus miembros que todos los que están fuera de su movimiento están engañados. Si alguien deja el movimiento, es muy improbable que pueda llevar una vida cristiana. Se me habló de algunos que salieron y cómo sus vidas consecuentemente se desmoronaron. Esto creó en mí una mayor dependencia psicológica del grupo. Temíamos a los de afuera, por amistosos que parecieran, porque pudieran estar buscando maneras de quitarnos de nuestro grupo.

Mi entusiasmo por las doctrinas de Lee me hizo escalar posiciones. En seis meses pasé a ser líder de una casa de hombres solteros. Fervientemente reclutaba nueva sangre y nunca falté a las reuniones de costumbre (de cuatro a seis por semana). Los fines de semana eran dedicados a traer nuevos convertidos y los festivos a tener conferencias en varios lugares. Estas demandas, sumadas a un empleo de 40 horas semanales, me mantenían muy ocupado y exhausto.

El estilo de vida es semi-comunal. Los miembros pueden tener propiedades; sin embargo, hay un fuerte sentido de comunidad y se estimula a compartir las cosas materiales. Una vez que uno está dentro de la organización, sus necesidades materiales están cubiertas. Luego, sin preocupaciones por lo material, los miembros se sienten más libres para obedecer a la jerarquía.

Recuerdo que casi un centenar de personas fueron trasladadas de California a Virginia, a los efectos de formar un nuevo grupo allí. La organización mantuvo a estos miembros hasta que pudieron establecerse en el nuevo lugar. Mudanzas como éstas son comunes. Los líderes, anualmente, le piden a cierto número de miembros que se muden a otra ciudad. A algunos se les pide, mientras otros se ofrecen como voluntarios. Se espera que cada tantos años la persona se resitúe.

Una navidad, me enfrenté al dilema de elegir entre visitar a mis padres o ir a una conferencia en Detroit. Yo quería ir a casa, pero se me sugirió fuertemente que fuera a Detroit. Una ley tácita del grupo es que la familia debe olvidarse para dedicarse a la causa. Recuerdo que mi madre lloró cuando le dije por teléfono que no iría a casa para navidad, ya por segundo año consecutivo. Así que, fui a Detroit a participar en otro fin de semana emocionante de cantos, gritos y enseñanzas.

Por medio de la providencia de Dios, esta aparente decisión equivocada cambió mi vida y mi compromiso. Un hombre de mediana edad enseñó acerca del rey David, de su corazón donde había capacidad de arrepentimiento y aprendizaje. Este maestro nos instó a tener una disposición similar. Por supuesto que hablaba de estar dispuestos a que el movimiento nos enseñara y a hacer lo que los líderes dijeran. Pero, en mi caso, aquello fue usado para bien por el Señor.

Regresé de ese fin de semana con un ánimo diferente. Aún sentía un compromiso fuerte con el movimiento y por el momento no pensaba en dejarlo. Estaba decidido a permitir que la Escritura me hablara, y a arrepentirme de cualquier cosa en mi vida que no concordara con la Escritura. Era un nuevo cambio en mi espíritu, originado por el Espíritu Santo, y me daría el arranque necesario para dejar el grupo.

Durante los seis meses siguientes, continué siendo un miembro entusiasta del movimiento. Pasé a ser uno de los maestros en los grupos de adultos jóvenes. Primero, los maestros escuchan las lecciones grabadas de Witness Lee, producidas en las oficinas centrales de Los Ángeles, California. Luego, ellos repiten el contenido durante las horas de estudio con sus grupos.

Yo escuchaba las cintas pero simultáneamente pasaba más tiempo en privado con la Palabra de Dios. Me levantaba temprano a orar, leer, y buscar al Señor. Comencé a dudar de lo que se me había enseñado. Vi que debía obedecer a Dios antes que a los hombres y que contrariamente a lo que Lee decía, no debía despreciar mi mente, que Dios quería renovarla y usarla. El cantar repetitivo y la “oración-lectura” se me hicieron extraños a la luz de la Escritura, la cual enseña el buen orden de Dios y el correcto uso de la razón.

Llegó el momento de la decisión. Una mañana de abril, viviendo en Cleveland, me marché. Durante las siguientes dos semanas casi padezco de una crisis de nervios. Me encontraba paranoide y exhausto, sin saber que hacer exactamente, pero armado con la promesa de que el Señor era mi Pastor y no me abandonaría. Fui a un centro comunitario local para poder ordenar mis pensamientos. Allí me enviaron a una iglesia tradicional, donde los creyentes ayudaban a hombres y mujeres de edad universitaria. Asistí a algunas de sus reuniones, tan informales como aquellas donde había estado asistiendo.

Una tarde, un hombre joven leyó Romanos 5:1-2, “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios”. Enfatizó que la paz con Dios era posible, solamente, por la gracia de Dios. Nuestro esfuerzo por servirlo no conmueve el corazón de Dios, y no puede lograr esta paz. Esas palabras me lo dijeron todo. Todo mi entusiasmo y dedicación habían sido intentos vanos para complacer a Dios y ganar su aprobación.

Por fin entendí; lágrimas manaron de mis ojos… Encontré paz en “la gracia en la cual estoy firme”. ¡Conocí la verdad de Dios, de su maravillosa gracia, y la verdad me hizo libre!