Reginaldo Wallis
Edición nueva para el Internet, enteramente revisada de la tercera versión española de la UMNT – la que Diego Nimmo realizara en su día. Las citas bíblicas en esta obra, generalmente, son tomadas de la versión Reina-Valera 1960 (Copyright © Sociedades Bíblicas en América Latina; Copyright © renewed 1988 United Bible Societies), y usadas con permiso. Citas de otras versiones son debidamente señaladas
ÍNDICE:
Introducción – Carlos Trumbull
Prefacio – el Autor
Capítulo 1 — ¿Es posible la victoria constante para todo creyente?
La pregunta formulada – ¿Qué es la vida victoriosa? – ¿Está dividido Cristo? – Una posibilidad experimental – Lo normal de Dios – El triple enemigo – ¿Crees esto? – Posición y Estado.
Capítulo 2 — ¿Quién es el traidor interno?
Las dos naturalezas – Una guerra incesante – La vida egoísta.
Capítulo 3 — ¿Cuál es el significado más profundo de la Cruz?
Identificación con Cristo – Todos son muertos – Muertos, sepultados, resucitados y ascendidos con Él – Tres hechos del Calvario – El hecho y la experiencia de ello.
Capítulo 4 — ¿Cómo se hace real el Calvario en la vida diaria del creyente?
El arte de “persuadirse” o “considerarse” – Victoria… nuestra fe – Desciende de la Cruz – Muriendo… no haciendo – Afirmándose en la Victoria – Los muertos no pueden pecar – Vivos a Dios – Este “considerarse” no es ‘una vez por todas’ – No es un mero esfuerzo mental – “Pero si muere…” – El hecho eterno – La verdadera encrucijada.
Capítulo 5 — ¿Qué es el significado de “Cristo vive en MÍ”?
“Cristo en vosotros, la esperanza de gloria” – Te haces suyo – Él se hace tuyo.
Capítulo 6 — ¿Se trata de “perfección impecable”?
Santidad bíblica.
Capítulo 7 — ¿Cómo “Reinar en vida”?
“Por cabeza y no por cola” – ¿Dónde vives? – Libertado.
INTRODUCCIÓN
Hay tres tiempos en el Evangelio: pasado, presente y futuro; pero el tiempo presente es la parte del Evangelio con la cual los cristianos en general parecen estar menos familiarizados. Todos sabemos que cuando recibimos a Cristo como nuestro Salvador, los pecados pasados son perdonados y borrados, y que, cuando morimos o cuando el Señor venga otra vez, estaremos con Él eternamente. De modo que el Evangelio provee de una manera bendita para el pasado y para el futuro. Pero ¿qué del presente?
Pocos cristianos, relativamente, han osado creer que tienen un Salvador que es tan capaz y tan fiel para proveer una experiencia milagrosa de salvación en el tiempo presente, aquí y ahora mientras estemos sobre la tierra, tal como lo ha hecho en cuanto a nuestro pasado y tal como lo hará para nuestro futuro. Pero este tiempo presente del Evangelio es una parte vital de las Buenas Nuevas.
Más y más creyentes están ahora agradecidos por alguna “Conferencia de Vida Victoriosa”, en la cual llegaron a entender y experimentar esta verdad. Este “Evangelio-del-tiempo-presente” bien podría denominarse “El Evangelio de la Vida Victoriosa.” Ha sido expuesto de una manera maravillosamente clara y poderosamente convincente en este libro de Reginaldo Wallis, un libro del cual había tanta necesidad. Su ministerio en diferentes partes del mundo ha sido muy bendecido para muchos.
No es que haya algo nuevo en las maravillosas verdades expuestas aquí; han sido conocidas, creídas, aceptadas y motivo de regocijo desde que el Espíritu Santo las dio al apóstol Pablo y a otros escritores de las Escrituras inspiradas, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. Pero, sí, es enteramente nueva esta verdad de vida victoriosa para todo aquel que la ve por primera vez y entra en ella; entonces, efectivamente, dándose cuenta de estar realmente ‘en Cristo’, halla que es “nueva criatura…; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Co. 5:17).
El testimonio y la enseñanza de Reginaldo Wallis son bienvenidos, y seguramente serán un medio de bendición para muchos de sus lectores, pues están fundados en la Palabra inviolable de Dios, de la cual dice su Autor divino: “No volverá a mi vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié” (Isa. 55:11). También Dios mismo describe qué es lo que Él se compromete a realizar: “Porque con alegría saldréis, y con paz seréis vueltos; los montes y los collados levantarán canción delante de vosotros, y todos los árboles del campo darán palmadas de aplauso. En lugar de la zarza crecerá el ciprés, y en lugar de la ortiga crecerá arrayán…” (55:12-13).
Tal es la Vida Victoriosa.
Carlos Trumbull
PREFACIO del AUTOR
“Gracias sean a Dios, quien me conduce de lugar en lugar,
en el séquito de su triunfo,
para celebrar su victoria sobre los enemigos de Cristo”
(2 Co. 2:14 – Conybeare).
El contenido de este libro presenta la síntesis de una serie de pláticas que el Señor me permitió dar en varias conferencias y otras reuniones de su pueblo, en ambos lados del Atlántico. Han sido tan numerosos los pedidos que estos sencillos mensajes apareciesen impresos que no he podido menos que responder. Hubo mucha demora y vacilación, pero aquí están.
Multitudes de hombres y mujeres creyentes están hambrientos hoy día por un mensaje bíblico de victoria sobre el pecado y sobre sí mismos; un mensaje que sea cuerdo y bien equilibrado. Algunos lo están buscando por caminos que conducen a extremos de enseñanza no bíblica acerca de la “santidad”, terminando a menudo en un fanatismo deplorable. Cuando el Señor Jesús abordó el problema del pecado en el Calvario, satisfizo ampliamente todas las exigencias santas de la justicia divina, venció completamente a todos los enemigos del creyente, y de esa manera proveyó para todas las necesidades de creyentes y no-creyentes, para el tiempo y para la eternidad.
“Gran triunfo sobre el reino de Satán,
No queda un enemigo, ni otra lucha habrá.”
Qué el amado Señor quiera derramar su bendición sobre estas meditaciones escritas, en medida aún mayor en que se ha dignado hacerlo sobre la palabra hablada, concediendo la iluminación del Espíritu Santo a todo sincero buscador del verdadero y único camino que conduce a un testimonio cristiano gozoso, triunfante y convincente.
CAPÍTULO 1 – ¿ES POSIBLE LA VICTORIA CONSTANTE PARA TODO CREYENTE?
LA PREGUNTA FORMULADA
Esta es una pregunta de importancia vital para ti y para mí. ¿Debería un creyente esperar que, en su experiencia personal, tenga un triunfo constante sobre el pecado y sobre sí mismo, cada día y todo el día? ¿Es la vida victoriosa algo verdaderamente realizable o es tan solo un tema atrayente y un asunto interesante de discusión para los que asistan asiduamente a conferencias de este tipo? ¿Es meramente un tema predilecto de extremistas y fanáticos, o es que hay una experiencia sana y bíblica, de triunfo práctico, al alcance de cada creyente – una experiencia independiente de temperamento, circunstancias, ambiente o cambios de tiempos y condiciones? ¿Es algún gran ideal al cual deberíamos siempre tratar de aspirar en la esperanza vaga que podamos quizás aproximarnos a ese dechado – es decir, después de años de experiencia o servicio? ¿Promete la Palabra realmente al creyente más sencillo y débil una vida de verdadero éxito espiritual, conquista y supremacía? ¿O es que Dios ha reservado una bendición tan incomparable como ésta solamente para unos pocos de sus favorecidos? Muchos cristianos están haciendo hoy estas preguntas.
Hay un antagonismo perpetuo de un triple enemigo: las seducciones del mundo, los impulsos insidiosos de la carne y los ardides sutiles del diablo, todos combinados en un asalto terrible contra el testimonio de una Vida verdadera. Frente a tal oposición toda la cuestión constituye un dilema agudo: ¿Seré ‘cristiano vencido’, o ‘cristiano vencedor’?
¿QUÉ ES LA VIDA VICTORIOSA?
Consideremos pues la cuestión sencilla y francamente, con mentes y corazones abiertos a la revelación del Espíritu de Dios. En primer lugar, ¿qué es la vida victoriosa? Para contestar esta pregunta, será de ayuda considerable ver lo que no es. No es un credo, o dogma, o dictamen, o meramente un curso especial de enseñanza bíblica, ni un sistema de reglas y reglamentos, ni preceptos de ética, ni aun principios espirituales. La vida cristiana victoriosa es una persona y esa Persona es el Señor Jesucristo mismo (Juan 14:6). Él es la vida del creyente (Juan 11:25). Aparte de Él no hay vida, ni para ti, ni para mí, en el reino espiritual. La vida real tiene su origen en la recepción de Él como Salvador. La entrada en la familia de Dios tiene que ser por la operación regeneradora del Espíritu Santo (Tito 3:5). La vida espiritual no es un principio abstracto, o una simple doctrina objetiva. Es Cristo. Su venida al corazón que se abre para Él es el ‘Alfa’ de una carrera espiritual, pues “si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Él” (Ro. 8:9).
Permite al Espíritu Santo escribir esto en tu mente y espíritu con una pluma indeleble. Es un hecho sencillo que requiere un nuevo énfasis hoy, porque hay muchos que están tratando de vivir la vida cristiana antes de haber recibido esa vida (Ro. 10:3). Todo creyente, todo cristiano, todo hijo de Dios posee vida, porque el tal ha recibido a Cristo (Col. 2:6), y no por otra razón. El estar separado de Él significa muerte espiritual (Ef. 2:1). La Vida Verdadera es más que afiliarse a una iglesia, o participar en una ceremonia religiosa. No es imaginación o imitación, o reformación o confirmación, o educación. Es regeneración, es “una nueva creación” en Cristo Jesús (2 Co. 5:17). ¿Qué acontece, pues, cuando se “nace de nuevo” (Juan 3:3)? Nada menos que esto: Cristo mismo entra para morar en el corazón por la fe, mediante el Espíritu Santo (Apo. 3:20; Ef. 3:17). El espíritu humano es vivificado con la misma vida de Dios. Esto es esencial, es la primera gran transacción entre el alma y Dios. Nada menos que esto puede elevar el alma a la única esfera donde la victoria es posible.
¿ESTÁ DIVIDIDO CRISTO?
Considera, pues, ¿cuánto de Cristo recibiste en tu regeneración? Cuando en Apocalipsis 3:20 dice: “entraré a él”, ¿hay alguna sugerencia de que Él entre tan sólo parcialmente? ¡Por cierto que no! Semejante idea sería ilógica y necia. ¿Está dividido Cristo (1 Co. 1:13)? ¿Qué clase de Salvador, pues, entró en tu corazón, cuando abriste la puerta de la fe y le admitiste? El Salvador de la Biblia y ningún otro. Hay un solo Señor Jesucristo y Él dice: “Toda potestad me es dada” (Mt. 28:18). Considéralo. El Cristo de Dios es investido de todo poder, el Cristo que vive en ti. “En él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad” (Col. 2:9). Sí, tan asombroso como pueda parecer, este Cristo poderoso y triunfante, el Hijo omnipotente de Dios, realmente habita en el corazón del creyente por el bendito Espíritu Santo. Trata de comprender lo que implica este hecho glorioso. Fija tu vista en la persona de Cristo. La vida cristiana victoriosa, pues, no es un ideal grande y exaltado al cual el creyente siempre está esforzándose a aspirar. Cristo mismo es tu vida, y como su vida es una vida victoriosa, recibiste toda la capacidad de victoria completa en el mismo momento en que lo recibiste a Él.
UNA POSIBILIDAD EXPERIMENTAL
Aquí, pues, arribamos a nuestra primera conclusión lógica. La continua victoria es posible para todo creyente, porque aquel Ser Bendito que nunca deja de ser victorioso ha entrado en el espíritu redimido, y ha venido para quedarse. Por esta razón hallamos que la promesa de vida de plenitud en Dios viene con las condiciones más sencillas. No tiene nada de complicado o místico. Nuestro bendito Señor dijo: “El que cree en mí” (la misma condición sencilla como la que vale para la salvación), “de su interior correrán ríos de agua viva” (Juan 7:38). ¿Es ésta la vida de victoria que estás buscando? ¡Esa es la vida prometida a todo creyente! Rechaza, pues, cualquier sugestión que la vida cristiana victoriosa sea impracticable o una teoría fantástica. Es una posibilidad experimental. Más aún, es el derecho del más débil y simple creyente (Ro. 10:12). Esto se afirma y se reafirma un sinnúmero de veces en muchas claras declaraciones de la Palabra de Dios. Permíteme citar algunas de estas promesas más destacadas:
“Entonces cantó Moisés y los hijos de Israel este cántico al Señor y dijeron: Cantaré yo al Señor porque se ha magnificado grandemente; ha echado al mar al caballo y al jinete” (Ex. 15:1).
“Te pondrá el Señor por cabeza, y no por cola; y estarás encima solamente, y no estarás debajo, si obedecieres los mandamientos del Señor tu Dios, que yo te ordeno hoy, para que los guardes y cumplas” (Deut. 28:13).
“Nadie te podrá hacer frente en todos los días de tu vida; como estuve con Moisés, estaré contigo; no te dejaré, ni te desampararé” (Jos. 1:5).
“Tuya es, oh Señor, la magnificencia. y el poder, la gloria, la victoria, y el honor; porque todas las cosas que están en los cielos y en la tierra son tuyas. Tuyo, oh Señor, es el reino y tú eres excelso sobre todos” (1 Cr. 29:11).
“Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt. 1:21).
“Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia” (Ro. 6:14).
“¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado” (7:24-25).
“Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte” (8:2).
“Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo” (1 Co. 15:57).
“Mas a Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús, y por medio de nosotros manifiesta en todo lugar el olor de su conocimiento” (2 Co. 2:14).
“Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe” (1 Jn. 5:4).
“Y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte” (Apo. 12:11).
“Pelearán contra el Cordero, y el Cordero los vencerá, porque él es Señor de señores y Rey de reyes; y los que están con él son llamados y elegidos y fieles” (17:14).
LO NORMAL DE DIOS
¿Bastan estas escrituras para establecer el hecho que nada menos que una victoria firme y permanente en Cristo es lo normal de Dios para todo creyente? El creyente vencido es una aberración del punto de vista divino. Es anormal. Es un miembro paralizado del Cuerpo (1 Co. 12:25). El hijo de Dios vencido deja de funcionar eficazmente en el programa y propósitos divinos. La reincidencia y la carnalidad son, no tan sólo inexcusables, sino incompatibles con la experiencia cristiana normal. Producen un régimen de contradicción. Puesto que un Cristo viviente mora en él, jamás existe razón para la derrota. Ningún enemigo es demasiado formidable para el Todopoderoso (Sal. 91:1). Toda tentación puede ser resistida (1 Co. 10:13). Toda emergencia podrá ser anticipada triunfalmente. Si un creyente es vencido por el enemigo, la explicación sencilla es que le ha negado al Salvador su legítima posición de supremacía en el corazón. Tener a Cristo ‘destronado’ en el corazón, conducirá infaliblemente al fracaso en el conflicto, y a la paralización de la vida espiritual. En la práctica de la vida diaria la victoria nunca puede desligarse de su presencia en el corazón. En otras palabras: esa victoria es fatalmente impracticable aparte de Él (Juan 15:5). Permíteme repetirlo otra vez: Él es tu vida victoriosa.
EL TRIPLE ENEMIGO
(1) El Mundo. Consideremos ahora estos grandes enemigos que presentan su triple desafío y protesta a la vida de victoria. Son tres: el mundo (1 Juan 2:16); la carne (Ro. 8:3), y el diablo (1 Pe. 5:8). ¿Qué queremos decir con ‘el mundo’ en este sentido? Significa “este presente siglo malo” (Gál. 1:4), el gran sistema de iniquidad a nuestro alrededor. Está animado por el “príncipe de este mundo” (Juan 14:30) y caracterizado por un clamor trágico acerca del Hombre del Calvario: “No queremos que éste reine sobre nosotros” (Lucas 19:14). Es el sistema mundial de rebelión contra Dios (Sal. 2:1-3). Ahora bien, ¿es posible que el cristiano viva una vida cristiana que esté realmente separada en medio de tal antagonismo? Por ejemplo, ¿es para él la victoria de Cristo tan real que haya una completa pérdida de apetito para las actividades y los placeres del mundo de hoy? ¿Con todos sus atractivos que halagan, y sus seducciones que fascinan? ¿Le es realmente posible a un creyente de este tiempo moderno regocijarse con el apóstol Pablo, y decir con él: “En la cruz de nuestro Señor Jesucristo… el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo” (Gál. 6:14), y aunque more en medio del mundo? ¿O pudiera ser la voluntad de Dios que, habiendo sido salvado de este presente siglo malo, sea de nuevo cautivado por sus “pobres rudimentos” (Gál. 4:9)? La respuesta bíblica es clara y evidente. Gracias a Dios la victoria es posible, pues el Señor Jesucristo dijo: “Yo he vencido al mundo” (Juan 16:33). Porque Él venció, tú también puedes vencer, ya que Él es tuyo. Elena Lemmel expresa el secreto en su bello coro:
“Fija tus ojos en Cristo, tan lleno de gracia y amor,
Y lo terrenal sin valor será, a la luz del glorioso Señor.”
Debe recordarse también que semejante victoria no es cruel, ardua o tiránica. La victoria verdadera nunca es una molestia que se debe sobrellevar. Es una vida para disfrutar y ser irradiada. No se rehúsa el programa del mundo por la motivación de que estemos en servidumbre bajo un yugo penoso. ¡Nunca! El bendito Señor Jesucristo dijo “Mi yugo es fácil” (Mt. 11:30), y así siempre resulta. Por el contrario “El camino de los transgresores es duro” (Prov. 13:15). “Sus mandamientos no son gravosos” (1 Juan 5:3). Conducen a una liberación gozosa, voluntaria y agradecida a la bendita voluntad de Dios. Aquí hay “gozo inefable y glorioso” (1 Pe. 1:8). Es el “poder expulsivo de un afecto nuevo”. Una bienaventuranza semejante quita todo dolor de la despedida del mundo. Sí, pregunta a los que saben. Su veredicto unánime será que “su yugo es fácil y ligera su carga”, y su canto eterno:
“Ya ningún bien sin Cristo habrá, Él sólo para mí:
Luz, gozo, paz y gran felicidad se encuentran sólo Cristo en ti”.
(2) La Carne. Luego, en segundo lugar, está “la carne”. El apóstol Pablo dice “yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien” (Ro. 7:18). ¿Qué es “la carne” en este sentido? El capítulo siguiente tratará esta importante cuestión más ampliamente, pero basta decir aquí que “la carne” es la naturaleza humana caída (Gén. 6:12). Es el principio corrupto del pecado, la naturaleza carnal. El “hombre natural”, el hombre no-nacido-de-nuevo, ha heredado esta naturaleza de sus padres caídos, es decir, de Adán y Eva. Por esto se puede llamar la “naturaleza adánica”. Es el origen (Gál. 5:19-21) de todos esos feos pecados y hábitos que con tanta facilidad amargan la vida del hombre. También en el creyente malogran el gozo y entorpecen su testimonio. Otra vez preguntamos, ¿podrá ser la voluntad de Dios que un creyente continúe en derrota, cuando Jesús logró la victoria? El que cree en Él ha sido elevado a la esfera de vida espiritual y ha sido justificado del pecado para siempre (Ro. 5:9). Así que, ¿puede ser la voluntad de Dios que su pueblo ahora siga siendo víctima de cosas tan feas como las siguientes?
a) Mal genio: la falta de dominio sobre el espíritu humano cuando esté perturbado.
b) Irritabilidad: la tendencia a manifestar impaciencia a la menor provocación.
c) Capricho: un genio caprichoso, y el ceder a debilidades de temperamento.
d) Celos: el espíritu de temor y venganza ante la perspectiva de ser sustituido por un rival.
e) Orgullo: el espíritu de exaltación propia y de vanagloria.
f) Egoísmo: el espíritu del “YO primero” y la tendencia a servirse a sí mismo.
g) Dureza: negarse a perdonar.
h) Ansiedad e intranquilidad: la tendencia a preocuparse cuando amenazan dificultades y peligros.
i) Aspereza: un espíritu no amable y falto de dulzura.
j) Quejumbre: un espíritu quejoso e insatisfecho.
k) Crítica y calumnia: la tendencia a la difamación y al chisme y a complacerse de las debilidades de otros, debida a una lengua no dominada.
¿Sería necesario ampliar un catálogo tan repulsivo? Estos no se consideran pecados graves, pero son, no obstante, manifestaciones de la naturaleza carnal. ¿Habrá victoria sobre “la carne”? Si, gracias a Dios, esto está prometido de una manera inequívoca en la palabra de Dios. Como veremos mas adelante, hay un gran secreto revelado en el bendito Libro de Dios, mediante el cual “la carne” podrá mantenerse sin efecto mediante el poder del Espíritu Santo, por medio de la cruz.
(3) El Diablo. Hemos considerado al mundo, ese enemigo externo, y la carne, ese enemigo interno; ahora debemos considerar el tercer enemigo grande: el diablo, ese enemigo maligno. El diablo es una persona; en realidad el “príncipe de la potestad del aire” (Ef. 2:2). Dirige las actividades de “este presente siglo malo”, y su gran objetivo es contrariar la voluntad y el programa divinos en el mundo, entre los redimidos en general y en cada creyente en particular. Para este fin presenta su desafío de muchas maneras y trata de usurpar y dominar la propiedad ajena, la que en justicia pertenece a Cristo por el derecho de creación y redención. Como creyente no puedes eludir sus maquinaciones sutiles (2 Co. 2:11). Él es nuestro antagonista incesante. Debe ser enfrentado y vencido. ¿Es posible esto? Sí, gracias a Dios, por la victoria del Salvador en la cruz este poderoso enemigo ha sido vencido completamente y para siempre (Hb. 2:14), y algún día todo el mundo verá la plena consumación de este triunfo. Mientras tanto, el Maligno está activo en el mundo, pero todas sus actividades están dentro de la voluntad permisiva de Dios. El creyente, hijo de Dios, podrá tener la victoria en Cristo día por día, puesto que el Cristo victorioso en su interior es una realidad. Satanás debe inclinarse a Jesús. Pero ampliaremos esto más adelante.
¿CREES ESTO?
Ahora, mi lector, ¿estás convencido que la Palabra promete completa victoria a cada creyente? Habiendo experimentado el toque sanador del “Buen Samaritano” en tus heridas del pecado, aquel Bienhechor no te abandonará a tus propios recursos para el resto del viaje. Habiendo sido libertado del horrible pozo del pecado, jamás será la voluntad de Dios que vuelvas periódicamente a su dominio tenebroso y atmósfera malsana. El Salvador es más que un garante de salvación del infierno y del castigo del pecado. Es bastante poderoso para mantenerte libre del dominio del pecado cada día (Hb. 7:25). Sí, la victoria completa es posible en todo, o de otro modo habría un defecto en la obra redentora del Calvario. ¿Cómo sabemos que el valor de esa obra permanece hasta el día de hoy? Lo sabemos porque está comprobado por dos cosas innegables: 1) la abundante evidencia de las Escrituras; 2) la experiencia práctica de los ‘santos’ de Dios durante todos los siglos pasados hasta el día de hoy. ¿Ha cambiado Cristo? ¿No es tuyo? Si es tuyo, ¡una vida semejante es posible para ti!
POSICIÓN Y ESTADO
Antes de cerrar este capítulo debe recalcarse que la vida práctica de Victoria trata exclusivamente del estado del creyente día tras día, como distinto de su posición eterna en Cristo. Todo verdadero creyente “está en Cristo” para siempre (Fil. 1:1); esa es su posición. Es la realidad espiritual, delante de Dios, y es invariable. Pero otra cosa es el desarrollo de su vida en la tierra y en el tiempo. Dios quiere que “permanezca” en Cristo (Juan 15:4), día tras día. Es un asunto práctico que concierne su conducta y actividades diarias. En otras palabras, es bien posible que deje de ‘permanecer’. Si esto, tristemente, ocurre, su estado varía, pero no afecta su posición eterna en Cristo.
Todo creyente tiene morando en sí al Espíritu Santo, y está “sellado con el Espíritu” (Ef. 1:13). Sólo este “sello” irrompible de la presencia del Espíritu Santo certifica la posición segura en Cristo del creyente. Si no está “sellado”, no es creyente verdadero. En cuanto a su estado, sin embargo, se le exhorta a ser “lleno del Espíritu” (5:18). En otras palabras, puede no ser lleno del Espíritu, lo cual hace que su estado sufre. Pero, aun así, el “sello” sigue intacto – su posición en Cristo es la misma. En esta posición espiritual, segura en Cristo, todo creyente posee la vida eterna. Pero si su estado ha de corresponder con su posición, debe aprender a no contentarse con meramente tener la vida. Hay vida y hay vida-en-abundancia (Juan 10:10). Dios le quiere enseñar el secreto de esa abundancia de vida. ¿Ves la diferencia?
Tu posición en Cristo es perfecta y completa para siempre (Hb. 10:14), porque Él que es el Perfecto es el Aceptado-ante-Dios y tú eres acepto-en-Él (Ef. 1:6). Pero la función del Espíritu Santo es hacer que las bendiciones de nuestra posición en Cristo sean reales en nuestra experiencia diaria, de modo que otros puedan ver a Cristo en nosotros (1 Pe. 2:9). Que podamos poseer no sólo la vida, sino todo lo que nos corresponde en Él. No permitas que el diablo confunda tu entendimiento respecto a esta distinción importante pero sencilla. Tu posición es lo que eres en Cristo; tu estado es lo que eres en tu vida y conducta práctica de cada día.
Recuerda otra vez que la vida triunfante es sencillamente Cristo Mismo. Él es tu ‘Alfa’ y ‘Omega’ (Apo. 1:8), la solución de todo problema, la respuesta a todo desafío. Y, puesto que mora en ti, la vida cristiana triunfante es tu derecho espiritual y herencia gloriosa.
Ahora tenemos que considerar otro asunto importante que surge lógicamente en este lugar.
CAPÍTULO 2 – ¿QUIÉN ES EL TRAIDOR INTERNO?
Para comprender el camino divino de victoria sobre el pecado y sobre uno mismo, es de importancia vital reconocer la dualidad de naturaleza en el creyente. Muchos jóvenes se han preocupado por el continuo recurrir de los antiguos deseos pecaminosos. Como creyentes, han ‘nacido de nuevo’ y son verdaderos hijos de Dios; son tan ‘justificados’ ante Dios como siempre lo serán; y, sin embargo, son conscientes, de cuando en cuando, de que hay un traidor interior que siempre desafía la voluntad de Dios en ellos y por medio de ellos. Con cada impulso hacia la santidad, y cada impulso del Espíritu Santo hacia la consagración sincera, está siempre presente esa otra cosa (Ro. 7:21), la que “batalla contra el alma” (1 Pe. 2:11).
LAS DOS NATURALEZAS
El hecho es que todo creyente posee esta naturaleza doble. Las Escrituras la consideran en dos aspectos: la de “hijo de Adán” por generación natural, y la de “hijo de Dios” por generación espiritual. Habiendo nacido “de la tierra, terrenal” (1 Co. 15:47), todos participamos de la naturaleza corrupta de nuestros padres caídos. Cuando nacemos de nuevo, somos hechos “participantes de la naturaleza divina” (2 Pe. 1:4). La verdadera naturaleza de Cristo mismo nos es impartida por el Espíritu Santo, quien vino a morar en nosotros (Ro. 5:5). Pero, como ni el santo más auténtico está fuera del alcance de la tentación, o exento de la posibilidad de ceder a ella, es obvio que la naturaleza de Adán existe todavía, y no ha sido mejorada ni eliminada por la regeneración. Por lo tanto, cada creyente tiene dos naturalezas, a distinción del que no es creyente. Éste, al no haber nacido de nuevo, es llamado ‘hombre natural’ y no posee más que una sola naturaleza, a saber, la naturaleza nacida de la carne (Juan 3:6; 1 Co. 2:14).
UNA GUERRA INCESANTE
Esto explica por qué en el instante en que ‘naciste de nuevo’ empezó una guerra incesante en tu corazón. Pablo describe este conflicto como que “el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí” (Gál. 5:17). Cada una de las dos naturalezas está siempre luchando para predominar. Te es posible como creyente, ceder a cualquiera de las dos, y de aquella a la cual cedes, serás siervo (Ro. 6:16). Mas adelante veremos el método de Dios para la victoria sobre este enemigo carnal, pero mientras tanto subrayamos el hecho de su existencia. Estas dos naturalezas son diametralmente antagónicas. La naturaleza carnal “no puede agradar a Dios” (8:8). Por otra parte, la naturaleza divina “no practica el pecado” (1 Juan 3:9). Por lo tanto, con cada impulso de la una, invariablemente se presenta el desafío de la otra.
Lee Romanes 7 y ve como el apóstol Pablo describe su propio conflicto en este sentido. He aquí dos ‘yo’, el viejo ‘yo’ y el nuevo ‘yo’. “Queriendo yo hacer el bien”, dice, “el mal está en mí” (7:21). Ahora bien, este principio malo de pecado tiene varios nombres en la Escritura. En Romanes 6 se refiere a él como el “viejo hombre” (6:6). Luego se hace referencia en otros lugares de la Escritura a “la ley del pecado y de la muerte” (8:2), “los designios de la carne” (8:7), los ‘miembros’ carnales, etc. En el pasaje ya citado de Gálatas se denomina ‘la carne’, y este es el término que emplearemos para el propósito de nuestro estudio. Recuerda, pues, que ‘la carne’ no se refiere a la sustancia que compone nuestro cuerpo físico, sino a la naturaleza caída que reside dentro del cuerpo. El término ‘carne’, en este sentido, es realmente un abreviado de “pecado en la carne” (8:3), como veremos más adelante.
LA VIDA EGOÍSTA
El egoísmo es la misma esencia de la vieja naturaleza. Llegamos, pues, a esta sencilla conclusión, que hay dos centros posibles para cada creyente: el Ego o Yo y el Cristo. El creyente carnal (1 Co. 3:3) es uno que, aunque nacido de nuevo, vive una vida egocéntrica y busca por muchos caminos (aún en la obra y ministerio cristianos) de servirse a sí mismo (Ro. 15:3). Esto produce un deseo de alabanza propia y, por otro lado, resentimiento por cualquier cosa que signifique reprensión o desestimación. Esta es una tentación triste y sutil, una a la cual cualquier creyente puede ceder. El cristianismo está infestado con una terrible dolencia – se llama “Yoítis Crónica” y tiene brotes agudos. Es sencillamente ese gran “YO”, la vida egoísta, la naturaleza carnal, que se introduce en la esfera de experiencia espiritual y servicio. ¡Qué bienaventurado es saber el camino de liberación del Ego! (7:25). Recuerda, pues, que el creyente posee estos dos competidores por la primacía, y cada cual está en conflicto mortal con el otro.
Ahora bien, es importante que veamos qué es lo que la Escritura nos dice respecto a este traidor interno, a saber, la carne. Examinemos el asunto sencilla y cuidadosamente.
(1) No es el Cuerpo Físico. El vocablo griego para ‘cuerpo’ (soma) es una palabra completamente distinta al que se emplea para ‘la carne’ (sarx). El cuerpo es una sustancia tangible, material. ‘La carne’, sin embargo, es un principio. En realidad el cuerpo de cada creyente está incluido en la redención del Señor Jesucristo efectuada por su muerte en el Calvario y, verdaderamente, pertenece a Dios. Aunque se llame “cuerpo de la humillación nuestra” (Fil. 3:21), esta morada corporal, es decir, la morada del Espíritu Santo, no es algo repulsiva. El cuerpo es algo sagrado. Su presentación a Dios en sacrificio es para Dios “viva, santa, agradable” (Ro. 12:1). Es el templo del Espíritu Santo. Debe ser presentado a Dios como un “instrumento de justicia” (6:13). “En su templo todo proclama su gloria” (Sal. 29:9), así cada partícula del cuerpo del creyente debe glorificarle.
¿Por qué, pues, la Biblia se refiere al cuerpo como un ‘cuerpo de humillación’? Esto es porque es la sede de esta naturaleza caída y por lo tanto está sujeto a enfermedad, muerte y a menudo a debilidades. La carne no debe confundirse con el cuerpo. Recuerda también que la obra redentora de Cristo comprendió el futuro del cuerpo. Pero esa parte de la redención no cobra efecto hasta la segunda venida del Señor Jesús en el aire, cuando viene por su Iglesia (Ro. 8:23; 1 Co. 15:51-53; 1 Tes. 4:13-17). Entonces esta morada terrenal con todas sus limitaciones y debilidades será reemplazada por un cuerpo glorificado semejante al suyo (Fil. 3:21). Mientras tanto, el creyente tiene la responsabilidad de nutrir y cuidar el cuerpo (1 Ti. 4:8), manteniéndolo así en la mejor condición posible como un instrumento de servicio y un vehículo de vida divina. El pecar contra el cuerpo, o por descuido, o por gratificaciones carnales, es un pecado contra el Señor (1 Co. 6:19). Tu cuerpo le pertenece a Él; tú eres solamente el inquilino. Debe ser presentado “en sacrificio vivo” a Dios. Gratificarlo o emplearlo como un instrumento de la mera satisfacción de ‘la carne’ (Gál. 6:12), o la exhibición de “belleza-de-camuflaje”, contrista al Espíritu Santo (Ef. 4:30). La verdadera belleza a la vista de Dios no es el producto de cosméticos, sino de la iluminación del Cristo que mora en la persona (Sal. 90:17).
Cierta vez se preguntó a una dama creyente el secreto de su hermosa tez. Dijo: “Empleo la verdad para mis labios; para mi voz, la oración; para mi vista, la piedad; para las manos, caridad; para mi talle, rectitud; y para mi corazón, amor“. Estos cosméticos celestiales merecen ser aprobados y se suministran gratis a todos los que recurren al Trono de la Gracia (Hb. 4:16).
(2) ‘La Carne’ es la naturaleza humana caída. Todo lo que una persona es por naturaleza es incluido en lo que Dios designa ‘la carne’. La naturaleza humana se ha vuelto ‘carne’ (Gén. 6:3) a la vista de Dios a causa de la caída. El hombre en su fracaso y corrupción ante Dios, es ‘carne’.
Un siervo de Dios estaba haciendo visitas cierto día, cuando llegó a una casa donde el hogar había sido bendecido recientemente con la llegada de un nuevo integrante. La orgullosa madre, llevando al niño en sus brazos, preguntó a su visitante: “¿A quién cree que se parece, doctor?” Su respuesta fue: “Muy parecido a Adán, señora”. Eso probablemente fue un desengaño para la madre, ¡pero era sana teología! Sí, todo lo que somos en virtud de la generación natural es ‘carne’, pero de esto diremos más en otro párrafo.
(3) Incluye, pues, y es responsable del “Pecado Interno”. Algunos hacen una distinción entre ‘la carne’ y el ‘pecado interno’. Esto conduce invariablemente a confusión y error. El apóstol Pablo da un catálogo de pecados muy feo y repulsivo en Gálatas 5:19, a los cuales aun el creyente puede ceder si deja de vivir bajo la dominación de su naturaleza nueva. ¿De dónde vienen todas estas cosas feas? El apóstol tiene cuidado de decirnos que son “las obras de la carne”. ¿Quién podría dudar, pues, que la carne comprende el ‘pecado interno’?
Pablo en otro lugar se refiere, en otro aspecto, al “pecado en la carne” (Ro. 8:3). Todo lo que desagrada a Dios tiene su origen en “la carne”. El hecho es que toda naturaleza humana es naturaleza caída. Algunos pueden alegar que las escrituras citadas se refieren únicamente al ‘hombre natural’, es decir, al no-creyente. Pero esto no es así, pues advertencias análogas referentes a los pecados de la carne son incluidas en las epístolas a la Iglesia y junto a las más elevadas doctrinas de experiencia espiritual (Ef. 5:18).
En verdad, el creyente debería andar siempre cerca del Señor y apropiarse de los medios divinos de victoria, si ha de ser librado de los ardides sutiles de este traidor interno. Cuando el apóstol dice: “Ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí” (Ro. 7:17), no está hablando de la naturaleza humana como distinta del pecado interno. Una interpretación semejante estaría en contradicción de la doctrina que Pablo recalca en muchos otros lugares. Está hablando del contraste entre el ‘nuevo hombre’ en Cristo (Ef. 4:24), y el ‘viejo hombre’, consecuente con lo demás del capítulo. El nuevo hombre en Cristo no tenía voluntad de violar el propósito de Dios. Es el ‘pecado que mora’ en él.
(4) ‘La Carne’ no puede erradicarse ni aniquilarse. Esto es muy importante, y este párrafo debería leerse junto con el capítulo especial que se dedica más adelante a la consideración si existe la perfección impecable. No es necesario decir mucho más a este respecto aquí. En Romanos 7 Pablo declara expresamente: “Yo soy carnal”. Como es sabido, en las epístolas se habla de tres clases de hombres:
1. El hombre ‘Natural’ (1 Co. 2:14), el ‘hijo de Adán’, no regenerado.
2. El hombre ‘Espiritual’ (1 Co. 2:15), el ‘hijo de Dios’, lleno del Espíritu Santo.
3. El hombre ‘Carnal’ (Ro. 7:14; 1 Co. 3:1-3), el creyente ‘nacido de nuevo’, pero que se deja dominar por la carne.
¿De quién está hablando el apóstol en Romanos 7? De sí mismo como ‘carnal’. Por lo tanto reconoce la presencia de ‘la carne’ en él. En efecto, habla de sí como cautivo de esta naturaleza carnal. Cuando ‘quiere hacer el bien, el mal está en él’. Con cada deseo de santidad, está consciente de otra ley en sus miembros. ¿Qué es esta ley sino el principio de la carne en él? Dice además: “No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal” (6:12). Esto infiere claramente que el pecado esta presente, pero que no debe permitirse que prevalezca. No puede, pues desarraigarse.
Una vez conocí a un estimado creyente que, en su ministerio, parecía sostener la teoría de ‘aniquilación’, es decir, de la ‘eliminación’ de la carne. Le pregunté por que hacía hincapié en la erradicación. Su respuesta fue que no enseñaba la erradicación, sino que empleaba una palabra aun más fuerte, la que Dios usaba. “No me diga”, dije, “¿cuál es esa palabra?” “Es la palabra ‘destruir'” dijo y luego citó Romanos 6:6: “…para que el cuerpo del pecado sea destruido.” “Bueno”, respondí, “dígame, ¿está destruido el diablo en C…?”, mencionando el nombre de la ciudad donde vivía. Admitió que eso era lejos de la verdad. Entonces le hice notar que Hebreos 2:14 afirma claramente que el diablo está ‘destruido’, la misma palabra empleada en Romanos 6:6. Es evidente que el significado de la palabra no es aniquilado, abolido, eliminado o erradicado, sino más bien, ‘vuelto inactivo’ o ‘puesto fuera de acción’ o ‘hecho nulo’. Esto es un significado muy diferente. El diablo está muy activo hoy día. Ésta es su “hora” (Luc. 22:53) y una crisis aun peor se avecina a medida que la “hora” avance a su punto más obscuro (Ro. 13:12). Con todo, el diablo es un enemigo derrotado (Col. 2:15). Fue vencido mediante la muerte del Señor Jesús, y el creyente podrá experimentar una continua victoria sobre él, por medio del poder mayor de Cristo (1 Juan 4:4).
Espero que esta distinción sea clara. “Apareció el Hijo de Dios para deshacer las obras del diablo” (3:8). Esto lo efectuó en realidad hace cerca de dos mil años, si bien la plena consumación de su obra no se echa de ver todavía. Eso aún está por venir. De la misma manera ‘la carne’ no está destruida en el sentido de eliminación, pero, gracias a Dios, ha sido ‘crucificada’ (Gál. 5:24) y puede ser llevada a la muerte, como veremos en un capítulo posterior. Otro hecho importante que debemos reconocer es que:
(5) ‘La Carne’ incluye, no tan sólo a los pecados vergonzosos, sino también a las virtudes humanas y naturales. Esto es una verdad de importancia vital, pero a menudo no reconocida. Si la carne incluye todo lo que una persona es por naturaleza, es obvio que comprende el lado bueno y atrayente de la naturaleza humana. Sí, ‘la carne’ tiene un lado bueno. El hombre natural puede poseer, y a menudo posee, cualidades encantadoras (Mt. 19:16-22). Podrá ser bondadoso, amable, generoso, cortés, artístico, religioso, bien dispuesto, culto y poseer muchas otras virtudes admirables del punto de vista humana. Sin embargo, debe recordarse que la bondad humana nunca es espiritual. “No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno” (Ro. 3:12). La carne no tiene, y no puede producir, nada espiritual. “Yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien” (7:18). “Los que viven según la carne no pueden agradar a Dios” (8:8). Nuestro bendito Señor dijo también: “La carne para nada aprovecha” (Juan 6:63). Las dos palabras vitales que Dios escribe sobre la carne son “no puede” y “nada”. Es enteramente vano, pues, tratar de mejorar o enmendar la carne. Dios jamás puede aceptarla. Está completamente fuera de toda esperanza de mejoría. Dios la ha condenado toda – raíz, rama y fruto (Ro. 8:3).
Siempre hay un peligro sutil de que los creyentes inviertan en ‘acciones’ y participaciones en la “SPVA” – “La Sociedad Promotora del Viejo Adán.” Estarían invirtiendo en una ’empresa’ que está en la bancarrota total. El Espíritu Santo la describe en términos comerciales. Es de “ningún bien” y “nada aprovecha.” En otras palabras, no paga dividendos espirituales. Dios jamás podrá reconocer ‘la carne’, por muy humanamente atractiva que sea. El hecho de que incluya la bondad humana se expresa claramente en el propio testimonio de Pablo: “Porque nosotros somos la circuncisión, los que en espíritu servimos a Dios y nos gloriamos en Cristo Jesús, no teniendo confianza en la carne. Aunque yo tengo también de qué confiar en la carne. Si alguno piensa que tiene de qué confiar en la carne, yo más: circuncidado al octavo día, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos; en cuanto a la ley, fariseo; en cuanto a celo, perseguidor de la iglesia; en cuanto a la justicia que es en la ley, irreprensible. Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo” (Fil. 3:3-7). El apóstol, antes de su conversión, fue un sincero fariseo, bueno, religioso y honrado. ¿Cuál de nosotros podría hacer una afirmación tal como esta: “yo con toda buena conciencia he vivido delante de Dios hasta el día de hoy”? (Hch. 23:1). He aquí, un entusiasta, bueno, religioso y moral, que estaba en camino al infierno. Su moralidad y su religiosidad eran escrupulosas. Pero todo pertenecía a ‘la carne’.
Lo mismo pasaba con Nicodemo (Juan 3). Allí había un sincero devoto de la ley; era un ‘maestro de Israel.’ Pero todas sus buenas cualidades jamás podrían ser reconocidas por Dios, porque pertenecían al ‘hombre natural’. Tenía que recibir una vida nueva. Ahora podemos comprender por qué aun las personas buenas tienen que “nacer de nuevo”. Dios pone una vital línea de demarcación entre ‘carne’ y ‘espíritu’. La una es muerte y el otro es vida. ‘La carne’ no contiene ninguna vida espiritual. El hombre natural está “muerto en delitos y pecados” (Ef. 2:1). Necesita ser vivificado espiritualmente.
Nuestro bendito Señor puso énfasis en un principio lógico cuando afirmó, “lo que es nacido de la carne, carne es” (3:6). Naturalmente lo es. Jamás podrá llegar a ser otra cosa. Podrá asistir a la iglesia y ser religiosa, pero eso es carne ‘religiosa’. Podrá tener cultura, pero es tan sólo ‘carne’ culta. Podréis tratar de educar un cerdito, pero el animal sigue siendo un cerdo, y todas vuestras tentativas de mejorar sus modales y la apariencia del animalito no cambiarán su naturaleza (Jer. 13:23). En la primera oportunidad que se presenta esta naturaleza, la verdadera, se manifestará, por ejemplo, revolcándose en un charco. Lo humano nunca podrá desarrollarse o refinarse en algo espiritual. Todo lo que el hombre es por naturaleza, pues, es ‘carne’, buena o mala. Podrá ser dotado de notables talentos por su herencia natural, o por su genio humano, pero aun estos son inaceptables para Dios, es decir, hasta tanto no sean transformados por el Espíritu de Dios y elevados a su reino, vivificados por vida divina. La carne siempre sirve a “la ley del pecado” (Ro. 7:25). Del punto de vista divino, nunca podrá hacer ninguna contribución al programa divino.
Ahora, es también importante recordar, especialmente en relación con la vida de victoria, que ‘la carne’ en el creyente es exactamente lo mismo que en el incrédulo. Eso explica el hecho triste de que si un creyente pierde la comunión con el Señor, puede llegar a reincidir en pecados que ni se mencionarían entre personas de elevadas normas morales (6:21). Como ya hemos visto, la diferencia entre el hombre salvo y el que no lo es, es que aquel tiene una naturaleza nueva, una naturaleza divina. Observad también que:
(6) ‘La Carne’ posee una voluntad propia. Juan 1:13 habla de “voluntad de carne”, es decir, la voluntad natural o carnal. El hombre espiritual dice: “No se haga mi voluntad, sino la tuya” (Luc. 22:42). No es gobernado por lo que le gusta o le desagrada. El ceder a la voluntad de la carne, necesariamente trae como consecuencia una detención de la vida espiritual. Un creyente podrá ceder a los impulsos de una voluntad carnal, produciendo decisiones carnales y juicios naturales, aun en relación a problemas espirituales (Juan 8:15). Esto causará confusión y el consiguiente entristecimiento del Espíritu Santo (Ef. 4:30). El Señor nunca es glorificado por una decisión de la carne, aun cuando entre dentro del círculo de servicio ‘cristiano’. La carne posee un celo propio, pero el tal celo no es “conforme a ciencia” (Ro. 10:2). Guardaos de responder a cualquier llamado, o de decidir sobre cualquier curso de acción, a impulso de la voluntad natural. Orad antes de obrar y estad seguros de oír “lo que el Espíritu dice” (Apo. 2:7).
El nuevo hombre en Cristo oye una voz tras él que dice: “Este es el camino, andad por él” (Isa. 30:21). ¡Qué estrago y desolación han sido producidos en muchas vidas redimidas y muchas congregaciones, por causa de una importante decisión tomada en la carne! Además, cuan a menudo un juicio carnal se ha manifestado respecto a algún otro creyente, quizás en la imputación de un mal motivo, tal vez en una conclusión dura y nada amable. ‘La carne’ es responsable de toda crítica injusta. Tiene un lenguaje propio. La lengua carnal es inflamada del infierno (Sant. 3:6). Hay una crítica espiritual y constructiva que redunda en gloria del Señor. Tengamos cuidado, antes de hablar de una persona en sentido crítico, de aplicar la cruz a nuestros labios carnales e interrogarnos primero de esta manera: “¿Es cierto? ¿Será amable? ¿Es necesario?” Notad finalmente:
(7) ‘La Carne’ tiene sus deseos (Ro. 13:14; Gál. 5:24; Ef. 2:3; 1 Pe. 2:11; 2 Pe. 2:18). Buscad las escrituras citadas y ved lo que Dios dice a este respecto. Los “deseos de la carne” pueden ser vencidas tan solo mediante un “andar en el Espíritu” (Gál. 5:16) y un “No” terminante a cualquier provisión para satisfacerlos. Una madre le dijo a su hijo que no se bañara en cierta agua y si alguna vez fuera tentado a hacerlo, que rechazara la sugestión del Maligno. Un día desobedeció y preguntado por qué lo había hecho dijo que el diablo le tentó y no pudo resistir. Pero la madre notó que había regresado con su traje de baño y en seguida preguntó al muchacho que por qué había llevado su ropa de bañarse consigo. Contestó: “La llevé por si fuera tentado”. Moraleja: “No proveáis para los deseos de la carne” (Ro. 13:14). He ahí lo que es ‘la carne’. ¡Qué cosa repulsiva es a la vista de Dios! ¿Qué debería ser la actitud del creyente hacia esta inicua fábrica de pecado y maldad? Deberíamos ‘aborrecerla’ (Jud. 23). Veremos cómo podrá ser vencida. La victoria no consiste en tratar de vencer PECADOS, como algunos parecen creer. ¡Qué tarea vana y desengañadora es esa! La verdadera victoria es hallar la liberación del poder del pecado interno.
Un creyente a menudo suplicaba en la reunión de oración: “Señor, quita las telarañas del pecado de mi vida”. Aparentemente el pobre hombre estaba combatiendo sus pecados uno por uno, y parecía estar envuelto en telarañas carnales. Pero otro creyente que sabía más acerca del camino divino de victoria estaba presente en una de esas ocasiones y oró: “Señor, mata la araña”.
Ahora en el próximo capítulo veremos el método divino de tratar con ‘la carne’, ese traidor interno.
CAPÍTULO 3 – ¿CUÁL ES EL SIGNIFICADO MÁS PROFUNDO DE LA CRUZ?
¿Te das cuenta, mi hermano o hermana, que hay un significado más profundo de la cruz, que constituye un aspecto muy descuidado, pero de vital importancia, de la obra expiatoria del Señor Jesús en el Calvario? Mientras que la obra del Salvador es la única base de la justificación de un pecador, es importante reconocer que comprende mucho más que eso.
IDENTIFICACIÓN CON CRISTO
La obra redentora del Salvador también incluye el hecho glorioso de ‘identificación’. Esto debemos considerarlo bajo la cuidadosa iluminación y dirección del Espíritu Santo, a fin de comprender la manera divina de victoria. Si hay un tema que más que otro suscita la oposición del Maligno, es este otro aspecto de la obra de la cruz, un aspecto más profundo. Acerca de él el Maligno hace todo lo posible para mantener al pueblo de Dios en ignorancia. Oremos al considerarlo. Hemos visto que ‘la carne’ mora en estos cuerpos de humillación, y permanecerá así hasta completarse la carrera terrenal. En el simbolismo del Antiguo Testamento, ‘Amalec’ representa la carne (Ex. 17:8). Recordemos que se le declara la guerra “de generación en generación” (17:16), hasta que finalmente su memoria es ‘raída’ para siempre (17:14). Esto no puede ser hasta que tengamos cuerpos glorificados, librados incluso de la presencia de pecado.
Mientras tanto, ¿qué se puede hacer con este ‘viejo hombre’, esta naturaleza corrompida? Este es el problema para el cual muchos creyentes sinceros están buscando una solución verdadera. ¿Habrá dispuesto Dios que esta mala raíz de pecado produzca continuamente su cosecha venenosa, dejando que el creyente arranque los frutos uno por uno a medida que aparezcan? ¿Se deberá permitir que la araña enrede la vida con sus miserables telarañas? ¿No tiene el creyente otra alternativa que una experiencia repetida de pecado-y-arrepentimiento? Sí, gracias a Dios, hay un camino más excelente. He aquí, buenas nuevas. Notad esto con cuidado. En el propósito glorioso de redención, la cuestión de la carne ya ha sido resuelta completa y finalmente en la cruz del Calvario.
En el sacrificio de Cristo, tus pecados no fueron tan sólo expiados en justicia, sino que el pecado (en su totalidad) fue anulado (Hb. 9:26). El Calvario penetra al mismo corazón del asunto, y, en la muerte del Señor Jesús, Dios vio el fin de la vieja vida adánica, la naturaleza caída y corrompida, y la liquidó para siempre como un negocio completamente en bancarrota. En otras palabras, todo creyente fue representado e incorporado a la muerte del Señor Jesús. “Al pecado murió una vez por todas” (Ro. 6:10) y por lo tanto todo creyente, en los propósitos de Dios murió con Él. La cruz señala el toque de muerte y la completa terminación de ‘la carne’ a la vista de Dios. Deseo citaros algunas referencias al respecto de este importante asunto:
“¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él? ¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva. Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección; sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado. Porque el que ha muerto, ha sido justificado del pecado. Y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él” (6:1-8).
“Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne” (8:3).
“Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron” (2 Co. 5:14).
“A fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte” (Fil. 3:10).
“Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios” (Col. 3:3).
¿Qué ha hecho Dios, pues, con la carne? No la perdona ni la condona. Dios perdona al pecador pero, lejos de ‘condonar’, condena el pecado (Mt. 6:14-15). ¿Veis, pues, que en la capacidad representativa del Salvador, Dios vio en la cruz la muerte de todo creyente, en cuanto se refiere a la vida carnal? “Si uno murió por todos, luego todos murieron” (2 Co. 5:14).
TODOS SON MUERTOS
Él trató todo el asunto del pecado como tu “representante” y el mío. Un representante es uno que actúa en nombre de otro. Los actos y palabras de un embajador son los del país que representa. El Señor Jesús “murió al pecado” como Representante. Por lo que toca a la vida de tu ‘yo’, pues tu existencia terminó hace casi dos mil anos, es decir, en los propósitos divinos. Quizás no comprendas esto. ¡No importa, créelo! Dios lo dice: “Nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con Él”.
He leído un relato que podrá ayudarte a comprenderlo. Es algo que ocurrió durante la Guerra Civil Americana entre fuerzas del norte y del sur de los Estados Unidos. La guerra se había originado por la cuestión de la abolición de la esclavitud, y tuvo lugar en 1860-65. Cuando los hombres eran alistados en el ejército por sorteo, un hombre de apellido Wyatt fue llamado para combatir por el sur. Pero su familia dependía enteramente de él y de su trabajo. Comprendiendo el sacrificio que esto significaba, otro joven, de apellido Pratt, se ofreció para servir en su lugar. Fue aceptado y enviado al frente con el nombre y número de Wyatt. En un enfrentamiento Pratt fue muerto en el campo de batalla y, habiendo fallecido como el substituto, y en el nombre del otro, fue el nombre completo de Wyatt el que se anotó como ‘muerto en acción’. Sin embargo, después de un tiempo, Wyatt fue llamado nuevamente para el servicio. Entonces, en la oficina de reclutamiento, Wyatt afirmó con toda calma que ya había sido muerto en batalla. Buscaron y hallaron la respectiva entrada en los libros, y aunque Wyatt se encontraba vivo y bien de salud, estaba muerto a la vista de las autoridades militares, porque fue identificado con su substituto. ¿Esto te ayuda a comprenderlo?
Moriste con Él. Fuiste sepultado con Él. Fuiste “plantado juntamente con Él en la semejanza de su muerte”. Fuiste “crucificado” con Él. Todo esto es un hecho consumado en los propósitos celestiales, enteramente aparte de la comprensión del creyente. La manera cómo se hace efectivo en la experiencia es otro asunto, que trataremos en el siguiente capítulo. Mientras tanto, retén esta verdad, la que dice que Dios ha liquidado definitivamente la carne, hace cerca de dos mil años, en la muerte de su Hijo. Habiendo comprendido esto, otra bendita verdad es revelada: que todo creyente también ha sido identificado con Él en su resurrección y en su ascensión. Lee los siguientes pasajes:
“Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva. Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección” (Ro. 6:4-5).
“Y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él; sabiendo que Cristo, habiendo resucitado de los muertos, ya no muere; la muerte no se enseñorea más de él” (6:8-9).
“Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús, para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús” (Ef. 2:4-7).
MUERTOS, SEPULTADOS, RESUCITADOS Y ASCENDIDOS CON ÉL
Ahora examinemos el amplísimo alcance de esta estupenda verdad. Cada creyente sin excepción, cada miembro del Cuerpo de Cristo, cada pecador justificado, es visto por Dios como uno con Cristo en su muerte, sepultura, resurrección y ascensión (1 Co. 6:17). Arribamos pues a la conclusión de que tres magnas transacciones fueron efectuadas en el Calvario.
TRES HECHOS DEL CALVARIO
(1) Los pecados del creyente fueron perdonados en justicia.
(2) La carne, ese traidor interno, fue condenado, y anulado.
(3) El nacimiento de una ‘nueva creación’ se produjo.
Nació un Nuevo Hombre en contraste con ‘el viejo hombre’ y cada creyente forma parte integral de esa nueva creación; unido “al Señor, un espíritu es con él” (1 Co. 6:17). ¿Con qué fin? Para que yo no viva para mí (es decir, para la carne), sino de aquí en adelante “para aquel que murió y resucitó” por mí (2 Co. 5:15). Todo esto es un hecho bendito en los propósitos divinos, para hallar su aplicación práctica en la experiencia diaria. Mira otra vez en Romanos 6. En el versículo 4 el objetivo es “andar en vida nueva”. Eso significa que el creyente debería tener una nueva mente, nuevo corazón, nuevos deseos, nuevas ambiciones, nuevas ocupaciones, nuevos goces, una nueva paz, un nuevo poder y una nueva victoria, en fin, “se han hecho nuevas todas las cosas” (2 Co. 5:17). Cesa el dominio de ‘la carne’ (Col. 3:9). El creyente ya no es deudor a la carne (Ro. 8:12), es decir ya no tiene obligación de servir al pecado, como tampoco los hijos de Israel tuvieron más obligación para con Faraón, cuando se marcharon de su dominio en esa victoriosa travesía del Mar Rojo.
¿Comprendes ahora, mi amado lector, que la cruz significa algo más que la muerte del Señor Jesús por nuestros pecados? Da esa segunda mirada a la cruz y pide a Dios que revele su significado a tu corazón. “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” (Gál. 2:20). “Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios” (Col. 3:3). ¿Crees esto?
EL HECHO Y LA EXPERIENCIA DE ELLO
De manera lógica y normal suele surgir una cuestión en la mente, y es que la experiencia a menudo comprueba que la carne no está eliminada en la vida del creyente. Está a menudo muy viva y se manifiesta de maneras muy penosas, que malogran su testimonio, estorban su gozo, y echan a perder su utilidad. ¿Cómo se puede conciliar esta aparente contradicción? La Palabra de Dios manifiesta claramente que el ‘Viejo Hombre’ está crucificado, mientras que la experiencia comprueba, sin lugar a duda, ¡que está vivo! Es decir, que la carne a menudo se yergue a la menor provocación y en el momento menos esperado.
Ahora bien, necesitamos conocer la distinción entre dos cosas: 1) lo que sucedió una vez por todas en el propósito eterno en la cruz (Ef. 3:11); y 2) lo que se verifica experimentalmente en la vida práctica de cada día. Es evidente que puede existir una diferencia vital. Mientras que permanece eternamente cierto que una salvación plena y completa fue lograda en la cruz, sus bendiciones no llegan a ser prácticamente reales en la experiencia, en tanto no sean apropiadas. ¿Cómo puede esto hacerse? La respuesta es sencilla. Por la fe (Hb. 11:1). Piensa por un momento en tu conversión. ¿No era cierto y un hecho consumado, mucho antes que llegó a verificarse en tu experiencia, el que Jesús murió por ti? Seguramente que sí; antes de tu conversión era justamente tan cierto como después. ¿En qué consistió la diferencia, pues? Lo creíste y le aceptaste en tu corazón. ¿No es así? ¿Cómo le recibiste? Por la fe (Ef. 2:8). De manera que la fe hizo que la verdad eterna de Dios fuese de valor experimental para ti. ¿Ves eso? Continuemos esta importante investigación en el próximo capítulo.
CAPÍTULO 4 – ¿CÓMO SE HACE REAL EL CALVARIO EN LA VIDA DIARIA DEL CREYENTE?
Aquí llegamos al bendito tema de la triunfante ‘persuasión’ de la fe. Busca Romanos 6 otra vez. ¿Qué es lo que el apóstol exhorta en el versículo 11? Su lógica es perfecta.
EL ARTE DE “PERSUADIRSE” O “CONSIDERARSE”
Habiendo hecho hincapié en la muerte del creyente con Cristo, dice ahora: “Así también vosotros, consideraos muertos al pecado.” Esto es contar con la verdad divina que tu “viejo hombre fue crucificado juntamente con Cristo,” y que has resucitado con Él. El hecho naturalmente es eterno. Aun mi incredulidad no altera la verdad de Dios (3:3). ¿Qué significa, ‘considerarse’ o ‘estimarse’ en este caso? Es sencillamente contar con un hecho. Me dicen que el hielo en un estanque es bastante fuerte para sostenerme. Pero sólo cuando me lanzo sobre el hielo y me confío a él, cuento con el hecho y compruebo su exactitud. Una suma de dinero me ha sido acreditada en el Banco. Aunque sea mía, podrá permanecer mucho tiempo sin que disfrute de ella y me la apropie. Pero en cuanto extienda un cheque y lo presente al Banco para el cobro, cuento con el hecho que el dinero me pertenece, y tomo posesión de lo que es mío.
VICTORIA… NUESTRA FE
Ahora, esto es de suma importancia. La vida cristiana desde su ‘Alfa’ hasta su ‘Omega’ (primera y última letras del alfabeto griego), es esencialmente una vida de fe. “Y esta es la victoria… nuestra fe” (1 Juan 5:4). ¿Qué realiza la verdadera fe? Vuelve las promesas de Dios en hechos de la experiencia (Hb. 6:12). Ninguna bendición potencial en Cristo se hace real para mí hasta que sea apropiada y eso por el arte victorioso de ‘considerarse’, persuadirse’, ‘estimarse’ o ‘contarse’. A un preso condenado se le puede ofrecer un indulto firmado, pero es tan sólo una ‘tira de papel’ mientras no sea apropiado. Es suyo en potencia en cuanto esté firmado, pero no lo es de una manera experimental hasta que lo reclame y obre de acuerdo con él.
Ahora, ¿cómo es aplicable esto en la experiencia del cristiano? De un modo muy sencillo y maravilloso. Dios dice virtualmente: “Hijo mío, como contaste con la obra del Señor Jesucristo en la cruz para tu salvación, ahora da un paso más y cuenta con su obra para tu victoria diaria.” Toma ahora el paso siguiente. Acepta por la fe el otro hecho, es decir, el hecho de que moriste con Él, que tu “viejo hombre fue crucificado juntamente con Él”. Cree también que resucitaste con Él a nueva vida y de ahora en adelante “considérate muerto al pecado, pero vivo para Dios” (Ro. 6:11). ¿Ves eso, mi hermano creyente? Si es así, comprenderás en seguida que la victoria (1 Co. 15:57) no se consigue luchando o esforzándose, sino confiando (2 Co. 4:10).
DESCIENDE DE LA CRUZ
Permíteme sugerir otra consideración práctica en esta relación. ¿Qué sucederá si te consideras muerto al pecado? Imagínate al diablo acercándose a ti, como sin duda lo hace con frecuencia, con una ‘invitación’ al pecado (Sant. 1:13). ¿Qué parte de ti puede responder a él? Es obvio que no puede ser el nuevo hombre, pues “aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado” (1 Juan 3:9). Cualquier aceptación, pues, vendrá de ‘la carne’. Precisamente. El objetivo del diablo es conseguir que ‘la carne’ entre en actividad, pues la carne es el campo de batalla del diablo. Con la tentación que extendió al Salvador tentará a todo aquel que es unido a Él: “Desciende de la cruz” (Mt. 27:40). Gracias a Dios, Él obtuvo la victoria en esa hora suprema y se hizo “obediente hasta la muerte” (Fil. 2:8).
Tú y yo también podemos compartir su triunfo contando con el hecho de que estamos identificados con Él. Supongamos, pues, que en este momento de tentación asumas una actitud sencilla de fe y te “consideras muerto al pecado,” ¿que resulta? Leemos, “el que ha muerto, ha sido justificado del pecado” (Ro. 6:7). Testifica al Maligno, diciéndole que estás muerto: “¡No! Estas manos no pueden cometer pecado, porque han sido crucificadas con Cristo”. Dime, ¿qué puede hacer el diablo con manos muertas? ¿No ves? “Esta es la victoria… nuestra fe”. Dondequiera, o cualquiera que sea la tentación, hay una ‘salida’ (1 Co. 10:13).
MURIENDO… NO HACIENDO
Un muerto no puede responder a seducciones pecaminosas, por halagadoras que sean. Imaginaos un hombre, dado al alcohol, bebiendo hasta causarse la muerte. ¡Allí está, un cadáver inerte! Ahora rodead su cuerpo con todas las bebidas que podáis descubrir. ¿Qué efecto hay? ¡Ninguno! ¡Por qué razón! El alcohol ya consumó su obra en él. Ahora está muerto y no responde más. Aplicad la ilustración. El pecado ejerció su pleno dominio sobre el Señor Jesús – “fue hecho pecado” por ti y por mí (2 Co. 5:21). El pecado le llevó a la muerte. Pero… ¡tú y yo hemos sido incorporados en su muerte! Por lo tanto, razona el apóstol: “El pecado no se enseñoreará de vosotros” (Ro. 6:14). ¿No es esa la victoria que has estado buscando? Solamente podemos vencer al pecado y al ‘yo’, muriendo a ellos.
He sabido de dos señoritas de la “alta sociedad” que fueron gloriosamente convertidas a Dios. Unos días después del acontecimiento, llegó una invitación de algunas de sus antiguas amigas para ir a divertirse con ellas. Pero ya no tenían deseos de las cosas mundanas y su contestación fue interesante, a la par que cortés. Era como sigue: “Gracias por la amable invitación; pero no podemos ir – ¡es que morimos la semana pasada!” ¡Eso es!
Ahora está claro que la victoria viene por la persuasión de la fe y no luchando y esforzándose. “Pero”, se dirá: “¿No se nos dice que debemos ‘pelear la buena batalla’?” (1 Ti. 6:12). Sí, así es; pero debes terminar el versículo, por favor: “Pelea la buena batalla de la fe”, y la fe nunca lucha para obtener la victoria. La fe está firme en la victoria y combate las fuerzas atacantes de las tinieblas desde esa posición de victoria.
AFIRMÁNDOSE EN LA VICTORIA
Sí, el creyente no lucha para obtener la victoria, pero se afirma en una victoria ya ganada. ¿Pero no se exhorta a los creyentes a “resistir al diablo?” (Sant. 4:7). Cierto, pero aquí también recuerda la otra palabra, por favor, “Al cual resistid, firmes en la fe” (1 Pe. 5:9). Ves que es la fe la que está firme en una posición, no es que luche para alcanzarla. ¡Qué bendito secreto nos está revelado aquí! ¡Estímate muerto! ¡Considérate muerto! ¡Persuádete por fe! Descansa en el hecho de Dios.
Me contaron de un creyente que pidió a otro que orara por él, especialmente que “no fuese nada“. “No hay necesidad de orar por eso, hermano”, contestó aquel, “usted no es nada; acéptelo por fe”.
Aplica este principio de muerte a todas las manifestaciones carnales. ¿Eres tentado al celo? Pues considérate muerto. ¿Puede un muerto ser celoso? ¿Eres sujeto a la tiranía de una lengua ligera? ¿Se te escapa la palabra poco amable? Considérate ‘crucificado juntamente con Cristo’. ¿Puede un crucificado decir cosas ásperas? ¿Eres sensible a las opiniones, las críticas o los elogios de otros? Considérate muerto. ¿Puede un muerto ofenderse? Ve a un cementerio, busca la sepultura de un hombre que conociste, haz bocina con ambas manos y grita sobre esa tumba toda la alabanza o vituperio, elogio u odio de lo cual eres capaz, ¡tan sólo pierdes el tiempo! Está muerto y del todo insensible a las opiniones ajenas. Muy simple, sí, pero ese es el camino de victoria. La manera divina es sencilla.
LOS MUERTOS NO PUEDEN PECAR
“¿Quién es ciego, sino mi siervo? ¿Quién es sordo, como mi mensajero que envié? ¿Quién es ciego como mi escogido, y ciego como el siervo del Señor, que ve muchas cosas y no advierte, que abre los oídos y no oye?” (Isa. 42:19-20). El siervo de Dios puede ver, y no obstante ser ciego; puede oír, y con todo ser sordo. Puede tener labios y, sin embargo, callarse. Puede estar muerto y aún vivir.
“No soy lo que en otro tiempo fui,
Ni soy aún lo que debiera ser.
Mas lo que soy, por gracia suya es,
Y cuando cara a cara le veré
Ya cabalmente como es Él, seré.
Estaba muerto, mas creí vivir.
Ahora vivo pero muerto estoy;
Vivo en mi Señor con quien morí,
Al mundo siempre muerto estar,
Cristo mi vida, mi cantar.”
Un creyente escribió recientemente acerca de su relación con una obra importante. Respecto de esa obra no se había tenido en cuenta una de sus sugerencias. Dijo: “Deseo mantener tan sólo una posición humilde y oculta en mi cooperación con esa obra y en todo lo demás. De todos modos nada soy y no quiero que nadie jamás logre hacerme creer que soy algo; pues si así sucede, desde entonces no seré nada, en el peor sentido de la palabra. De manera que pueden escribirme con franqueza cualquier cosa que deseen, sea en son de crítica o no. Pidan a Dios que me conceda su gracia para tomarla de la manera en que un muerto sabio debería tomarla. Soy siervo de Él”. Sí, podemos estar muertos y ser sabios a la vez. En realidad, hasta que hayamos aceptado nuestra propia muerte por medio de la crucifixión con Cristo, nunca podremos dejar que la sabiduría de Dios tenga curso libre en nuestras vidas.
VIVOS A DIOS (Ro. 8:11)
Ahora recuerda el otro lado y confía también en el hecho de que has “resucitado juntamente con Cristo”. “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”. ¿Ves eso? Todo tu ser se ha puesto bajo una nueva dirección, como si llevara este rótulo: “La empresa está bajo nueva administración”. Por lo tanto, mientras es cierto que debemos estar muertos al pecado, no debemos ser cadáveres. La victoria es vida. Por haber sido identificados con Él en su vida resucitada, estos mismos miembros, este idéntico cuerpo, esta misma mente, este mismo intelecto, estas mismas facultades, considerados muertos al pecado, ahora deben ser vivos a Dios. Todo tu ser debe someterse al dominio de la nueva naturaleza que será impulsada por la vida de Cristo. Cuando el diablo llama a la puerta con sus incitaciones seductoras, se le dirá que se marche, pues el antiguo y leal amigo que solía darle la bienvenida, ya no existe. Tan sólo semejante actitud podrá vencer sus sutiles ardides. Sí, el Calvario es Victoria.
¡Luego viene otro llamado! He aquí un pedido o impulso del Espíritu Santo para algún servicio a favor del Reino de Dios. ¿Qué es tu respuesta ahora? “Sí Señor, aquí me tienes; aquí están mis manos, mis pies, mi mente, mi tiempo, mi dinero; todos son tuyos, Señor, y estoy listo para tus órdenes; tómame, empléame, lléname y mantenme siempre en consonancia con tu voluntad. No soy mío, soy comprado por precio”. Como ves, es sencillamente decir ‘no’ al diablo y ‘sí’ al Señor, o sea, muerto al pecado, mas vivo a Dios. La victoria es tuya pues cuando el Calvario se hace real en la experiencia de tu vida diaria. El diablo fue derrotado hace casi dos mil años; el mundo fue vencido y la carne fue crucificada en el Calvario. Allí “la Simiente de la mujer” hirió la cabeza de la serpiente (Gn. 3:15); allí el Maligno fue derrotado en su propio campo de batalla. ¡Calvario, bendito Calvario! Solamente a medida que el Calvario se evidencie en el creyente día tras día, puede haber victoria en la experiencia práctica. Es decir, da su consentimiento a la ‘sentencia de muerte’ (2 Co. 1:9) contra el ‘viejo hombre’ y reconoce los derechos de Aquél con quien ha resucitado a nueva vida,
Hay dos puntos más respecto a la persuasión de la fe que deben recalcarse aquí:
ESTE “CONSIDERARSE” NO ES ‘UNA VEZ POR TODAS’
Tenerse por muertos al pecado, no es una crisis final, sino un proceso continuo. No es una segunda bendición, ni tampoco una millonésima bendición. Representa un sinnúmero de bendiciones todos los días. La vida cristiana es esencialmente una vida de continuo velar: es un continuo morir y un continuo vivir. A pesar de esto, es cierto que puede llegar una crisis especial en la experiencia. Esto ocurre cuando el Espíritu de Dios conduce al alma a una conclusión definitiva acerca de su voluntad, es decir, la de aceptar la cruz, o de rechazarla. El aceptarla implica una rendición completa de la vida entera a Dios.
Sí, la primera revelación del secreto de victoria también podría constituir una verdadera crisis en la vida del creyente pero aquella crisis o experiencia no podrá nunca tener valor en sí para el futuro. Hay un peligro sutil de confiar en alguna experiencia aislada de ‘santificación’ (así llamada). La vida cristiana victoriosa es una persona, no una experiencia. Siguiendo a la crisis, cualquiera sea la fase o etapa que eso represente en la vida, deberá haber un confiar diario, un permanecer momento por momento y la dominación constante del Espíritu Santo. “Llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús” (2 Co. 4:10). Cualquiera que haya sido tu experiencia de santidad y la medida de tus logros espirituales en el pasado, nunca podrás llegar al punto de no necesitar la permanencia en Cristo (1 Juan 2:28) y la continua ‘persuasión’ de la fe. ¡Deja de considerarte muerto e inmediatamente ‘la carne’ “revive”!
En otras palabras, perder la posición de la fe es ofrecer capital y oportunidad al enemigo (Ef. 4:27), y un campo de batalla en el cual va a proseguir su desafío. La carne no llevada a la muerte es terreno de caza para el diablo. La vida cristiana, pues, es una continua comunicación de vida de lo alto, mediante el Espíritu Santo que mora en el ser. Se hace posible por el continuo destronamiento del ‘Yo’. Guárdate de depender de cosas externas para la subsistencia de tu vida cristiana. Dios se ha dignado dar a su pueblo medios de gracia que inevitablemente contribuyen al desarrollo de sus propósitos, pero nunca se debe depender de estos medios en sí, o permitir que ellos substituyan una comunión continua con el Señor Jesús. ¡Él es nuestra vida, no las cosas! (Col. 3:4).
Por ejemplo, algunos de los amados hijos de Dios son ‘Cristianos de Conferencia’. Casi viven de conferencias; asisten a cada reunión con escrupulosa regularidad y al término de una serie de reuniones, con su nuevo ímpetu, están ‘cargados’ como una batería eléctrica, ¡y se marchan con la viva esperanza de que les dure hasta la llegada de la próxima conferencia! Amados, eso no es el método de Dios. Gracias a Dios por las conferencias, con su ministerio espiritual y encantadora confraternidad cristiana. Es indudable que son dispuestas por Dios y un medio de gracia y fortaleza para la iglesia. Pero nunca permitas que sean la base de tu experiencia espiritual. No hay nada que pueda tomar el lugar de una constante comunión personal de cada momento con el Altísimo. Realmente una de las pruebas verdaderas de la vida victoriosa, es la posibilidad de continuar con el Señor en una victoria constante y gozosa, justo cuando exista un inevitable alejamiento del ministerio de conferencias y de confraternidad con otros creyentes. La Palabra de Dios declara que cuando hay dos, ellos pueden resistir y vencer al enemigo (Ecl. 4:12). ¡Los dos son el creyente y su Señor!
Ahora hay otra cosa que se debe decir respecto a ‘considerarse’ muerto y es que:
NO ES UN MERO ESFUERZO MENTAL
Por cierto es una consideración mental – no tan sólo una operación de la mente. Pero algunos creyentes jóvenes se han afligido porque, aunque se esforzaron en considerarse muertos al pecado, por alguna razón no dio resultados. ¿Por qué es esto? La razón principal es que Dios siempre une el ‘considerarse’ con el ‘rendirse’. En Romanos 6 estos preceptos están relacionados (6:11, 13). El tratar de considerarse muerto al pecado, sin ceder la voluntad al Espíritu Santo, inevitablemente conducirá al fracaso y al desaliento. Una persuasión mental en sí, jamás podrá crucificar la carne en la experiencia. La carne puede ser considerada muerta, tan sólo por el poder de la vida nueva. Semejante poder es impartido por el Espíritu Santo cuando todo el ser, espíritu, alma y cuerpo, se rinde a Él (8:13). Tu voluntad deberá ser entregada al Señor y vigorizada con potencia divina (Juan 5:30).
Tan sólo en la medida en que estés ocupado con Cristo, en el poder del Espíritu Santo, podrás con éxito considerarte muerto al pecado. La carne no puede crucificar la carne. Solamente el Espíritu morando en ti podrá impartir el poder de llevar la carne a la muerte. La bendita función del Espíritu Santo es hacer real la vida del Señor Jesús en el creyente cada día. Esa es una vida libertadora. La puerta a la vida de resurrección es por vía de la muerte y el modo de morir es rindiéndose a la nueva vida. Los dos son inseparables.
Perdóname una alusión personal aquí. Por años fui fumador de cigarrillos, aunque creyente. Un día el Señor me habló claramente convenciéndome de este mal hábito. Deseaba estar libre, pero sabía muy bien que mientras mi voluntad no fuera rendida, pronunciando ese “Sí, quiero”, ¡toda mi persuasión e intentos terminarían en el fracaso! La necesidad suprema era la de ‘soltar’ y rendir mis miembros al Señor para su completo dominio. Por su gracia consentí en hacerlo y en seguida hubo un bendito influjo de vida divina, una pérdida de apetito para el tabaco y, ¡alabado sea su Nombre!, desde entonces he poseído la persuasión espiritual de que ¡los muertos no fuman! Este aspecto del asunto es de suma importancia. Tan sólo a medida en que cedes, o te rindes, puedes considerarte muerto. “Si por el Espíritu hacéis morir…” (Ro. 8:13).
“PERO SI MUERE…”
Ahora, está claro que el Espíritu Santo llevará al creyente a encarar una decisión definitiva en este sentido. ¿Estoy dispuesto a decir ‘Amén’ a una verdadera realización de la cruz en mi vida? Nota que no es cuestión de decir “Sí” o “Amén” a lo que sea la doctrina de la cruz. En realidad, es desgraciadamente posible tener una doctrina muy elevada y una práctica muy baja. La verdadera cuestión es ésta: ¿Estoy dispuesto a morir? Se trata de una muerte en experiencia, una muerte real. “Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto” (Juan 12:24). Por supuesto que esto se refiere especialmente al Señor Jesús, pero es esencialmente el camino de bendición para todos sus discípulos.
Hace poco me impresionaron las palabras que, en Filipenses 2, preceden la descripción divina de aquellos “siete pasos descendientes” del Señor Jesús, cuando partió de la Gloria y llegó hasta el último escalón, el de la cruz. Recordemos que el clímax es su “obediencia hasta la muerte, y muerte de cruz”. Nos dice el apóstol a nosotros: “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús” (2:5).
Allí está, ¿tengo yo el sentir de Cristo a este mismo respecto? (1 Co. 2:16). ¿Estoy dispuesto, por ejemplo, a que mi reputación vaya al Calvario? (Fil. 2:7) ¿Estoy dispuesto a humillarme y ser hecho “obediente hasta la muerte?” (2:8). El llamado del Señor significa nada menos que esto. Mientras que la Cruz no signifique esto para ti y para mí, significa poco. “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame” (Mt. 16:24).
¿Qué es la cruz después de todo? No es un fetiche, o un objeto para ser admirado, o un colgante para poner alrededor del cuello. ¡No por cierto! Hay tan sólo una cruz y ésa es la cruz del Señor Jesucristo, con la cual cada creyente ha sido identificado. La cruz es esencialmente un símbolo de muerte. Es algo sobre el cual morir, el instrumento de ejecutar al reo de muerte. El tomar mi cruz es consentir a una sentencia de muerte contra mí. El ‘negarme a mí mismo’ no consiste en la renuncia a un poco de lujo durante cierto período, y luego volver a disfrutar de ello otra vez con un suspiro de alivio cuando haya pasado la cuaresma. No, “negarse a sí mismo” no es la renuncia a ciertas cosas, pero el abandono, el destronamiento, la crucifixión del yo.
Aquí llegamos a la solución de todo el problema acerca de la victoria personal y a lo que es un testimonio cristiano eficaz, santo y feliz. No podrá haber corona sin la cruz. No podrá haber vida sin muerte. No podrá haber ‘Canaán’ sin un cruce del río ‘Jordán’.
EL HECHO ETERNO
No pensemos en la cruz como un acontecimiento aislado en la historia del universo. Es un gran hecho eterno en los propósitos de Dios. No fue un nuevo arbitrio o meramente la infeliz terminación de una vida maravillosa. No es una ‘posdata’ en la carta de Dios a los hombres. Allá lejos en la pasada eternidad hubo “El Cordero… inmolado desde el principio del mundo” (Apo. 13:8). Mirad hacia la futura eternidad y veréis las multitudes redimidas rodeando el trono de Dios, y veréis en medio del trono al “Cordero como (recién) inmolado” (5:6). El Calvario se halla entre las dos eternidades (pasado y futuro), y durante este intermedio el propósito del Espíritu Santo es el de “desenvolver” y abrir el significado de la cruz en la Iglesia y en el creyente individual.
Es así, y sólo así, que Él puede encaminar el Cuerpo de Cristo, es decir, su Iglesia – los redimidos en la tierra, a que funcione eficazmente con vida resucitada, la de Cristo Mismo. El Cristo Resucitado es la Cabeza de este Cuerpo. Por fe el Cuerpo está (y estamos) conectado(s) a “la Cabeza, en virtud de quien todo el cuerpo, nutriéndose y uniéndose por las coyunturas y ligamentos, crece con el crecimiento que da Dios” (Col. 2:19). En esta esfera y funcionamiento ninguna ‘carne’ puede introducirse (1 Co. 1:29). Debe morir.
LA VERDADERA ENCRUCIJADA
Hermano mío, hermana mía, antes de pasar a una consideración más precisa de la vida resucitada del Señor Jesús en el creyente, ¿quieres que enfrentemos esta cuestión, tú y yo juntos? ¿Estoy yo, estás tú dispuesto a morir? ¿Consentiremos que el Espíritu Santo plante la cruz en nuestra vida carnal? ¿Diremos ‘sí’ a que los clavos de la cruz se hinquen en aquellas cosas feas que han malogrado nuestro testimonio y sobre las cuales nunca hemos logrado la victoria? ¿Diremos al Señor que pasaremos el Jordán, como la única manera de entrar en la tierra prometida de Canaán? Esto significa que las “piedras” de la vida del ‘yo’ se hundan en las aguas-de-la-muerte (Jos. 4:9). Otras doce piedras fueron sacadas del lecho del río, y se colocaron en tierra de Canaán (4:8), un hermoso cuadro de vida resurgida de las aguas de la muerte. De nuevo se nos dice, tanto al escritor como al lector: “Pasa este Jordán” (1:2).
El poder de Dios lo hizo posible para el pueblo de Israel y lo hace posible para nosotros, cuando pasamos con Él. No hay otro camino. La misma naturaleza ilustra este principio perenne en todas las obras de Dios. Toda vida nace de la muerte. Las hojas del otoño caen a la muerte, para dar lugar a nueva vida. Nota como Dios los pinta con matices especiales, rojo y oro: el rojo para recordarnos de la cruz, mientras que el oro nos habla de la Gloria. ¡Cuán a menudo los sufrimientos de Cristo están unidos a su Gloria (1 Pe. 1:11)! Su camino es tu camino, amado creyente. Observa esa magnífica puesta de sol, al terminarse un día apacible de verano. Mira esos preciosos arreboles que iluminan los cielos. El sol despide su más hermoso resplandor después de haber desaparecido debajo del horizonte. Sí, hay una gloria en la cruz (Gál. 6:14); más aún, no hay gloria verdadera aparte de la cruz. ¿Suena eso como una paradoja? La cruz es una paradoja, inexplicable para la mente natural. La cruz es la obra maestra de Dios.
Busca el poder del Espíritu Santo para que se te vuelva real cada día y cada momento del día. Oye nuevamente al apóstol Pablo: “a fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte” (Fil. 3:10).
CAPÍTULO 5 – ¿QUÉ ES EL SIGNIFICADO DE “CRISTO VIVE EN MÍ”?
He aquí una maravillosa revelación que fue encerrada en el corazón de Dios durante siglos y escondida de los corazones de los varones ilustres del Antiguo Testamento.
“CRISTO EN VOSOTROS, LA ESPERANZA DE GLORIA”
Este es “el misterio que había estado oculto desde los siglos y edades, pero que ahora ha sido manifestado a sus santos…”, manifestado a ti mi hermano o mi hermana, “que es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria” (Col. 1:26-27). ¡Qué pensamiento estupendo, que trasciende nuestra comprensión finita! El Cristo de Dios, en quien “habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad” (2:9), consiente vivir dentro del espíritu redimido de un hombre. Podemos concebir que Él fuera Dios encarnado, nacido en un establo y viviendo como un hombre entre hombres; podemos pensar de Él llenando todo el universo con su gloria y majestad; podemos concebir que Él ocupe los cielos, con toda la creación celestial en sujeción incuestionable a Él, pero pensar que Él condescienda hasta venir y habitar en mí, un gusano de la tierra, ¡verdaderamente pasa la comprensión humana!
Realmente, tan solo podrá ser apreciado y comprendido en alguna medida por medio de la revelación divina (Gál. 1:16). El Espíritu Santo hace que el hecho del Salvador morando en mí sea una realidad viviente y bendita. “En aquel día vosotros conoceréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí, y yo en vosotros” (Juan 14:20). El Señor Jesús también declara que el Espíritu Santo “mora con vosotros y estará en vosotros” (14:17).
Este maravilloso misterio nos hace conocer el hecho de que el Señor Jesús vive aún en este mundo. Si bien ahora habita en un cuerpo distinto a aquella morada física en el cual peregrinaba en los días de su carne, su encarnación continúa. ¿Recuerdas cómo, en cierta ocasión, anhelaba el tiempo cuando este gran propósito se realizara: “De un bautismo tengo que ser bautizado; y ¡cómo me angustio hasta que se cumpla!”? (Luc. 12:50). Aun cuando un propósito tan maravilloso significaba necesariamente los sufrimientos del Calvario y de la muerte de la Cruz, el Señor Jesús anhelaba el gozo puesto delante de él (Hb. 12:2). Por medio de aquel gran sacrificio, se haría posible una gloriosa liberación de vida divina.
Desde la venida del Espíritu Santo en Pentecostés (Hch. 2), y a través de toda esta época actual, la de la gracia, el propósito principal de Dios se concentra alrededor de la formación de este nuevo “Cuerpo” (Col. 1:24), que es la Iglesia – una casa espiritual compuesta de piedras vivas, (1 Pe. 2:5), a saber, todos los verdaderos creyentes en el Señor Jesucristo. Dondequiera que un alma haya acudido al “manantial abierto… para la purificación del pecado y de la inmundicia” (Zac. 13:1), hallando paz en el corazón y vida eterna, allí hay una manifestación terrenal de la vida misma de Jesús. A todo corazón que se abre a Él, el Señor Jesús dice: “Entraré a él” (Apo. 3:20). Este tesoro celestial se radica en vasos de barro (2 Co. 4:7). El cuerpo de cada creyente se vuelve un templo del Espíritu Santo y un vehículo de vida divina. “Jesucristo está en vosotros, a menos que estéis reprobados” (13:5). Este maravilloso hecho lleva implícitas otras dos grandes verdades. Mirémoslas sencillamente. Si Cristo mora en ti, entonces:
1. TE HACES SUYO
La autoridad del usurpador (Satanás) ha sido anulada. Al Señor Jesús, que te reclama por el derecho de creación y de redención, se le ha dado posesión. Cierta vez un muchacho, con la ayuda de su padre, y con su cortaplumas, se hizo un bote de un pedazo de madera tosca. Le salió realmente bien, pero después lo perdió. Estaba triste, pero algún tiempo después, con gran sorpresa, vio el bote perdido en el escaparate de una tiendecita. Entró y pidió al tendero que se lo devolviera. Pero éste afirmó que le pertenecía y que no lo podía entregar sino mediante el pago de su valor. Cuando entregó ese precio correspondiente, el muchacho salió con su precioso bote rescatado. Mirándolo dijo: “Te hice, te perdí, te hallé y te compré; ya eres doblemente mío.”
De la misma manera el Señor Jesús redime lo que es su propiedad. “Fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación” (1 Pe. 1:18). De todo pecador salvo por gracia dice: “Te creé, te perdí a causa del pecado, te hallé en tu necesidad, te compré con mi sangre; eres mío”. Sí, el instalarse en tu ser lleva implícito el derecho de posesión. No eres de ti mismo (1 Co. 6:20). Todo lo que tienes y lo que eres le pertenece. Tu cuerpo con todos sus miembros, tus facultades, tus talentos, tu tiempo, tu dinero, tus posesiones, tu corazón, tu voluntad, ¡todos son de Él! Hasta tu misma fisonomía se hace suya para irradiar su hermosura y gloria. ¿Recuerdas como la cara de Moisés resplandecía con el fulgor del cielo, después de haber ascendido al monte con Dios (Ex. 34:29)? Esto debía ser siempre una de las manifestaciones de la vida glorificada. Un creyente de cara ‘larga’ es un descrédito al gozo del Señor. Victoria y gozo siempre van juntos (Isa. 12).
Tu vista ahora le pertenece a Él para exhibir su simpatía y cariño. Él quiere mirar la necesidad del mundo a través de tu vista (Juan 4:35). Un creyente debería comprender esto y jamás prestar su vista al diablo. Pertenece al Señor. ¡Que diferencia hace cuando se ven las cosas de su punto de vista!
A la luz de tal amor, lo que veo en derredor
Tiene hermosuras mil que sin Cristo nunca vi.
Canta el pájaro mejor, más brillante es toda flor.
Ya que puedo yo decir: “Suyo soy y mío es Él”.
Rindamos nuestros ojos a Él. En el pecador más vil, veremos un santo en potencia. No verás la paja en el ojo do tu hermano (Mt. 7:3), sin descubrir que es el reflejo de la viga en el tuyo. Ten cuidado como empleas tu vista. Es de Él; permite que Él la gobierne.
Tus labios se vuelven suyos para hablar sus mensajes (Col. 4:6). Esto significa que la palabra áspera y poco amable no será pronunciada. Otros se admirarán “de las palabras de gracia que salen” (Lucas 4:22) de tu boca, aun bajo provocación. “¡Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre!” (Juan 7:46), fue el testimonio de sus enemigos, y “este Hombre” es el que vive en ti. En ese ministerio al cual el Señor te ha llamado, recuerda que eres tan sólo el instrumento para expresar su mensaje. No es lo que tú dices para Él lo que vale, sino lo que Él dice por medio de ti (Isa. 55:11). Eso hace mucha diferencia. Sus palabras son espíritu y vida (Juan 6:63). La palabra que sale de su boca no puede volver a Él vacía. Recuerda, tus labios son de Él. Jamás debes prestarlos al diablo. ¡Qué estrago se ha causado en muchas iglesias y en muchas vidas por la costumbre de algunos de hablar ‘chismes’ entre hermanos (Prov. 18:8)!
Tus oídos cambian de dueño. Serán sensibles a todo clamor de necesidad espiritual. El Salvador sintió la voz de Bartimeo a pesar del bullicio de la muchedumbre y en abnegada compasión se detuvo, aunque la ‘carga’ de la cruz le oprimía ya (Mr. 10:46-52). Este mismo Salvador vive en ti y quiere oír el clamor lastimero de la necesidad del mundo a través de tus oídos (Sal. 102:20). Capta el balido de la oveja perdida que el Buen Pastor quisiera salvar por tu intermedio. No prestes jamás tus oídos al diablo. “Mirad lo que oís” (Mr. 4:24). Niégate a oír la voz del tentador o consentir en la difusión de calumnias o rumores vanos respecto a otros. Tus oídos son de Él. Como el Señor Jesús estuvo siempre en comunión con el Padre, así también podrá haber en tu vida esa íntima comunión con Dios que haga posible captar sus comunicaciones día por día.
Tu mente también, para pensar sus pensamientos, le pertenece. Se identifica con la misma “mente de Cristo”, porque Él piensa por medio de ti. Cultiva el pensamiento espiritual. Esto es el secreto del verdadero discernimiento espiritual. Nunca hubo un tiempo de mayor necesidad de discernimiento de la dirección del Espíritu Santo en la Iglesia. Tu intelecto llega a ser de Él, para que Él pueda pensar a través de ti, a fin de que seas un instrumento para la realización de sus propósitos. Rinde tu mente a Él, a fin de que conozcas sus secretos y seas mantenido en la corriente de su voluntad (Sal. 25:14). No prestes tu mente nunca al diablo – la mente es su avenida favorita para atacarte en otras áreas de tu vida. Si es tomada la guardia de la mente, toda la fortaleza caerá. El único remedio para los pensamientos perniciosos y las imaginaciones carnales, es darte cuenta del Cristo que mora en tu ser y rendir tu mente y pensamientos a Él. “Ciñe los lomos de tu entendimiento” (1 Pe. 1:13); ármate con el pensamiento de Cristo (4:1).
Tus manos se vuelven suyas para obrar a su impulso. El obrará por medio de ti. Una vez más, no es lo que tú hagas para Él que cuenta, sino lo que Él hace a través de ti (Juan 5:36). Tan sólo aquella actividad que se halla directamente en conformidad con su propósito divino, es eficaz para el reino de Dios. Toda acción no es ‘unción’. Toda energía no es ‘potencia’. Toda dotación no es ‘investidura’. Tus manos son suyas. Cédelas. No las prestes jamás al diablo. Aun manos cristianas pueden cometer pecado si se escurren del gobierno de Cristo.
Tus pies ya son miembros de Él para andar en su camino. El andar del creyente es el mismo andar de Cristo. “Andad en amor… Mirad, pues, con diligencia cómo andéis, no como necios sino como sabios…” (Ef. 5:2, 15). “Ya no andéis como los otros gentiles” (4:17). Los pies del creyente deben caminar por el camino angosto en que anduvo el Salvador y llevar el paso con Él durante la peregrinación terrestre (Gén. 5:24).
¿Ves lo que en todo esto está sencillamente implicado? En dos palabras: Eres SUYO. Permítele que tome plena posesión. Cede tus miembros a su gobierno. Invítale a distribuir tu tiempo como si fuera suyo (Ef. 5:16). Permítele disponer de tu dinero como perteneciente a Él (Mt. 25:18). Deja que Él autorice tus gastos y se encargue de tus entradas. Es digno de tu confianza. Permite que Él temple tus talentos, tu celo y tus aptitudes con su propia vida de resurrección. Tú eres suyo en virtud de compra a un precio infinito. Permítele el tránsito, completamente libre, a través de todo el territorio de tu ser, sin reservas, sin pensar y sin retroceso. Él no desea habitaciones en tu casa. Es que reclama todo el edificio, desde la ‘buhardilla’ arriba hasta el ‘sótano’ abajo. Esa es la vida de victoria. ¿Le has invitado a entrar en cada habitación? ¿Qué de esa ‘sala de estar’? ¿Está bajo su dirección? ¿Se le consulta en cuanto a los períodos de descanso y recreo? ¿Qué de la ‘entrada’, donde llegan las amistades (Sal. 119:63)? ¿Tus amigos son sus amigos? ¿Qué del taller y del ambiente de tu trabajo? ¿Dirige Él tus actividades y tu programa general? ¿Qué del escritorio? ¿Se le permite disponer acerca de las finanzas? ¿Qué de la biblioteca? ¿Está dirigida tu lectura por los gustos suyos (1 Ti. 4:13)? ¿Qué de la ‘sala de recreo’? ¿Está consagrado tu recreo al Señor y están tus placeres terrenales santificados por su dulce presencia? ¿Por qué no rendir toda la ‘casa’ a Él? ¿No es digno de ello? ¿Por qué hemos de privarle de lo que le pertenece?
Un ‘apartamento privado’ en tu corazón, por pequeño que sea, suministra capital al enemigo para causar estrago espiritual y privarte de la victoria. Antes que pasemos a la próxima fase de este asunto, ¿no quieres ponerte de rodillas y decir otra vez de todo corazón: “Señor, te entrego todo, te doy la última llave”?
“Heme aquí, Señor, a tus plantas hoy,
Pues a ti consagrar quiero, todo lo que soy.”
La siguiente verdad bendita y sencilla, es que:
2. EL SE HACE TUYO
El hecho que tú te vuelves suyo, significa su posesión, luego la verdad que Él se hace tuyo, significa tu posesión. ¿Has meditado esto tranquilamente alguna vez? ¡Cristo es tuyo! Esto significa:
(a) Su vida se vuelve tu vida. “Vive Cristo en mí” (Gál. 2:20). “Para mí el vivir es Cristo” (Fil. 1:21). “Porque yo vivo, vosotros también viviréis” (Juan 14:19). Como hemos visto, esto toca la misma esencia de la vida cristiana victoriosa. El Señor Jesús no es tan sólo tu Ayudador, es tu misma vida. La vida cristiana victoriosa es sencillamente la vida del Cristo victorioso (Ro. 5:10). Hay tan sólo una vida semejante y esa es Cristo Mismo. Es su vida. Sin embargo, puesto que Cristo vive en ti, una vida semejante se hace posible a través de una personalidad humana. ¿Tienes tú este concepto de la vida cristiana? No puedes obtener la victoria tratando de vivir para Jesús. Ese es el camino popular; pero muy desalentador en sus resultados.
Es Jesús viviendo su vida en ti, y eso es un asunto muy diferente. La vida victoriosa es asunto suyo, no tuyo. La crucifixión de la carne le da paso libre para hacer de tu corazón su palacio y su trono real. De ti mismo no puedes vivir una vida semejante, como yo tampoco podría vivir la vida de un príncipe. No he nacido en una familia real. Pero si fuera posible que el príncipe se vistiera de mi cuerpo y viviese su vida en mí, entonces podría vivir su vida. ¿Ves esto? Cristo-en-ti hace posible la victoria. “Separados de mí nada podéis hacer” (Juan 15:5). Entonces ¿por qué tratar de hacerlo? Ninguna medida de esfuerzo lo puede efectuar. Una niñita estaba revolviendo el chocolate en su taza con furia y decía: “Es inútil, mamá, no se hace dulce.” Y entonces la madre se dio cuenta ¡que se había olvidado de ponerle el azúcar! ¡Por mucho que se revolviese no se podía endulzar el chocolate! Si el azúcar está en el chocolate, se revuelve una vez y el chocolate queda dulce. Si Él está en tu vida, no tienes por qué revolver más; la vida de Él es tu vida.
(b) Su poder se vuelve tu poder. Este es el poder que necesitas. Él dice: “Toda potestad me es dada… Por tanto, id…” (Mt. 28:18-19). ¿Por qué? Porque Él vive en ti y pone su poder a tu disposición. Tú eres su instrumento y del todo incapaz e impotente aparte de Él. Él es el gran Vencedor (Juan 16:33). En el Calvario y en la resurrección demostró su soberanía sobre la muerte y el infierno. Tan sólo ese poder te puede dar el éxito. Como Conquistador victorioso, invítale a pasar triunfalmente a través de tu “pequeña ciudad”. Si enfrentas al enemigo con tu propio poder endeble, serás vencido fatalmente. Supe de un conferenciante que aclaró este punto a su auditorio de muchachos, invitándoles a todos a que trataran de hacer que un lápiz se quedara ‘de pie’, puesto de punta. Su tentativa fue naturalmente inútil, y luego les dijo: “Miradme a mí y yo os demostraré cómo se hace”. Colocando el lápiz de punta sobre un libro y manteniendo el dedo encima, dijo: “Ahí está; está puesto ‘de pie'”. “Oh, pero usted lo sostiene” dijeron. “Sí, contestó, y esa es la manera como el creyente se mantiene en pie; solo no se puede mantener, pero es sostenido y mantenido por el poder de Dios”. Esa es una ilustración sencilla, pero vital en su aplicación. Él puede guardarte de toda caída y tan sólo permaneciendo en Él, estarás seguro (Jud. 24). Pierde el contacto con Él y fracasarás. Esto nos trae a la siguiente gran verdad que:
(c) Su victoria se vuelve tu victoria. Recuerda, pues, que el creyente triunfante no lucha para obtener la victoria, sino que celebra una victoria ya ganada. Esta es una distinción importante. ¿Has leído 2 Corintios 2:14? “Mas a Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús.” Un traductor experto (Conybeare) lo tradujo de esta manera: “Gracias sea a Dios, que me conduce de lugar en lugar en el séquito de su triunfo para celebrar su victoria sobre los enemigos de Jesucristo”. ¡Qué magnífico concepto de la vida! “¡Para celebrar su victoria!” Porque Él ha vencido, tú puedes ser “más que vencedor” (Ro. 8:37). La victoria ya está ganada; ¡regocíjate de eso! Todos tus enemigos han sido derrotados y el Señor, resucitado y triunfante, demuestra su triunfo por medio de los que están unidos a Él. Con Cristo Dios te ha dado “todas las cosas” (8:32).
Imagínate a un muchacho que vuelve a casa después de ver a su Colegio jugar al fútbol. Grita entusiasmado a su padre: “¡Hemos ganado nosotros!” Su padre se vuelve hacia él y, sorprendido, le dice: “¿Nosotros? ¿Y qué hiciste tú para lograrlo?” El muchacho contesta que no hizo nada, sólo miraba. Sí, ¡y tenia razón! ‘Nosotros ganamos’. Otro peleó la batalla. El equipo se presentó y triunfó y, puesto que el muchacho pertenecía al colegio del equipo, compartió la victoria.
A un hombre se le preguntó, después de su conversión, si tenía dominio sobre el diablo. “No,” contestó, “pero el que domina al diablo mora en mi corazón”. ¡Esa es magnífica teología! Sí, Él se hace tuyo. Todo lo que Él posee está a tu disposición (1 Co. 3:21). Su victoria es tu victoria.
Tal vez oíste de la niña que tenia un genio violento. Después de su conversión nunca más cedió a su genio y en una ocasión se le preguntó la razón. Su contestación sencilla fue como sigue: “Antes que el Señor Jesús entrara en mi corazón, el diablo solía llamar a la puerta y cuando yo iba a contestar la llamada, se metía adentro; pero ahora el Señor Jesús ha entrado y, cuando el diablo llama, yo le digo: ‘Señor, ve tú a abrir la puerta’, y cuando el diablo ve al Señor Jesús en la puerta, y le ve mucho más fuerte que él, se marcha en seguida, diciendo: ‘Discúlpeme, me debo haber equivocado de casa’.”
Sí, eso es; Cristo en ti. Tú eres suyo y Él es tuyo, y no pide sino tu sincera cooperación día tras día y momento tras momento en su voluntad y propósito para tu vida. Tú debes menguar, Él debe crecer (Juan 3:30). El último suspiro de la vida del ‘yo’ será el primer aliento de la nueva. El apóstol hace un gran esfuerzo para poder describir una verdad tan admirable. Habla de “las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles; que es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria” (Col. 1:27).
Recuerdo haber oído de un violinista que se presentó en el escenario un día y dio una interpretación maravillosa. En medio de la salva de aplausos que siguió, hizo algo muy extraordinario. Levantando el violín en alto, lo estrelló contra una silla. La concurrencia esperó, suspensa, una explicación. “Ayer”, dijo, “di seis dólares por ese instrumento”. Luego desapareció por unos momentos y volvió con su propio violín, un instrumento de valor incalculable, que no hubiera cambiado por nada en el mundo. Empezó a tocar de nuevo, la misma preciosa música, la misma armonía exquisita, y tan sólo el oído más experto podía percibir la diferencia. Como ves, no era el instrumento que importaba, sino la mano maestra que lo tocaba. Recuerda, tú eres de Cristo y Él es tuyo. Permite su gobierno ilimitado del ‘instrumento’ y, aunque seas consciente de muchas limitaciones humanas, Él sacará música de tu vida. Al colocar sus manos horadadas sobre esas cuerdas humanas tuyas, saldrá una armonía que regocijará su propio corazón y traerá bendición a las multitudes.
En Romanía hay un cierto valle donde solamente cultivan rosas para el mercado de Viena, y el perfume de aquel valle en el tiempo de la cosecha de rosas es tal que, si entras en el por unos momentos, dondequiera que vayas durante el día sabrán que has estado allí. Qué de la misma manera otros puedan tomar nota del Cristo que mora en nosotros, por la fragancia que emana de nuestras vidas.
CAPÍTULO 6 – ¿SE TRATA DE “PERFECCIÓN IMPECABLE”?
Este capítulo está concebido como un ‘paréntesis’, aunque su contenido debe ser considerado cuidadosamente en relación con la Vida Victoriosa.
Hacer hincapié en la necesidad de victoria personal en el corazón y en la vida del creyente es algo que no debe eludirse. Para esto están los instructores bíblicos que enseñan el camino de la santidad práctica. A menudo, sin embargo, ellos son tachados de ser ‘adictos’ a la idea de la ‘perfección impecable’.
Efectivamente, dondequiera que se ejerza este ministerio, es muy difícil evitar tales sospechas. Siempre hay algunos que presumen que una enseñanza acerca de la santidad de vida conduce a extremos de fanatismo religioso. Afortunadamente, un fiel ministro de la Palabra no tiene por qué preocuparse de las opiniones o críticas de otros. En realidad, debe siempre contar con alguna medida de falsa representación. Es de temer, sin embargo, que la crítica de este tipo, y esas sospechas, a menudo tienden a ‘prevenir’ contra cualquier énfasis que se haga sobre la santificación práctica en la vida diaria del creyente.
SANTIDAD BÍBLICA
Debería ser casi innecesario afirmar que la doctrina de la Palabra de Dios sobre la victoria práctica, no es sólo espiritual, sino razonable. ¡Ninguno de nosotros tiene por qué “temer” una impecabilidad perfecta de este lado de las puertas de la eternidad! Tan sólo en un sentido puede el creyente ser absolutamente perfecto en el tiempo presente y eso es en su posición perfecta ante Dios en Cristo Jesús (Hb. 10:14). Es perfecto en cuanto a posición, pero, como hemos visto, reside temporalmente en un cuerpo de humillación.
Es decir, está en un cuerpo humano sujeto a limitaciones y debilidades a causa del pecado que heredó y una naturaleza humana corrompida. Es obvio, pues, que mientras resida en un cuerpo semejante, no podrá alcanzar un estado de perfección impecable. Incluso podrá haber manifestaciones de esa naturaleza carnal de las cuales el creyente mismo sea inconsciente, pero que constituyan corrupción a la vista de Dios. Gracias a Dios, la sangre preciosa, en su eficacia eterna, mantiene la posición del creyente ante Dios y lo limpia de toda maldad (1 Juan 1:7).
Debe recordarse, sin embargo, que la sangre de Cristo nunca limpia la carne. La carne no puede ser limpiada (Jer. 2:22). No hay esperanza para ella. Tiene que ser crucificada. Que es donde saltan a la vista los dos aspectos de la muerte del Señor. La Sangre limpia y justifica al pecador, y eso eternamente (Ro. 3:24). La Cruz en su aplicación diaria mantiene a la carne experimentalmente en el lugar de muerte, por el poder del Espíritu Santo.
La enseñanza de la santidad “impecable”, a la cual nos hemos referido, se concentra alrededor de la completa erradicación o destrucción de la naturaleza carnal. Como ya hemos visto, no hay ninguna autoridad bíblica para semejante afirmación. Al creyente se le exhorta a que se considere muerto al pecado. Es obvio que, si el viejo hombre está aniquilado, no hay necesidad para una fe de ese carácter. Todo el significado de la fe es que toma una verdad objetiva potencial en Cristo y la hace efectiva en la experiencia personal. Tan sólo por ese medio puede hacerse práctica.
Déjate de ejercer fe y muy pronto se descubrirá que la carne está presente y muy viva. En otras palabras, la raíz del pecado inherente está todavía allí, pero no debe permitirse que reine (Ro. 6:12). Mientras vivamos en estos cuerpos, pues, no podemos estar ‘sin mancha’. Un día la Iglesia será presentada “sin mancha delante de su gloria, con gran alegría” (Jud. 24). Entonces seremos perfectamente impecables, porque seremos exactamente semejantes al que es perfectamente impecable, con cuerpos transformados a la semejanza del “cuerpo de la gloria suya” (Fil. 3:20-21).
Mientras tanto, aunque (todavía) no podemos ser inmaculados en ese sentido, se nos llama a ser perfectos en el sentido de ser ‘irreprensibles’ (2:15). Hay una diferencia. No soy ‘reprensible’ a la vista de Dios por la presencia del pecado que heredé. Eso es un asunto de generación natural sobre el cual no tengo ningún poder. Pero soy responsable de apropiar la victoria que Dios ofrece sobre todo pecado consciente. En cuanto deje de permanecer en Cristo, con la resultante derrota, me hago reprensible y necesito confesar mi pecado al Señor. Un niño pequeño puede escribir una carta cariñosa a sus padres que tenga muchas faltas de ortografía y errores gramaticales; estará muy lejos de ser sin falta, pero podrá ser perfectamente sin culpa, es decir, sin nada que tuviese que confesar. ¿Ves la diferencia?
Además, si hay victoria constante en Cristo sobre la naturaleza carnal, la que reside en cada cristiano, ¿qué necesidad, y qué provecho, hay para la enseñanza (extrema) de erradicación? No es capaz de proveer más, o de más valor, que la victoria completa sobre el pecado, y esta victoria es perfectamente asequible al creyente que por fe se considera, momento por momento, crucificado y resucitado ‘con Cristo’. Guardémonos de un énfasis innecesario, no bíblico y a veces peligroso. Muchos que han abogado por esta índole de enseñanza extrema de la santidad, han perdido la bendita verdad de la seguridad eterna del creyente (Juan 10:28-29).
Toda la cuestión está en la falta de comprensión de la diferencia entre la posición objetiva del creyente en Cristo y su experiencia subjetiva día tras día. Alguien lo expresó de esta manera: No es que el creyente no pueda pecar, más bien que puede no pecar. Prediquemos una santidad práctica y bíblica – “Porque la voluntad de Dios es vuestra santificación” (1 Tes. 4:3). No te dejes extraviar y perjudicar por extremos que no hallan fundamento en las Escrituras de verdad.
CAPÍTULO 7 – ¿CÓMO “REINAR EN VIDA”?
Llegamos ahora a la última de nuestras pláticas, y el clímax de la bendita experiencia de victoria en Cristo. “Pues si por la transgresión de uno solo reinó la muerte, mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia” (Ro. 5:17). Esto es algo más que la posesión de vida eterna. Es “vida en abundancia” (Juan 10:10). Veo a un joven enfermo en el hospital. Sus mejillas son pálidas, sus ojos hundidos y su pulso débil. De pie junto a él está un joven en todo el robusto vigor de la virilidad sana. Ambos poseen vida, pero en un caso se trata tan sólo de la existencia; en el otro hay vida en abundancia. ¿Por qué hemos de contentarnos con vivir vidas cristianas de penuria cuando Dios nos invita a apropiar inescrutables riquezas (Ef. 3:8)? ¿Por qué habríamos de ser indigentes espirituales cuando la casa del banquete de Dios nos está abierta (Cant. 2:4)? ¿Por qué estar jugando en la playa, cuando se nos invita: “boga mar adentro” (Luc. 5:4)? Nuestro Señor dijo: “El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva” (Juan 7:38).
Un día un hombre y una mujer hablaban sobre el cielo, estando juntos a un puerto de mar. La señora dijo: “Estaré satisfecha si logro entrar al cielo – no me importa como.” “¡Qué!”, dijo el otro, indicando un barco sumergido que había sido remolcado aguas arriba, “¿le gustaría ser arrastrada al cielo por dos remolcadores como aquél? – Yo quisiera entrar con todas las velas izadas y la bandera enarbolada”. ¡Qué nunca nos conformemos con una experiencia cristiana mediocre, medio bienaventurada, o que sea como la de Efraín, una “torta no volteada” (Os. 7:8).
La voluntad de Dios es que cada uno de sus hijos viva de acuerdo con su fortuna. ¿Por qué vagar en el desierto cuando Dios nos invita a viajar a través de una “tierra que fluye leche y miel” (Lev. 20:24)? Ser un creyente del desierto es soportar la salvación, más bien que disfrutarla. Significa un gozo fluctuante, una experiencia inconstante y con frecuencia una falta de seguridad. Quisiera recordarte que la vida cristiana victoriosa no es tan sólo la posesión de vida eterna, es el acceso a un trono. Quiero citar otra traducción más de Ro. 5:17: “Si por la transgresión de un individuo, la muerte se valió de ese individuo para apoderarse del dominio, tanto más los que reciben la gracia sobreabundante de Dios y la dádiva libre de justicia, reinarán como reyes en vida por Jesucristo” (Weymouth).
Fue siempre el propósito de Dios que el hombre fuese una criatura que dominara. En Génesis 1, la Iglesia es simbolizada por la luna, “lumbrera menor”, para funcionar como un cuerpo celestial durante el período de noche espiritual, cuando el sol (símbolo del Señor Jesús en su gloria) está oculto a la vista de los hombres. Nota el verbo que el Espíritu Santo emplea para describir este hecho: “La lumbrera menor para que señorease en la noche.” Señorear sugiere autoridad real. Es un privilegio regio. Sugiere victoria sobre todo enemigo.
Además, el propósito de la creación del hombre se declara con toda claridad en el versículo 26: “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra.” El hombre fue diseñado y destinado a ser una criatura dominante. Las tres clases de animales, en mar, aire y tierra, pueden servir como símbolos del enemigo triple que tiene el hombre en el reino espiritual. Pero en el versículo siguiente explica que dos son creados: “varón y hembra”, lo cual sirve como símbolo de Cristo con su Iglesia, juntados en santa unión – un símbolo utilizado en el mismo Nuevo Testamento (Ef. 5:32).
“POR CABEZA Y NO POR COLA”
Recuerda también la amonestación y promesa a Israel: “Te pondrá el Señor por cabeza, y no por cola; y estarás encima solamente, y no estarás debajo” (Deut. 28:13). Ahí tienes la vida reinante. “Vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio”, dice Pedro (1 Pe. 2:9). Esto nos trae a las verdaderas cumbres de la experiencia cristiana, “nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús” (Ef. 2:6). Esa es la posición que te corresponde, mi hermano o mi hermana. ¡Verdad maravillosa! Aunque seamos hombres y mujeres ‘terrenales’, caminando por la senda polvorienta de la vida, enfrentando los problemas de una peregrinación terrenal, tocando la tierra firme, y teniendo que luchar diariamente con las duras realidades de la vida, nuestra posición espiritual, aquí y ahora, es “en los lugares celestiales”.
Esto quiere decir que deberíamos manifestar una vida celestial, irradiar un gozo celestial, hablar un lenguaje celestial, conducirnos con un porte celestial y cantar los cánticos celestiales. “Nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador” (Fil. 3:20). ¡Qué salvación y qué posición! Ninguna ‘carne’ puede entrar en ese reino. Creyentes reinantes no están continuamente ocupados en combatir ‘la carne’. No, han aprendido el secreto de crucifixión y han sido elevados por el Espíritu a la vida glorificada, una nueva esfera de conflicto. Su testimonio se vuelve estratégico en esa esfera donde “todo procede de Dios” (1 Co. 11:12). Aquí es donde el desafío del maligno se vuelve una tremenda realidad. “Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes. Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes” (Ef. 6:12-13).
¡Cómo busca el Señor a los que estén firmes con Él en el conflicto, y “reinen en vida” día tras día! Un creyente carnal no sabe nada de esto. Para conquistar la tierra prometida, Israel tuvo que dejar el desierto atrás y cruzar el río Jordán. Luego conoció la realidad del conflicto de Canaán. Ningún creyente puede vivir una vida de valor estratégico en el nivel de la carne. Tendrá que “cruzar su río Jordán” – un cambio de posición. Posición es poder.
Supe de un francés que vivió en Inglaterra por algunos años y, hace poco, decidió hacerse inglés. Pagó la cuota exigida, cumplió los trámites necesarios y se hizo súbdito legal inglés. Un viejo amigo se encontró con él al día siguiente y dijo: “Bueno, ya veo que eres todo un inglés, pero francamente no te hallo muy diferente”. Contestó el otrora francés: “Hay una diferencia grande – ayer la batalla de Waterloo era una derrota terrible (famosa batalla en la cual fue derrotado el ejército francés, bajo Napoleón, por los aliados ingleses y prusianos en el 18 de junio, 1815). ¡Hoy es una victoria magnífica!” Sí, y tenía razón. Había cambiado su ciudadanía. Así es la vida celestial. Un cambio de posición – de la esfera de la carne a la del Espíritu. En esta posición el Señor tornará las “derrotas de Waterloo” en las “victorias de Waterloo”…
¿DÓNDE VIVES?
La cuestión importante es: ¿Dónde estás viviendo? ¿En qué nivel resides normalmente? ¿Estás viviendo experimentalmente en los “lugares celestiales” día tras día? El Salvador quiso decir cabalmente eso, cuando dijo: “Permaneced en mí” (Jn. 15:1-8). Así “permaneced” quiere decir: “Quedaos donde estáis”. En cuanto a posición, estás allí. Entonces permanece en Él, momento por momento. Mantén tu posición por fe. El diablo buscará arrastrarte hacia abajo por todo camino artificioso, abajo hacia la depresión, debajo de las circunstancias y condiciones. Hermano creyente, la posición que te corresponde es en la cumbre (Cant. 4:8). Niégate a bajar. Esto puede necesitar una fe de sangre fría, que te eleve aun sobre tus propios sentimientos. Nunca seas gobernado por tus sentimientos siempre fluctuantes. Lo que es cierto acerca de tu salvación, es cierto también acerca de tu santificación. Los sentimientos no cuentan. Es el hecho de Dios que importa. Declara y afirma tu posición por la fe.
Fui muy impresionado en una conferencia de creyentes, hace unos años, al oír a una misionera anciana, recientemente regresada de su campo misionero, que afirmaba que a menudo había ansiado conocer esta posición celestial, pero nunca había logrado llegar ahí, o, como lo expresó, entrar “dentro del velo”. Uno de los colaboradores de conferencia fue guiado a indicarle esa palabra de Efesios 2:6. Explicó que en los propósitos de Dios ¡ya estaba ahí! ¡Esto era el hecho de Dios! No había necesidad de esforzarse por alcanzar una posición que ya era suya. “Está ahí; créalo y tome la posición por fe.” ¡Qué alegría notar el resplandor que apareció en su rostro! Era real su gozosa libertad de espíritu cuando reconoció por primera vez esa verdad sencilla – después de cuarenta años en el campo misionero. No es un acto que debe efectuarse, o un ideal que se debe realizar, sino un hecho que se debe creer. ¡Qué bendita percepción!
Un obrero cristiano que estaba distribuyendo literatura del Evangelio en una aldea muy aislada, entró en la casita humilde de una anciana, auténtica creyente, de 84 años de edad, que vivía sola. Ocupaba una sola habitación y todo lo que allí se encontraba indicaba extrema pobreza, pues si se hubiera subastado, no habría alcanzado más de cinco dólares.
Queriendo animar y consolar a su anciana amiga, le dijo: “Bueno, Margarita, pronto habremos terminado para siempre con las pruebas y dificultades del camino y seremos completamente felices con el bendito Señor Jesucristo en el hogar celestial.”
“Ese ya es mi hogar, señor,” dijo ella.
Reajustando sus palabras de ánimo, dijo: ”Sí, Margarita, pronto estaremos en ese feliz hogar, la casa del Padre en las alturas con el Señor Jesús, alrededor de Él, regocijándonos siempre en su presencia.”
“Es donde yo vivo, señor,” fue su respuesta alegre y sonriente.
Creyendo que todavía debía ofrecer un poco de ayuda y alegría a su hermana en Cristo tan adelantada, dijo:
“Cuán bendito será, Margarita, ¿no es verdad?, ¡cuando nosotros y todos los redimidos, de todas las regiones y todas las edades, estemos reunidos alrededor de Aquel Bendito, que nos ha amado y lavado de nuestros pecados en su propia sangre, y cuando juntos le estaremos alabando por la eternidad!”
“Yo canto allí todas las noches, señor”, fue su contestación triunfante y gozosa.
De manera que las esperanzas del obrero fueron más que realizadas; pues en vez de ayudarle a ella, resultó él mismo animado y ayudado.
LIBERTADO
Sí, es practicable reinar en vida, en todo tiempo, y bajo todas las condiciones. Es una unión en el trono con Cristo. Es el dominio de “la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús” (Ro. 8:2). Tan sólo esto puede libertar del arrastre hacia abajo de la carne. Toma otra ilustración sencilla. Imagínate una avioneta en el suelo. Es mantenida en tierra por la ley de gravedad, y se halla en cautividad a esa ley. Luego se acerca un piloto, ocupa su lugar en esa máquina y, después de un movimiento de palancas, etc., se ve como aquella avioneta se mueve adelante y se levanta, volando por los aires. ¿Dónde está la ley de gravedad ahora? ¿Está abolida o suspendida? Por cierto que no. Está siempre allí y es justamente tan poderosa como antes. Pero una nueva ley se ha apoderado de aquella máquina, una ley de vida, potencia y movimiento, con el resultado de que la avioneta ha sido elevada por encima de la ley de la gravedad, libertada de su servidumbre. En cuanto esa nueva ley deja de dominarla, la antigua ley se apodera de ella nuevamente y cae a tierra.
Ahora lee Romanos 8:2: “Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte.” ¡Aleluya! Esta es la ‘vida que reina.’ Una vida semejante está colmada de gloriosas posibilidades. Tan sólo allí podrá hallarse verdadero gozo, sabiduría celestial y autoridad espiritual. El Señor haría a cada uno de sus hijos la pregunta que Jehú hizo a Jonadab: “‘¿Es recto tu corazón, como el mío es recto con el tuyo?’ Y Jonadab dijo: ‘Lo es.’ ‘Pues que lo es, dame la mano.’ Y él le dio la mano. Luego lo hizo subir consigo en el carro, y le dijo: ‘Ven conmigo, y verás mi celo por el Señor.’ Lo pusieron, pues, en su carro” (2 Reyes 10:15-16).
Amados, si nuestro corazón no nos reprende (1 Juan 3:21), pongamos nuestras manos de nuevo en su mano horadada hoy, para ser levantados y puestos en su ‘carro celestial’, y allí compartir SU visión y celo, para allí permanecer cada momento. Esto significará una transformación progresiva a su imagen, de gloria en gloria (2 Co. 3:18). Un desarrollo tal en su bendita semejanza significará que cuando el Señor viene y se manifiesta, tendremos “confianza, para que en su venida no nos alejemos de él avergonzados” (1 Juan 2:28). ¡Qué así sea!
(Rom. 8:37)
Edición nueva para el Internet, enteramente revisada de la tercera versión española de la UMNT – la que Diego Nimmo realizara en su día. Las citas bíblicas en esta obra, generalmente, son tomadas de la versión Reina-Valera 1960 (Copyright © Sociedades Bíblicas en América Latina; Copyright © renewed 1988 United Bible Societies), y usadas con permiso. Citas de otras versiones son debidamente señaladas.
ÍNDICE:
Introducción – Carlos Trumbull
Prefacio – el Autor
Capítulo 1 — ¿Es posible la victoria constante para todo creyente?
La pregunta formulada – ¿Qué es la vida victoriosa? – ¿Está dividido Cristo? – Una posibilidad experimental – Lo normal de Dios – El triple enemigo – ¿Crees esto? – Posición y Estado.Capítulo 2 — ¿Quién es el traidor interno?
Las dos naturalezas – Una guerra incesante – La vida egoísta.Capítulo 3 — ¿Cuál es el significado más profundo de la Cruz?
Identificación con Cristo – Todos son muertos – Muertos, sepultados, resucitados y ascendidos con Él – Tres hechos del Calvario – El hecho y la experiencia de ello.Capítulo 4 — ¿Cómo se hace real el Calvario en la vida diaria del creyente?
El arte de “persuadirse” o “considerarse” – Victoria… nuestra fe – Desciende de la Cruz – Muriendo… no haciendo – Afirmándose en la Victoria – Los muertos no pueden pecar – Vivos a Dios – Este “considerarse” no es ‘una vez por todas’ – No es un mero esfuerzo mental – “Pero si muere…” – El hecho eterno – La verdadera encrucijada.Capítulo 5 — ¿Qué es el significado de “Cristo vive en MÍ”?
“Cristo en vosotros, la esperanza de gloria” – Te haces suyo – Él se hace tuyo.Capítulo 6 — ¿Se trata de “perfección impecable”?
Santidad bíblica.Capítulo 7 — ¿Cómo “Reinar en vida”?
“Por cabeza y no por cola” – ¿Dónde vives? – Libertado.