1525 ~ Inicio del Movimiento Anabaptista

banner7

1525 ~ Inicio del

Movimiento Anabaptista

Al sur de Alemania, en Suiza, Ulrico Zwinglío (1484-1531), cura convertido, estaba también ‘reformando’. En su ciudad de Zürich las autoridades simpatizaban con la “nueva doctrina”, pero para muchos de ellos no era más que un ‘cambio de chaqueta’. Zwinglío veía la importancia de proceder con cautela para no crearse enemistades sin necesidad.

Sin embargo, algunos de sus colaboradores (Conrado Grebel, Félix Manz, entre otros) comprendieron que era más importante complacer en primer lugar a la Máxima Autoridad, es decir, a Dios Mismo. Entendieron que un retorno a la Biblia no puede ser ‘a medias’, reformando algunas cosas, pero no tocando otras, lo cual, hasta ahora, se había venido haciendo. De modo que decidieron ‘poner sus cartas sobre la mesa’. Zwinglío, que no veía la necesidad de “ir tan lejos”, no estaba de acuerdo. Mucho menos las autoridades. Los “radicales”, como se les ha llamado, convencidos entonces de que no había manera de seguir juntos, comenzaron a reunirse aparte.

El anhelo de estos creyentes era usar el sencillo modelo apostólico. Habían visto como con demasiada facilidad se ‘colaban’ en la obra de Dios creyentes, que tenían más de “cizaña” que de “trigo” (Mateo 13), personas “cristianizadas” (bautizadas) a los pocos días de haber nacido, pero que no manifestaban haber “nacido de nuevo” (Juan 3). Se descubrió que en la Biblia no existe el “bautismo infantil”, al contrario, que en la iglesia neotestamentaria, descrita en “Hechos de los Apóstoles”, solo tenían lugar bautismos de personas con pleno “uso de razón”, hombres y mujeres que primero habían depositado su fe, de forma personal, en Cristo. Tales descubrimientos movieron al nuevo grupo a comenzar a bautizarse entre ellos, aunque en un principio no lo hicieron por inmersión, sino por aspersión.

Pronto corrió la voz, y tanto los nuevos ‘protestantes’, como también los católicos, quedaron horrorizados al saber que los radicales estaban invalidando el bautismo “sacramental”. Automáticamente se les colocó el apodo de “anabaptistas”, que significa “rebautizadores”. Y, con el fin de cortar la locura ‘por lo sano’, crearon pronto medidas para restringir sus reuniones y actividades. De una cosa salía otra, y, al final, las persecuciones de los ‘anabaptistas’ llegaron a ser tan terribles como las practicadas por los emperadores romanos, tanto de parte del campo car, como del protestante. A pesar de todo (y en buena medida por causa de todo aquello) el crecimiento anabaptista y su expansión eran incontenibles. Pronto había grupos en varios países.

Uno de sus amados predicadores itinerantes, Jacobo Hutter, que fue capturado, nos puede servir como ejemplo de las aflicciones que tantísimos fueron llamados a sufrir. El 25 de febrero de 1536 Jacobo fue primeramente torturado, después azotado, luego sumergido en agua helada (burlándose sus verdugos del bautismo), y a continuación remojado en aguardiente – un combustible que tenían a la mano. Finalmente se le prendió fuego.

Se manifestó un lado negativo y trágico de los anabaptistas como movimiento. Siempre cuando ‘el viejo enemigo’ ve que el sufrimiento por amor al Señor y su Palabra haga que los creyentes más bien prosperen en su fe, no tarda en preparar algún otro dardo de fuego. Le gusta promover un “sentir de exaltación”, haciendo que los creyentes dejen de distinguir claramente entre lo que es obra del Espíritu de Dios y lo que es obra de aquellos espíritus que, aunque inmundos, saben aparentar ‘santidad’ (2 Corintios 11:14-15).

En la China actual, donde, maravillosamente, millones se convierten cada año y donde, por la extrema intolerancia, se paga un alto precio por seguir a Cristo, estamos ahora viendo esto mismo. Nos referimos a los casos en que los creyentes dejan de discernir “los espíritus” (1 Juan 4:1). Es cuando suelen resultar doctrinas y prácticas alejadas de la sencilla verdad de la Palabra de Dios (1 Timoteo 4:1).

Algunos líderes anabaptistas se perdieron en predicciones del regreso de Cristo y de otros asuntos, causando gran confusión, mal testimonio y fundados pretextos para persecución. El ejemplo más notable es el de la ciudad de Münster en Alemania. Había tal cantidad de anabaptistas allí que creían que era la Nueva Jerusalén, y su líder, Juan de Leyden, era el Rey David. Tales tendencias se combinaban con el recorrer a las armas. Por fin, cuando el fenómeno de Münster había sido truncado sangrientamente por el obispo car con su ejército, esa corriente violenta de entre los anabaptistas quedaba gastada y marginada.

menoDios se acordó de sus “ovejas esparcidas” y tenía provisto a Menno Simons (1496-1561) para “congregarlas”. Ex-cura del norte de Holanda, Menno fue fiel en este llamado de Dios. Su obra itinerante resultó en mucho fruto, aunque durante largos años se arriesgaba la vida a cada paso. Desde entonces muchos de sus ‘descendientes’ siguen llamándose “mennonitas”.

Un siglo más tarde empezaría en Inglaterra, en buena parte por ‘contagio’ de los mennonitas de Ámsterdam, el “movimiento bautista”. El bautista más famoso de esos tiempos sería Juan Bunyan (1628-1688), el hojalatero poderosamente convertido, quien en la cárcel (donde pasó un total de 14 años por no desistir de predicar el Evangelio sin licencia anglicana), escribiría su singular libro “El Peregrino”. El poeta Coleridge lo ha llamado “la mejor Summa Theologiae Evangelicae jamás producida.” Ya por tres siglos ha sido, después de la Biblia, el libro más leído.