Año 70 ~ Destrucción de Jerusalén por Tito, General Romano

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Año 70 ~ Destrucción de Jerusalén por Tito, General Romano

Jesús lloraba cuando profetizaba el sitio y la caída de Jerusalén, la destrucción de su lugar más sagrado – el templo, y la matanza de sus hijos (Lucas 13:1-9, 34-35; 19:41-44; 21:5-6), pero, como nación, los judíos no hicieron caso. Los discípulos de Jesús, sin embargo, se acordaron de sus palabras, y, cuando todavía quedaba posibilidad de escape, la iglesia huyó “a los montes”, tal como Jesús había dicho que hicieran (Lucas 21:20-21).

templa2TitoDespués de cuatro años de sitio y terribles privaciones para sus habitantes, llegó el 10 de agosto del año 70. El ejército de Tito logra una brecha. Las murallas, la ciudad y su templo caen. A continuación los judíos que no son matados son llevados cautivos a Roma, junto con gran botín, incluyendo los objetos sagrados del templo.

Cierta tradición mantiene que la anterior destrucción, efectuada por el ejército de Nabucodonosor, en el año 586AC, cayera también en esa misma fecha.

¿Habían entendido los cristianos por las Escrituras, por las palabras de Jesús y por la epístola a los hebreos, que para la Iglesia de Cristo ya no había, ni podía haber, lugar “céntrico” o “sagrado” en la tierra, ni nada que sirviera de ‘santuario’? El Gran Maestro todo lo dejó perfectamente claro, aunque fuera solo por el hecho que Dios Mismo rasgara el ‘velo’ del ‘Lugar Santísimo’, desde arriba hasta abajo, cuando la sangre del Hijo del Hombre en la cruz había sido derramada. El único “santuario” que había en la tierra, instituido por Él Mismo, y símbolo del celestial, quedó con la entrada abierta de par en par…, para luego ser destruido por los soldados romanos.

Trágicamente, a partir de la segunda generación de cristianos, estas realidades espirituales quedaban en el olvido. No tardaron mucho en surgir nuevos “Jerusalenes” con sus correspondientes ‘santuarios’ suntuosos. Se trataba mayormente de Antioquía, Alejandría, Constantinopla y, sobre todo, de Roma.

Y es en Roma donde se veía (y se ve) con más claridad hasta qué extremos se llega cuando el Templo Celestial con su Sumo Sacerdote, Jesucristo Mismo, deja de ser, para los cristianos, la absoluta realidad y su único punto de refe­rencia; cuando, en otras palabras, esa realidad es trocada por un mero manejo litúrgico y patética imitación.

Es lógico que los judíos añoren ardientemente su templo y su sacerdocio. Pero al cristiano entendido (sobre todo desde ese año 70) le basta saber que, “teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios”, puede acercarse a Él libremente y en todo momento (Hebreos 10:19-22; 4:16); y que “el Padre a tales adoradores busca…, que le adoren en espíritu y en verdad” (Juan 4:23).