405 ~ Jerónimo Termina su
Traducción de la Biblia –
“La Vulgata”
Jerónimo (345-420) llegó a ser secretario del obispo Dámaso en Roma en 382. Dámaso era español y, según la tradición car, “el Papa Dámaso”. A petición de éste Jerónimo comenzó una revisión de las traducciones existentes de la Biblia en latín. La obra más importante de traducción bíblica, sin embargo, la llevó a cabo en Belén entre los años 384 y 405.
Aunque ahora estemos hablando de “La Vulgata”, es bueno puntualizar que por once siglos y medio no tendría todavía ese nombre, ya que no era hasta el año 1546 que la Iglesia CAR en el Concilio de Trento se referiría a la versión de Jerónimo como “vetus et vulgata editio”, es decir: la vieja y extendida edición, declarándola, en contraste con otras versiones latinas, la única auténtica. Recién desde entonces se le conocería como “La Vulgata”.
Es una obra monumental, una versión que predominaría, universalmente, por 1100 años. En la Iglesia CAR, incluso, por 1500 años. Pero esto no quiere decir que fuera leída extensamente. Un alto porcentaje de la gente era analfabeta, y aunque hubiera podido leer, las biblias mismas escaseaban, ya que, forzosamente, tenían que ser copiadas a mano. Además, el número de personas familiarizadas con el latín, idioma oficial del Imperio Romano, y de allí de la Iglesia CAR, era cada vez menos. El latín estaba reservado para el clero y hombres de estudio. Para colmo, el clero veía con malos ojos que el ‘vulgo’ leyera la Biblia.
Así la utilidad de la Vulgata desaparecía más con cada generación que pasaba. Hasta el sentido de su mismo nombre desaparecía. ¡Cuán apremiante, pues, se hacía sentir la necesidad de nuevos “Jerónimos”, traductores fieles que supieran verter la preciosa Palabra de Dios en las lenguas ‘vulgares’! Pero recién en el siglo XIV aparecerían algunos.
A la manera de 1 Samuel 3, la Palabra de Dios escaseaba entre los que se llamaban con el nombre de Dios. También, de modo igual, dicha escasez daba lugar a terribles abusos jerárquicos. Eran siglos en que (casi lógicamente) tenían que aparecer creencias populares supersticiosas, a veces fomentadas por el mismo clero, las cuales más tarde serían elevadas al “status” de doctrina o dogma de la Iglesia CAR. El ejemplo clásico es la creencia en un “purgatorio”. El negocio resultante de las “indulgencias” sería, finalmente, el punto de arranque para la Reforma.
Volviendo a la traducción de Jerónimo, desgraciadamente, algunos errores suyos dieron pie a Roma, y después a otros, para enseñanzas y prácticas extrabíblicas. He aquí dos ejemplos: debiendo traducir “ancianos”, Jerónimo a veces traduce “sacerdotes” (Hechos 14:23 y otros), naturalmente facilitando la justificación car del “sacerdotalismo”. En Efesios 5, al decir Pablo del matrimonio que “grande es este misterio”, Jerónimo traduce: “grande es este sacramento”.
También es trágico que en la Vulgata queden incluidos en el Antiguo Testamento los “Libros Apócrifos” (Tobit, Judit, Macabeos, etc.). Los judíos, por equivocación, los habían incluido en su “Septuaginta”, la famosa traducción del hebreo al griego, que ellos habían hecho de su Biblia (el Antiguo Testamento). Jerónimo los había traducido al latín, pero no para incluirlos en su versión de la Biblia, la Vulgata. De esto se encargarían otros una vez que él había muerto.