1738 ~ Conversión de
Juan y Carlos Wesley
Samuel Wesley era un clérigo anglicano con 19 hijos. La familia era pobre, pero Susana, la madre, es reconocida hasta hoy por los valores positivos que pudo dar a sus hijos. Entre los demás, Juan y Carlos eran sinceros y muy activos en cuestiones religiosas, hasta tal punto que cursaron estudios teológicos, fueron ordenados sacerdotes anglicanos, y llegaron a trabajar entre los indios de América para convertirlos al cristianismo. A pesar de todo esto, su “cristianismo” era un “cristianismo-sin-Cristo”, como ocurre con tanta frecuencia. Cristo Mismo, con todo su perdón, salvación, vida eterna y seguridad, no había entrado en sus corazones todavía. Juan llegó a exclamar: “Fui a América para convertir a los indios, pero ¿quién me convertirá a mí?”
Felizmente, en mayo de 1738 entendieron su gran necesidad. En dos días distintos de ese mes, Carlos y después Juan, se entregaron a Cristo. Experimentaron la conversión personal que Él da. En el caso de Juan esto ocurrió cuando en una reunión escuchaba la lectura de la ‘Introducción a la Epístola a los Romanos’, escrita por Lutero. Para Carlos también era la lectura de un escrito de Lutero la que resultó decisiva.
En ese tiempo Juan tenía 35 años y Carlos 31. Un gran amigo de ellos, Jorge Whitefield, solo tenía 23. Este notable varón de Dios ya llevaba 3 años convertido y se desvivía por predicar el evangelio a las masas que no tenían más que meras costumbres religiosas, ritos, ceremonias, sermones etc., pero que no conocían personalmente al Salvador.
En esto le surgió a Jorge un problema. Multitudes acudían para escucharle cuando predicaba en las iglesias y catedrales, y maravillas de conversión se producían. Los obispos anglicanos, sin embargo, viendo todo esto con ojos distintos, tenían otras ideas.
Sus “santuarios” tenían que ser tratados con más reverencia. Terminaron negándole a Jorge el permiso para más ministerio. Pero cuando los hombres cierran sus puertecitas, Dios es capaz de abrir una “puerta grande y eficaz” (1 Corintios 16:9), y en 1739 Jorge hizo algo totalmente inaudito: empezó a dirigirse a las masas, allá donde estaban, en las plazas y en las calles. Dios obró y no tardaron en producirse los mismos resultados admirables.
Jorge era uno de esos discípulos que siguen el mandato de Jesús en Juan 4:35. Es decir, “levantaba los ojos” y veía “los campos blancos para la siega”. Curiosamente su propio apellido significa “campo blanco”. Lo inmenso de la tarea que tenía delante se imprimía hondamente sobre su corazón. Este era el motivo para dirigirse a los Wesley. Les rogaba que vinieran a entregarse con él a la obra de Dios. Juan y Carlos necesitaron tiempo para considerar el desafío, pero luego accedieron.
Era para ellos el inicio de un ministerio único. Ambos predicaban, pero Carlos destacaba en la composición de más de 6.000 (!) himnos evangélicos, muchos de los cuales se vienen cantando hasta el día de hoy. De Juan se cuenta que en sus incontables viajes, montado a caballo, atravesando Inglaterra en todas direcciones, diera más de 40.000 predicaciones.
Jorge, luego, se desligó de ellos por varias razones, pero continuaba fiel y era usado poderosamente, también en Norteamérica, hasta su muerte a los 55 años. En su lugar un creciente número de nuevos predicadores seguían las pisadas de los Wesley, y hasta en el extranjero. Cuando Juan moría (2 de marzo, 1791), había 294 “compañeros de milicia” solo en Inglaterra. Recién después surgiría de todo esto la Iglesia Metodista, la que ya se había venido perfilando. Crecería a ser una denominación de muchos millones en 90 países.
Una reflexión sobre la vida y la obra de los Wesley:
Cuando Juan muere, estalla en el país vecino de Francia la sangrienta revolución. El país es sumergido en la anarquía y la desesperación. Pero, aunque las condiciones de Inglaterra son muy parecidas a las de Francia, no hay contagio. Cabe pensar que Inglaterra se salva de esa terrible suerte a raíz de la amplia labor perseverante realizada por los Wesley, por Whitefield y por sus fieles compañeros.